Coronavirus: ¿Sigue Dios de vacaciones?
Una vez más, lo que está en juego es encontrar una respuesta razonable y compatible con la fe al eterno problema del mal, del sufrimiento y de la muerte.
¿Dónde está Dios? La respuesta es simple y compleja al mismo tiempo. Dios está donde siempre ha estado: con el hombre y por el hombre.
Estas afirmaciones, a aquellos que han perdido un ser querido en esta situación, o sienten el miedo y la amenaza del “virus” o llevan mal el encierro, les puede parecer una frivolidad.
Pero leer la acción de Dios, en clave de fe, no es algo teórico, sino existencial. Lo único que sentimos muchas veces es su silencio. Jesús también lo sintió. “Padre, si es posible, que pase de mí este cáliz; mas no se haga mi voluntad sino la tuya”. Nos debemos preguntar: ¿Qué imagen tenemos de Dios? ¿Qué esperamos de Dios? ¿Quién es Dios para nosotros?
La primera que Dios siempre respeta la libertad del ser humano. Y esto que es un postulado esencial tiene un coste, ya que al encuentro de eso sale la intensidad de la situación por la que nos dirigimos a Dios. Y lo segundo. La mayoría de las situaciones por las que nos dirigimos a Dios son obra de la libertad humana, paradójicamente en esa misma libertad está la solución, de acuerdo con los niveles de responsabilidad de cada uno.
En conclusión, como decía mi buen amigo, Eloi Leclerq, que fue prisionero en el campo de concentración de Dachau, y que vio morir a miles de seres humanos, “allá donde todo grita la ausencia de Dios, Dios esta muy presente”. Por eso, a pesar de todo, mantengamos la esperanza viva.
Estas afirmaciones, a aquellos que han perdido un ser querido en esta situación, o sienten el miedo y la amenaza del “virus” o llevan mal el encierro, les puede parecer una frivolidad.
Pero leer la acción de Dios, en clave de fe, no es algo teórico, sino existencial. Lo único que sentimos muchas veces es su silencio. Jesús también lo sintió. “Padre, si es posible, que pase de mí este cáliz; mas no se haga mi voluntad sino la tuya”. Nos debemos preguntar: ¿Qué imagen tenemos de Dios? ¿Qué esperamos de Dios? ¿Quién es Dios para nosotros?
La primera que Dios siempre respeta la libertad del ser humano. Y esto que es un postulado esencial tiene un coste, ya que al encuentro de eso sale la intensidad de la situación por la que nos dirigimos a Dios. Y lo segundo. La mayoría de las situaciones por las que nos dirigimos a Dios son obra de la libertad humana, paradójicamente en esa misma libertad está la solución, de acuerdo con los niveles de responsabilidad de cada uno.
En conclusión, como decía mi buen amigo, Eloi Leclerq, que fue prisionero en el campo de concentración de Dachau, y que vio morir a miles de seres humanos, “allá donde todo grita la ausencia de Dios, Dios esta muy presente”. Por eso, a pesar de todo, mantengamos la esperanza viva.
La primera que Dios siempre respeta la libertad del ser humano. Y esto que es un postulado esencial tiene un coste, ya que al encuentro de eso sale la intensidad de la situación por la que nos dirigimos a Dios. Y lo segundo. La mayoría de las situaciones por las que nos dirigimos a Dios son obra de la libertad humana, paradójicamente en esa misma libertad está la solución, de acuerdo con los niveles de responsabilidad de cada uno.
En conclusión, como decía mi buen amigo, Eloi Leclerq, que fue prisionero en el campo de concentración de Dachau, y que vio morir a miles de seres humanos, “allá donde todo grita la ausencia de Dios, Dios esta muy presente”. Por eso, a pesar de todo, mantengamos la esperanza viva.
En esta coyuntura tan particular, algunos creyentes se preguntan: ¿Dónde está Dios? Otros, cercanos a mí, quizá por la confianza, me invitan a decir una palabra que les ayude. Pero en primer lugar escribo para mí y si alguien lo lee y le sirve, estupendo.
Una vez más, lo que está en juego es encontrar una respuesta razonable y compatible con la fe al eterno problema del mal, del sufrimiento y de la muerte. Esto afirma al respecto, Victor Codina, en un artículo reciente en Religión Digital :”También surgen reflexiones sobre el problema del mal, el sentido de la vida y la realidad de la muerte, un tema hoy tabú. La novela “La peste” de Albert Camus de 1947 se ha convertido en un best seller. No solo es una crónica de la peste de Orán, sino una parábola del sufrimiento humano, del mal físico y moral del mundo, de la necesidad de ternura y solidaridad”. Y añade este mismo autor: “Los creyentes de tradición judeocristiana nos preguntamos por el silencio de Dios ante esta epidemia. ¿Por qué Dios lo permite y calla? ¿Es un castigo? ¿Hay que pedirle milagros, como pide el P. Penéloux en La peste? ¿Hemos de devolver a Dios el billete de la vida, como Iván Karamazov en “Los hermanos Karamazov,” al ver el sufrimiento de los inocentes? ¿Dónde está Dios?”. La respuesta de fe a este terrible interrogante es es tan válida y razonable como otras opciones.
¿Dónde está Dios? La respuesta es simple y compleja al mismo tiempo. Dios está donde siempre ha estado: con el hombre y por el hombre. Y de nuevo Codina nos aclara: “No estamos ante un enigma, sino ante un misterio, un misterio de fe que nos hace creer y confiar en un Dios Padre-Madre creador, que no castiga, que es bueno y misericordioso, que está siempre con nosotros, es el Emanuel; creemos y confiamos en Jesús de Nazaret que viene a darnos vida en abundancia y se compadece de los que sufren; creemos y confiamos en un Espíritu vivificante, Señor y dador de vida. Y esta fe no es una conquista, es un don del Espíritu del Señor, que nos llega a través de la Palabra en la comunidad eclesial”.
Estas afirmaciones, a aquellos que han perdido un ser querido en esta situación, o sienten el miedo y la amenaza del “virus” o llevan mal el encierro, les puede parecer una frivolidad. Incluso, pueden llegar a rechazar a ese Dios que, para ellos, se desentiende, una vez más, del hombre cuando más lo necesita. Y aquí, muchos recuerdan Auschwitz, la Inquisición, la conquista de América, la guerras de religión y otras barbaridades en las que parece que Dios ha mirado hacia otro lado o se han cometido salvajadas en su nombre. Para muchos hombres y mujeres, incluso creyentes, el “curriculum” de Dios está manchado de sangre. Y se sienten impotentes ante todas estas acusaciones. Para los no creyentes es diferente, porque todas esas injusticias o calamidades pueden atribuirlas al hombre, que muchas veces ha actuado en nombre de su Dios. Tienen todo el derecho a pensar así. Y pueden tener razón. El diálogo es siempre difícil, acaso imposible.
Y ¿qué decir de circunstancias terribles que nos sobrevienen de manera muy cercana y hacen que nuestra fe y esperanza se tambaleen? Esto no es teoría, es auténtica realidad. Sin necesidad de citar situaciones concretas, cada uno podría sacar una lista de circunstancias ante las que queda desbordado, y de las que tendríamos que pedir a Dios explicaciones. Pero ¿Dónde está Dios? Éste es un grito bíblico que se oye desde los tiempos de Job. ¡Qué difícil es hablar del amor de Dios cuando uno siente tan de cerca el abandono y la impotencia!
Los que creemos en Jesús, los que queremos seguir a Jesús, creemos en su Palabra. Él pasó haciendo el bien, curando, consolando, confortando. Hay muchas citas evangélicas que nos dan cuenta de ello. Él nos enseñó a orar, a invocar al Padre, nos dio consejos: ser tenaces, insistentes como la viuda importuna como la sirofenicia, a preparar una buena tierra en la que arraigue la simiente, nos enseña a ser justos, sencillos, a compartir lo que recibimos y vivimos, a creer contra toda esperanza. Nos invita a servir, a estar alerta y vigilar. Nos invita a perdonar hasta setenta veces siete. Nos recomienda orar en común, a esperar. “Pedid y se os dará; buscad y hallaréis; Porque todo el que pide recibe; el que busca, halla y al que llama, se le abrirá. Nos invita a vivir en bienaventuranza, a ser sal de la tierra y luz del mundo. Él nos ha enseñado como vivió, para que podamos vivir como Él.
A partir de releer su vida, podemos preguntarnos cómo vivimos nosotros. ¿Cuáles son nuestras actitudes? ¿Se parecen en algo a las de Jesús? A Dios le importa la historia de los hombres, de cada hombre, de cada uno de nosotros. Pero leer la acción de Dios, en clave de fe, no es algo teórico, sino existencial. Lo único que sentimos muchas veces es su silencio. Jesús también lo sintió. “Padre, si es posible, que pase de mí este cáliz; mas no se haga mi voluntad sino la tuya”. Nos debemos preguntar: ¿Qué imagen tenemos de Dios? ¿Qué esperamos de Dios? ¿Quién es Dios para nosotros?
Seguramente querríamos que Dios se olvidara por un tiempo del postulado esencial de la creación del hombre: la libertad. Que nos diera solución a todas las situaciones y problemas del ancho mundo, muchas de las cuales son fruto de la acción del hombre: las guerras, el hambre, las enfermedades…Y de paso, que nos solucionara a cada uno lo nuestro, lo que nos hace sufrir. Que nos arregle la vida. Sin duda, eso es lo que, en fondo, todos esperamos de Dios, y se lo pedimos cada día. Queremos un Dios a la carta, ideal y maravilloso, al servicio de nuestras necesidades y peticiones. Un Dios, diríamos que nos escucha realmente.
Todos tenemos claro que las cosas no son así. Dios nos quiere profundamente, pero no puede convertirse en un Dios “varita mágica”, según dice Codina, en el referido artículo: “Todo esto no impide que, como Job, nos quejemos y querellemos ante Dios al ver tanto sufrimiento, ni impide que, como el Qohelet o Eclesiastés, constatemos la brevedad, levedad y vanidad de la vida. Pero no hemos de pedir milagros a un Dios que respeta la creación y nuestra libertad, quiere que nosotros colaboremos en la realización de este mundo limitado y finito. Jesús no nos resuelve teóricamente el problema del mal y del sufrimiento, sino que a través de sus llagas de crucificado-resucitado nos abre al horizonte nuevo de su pasión y resurrección; Jesús con su identificación con los pobres y los que sufren, ilumina nuestra vida; y con el don del Espíritu nos da fuerza y consuelo en los nuestros momentos difíciles de sufrimiento y pasión”.
Tampoco podemos cerrarnos desde una estricta racionalidad a la posibilidad de que Dios haga un milagro, en el sentido de una clara ruptura de las leyes de la naturaleza. Sería negar su omnipotencia. No se trata de eso. Esta posibilidad está siempre abierta, por eso tiene sentido la oración de petición. Sin embargo esta conlleva el compromiso del hombre para colaborar en esa causa por la cual nos dirigimos a Dios. La intensidad de la oración no necesariamente debería ser simétrica al compromiso del hombre, pero tendría que estar estar siempre abierta a la voluntad de Dios. Por eso nos debemos preguntar sobre la imagen que tenemos de Dios. También nos recuerda Consuelo Velez, en Religión Digital: “En realidad, Dios está acompañando este momento y acompañándonos a cada uno/a para que asumamos esta realidad y salgamos adelante. Él muere con cada víctima del contagio, se cura con todos los que se han podido recuperar, tiene miedo con todos los que están llenos de temor a contagiarse, sufre con las consecuencias que trae esta situación, especialmente, a nivel económico, para los más pobres”. Per se pregunta Vélez, más adelante: “Pero ¿acaso Dios no tiene poder para librarnos de este mal definitivamente? Una vez más podemos constatar cómo es el Dios del reino, anunciado por Jesús: no es un Dios de poder que cambia por arte de magia las cosas, sino es el Dios encarnado en esta humanidad que cuenta con cada uno/a de sus hijos e hijas para llevar adelante la historia humana”. Y concluye: “Para salir de la pandemia necesitamos del esfuerzo humano a nivel de la ciencia para detener el virus y producir una vacuna y necesitamos de la generosidad de todas las personas para sobrellevar esta dificultad y vencerla. Así lo ha dispuesto Dios en su manera de crear este mundo y confía que sepamos hacerlo”. También Jesús Espeja nos dicen en Religión Digital:“Pero no busquemos pretendidos razonamientos sobrenaturales ni acudamos a intervenciones milagrosas para reemplazar la falta de razones humanas y para dispensarnos de nuestros compromisos terrenos”, lógicamente en esta situación.
¿Qué imagen tengo de Dios? La imagen de Dios se crea en nosotros desde la más tierna infancia cuando alguien nos empieza a hablar de Dios, en casa, en la escuela, en la Iglesia. Y esas primeras impresiones perviven mas de los pensamos en nuestras vidas. El acercamiento a Dios no es sólo intelectual, que también, pero sobre todo existencial. Y ahí, esas primeras imágenes van a resistirse muchas veces a nuestra maduración intelectual y existencial. En el caso del problema del mal, el sufrimiento y la muerte, temas que nos comprometen en profundidad, es bastante complicado alejar esas impresiones y sensaciones primigenias, por eso es necesario replantearse continuamente nuestra imagen de Dios para que sea la lucidez quien domine y no las raquíticas ideas, que deberían haber sido superadas por nuestro crecimiento interior y la formación y maduración de nuestra fe.
En cualquier caso, tenemos que tener claras algunas cosas. La primera que Dios siempre respeta la libertad del ser humano. Y esto que es un postulado esencial tiene un coste, ya que al encuentro de eso sale la intensidad de la situación por la que nos dirigimos a Dios. Y lo segundo. La mayoría de las situaciones por las que nos dirigimos a Dios son obra de la libertad humana, paradójicamente en esa misma libertad está la solución, de acuerdo con los niveles de responsabilidad de cada uno. En muchos casos, por ejemplo en el caso concreto de una guerra, los niveles de responsabilidad moral están muy repartidos. No es la misma para quienes apoyan esas medidas o se rebelan ante ciertas decisiones. Hay que hilar muy fino en cada caso.
Y concluye Codina: “¿Dónde está Dios? Está en las víctimas de esta pandemia, está en los médicos y sanitarios que los atienden, está en los científicos que buscan vacunas antivirus, está en todos los que en estos días colaboran y ayudan para solucionar el problema, está en los que rezan por los demás, en los que difunden esperanza”. En la misma línea se expresa Jesús Espeja, en un artículo, también en Religión Digital: “En la investigación seria de los científicos, en la preocupación y sanas medidas de los gobernantes, en el infatigable trabajo del personal sanitario, en la conducta solidaria de los ciudadanos, y en quienes a pesar de todo, ocurra lo que ocurra. mantienen viva la confianza, bien podemos decir que está Dios encarnado. Una Presencia de amor capaz de llamar a las cosas que no son para que sean y de dar vida a los muertos”.
Y aparecen también los agoreros de siempre. No hagamos caso a personajes como algún cardenal que anima a desobedecer las órdenes de confinamiento para ir a misa y comulgar. Esto contradice a la Iglesia que, para prevenir contagios ha suspendido las celebraciones y dispensado a los fieles de la recepción de la comunión. Dice este personaje: ”No podemos aceptar las determinaciones de los gobiernos seculares, que tratarían la adoración a Dios como ir a un restaurante", expresando que el culto público debería considerarse un bien de primera necesidad, pudiendo acudir a la eucaristía "así como podemos comprar alimentos y medicinas, mientras cuidamos de no propagar el virus en el proceso”.
También Consuelo Vélez en un magnífico artículo nos cuenta esto: “Y ¿dónde está Dios mientras pasa todo esto? Es la pregunta que nos hacemos siempre que topamos con momentos límite y algunos aprovechan para interpretar esa realidad como un “castigo divino”. Ya escuché a un clérigo decir que Dios nos estaba castigando porque la gente no estaba celebrando las Semana Santa, sino que se iba a pasear. Por supuesto, esto es falso, aunque bastante gente se lo cree y más todavía cuando se nos invita a hacer oraciones casi tipo exorcismos como “espantando” ese mal que ahora nos ha caído encima.”
En todo caso alejémonos de los fundamentalistas de todo tipo que ven pecados y castigos por todas partes. Los apocalípticos disfrutan de estas situaciones, ya que vaticinan siempre lo peor, y así sucesivamente.
En conclusión, como decía mi buen amigo, Eloi Leclerq, que fue prisionero en el campo de concentración de Dachau, y que vio morir a miles de seres humanos, “allá donde todo grita la ausencia de Dios, Dios esta muy presente”. Por eso, a pesar de todo, mantengamos la esperanza viva.