¿Una Iglesia nueva, mientras el Vaticano ofrece los odres de siempre…? La Sinodalidad: ¿Iglesias locales versus Roma?
A pesar de que hay intentos desde el Vaticano de domesticar y reconducir las conclusiones más díscolas, el conflicto se ha instalado entre algunas Iglesias locales y Roma. Esto es real y no se puede ni maquillar, ni ignorar.
El conflicto, llevado desde la serenidad y el diálogo y no desde el autoritarismo, es una oportunidad para el crecimiento en la Iglesia. Es un reconocimiento del pluralismo, fruto del Espíritu Santo que no sólo sopla en una dirección, y siempre en la misma.
¿La potente teología de algunos países con gran tradición es más débil que la teología romana?¿Significaría ésto una ruptura de la unidad o un enriquecimiento de diversas experiencias? ¿Asumir la diferenciación con naturalidad no debería ser preceptivo? ¿Una Iglesia nueva y el Vaticano ofrece los odres de siempre…?
La Sinodalidad es un proceso puesto en marcha por la Iglesia Universal, que está poniendo a prueba y tensando las relaciones entre muchas iglesias locales, nacionales y Roma. Probablemente las sesudas mentes que pusieron en marcha este proceso no habían previsto -o sí- el alcance de las deliberaciones y conclusiones en algunos países. Si no lo habían previsto pecaron de bisoños y lo contrario de malintencionados, traicionando al mismo tiempo al mentor del mismo, el papa Francisco. Lo evidente es que, a pesar de que hay intentos desde el Vaticano de domesticar y reconducir las conclusiones más díscolas, el conflicto se ha instalado entre algunas Iglesias locales y Roma. Esto es real y no se puede ni maquillar, ni ignorar. El pulso al Vaticano es evidente y real. Algunos catastrofistas proclaman a diestro y siniestro el Cisma, recordando la ruptura de Lutero, y llaman al “Roma locuta, causa finita”.
En el fondo un conflicto parecido se presentó en los albores de la Iglesia. El Capítulo 15 del libro de los Hechos de los Apóstoles nos habla del famoso Concilio de Jerusalén. A pesar de que la redacción de este texto está bastante enmarañada y mezcla las distintas fuentes de las que se sirvió Lucas, sin embargo claramente nos muestra el problema: la circuncisión. La historia posterior de los Hechos y la tarea evangelizadora de Pablo confirman la ruptura con el Judaísmo, por eso no era ya necesaria la circuncisión para entrar a formar parte de la comunidad cristiana. Esto que en el libro de los Hechos de los Apóstoles está muy sintetizado, probablemente fue el resultado de décadas de relaciones tensas entre Antioquía y Jerusalén. Un momento crucial para la Iglesia. A aquellos primeros cristianos provenientes del Judaísmo le provocaría mucho vértigo renunciar a aquellas prácticas identitarias; y a los que entraban desde el paganismo había que ofrecerles un camino que nos les produjera un rechazo inicial. Pablo, y muchos judeocristianos, fueron cristianos de más, pero seguramente no judíos de menos. Así nos lo demuestra mucha literatura apócrifa de aquellos primeros tiempos. Pero supieron discernir el camino más adecuado para, en comunión con Jerusalén, dar respuesta a los signos de los tiempos.
El conflicto, llevado desde la serenidad y el diálogo y no desde el autoritarismo, es una oportunidad para el crecimiento en la Iglesia. Es un reconocimiento del pluralismo, fruto del Espíritu Santo que no sólo sopla en una dirección, y siempre en la misma. El Concilio Vaticano II puso en marcha unos procesos de renovación a todos los niveles que nos han traído hasta esta situación actual de la Iglesia. El papa Francisco está cansado de repetir que la renovación que él ha puesto en marcha está en las conclusiones de las reuniones de los cardenales antes del Cónclave. La comunión entre las Iglesias locales y la Iglesia universal y el dinamismo que nace de esa idea conciliar no ha sido explotado suficientemente. Roma tiene que desprenderse del modelo Imperial. Una revisión a fondo de la Eclesiología en este ámbito se impone. Un debate en torno a los elementos identitarios de la “Catolicidad” y la comprensión de los mismos es necesaria.
En esto momentos se impone una revisión fondo del estatuto de la Iglesias Locales y su relación con la Iglesia Universal. ¿Acaso la Unidad es uniformidad? ¿Puede una Iglesia Local, respondiendo a su historia, idiosincracia y vivencia determinar sobre algunos aspectos no dogmáticos y disciplinares? ¿La potente teología de algunos países con gran tradición es más débil que la teología romana?¿Significaría ésto una ruptura de la unidad o un enriquecimiento de diversas experiencias? ¿Asumir la diferenciación con naturalidad no debería ser preceptivo? ¿Una Iglesia nueva y El Vaticano ofrece los odres de siempre…?
Muchos interrogantes para encontrar las mejores soluciones para todos, no sólo para Roma. Una vez más en las aulas del Vaticano cuando se produzcan las discusiones deberían todos hablar con claridad y libertad, ya que detrás hay miles de fieles que pueden sentir la sensación de engaño o de que ha sido un proceso fallido, y por lo tanto frustrante. Entonces será: ”Roma locuta, causa cagata..”.