“Nos esforzamos en agradar al Señor”, porque nos sentimos amados siempre El Espíritu de Jesús guía nuestra vida (D. 11º TO 2ª lect. 16.06.2024)
“El tribunal de Cristo” es el “tuve hambre y me disteis de comer...” (Mt 25,35)
| Rufo González
Comentario: “caminamos en fe y no en visión” (2Cor 5, 6-10)
La pastoral de Pablo nace del amor de Jesús: “nos apremia el amor de Cristo” (2Cor 5,14). El apóstol actúa pensando en el bien de sus hermanos: “no somos señores de vuestra fe, sino que contribuimos a vuestra alegría” (2Cor 1,24). “Encargados de este ministerio por la misericordia obtenida, no nos acobardamos; al contrario, hemos renunciado a la clandestinidad vergonzante, no actuando con intrigas ni falseando la palabra de Dios; sino que, manifestando la verdad, nos recomendamos a la conciencia de todo el mundo delante de Dios” (2Cor 4,1s). La verdad brilla en la ética de Jesús.
El fragmento de hoy (5, 6-10) pertenece a una sección sobre el servicio del Apóstol (3,1 - 6,10). Sirve a la verdad, animado por el amor: “Por eso, no nos acobardamos, sino que, aun cuando nuestro hombre exterior se vaya desmoronando, nuestro hombre interior se va renovando día a día. Pues la leve tribulación presente nos proporciona una inmensa e incalculable carga de gloria, ya que no nos fijamos en lo que se ve, sino en lo que no se ve; en efecto, lo que se ve es transitorio; lo que no se ve es eterno” (4, 16-18).
Los primeros versículos del cap. 5, preparan la lectura de hoy: “Sabemos que, si se destruye esta nuestra morada terrena, tenemos un sólido edificio que viene de Dios, una morada que no ha sido construida por manos humanas, es eterna y está en los cielos… Y nos ha preparado para esto Dios, el cual nos ha dado como garantía el Espíritu” (5,1-5).
El Espíritu de Dios nos da conciencia de ser sus hijos, coherederos con Cristo. El verbo repetido, “tharréo” (vv. 6 y 8; tener confianza, estar de buen ánimo, ser atrevido, osado) expresa la confianza y la osadía de la fe en Cristo Jesús: “Así pues, siempre llenos de buen ánimo y sabiendo que, mientras habitamos en el cuerpo, estamos desterrados lejos del Señor, caminamos en fe y no en visión. Pero estamos de buen ánimo y preferimos ser desterrados del cuerpo y vivir junto al Señor” (vv. 6-8). La fe en el amor de Dios orienta y estructura radicalmente la vida hasta “preferir vivir junto al Señor”.
Al sentirnos amados por Dios, sentimos el afán de agradarle: “Por lo cual, en destierro o en patria, nos esforzamos en agradarlo” (v. 9; lit.: “amamos el honor de serle gratos” –filotimoúmeza... euárestoi autô eînai-). “Nos esforzamos en agradar al Señor” en todo, porque nos sentimos amados en todo. Esto es evidente en la vida de Jesús.
“Todos tenemos que comparecer ante el tribunal de Cristo para recibir cada cual por lo que haya hecho mientras tenía este cuerpo, sea el bien o el mal” (v. 10). Es la respuesta humana al amor de Dios, manifestado en Cristo. “El tribunal de Cristo” es Amor práctico: “tuve hambre y me diste de comer...”. A pesar de no haber sido fieles al amor, confiamos: “¿Quién condenará? ¿Acaso Cristo Jesús, que murió, más todavía, resucitó y está a la derecha de Dios y que además intercede por nosotros? ¿Quién nos separará del amor de Cristo? … Pues estoy convencido de que ni muerte, ni vida, ni ángeles, ni principados, ni presente, ni futuro, ni potencias, ni altura, ni profundidad, ni ninguna otra criatura podrá separarnos del amor de Dios manifestado en Cristo Jesús, nuestro Señor” (Rm 8, 34-39). El Amor de Dios no es vengativo: “El amor no lleva cuentas del mal” (1Cor 13, 5). Es la confianza radical de nuestra fe en “el modo de sólo Dios conocido” (GS 22).
Fe que confía en el Dios que actúa nuestro mundo, “fundado y conservado por el amor del Creador” (GS 2). El Espíritu divino es “semilla que germina y va creciendo, sin que sepamos cómo”. Semilla automática, que crece por sí misma. Es como el“grano de mostaza” (Mc 4,26-34) crece en los más pequeños, en los niños, los últimos, los “nadie”. Ellos tienen fuerza y poder de cambio. En ellos brilla la humanidad cuando es maltratada y nos mueven a recuperar su dignidad. Es la humanización que no cesa.
Oración: “caminamos en fe y no en visión” (2 Cor 5,6-10)
Jesús, Hijo amado del Padre:
creer en ti nos “da acceso a esta gracia,
en la cual nos encontramos” (Rm 5,2);
“gracia” que es “el Espíritu Santo que se nos ha dado,
y ha derramado en nuestros corazones el amor de Dios” (Rm 5,5).
Tu Espíritu nos hace “siempre llenos de buen ánimo”:
sabiendo que, mientras habitamos en el cuerpo,
estamos desterrados lejos de ti, Señor;
caminamos en fe y no en visión;
pero estamos de buen ánimo y preferimos ser
desterrados del cuerpo y vivir junto a ti, Señor.
En destierro o en patria, nos esforzamos en agradarte.
Todos tenemos que comparecer ante tu tribunal, Cristo,
para recibir cada cual por lo que haya hecho…” (2Cor 5,6-10).
Tú, “Cristo, constituido Señor por tu resurrección,
a quien le ha sido dada toda potestad en el cielo y en la tierra,
actúas ahora por tu Espíritu en todo corazón humano:
despertando el anhelo del siglo futuro,
alentando, purificando y robusteciendo deseos generosos,
con que intentamos humanizar más la vida
y someter la tierra a este fin.
Los dones de tu Espíritu Santo son diversos:
a unos llamas a dar testimonio claro del deseo del cielo
y a mantenerlo vivo en la familia humana;
a otros los llamas al servicio terreno de la humanidad,
preparando así la materia del reino celestial.
Tu Espíritu nos libera a todos para que,
negado el amor propio y
asumidas todas nuestras fuerzas en favor de la vida,
caminemos hacia las realidades futuras,
para hacer de la humanidad una ofrenda agradable al Padre.
Tú, Señor, nos dejaste una garantía de esperanza y alimento
para el camino en el sacramento de la fe:
en él los elementos de la naturaleza, cultivados por el ser humano,
se convierten en tu cuerpo y sangre gloriosos,
en cena de comunión fraterna,
en degustación del banquete celestial” (GS 38).
A pesar de nuestra pobre fidelidad al amor,
confiamos en ti, Cristo Jesús:
“¿Quién nos condenará?
¿Acaso tú, Cristo Jesús, que moriste,
más todavía, resucitaste y estás a la derecha de Dios,
y que además intercedes por nosotros?
¿Quién nos separará de tu amor, Cristo? …
Estamos convencidos de que ni muerte, ni vida, ni ángeles,
ni principados, ni presente, ni futuro, ni potencias,
ni altura, ni profundidad, ni ninguna otra criatura
podrá separarnos del amor de Dios manifestado
en ti, Cristo Jesús, Señor nuestro” (Rm 8, 34-39).
Tu Amor no es vengativo:
“el amor no lleva cuentas del mal” (1Cor 13,5);
por eso confiamos en el Padre tuyo y nuestro
que “funda y conserva nuestro mundo con su Amor” (GS 2);
“todas las personas son objeto de su buena voluntad;
en todo corazón obra la gracia de modo invisible.
Tú, Cristo moriste por todos:
todos tienen tu vocación suprema divina;
creemos que tu Espíritu Santo ofrece a todos la posibilidad de que,
en la forma de sólo Dios conocida,
nos asociemos todos a tu misterio pascual” (GS 22).
Esta es nuestra oración y nuestra esperanza.