Tu Iglesia entristece y preocupa a tu Espíritu Santo “al no respetar tu Evangelio, al restringir la igualdad de la mujer, al no atreverse a solucionar el problema de los sacerdotes casados, impidiendo a muchas comunidades celebrar la eucaristía…” “Vivid en el amor como Cristo os amó” (Domingo 19º TO 2ª lect. 11.08.2024)
Queremos, Jesús hermano, vivir como tú: como “oblación y víctima de suave olor”
| Rufo González
Comentario: “No entristezcáis al Espíritu Santo de Dios” (Ef 4,30-5,2)
Seguimos leyendo exhortaciones morales, propias de la catequesis bautismal, iniciada el domingo pasado. La exhortación se inicia en versículos anteriores no leídos hoy: “Dejaos de mentiras, hable cada uno con verdad a su prójimo, que somos miembros unos de otros. Si os indignáis, no lleguéis a pecar; que el sol no se ponga sobre vuestra ira. No deis ocasión al diablo. El ladrón, que no robe más, que se fatigue trabajando honradamente con sus propias manos para poder repartir con el que lo necesita. Malas palabras (pâs lógos sapròs: toda palabra tóxica) no salgan de vuestra boca; lo que digáis sea bueno, constructivo y oportuno, así hará bien a los que lo oyen” (Ef 4,25-29).
El pequeño fragmento leído (4, 30-5, 2) avisa sobre la tristeza que se produce al no respetar al Espíritu que nos habita: “No entristezcáis al Espíritu Santo de Dios con que él os ha sellado para el día de la liberación final” (v. 30). El Espíritu es “el santo”, propio de Dios. Dicho Espíritu modela nuestra personalidad: “si alguien no posee el Espíritu de Cristo no es de Cristo... Cuantos se dejan llevar por el Espíritu de Dios, esos son hijos de Dios” (Rm 8, 9.14). El Espíritu nos identifica con su “sello”: “En él también vosotros, después de haber escuchado la palabra de la verdad -el evangelio de vuestra salvación-, creyendo en él habéis sido marcados con el sello del Espíritu Santo prometido. Él es la prenda de nuestra herencia...” (Ef 1,13-14).
El Espíritu Santo no es insensible a nuestra conducta, aunque no entendamos cómo vive Dios esa situación. Al vivir sin evangelio o claramente en contra -cosa que ocurre con frecuencia-, se produce situación de tristeza, falta aliento espiritual y entusiasmo. Así lo expresó Isaías ante la rebelión del pueblo a las inspiraciones de Dios: “ellos se rebelaron contra él, contristaron su santo espíritu. Él se convirtió en su enemigo y luchó contra ellos” (Is 63,10). Pablo considera, además de la tristeza, la posibilidad de “extinguir, apagar, limitar” la acción del Espíritu: “No apaguéis el espíritu” (1Tes 5, 19).
El Espíritu da fuerza para combatir el mal y hacer el bien. “Desterrad de vosotros la amargura, la ira, los enfados e insultos y toda maldad” (v. 31). “Sed buenos (lit.: provechosos), comprensivos (lit.: de buenas entrañas), perdonándoos (lit.: dadores de “gracia”) unos a otros como Dios os perdonó (lit.: “agració”) en Cristo” (v. 32).
Esto inspira el Espíritu de Dios: “Sed imitadores de Dios, como hijos queridos, y vivid en el amor como Cristo os amó y se entregó por nosotros a Dios como oblación y víctima de suave olor” (5,1-2).Es la propuesta de Jesús: “sed perfectos, como vuestro Padre celestial es perfecto” (Mt 5, 48). Los vocablos “oblación y víctima” son una explicación, con categorías sacerdotales, de la vida que vivió Jesús. Explicación vinculada a conceptos religiosos inaceptables, como “expiación”, “sustitución”, “holocausto de desagravio o medio de aplacar a Dios”. Ideas que confundieron el culto cristiano (cena del Señor, sacramentos, oración…) con sacrificios del Antiguo Testamento. “Oblación y víctima de suave olor” es nuestra vida en amor, como la de Cristo Jesús. La persona cristiana imita al Hijo de Dios amando, curando, acompañando, compartiendo mesa, abriendo los ojos para mirar bien la realidad, aportando soluciones... Es la misma propuesta final de la Carta a los Hebreos: “No os olvidéis de hacer el bien y de ayudaros mutuamente; esos son los sacrificios que agradan a Dios” (Hebr 13, 16).
Oración: “No entristezcáis al Espíritu Santo de Dios” (Ef 4, 30 – 5, 2)
Jesús, imitador de Dios:
escuchamos hoy una catequesis sobre nuestra conducta;
tu bautismo nos incorpora a tu “cuerpo”, tu comunidad;
dejamos la falsedad y entramos en la verdad de la vida;
la verdad sin mentira y sin engaño.
No aceptamos a quien hace de “diablo”:
que no ama, calumnia, separa, siembra discordia;
inspira envidia, no trabaja;
se cree superior y se niega al dialogo fraterno;
identifica su voluntad con la de Dios;
siembra miedo con amenazas o premios;
usa palabras tóxicas, envenenadas, ambiguas, diplomáticas;
impone leyes humanas como normas supremas,
por encima de la vida, la libertad y la dignidad personal.
El bautismo nos entrega el Espíritu divino:
le intuimos como“dulce huésped del alma”;
nos hace escuchar a Dios como “Padre nuestro”;
“todo el que escucha al Padre y aprende, viene a ti, Jesús” (Jn 6,45);
así encontramos tu amor, “justicia y santidad verdaderas” (Ef 4,24);
así vivimos la libertad del Amor “paciente, benigno, sin envidia,
que no presume, ni se engríe, ni es indecoroso ni egoísta,
ni se irrita, ni lleva cuentas del mal,
ni se alegra de la injusticia, sino que goza con la verdad…” (1Cor 13,4-7);
con tu “sello” configuras nuestra mente y corazón.
Lógica la “tristeza de tu Espíritu”:
al vernos poseídos por la falsedad y la desconfianza mutua;
al descubrir nuestro afán egoísta de trepar;
al dejarnos llevar por la ira haciéndonos daño;
al saber que “algunos viven desordenadamente,
sin trabajar, antes bien metiéndose en todo” (2Tes 3,11);
al constatar nuestra insensibilidad ante la necesidad ajena,
cerrando las entrañas al enfermo, desnudo, hambriento...
Tu Iglesia entristece y preocupa a tu Espíritu Santo:
“al perder credibilidad por no respetar tu Evangelio;
al frenar la libertad de opinión y comunicación;
al acrecentar el centralismo y verticalismo,
marginando la comunión y la mesa común;
al restringir los derechos de la mujer en la comunidad cristiana;
al no atreverse a solucionar el problema de los sacerdotes casados,
impidiendo a muchas comunidades celebrar la eucaristía…”
(Iglesia Viva: Contra el restauracionismo, un nuevo aggiornamiento. N. 245; p. 11-12).
Jesús, imitador de Dios, ayúdanos a escuchar tu palabra:
“Sed imitadores de Dios, como hijos queridos;
vivid en el amor como Cristo os amó
y se entregó por nosotros a Dios
como oblación y víctima de suave olor” (Ef 5,1-2);
“amad a vuestros enemigos…, y seréis hijos del Altísimo,
que es bueno con los malvados y desagradecidos.
Sed misericordiosos como vuestro Padre es misericordioso” (Lc 6,35-36).
Queremos, Jesús hermano, vivir como tú:
como “oblación y víctima de suave olor”;
“somos incienso tuyo, Cristo, ofrecido a Dios,
entre los que se salvan y los que se pierden;
para unos, olor de muerte que mata;
para los otros, olor de vida, para vida” (2Cor 2,15).
Como tú, “puesto para que muchos en Israel caigan y se levanten;
como un signo de contradicción;
como a María, tu madre, una espada nos traspasará el alma,
para que se pongan de manifiesto
los pensamientos de muchos corazones” (Lc 2,34-35).