Los Museos vaticanos reabrirán con cita previa próximamente ‘Año Rafael’: disfrutar con mascarillas del maestro renacentista que ‘murió de amor’ en Roma
La crisis del coronavirus ha cerrado los museos del mundo en un año especialmente relevante para los de Italia y el Estado Vaticano: el ‘año Rafael’, los 500 años de la muerte del pintor de Urbino
Rafael brilló pronto y con soltura en el oficio, destacando en todos los lugares de la pintura de la época: lo religioso (apóstoles, asombrosas madonas, santos cristianos…) y lo pagano
Es un paradigma de su tiempo, de florecimiento de las artes, la educación, el pensamiento y el apego a la cultura clásica. Bajo las órdenes, eso sí, de una Iglesia palaciega y poderosa, rodeada de belleza y belicismo
Parece que en su lecho de muerte, le acompañó, sin terminar, La transfiguración
Es un paradigma de su tiempo, de florecimiento de las artes, la educación, el pensamiento y el apego a la cultura clásica. Bajo las órdenes, eso sí, de una Iglesia palaciega y poderosa, rodeada de belleza y belicismo
Parece que en su lecho de muerte, le acompañó, sin terminar, La transfiguración
Después de dos meses de clausura para prevenir la expansión del coronavirus, los Museos vaticanos se preparan para la reapertura. Como está sucediendo también en España, la denominada fase 2 de la desescalada italiana ha permitido reabrir a algunos museos e instituciones artísticas desde el lunes 18 de mayo, pero los grandes complejos, como los del Vaticano, deberán esperar un poco más. Mientras tanto, sus museos empiezan a anunciar que la esperada reapertura será con cita previa, para escalonar las entradas y garantizar el cumplimiento de las normas de distancia social. También con termómetros antes del pase, para monitorizar el estado de salud de los visitantes.
La crisis del coronavirus ha cerrado los museos del mundo en un año especialmente relevante para los de Italia y el Estado Vaticano: el ‘año Rafael’, los 500 años de la muerte del pintor de Urbino. Diversas exposiciones en torno a su obra (y a algunas recientes restauraciones) no se han podido disfrutar desde marzo, de momento, más que de manera virtual, aunque se espera poder homenajearle, dentro de poco, de cuerpo presente, los espectadores que puedan reservar su cita y acudir con mascarilla.
Brillo en los dos aspectos: de la mitología a los símbolos religiosos
Indiscutible maestro del Renacimiento italiano a pesar de su juventud (murió repentinamente a los 37 años), Rafael fue educado por il Perugino, considerado entonces el ‘príncipe de la pintura’. Su leyenda dice que el discípulo le superó en técnica enseguida, alimentando la falacia de que el artista no se hace, sino que nace. Sea como sea, es un hecho que el joven Rafael brilló pronto y con soltura en el oficio, destacando en todos los lugares de la pintura de la época: lo religioso (apóstoles, asombrosas madonas, santos cristianos…) y lo pagano, demostrando con el pincel su admiración por la mitología del mundo clásico.
Latinizándose el nombre (de Santi a Sanzio), tal vez con la misma pretensión de ennoblecerse que aquellos que empezaron a apodarle ‘el Divino’, Rafael es un paradigma de su tiempo, de florecimiento de las artes, la educación, el pensamiento y el apego a la cultura clásica. Bajo las órdenes, eso sí, de una Iglesia palaciega y poderosa, rodeada de belleza y belicismo a partes iguales.
Las ‘Stanze’
Una de las cosas que en estos días de confinamiento puede visitarse en la red son las ‘estancias’ de Rafael en el Vaticano: los aposentos de Julio II, cuya decoración mural (al fresco) le encargó el pontífice en 1508. Mientras Miguel Ángel vivía enfrascado en las pinturas de la Capilla Sixtina, Rafael (ocho años más joven que él, con Leonardo Da Vinci se llevaba 30...) empezó sus ‘stanze’, siguiendo el programa orgánico configurado por el Papa.
Las escenas de los frescos compaginan la escolástica medieval con el humanismo, la filosofía con la poesía. La disputa del sacramento, por ejemplo, está cargada de alusiones clásicas y contemporáneas para Rafael: entre santos como Santo Domingo, San Francisco o Santo Tomás de Aquino, aparecen las imágenes de Dante y Savonarola. Parece que el mismo Papa, Julio II, aconsejó al artista crear un concilio ficticio, en el que figuraran ilustres defensores de la moral, aunque no fuesen exactamente religiosos, como el poeta Dante Alighieri.
La Escuela de Atenas
En 1511, cuando Erasmo de Rotterdam publicó su Elogio de la locura, Rafael seguía implicado en la pintura de estas estancias vaticanas. En la de la Segnatura, concibió una de sus obras más complejas y a la vez universales, La Escuela de Atenas. Celebración de la cultura occidental desde la arquitectura (inspirada en la Basílica de Majencio, en el Foro Romano) a las figuras, lo revolucionario de esta pintura es que identifica a artistas con filósofos, otorgándoles a los primeros un rango intelectual y no meramente artesanal o manual, a lo que se les reducía antes de la Modernidad.
Aupando a las artes plásticas, Rafael convirtió a sus colegas contemporáneos en los alter ego de sabios griegos. Platón luce las facciones de Da Vinci, Heráclito las de Miguel Ángel, Euclides las de Bramante… Un juego poético que impresiona, dentro del que Rafael incluyó su propio autorretrato, escondido entre geógrafos de la Antigüedad.
‘Muerte de amor’ en el Vaticano
Huérfano desde los 11 años, Rafael debió de sentirse como en casa en las dependencias del Vaticano, ganándose el visible favor de los dos papas con los que coincidió en la Santa Sede. “Como recompensa de sus esfuerzos y virtudes, el Papa le iba a conceder el birrete rojo, no en vano había nombrado cardenales a muchas personas no más dignas que él”, escribió Vasari. Mientras esos rumores campeaban por el Vaticano, se conocían igualmente los amores del pintor de la sensualidad con la Fornarina, a la que retrató en repetidas ocasiones.
El biógrafo achaca la muerte prematura de Rafael a sus prácticas amatorias, informando de que “una noche cometió más excesos de lo habitual y volvió a casa con mucha fiebre”. Los médicos le diagnosticaron una insolación y le sacaron sangre, un remedio que entonces se creía que valía para todo. Así, tras sus supuestos excesos amorosos y en manos de imprudencias médicas, el artista se dio cuenta de que no se recuperaba, sino que empeoraba, e “hizo testamento, como buen cristiano”. Queriendo ser enterrado en el Panteón de Roma, bajo una estatua de la Virgen y el Niño.
Parece que en su lecho de muerte, le acompañó, sin terminar, La transfiguración, obra que había comenzado dos años antes. Su espectacular composición señala, de algún modo, que Rafael, el summum del Renacimiento, todavía se superó a sí mismo desembocando en lo que más tarde sería el Barroco: luces contra sombras, cuerpos en escorzo, fuerzas en disputa. La parte superior del cuadro forma un círculo (luminoso, representando la transparencia de la Resurrección de Jesús) y la inferior un semicírculo, ensombrecido por la muerte. Y, quizá, por la insensatez de los hombres y su fragilidad, representada en la escena de la cura del poseso. El enlace de ambos círculos, separados por el monte, se produce siguiendo la disposición de las manos de los personajes. Se cuenta que el mismo papa, entonces León X, lloró la muerte del creador de tanta maravilla.