Los clérigos rechazaron la ley del celibato con los medios que pudieron El arcipreste de Hita sufrió cárcel por oponerse al celibato obligatorio (y II)

Hablemos claro sobre la ley del celibato (22)

Segunda parte de la “Cántica de los clérigos de Talavera”. Sigue el acto en la capilla de San Sebastián, de la Colegiata de Santa María la Mayor, de Talavera de la Reina, donde el Arcipreste de Hita intimó a los clérigos las ordenanzas del arzobispo de Toledo.

Habla en segundo lugar el Tesorero del Cabildo, la dignidad siguiente al Deán. Realza su sentido agudo de la justicia, hasta extremo “justiciero”. Por eso tiene miedo a que se ensañen con él: “si el caso llega a ser verdadero, si vos esperáis mal, yo lo peor espero”. Brilla el profundo amor a su mujer: le apena el “disgusto propio y el de Teresa”. Por no “separarla de mí y de mi mesa”, está dispuesto a cambiar de diócesis, irse a Oropesa, que entonces pertenecía al obispado de Ávila, fuera de la jurisdicción del arzobispo de Toledo.

Habló en pos del Deán, de prisa, el Tesorero;

era, en aquella junta, cofrade justiciero.

Dijo: -“Amigos, si el caso llega a ser verdadero,

si vos esperáis mal, yo lo peor espero.

“Si de vuestro disgusto a mí mucho me pesa,

¡también me pesa el propio, a más del de Teresa!

Dejaré a Talavera, me marcharé a Oropesa,

antes que separarla de mí y de mi mesa.

Tan vinculado está con su mujer que quiere serle más leal y fiel que “Blanca Flor a Flores”. Alude a la leyenda medieval de los enamorados Flores y Blancaflor, hijo de un rey musulmán e hija de una cautiva cristiana. El padre de Flores, al conocer este amor, vende a Blancaflor al rey de Babilonia. Flores la busca y la encuentra en el harén del rey babilonio. Se casan, vuelven al reino musulmán, y todos se hacen cristianos. El amor del Tesorero también “vale más que todos los amores de Tristán”. Otra leyenda medieval del joven Tristán y la princesa Isolda: su amor superó todas las leyes morales de su época.

“Pues nunca tan leal fue Blanca Flor a Flores,

ni vale más Tristán, con todos sus amores;

ella conoce el modo de calmar los ardores,

si de mí la separo, volverán los dolores.

La última estrofa referida al Tesorero es una amenaza brutal al arzobispo. Supone odio por algo que considera agresión mortal a su persona. El Tesorero se siente perro herido, en trance de muerte, que es capaz de tirarse a la cara de su amo, al que considera verdugo:

“Como suele decirse: el perro, en trance angosto,

por el miedo a la muerte, al amo muerde el rostro;

¡si cojo al Arzobispo en algún paso angosto,

tal vuelta le daría que no llegara a agosto!”

Tras escuchar al Deán y al Tesorero, las dos dignidades más altas de la colegiata, viene el “Chantre”, la tercera dignidad, el encargado de la dirección del coro. Sancho Muñoz se pregunta: “Aqueste Arzobispo, ¿qué tendrá contra nos? Él quiere reprocharnos lo que perdonó Dios”. La palabra original no es “reprocharnos”, sino “acaloñarnos”, en desuso hoy. Significaba: “calumniar, y exigir responsabilidad, principalmente pecuniaria, por un delito o falta” (RAE), achacar como delito, acusar, imputar. Expresa la conciencia del clero sobre la vida en pareja: Este arzobispo quiere calumniarnos, exigir responsabilidad, por un delito que no es tal ante Dios. El apetito carnal, don de Dios, no es delito. Hoy dirían que satisfacer el apetito carnal es un derecho humano: “por ello, en este escrito apelo, ¡avivad vos!”: estad ojo alerta vosotros para no dejaros quitar vuestros derechos.

No es un agravio tener una huérfana o viuda como esposa. Si el arzobispo lo cree malo, vayamos a las prostitutas, dejando el amor por el abuso comercial. Es mejor ejercer el apetito carnal de forma razonable, con amor, que comprarlo con dinero .

Habló después de aqueste, Chantre Sancho Muñoz.

Dijo: -“Aqueste Arzobispo, ¿qué tendrá contra nos?

Él quiere reprocharnos lo que perdonó Dios;

por ello, en este escrito apelo, ¡avivad vos!

“Pues si yo tengo o tuve en casa una sirvienta,

no tiene el Arzobispo que verlo como afrenta;

que no es comadre mía ni tampoco parienta,

huérfana la crié; no hay nada en que yo mienta.

“Mantener a una huérfana es obra de piedad,

lo mismo que a viudas, ¡esto es mucha verdad!

Si el Arzobispo dice que es cosa de maldad,

¡abandonad las buenas y a las malas buscad!

Las dos últimas estrofas reproducen la opinión del arcipreste. Alude a don Gonzalo, del grupo de canónigos. Le acusa de gastar sus alhajas en mujeres, según las vecinas. Subliminalmente supone que no es humanamente posible contener el instinto sexual. Es mejor casarse, vivir en pareja, que buscar otras salidas peores, “de noche”, furtivas, de  vida clandestina... Finaliza la estrofa con esta enigmática frase: “contra lo que les mando”. El arcipreste “manda” no ocultar la vida. Aparece así la complicidad de Juan Ruiz con los clérigos. El arcipreste había empezado diciéndoles: “Si a vosotros apena, también me pesa a mí... Llorando..., les dijo: - ¡El Papa nos manda esta Constitución!, os lo he de decir, sea mi gusto o no, aunque por ello sufra de rabia el corazón”. Ahora, al final, les manda que no ejerzan su apetito carnal “comprando mujeres y de noche”. Hay que ser sinceros, ejercerlo con respeto y amor. En el colofón del manuscrito de Salamanca, se dice que el Libro de Buen Amor lo compuso el arcipreste siendo preso por mandato del cardenal don Gil. Fue en la cárcel arzobispal del Callejón del Vicario de Toledo, en 1343. Los comentaristas lo relacionan con la rebelión de los clérigos de Talavera.

“Don Gonzalo, Canónigo, según vengo observando,

de esas buenas alhajas ya se viene prendiendo;

las vecinas del barrio murmuran, comentando

que acoge a una de noche, contra lo que les mando.”

La última estrofa afirma el hecho de que “apelaron” todos, clérigos y asimilados, al rey, buscando una salida humana con “buenas apelaciones y más procuraciones”:

Pero no prolonguemos ya tanto las razones;

apelaron los clérigos, también los clerizones;

enviaron de prisa buenas apelaciones

y después acudieron a más procuraciones.

Está claro que los clérigos rechazaron la ley del celibato con los medios que pudieron. Y con buena conciencia, creyendo que esta ley papal era injusta por inhumana, acudieron a matrimonios autorizados o tolerados por leyes civiles de su época: matrimonio “velado” (eclesial), “a yuras” (de conciencia, no solemne) y barraganía (de soltero, clérigo o lego, con soltera, amoroso, permanente y fiel).

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