Pidamos al Espíritu que, como a Pablo, “una luz celestial” nos pregunte: “¿por qué me persigues” en los que tienen vocación sacerdotal, pero carecen del carisma celibatario? También “esos hombres son un instrumento elegido por mí para llevar mi nombre a pueblos y reyes, y a los hijos de Israel” (He 9, 3-4.15) "Los obispos matan a la Iglesia prefiriendo el sistema clerical a la conversión misionera"

El celibato no “caracteriza ni singulariza” el sacerdocio católico (VI)

La tercera denuncia del artículo, que vengo comentando (Patrik Royannais: “El incumplimiento de la castidad eclesiástica no es un asunto de faltas personales: es sistémico” 10.02.2024 RD), es la más arriesgada y comprometida. Tiene dos partes:

          1ª.- “La Iglesia no cesa de rezar por las vocaciones presbiterales. Pero si Dios responde a la oración, según muchos piensan, ¿no es acaso la escasez el resultado de que el modelo de sacerdote gregoriano y tridentino no es el que quiere el Señor hoy? ¡El Señor ya no llama a un sacerdote soltero!”.

Es un dato indiscutible: “La Iglesia no cesa de rezar por las vocaciones presbiterales”. También es indiscutible que es una de las oraciones menos atendidas por el Espíritu. Estos días saltaban a la actualidad, las listas de Ordenaciones presbiterales de la Iglesia en Francia: “En varias diócesis francesas, ningún nuevo sacerdote fue ordenado desde hace al menos 10 años. La peor situada, Carcasona, donde la última ordenación es en 2006. Su obispo, Bruno Valentín, se pregunta abiertamente sobre la capacidad de esa jurisdicción eclesiástica para seguir existiendo” (RD 28.06.2024).

El evangelio es claro ante la oración:todo el que pide recibe, y el que busca halla, y al que llama se le abre. ¿Qué padre entre vosotros, si su hijo le pide un pez, le dará una serpiente en lugar del pez? ¿O si le pide un huevo, le dará un escorpión? Si vosotros, pues, que sois malos, sabéis dar cosas buenas a vuestros hijos, ¿cuánto más el Padre del cielo dará el Espíritu Santo a los que le piden?” (Lc 11,10-13).

Ante la realidad vocacional, necesitamos preguntarnos: ¿pedimos el deseo de Dios? ¿Escuchamos lo que nos dice el Espíritu desde la realidad del mundo que “los cristianos creemos fundado y conservado por el amor del Creador” (GS 2)? El Espíritu “escruta los corazones sabe cuál es el deseo del Espíritu, y que su intercesión por los santos es según Dios” (Rm 8,27). Siguen en pie preguntas como: ¿está Dios obligado a llamar al celibato y al ministerio sacerdotal a una misma persona? ¿Dios tiene que obedecer las leyes de los dirigentes eclesiales? Es más bien al revés: ellos no pueden imponer a Dios nada, sino reconocer y agradecer lo que Dios hace. Es evidente que Dios no les hace caso, a pesar de sus oraciones “humildes y fuertes”. El Rector de la Iglesia de san Luis de los Franceses, se pregunta: “¿No es acaso la escasez el resultado de que el modelo de sacerdote gregoriano y tridentino no es el que quiere el Señor hoy?”. Responde taxativo: “¡El Señor ya no llama a un sacerdote soltero!”.

La promesa celibataria, hecha en un momento determinado, puede humanamente volverse imposible por motivos, que superan a la persona. Es una promesa no necesaria para la salvación, de vida o muerte cristiana. El célibe y el casado pueden vivir la fe y encontrar la realización plena. La persona es un ser histórico, evolutivo, cambiante, que puede descubrir que hizo una elección que ahora no haría. Pensó que podría, pero la vida real, su psiquismo, su cultura progresiva..., le aclaró que humanamente no puede vivir esa situación. Depresiones, represión continua, desequilibrio emocional, soledad, enamoramientos, etc. etc., fueron signos de la voluntad divina, que nos quiere felices. Pasa en todas las vocaciones vitales y profesionales. Sólo el empecinamiento y la poca comprensión, hacen de esta situación un callejón sin salida. Eso no se arregla con más oración. Eso sólo se arregla con libertad para que cada uno elija su realización humana en las diversas etapas de su vida. Creo evidente que la fidelidad a promesas opcionales, no necesarias para vivir cristianamente, sino más bien contrarias a la mayoría de los humanos, no deben ser motivo para impedir la realización vocacional presbiteral y episcopal. Ley y proceder actuales de la Iglesia sobre este asunto no concuerdan con el Padre de Jesús. Sí con un “Dios”, tirano, déspota, que a todo trance quiere imponer su ley, privando a las personas de libertad, dignidad y felicidad. Es lo que viene ocurriendo con tantos sacerdotes y algunos obispos que sienten la pasión misionera y aptitud para cuidar de la comunidad. La ley les impide realizarse, les hace culpables, sentirse mal, considerarse indignos. Amenaza así su alegría cristiana.

La consecuencia lógica de este empecinamiento la sufre la comunidad cristiana:

          2ª.- “Los obispos matan a la Iglesia prefiriendo el sistema clerical a la conversión misionera. Privan a la Iglesia del ministerio ordenado (y de lo que es portador) que, sin embargo, no dejan de decir indispensable a la Iglesia”.

San Juan Pablo II preguntaba a cada obispo por sus seminaristas. Si eran pocos, le decía: “usted ora poco”. Ni atisbó de que su voluntad podría no ser la de Dios. En vez de reconocer la voluntad de Dios en los carismas personales, el Papa obliga a Dios a ajustarse al armazón legal vigente. Sucumbe a la tentación del maligno: imponer a Dios que actúe conforme a la ley eclesial. Es arbitrario que la “fidelidad al celibato nunca ha sido denegada a quienes la piden” (PO 16). La esperanza de que Dios “dará siempre sacerdotes célibes por su gracia, es una esperanza buena y piadosa, pero teológicamente imposible de demostrar, y no puede permanecer como punto de vista único y decisivo”.

Un gran luchador por esta causa, J. M. Lorenzo Amelibia, cofundador y presidente de ASCE (Asociación de Sacerdotes Católicos Españoles), en 2014 envió una “Carta de un sacerdote secularizado al Papa Francisco”: “Santidad: Cuando firmé el rescripto de secularización incluí, en folio aparte, una coletilla con esta anotación: `Salgo del clero porque dada mi manera de ser, necesito para mi equilibrio interior contraer matrimonio. No renuncio al sacerdocio. En el momento en que me necesiten pueden llamarme; sigo con vocación sacerdotal´. 56 años después, continúo con esa misma vocación. Nadie me ha llamado, a pesar de la enorme carencia de “operarios de la mies”. Hoy ya de poco serviría, dada mi ancianidad... Y aquí viene mi iniciativa: mejor que estructurar una nueva organización pastoral…, hubiera sido que todos los obispos al unísono hubieran pedido al Papa la reintegración de esos cien mil sacerdotes secularizados -si lo desean- al ministerio... También se podía haber conseguido que en cada pueblo hubiera un sacerdote, hombre casado, que atendiera a la pequeña grey desinteresadamente, sin ningún estipendio… Santidad, aquí estoy disponible, y mejor que yo aún, varios miles que son más jóvenes y tienen mucha fe. Un abrazo” (RD 04.08.14 | 11:26).

El Evangelio critica a dirigentes que lían fardos pesados y se los cargan a la gente en los hombros, pero ellos no están dispuestos a mover un dedo para empujar... ¡ay de vosotros, guías ciegos!” (Mt 23,1-36; y par.). Negarse al cambio, creer sus leyes divinas, no aceptar otro modo evangélico del ministerio… es nomover un dedo para empujar”. Toda cerrazón se vuelve fanática al revestirla de “sagrada” y se hace humanamente irresoluble. Pidamos al Espíritu que, como a Pablo, “una luz celestial” nos pregunte: “¿por qué me persigues” en los que tienen vocación sacerdotal, pero carecen del carisma celibatario? También “esos hombres son un instrumento elegido por mí para llevar mi nombre a pueblos y reyes, y a los hijos de Israel” (He 9, 3-4.15).

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