De la mano de algunos imprescindibles de la Historia del Arte La Semana Santa en diez cuadros. Un recorrido por las escenas de la pasión
“¿Qué somos? Existencia diaria (···) ¿De dónde venimos? Manantial. Niño. La vida empieza”. Igual de sintético y sugerente con la palabra que con el pincel, Paul Gauguin escribía estas notas desde Tahití, donde se decidió confinar para vivir creando desde una radical cercanía a la naturaleza. Unos años antes había pintado su "Cristo en el huerto de los Olivos"
En "El expolio" de El Greco, la túnica (auténticamente roja) de Cristo se refleja en la armadura transparente de uno de sus opresores
De la cena de Jesús y los apóstoles que se conmemora el Jueves Santo a la Resurrección, repasamos las imágenes más duras y compasivas de la pasión a través de la mirada de diez maestros de la Historia del Arte, uno por escena.
Última cena, de Andrea del Castagno
Incomparable a la atmósfera que se percibe en la de Da Vinci, no obstante esta Última cena se trata de una valiosa muestra de la capacidad de dibujo que tenía Andrea del Castagno. La fuerza con la que inventó las expresiones, la fortuna de los gestos… Del Castagno, que murió prematuramente, a los 34 años, representó a Judas especialmente cerca de Jesús, pero confrontado a él. Las dos caras, el traidor y el condenado, del calvario que se avecinaba.
Cristo en el huerto de los Olivos, de Gauguin
“¿Qué somos? Existencia diaria (···) ¿De dónde venimos? Manantial. Niño. La vida empieza”. Igual de sintético y sugerente con la palabra que con el pincel, Paul Gauguin escribía estas notas desde Tahití, donde se decidió confinar para vivir creando desde una radical cercanía a la naturaleza. Unos años antes había pintado esta obra de temática católica: Cristo en el huerto de los Olivos, impresionante por dos motivos. El primero, porque en la figura protagonista se reconoce un autorretrato del pintor, lo que suscita la pregunta de qué sentía Gauguin para representarse a sí mismo en ese momento tan especial, en el que Jesús anticipa su propia muerte y se retira en soledad a rezar. El otro se trata del hecho de que, al fondo de la escena, alejados de la imponente figura de barba pelirroja, aparezcan tres árboles que se han identificado como poética alusión a las tres cruces del calvario. Nueva señal de lo que tendría que afrontar Jesús.
El beso de Judas, de Fra Angelico
Llegando a prior por el éxito de sus obras, al temple sobre tabla, el fraile apodado Angelico inmortalizó en esta majestuosa imagen el momento en el que el apóstol Judas traicionó a Jesús, con la señal de besarle para que los romanos lo apresaran. Con una mirada visionaria en pleno Quattrocento (hasta cuando lo que se había acostumbrado, entre los pintores, había sido pulir con pericia los detalles de sus obras), Vasari cuenta que Fra Angelico no hacía retoques, convencido de que lo que pintaba no respondía a su voluntad, sino que obedecía a Dios.
El expolio, de El Greco
Plasmando el agobio, la sensación de que Cristo está acorralado frente al calvario que ha aceptado, El Greco representó su prendimiento sin perspectiva, mediante la acumulación de figuras. A los pies del condenado, un hombre aborda la misión de seguir clavando la cruz que le espera, mientras el grupo de las tres Marías lo observa. Pero lo más destacable del cuadro no es cómo el autor -como Gauguin en el huerto- sitúa en la escena un símbolo que prefigura la muerte de Cristo, sino un efecto de todavía mayor genialidad: la túnica (auténticamente roja) de Cristo se refleja en la armadura transparente de uno de sus opresores, denunciando la culpa y llamando -a pesar de las lanzas y la irrevocabilidad del viacrucis que se inicia- al espectador al com-pathos. A compartir el dolor de Jesús, la víctima de ese expolio.
La flagelación de Cristo, de Piero della Francesca
En primer plano, unos personajes que no reconocemos, pero que son representaciones de contemporáneos, reales, del pintor, parece que conspiran. De esta manera Piero della Francesca actualizó la pasión de Cristo y les dijo a sus iguales: fuimos nosotros los que le atamos a la columna. Mejor dicho, sois vosotros, porque esos tres personajes históricos protagonizaron una conjura en Florencia. La escena queda atrás, evidenciando la ignorancia -o indiferencia- de los culpables de haber provocado la flagelación de Cristo. Alucinante conjunción de la composición y el fondo moral de esta pintura, paradigmática de la modernidad del Renacimiento.
Cristo atado a la columna, Diego Velázquez
Conocido también como Cristo y el alma cristiana, este cuadro no contiene la emotividad del Cristo de San Plácido -el Cristo de Velázquez por antonomasia- pero coincide en la biografía del autor con un momento de dolor irrepetible. Velázquez lo pintó en medio del desgarro; mientras asumía que una de sus hijas, pequeña, había muerto.
La santa Faz, de Francisco de Zurbarán
De veron-icon, la verdadera imagen, ha quedado la figura legendaria de la mujer que socorrió a Jesús mientras cargaba con la cruz a cuestas, secándole con un paño tanto el sudor como la sangre que le descendía de la corona de espinas. Esta verónica o santa Faz, tradicionalmente representada de un modo hierático y una posición frontal, es recreada por Zurbarán con evidente innovación para la época. Pintando el rostro de Cristo ladeado y absolutamente desdibujado, de veras convertido en una mancha o huella del calvario, el contemporáneo de Velázquez logró humanizarlo. Merece la pena, además, detenerse a contemplar la minuciosidad de la representación del paño e incluso de las cuerdecitas que lo anudan.
Crucifixión, de Andrea Mantegna
Con el cráneo de Adán a los pies de la cruz, representando la redención del pecado original, Mantegna asombra por la manera de tratar la figura de la Virgen: sobrepasada por la compasión, aparece directamente desmayada.
El Santo entierro, de Sandro Boticcelli
Botticelli, el pintor de la sensualidad, supo transmitir en este descendimiento del cuerpo de Cristo de la cruz la tensión del momento. Las posturas del grupo de personajes parecen expresar que, cuando la compasión hace arco, lo que queda es la piedad: la representación de la madre sosteniendo el dolor del hijo muerto. Sobrecoge, sin embargo, el cansancio que emana la cara de María, destrozada. Mientras, las otras mujeres de la composición son las que limpian las heridas de Cristo, estando cerca por encima del dolor.
Resurrección, de Verrochio
Pintada sobre terracota, esta imagen de la Resurrección de Cristo sorprende por la humanidad que expresa el rostro del resucitado, a la vez que, dándole la espalda, los soldados que vigilan el sepulcro empiezan a despertar. Ajenos a la corporeidad del resucitado, al dinamismo de la escena, no atienden el milagro que está ocurriendo.