“¡De cuántos buenos ministros se ha privado nuestra Iglesia a causa de esta regla eclesiástica!" “El celibato eclesiástico es uno de los mayores dolores de la existencia sacerdotal”
El celibato no “caracteriza ni singulariza” el sacerdocio católico (IV)
Sigo comentando un artículo de Patrik Royannais, sacerdote francés, rector de la iglesia de San Luis de los Franceses (Madrid), doctor en teología y en antropología religiosa (Institut Catholique de Paris et Paris IV Sorbonne). Lo publicaba en Religión Digital (10.02.2024) con el título: “El incumplimiento de la castidad eclesiástica no es un asunto de faltas personales: es sistémico”.
Más hechos de vida:
- “Muchos aceptaron el celibato sólo porque pensaban que el ministerio presbiteral era suficientemente importante para la misión de la Iglesia. Muchos de ellos, hoy, dicen que el celibato eclesiástico es uno de los mayores dolores de su existencia. Sin embargo, tratan de no crear resentimiento hacia la Iglesia”.
- “El presbiterado es una misión en la Iglesia y el celibato llega muy tarde en la lista de las razones de ser de esta misión, tanto cronológica como lógicamente. No se puede hablar de ello sin hablar de la misión, de las personas a las que se envían los ministros. ¡Por último, la Trinidad no necesita sacerdotes! Tampoco son sacerdotes para ellos. ¿Qué es este pequeño corazón a corazón con Dios? ¿Una gran ilusión, una traición al evangelio, un engaño dirigido a los hombres y mujeres de este tiempo?”.
- “¡De cuántos buenos ministros se ha privado nuestra Iglesia a causa de esta regla eclesiástica! ¡Otros aprenden a apañárselas con su homosexualidad reprimida o no, y con mentiras sobre su vida sexual, cuya verdad a veces sale a la luz... y siempre es demasiado tarde!”
Ciertamente, lo que seduce al cristiano para ofrecerse a ejercer cualquier ministerio en la Iglesia es sentir como propia la misión de Jesús: “El Espíritu del Señor está sobre mí, porque él me ha ungido. Me ha enviado a evangelizar a los pobres, a proclamar a los cautivos la libertad, y a los ciegos, la vista; a poner en libertad a los oprimidos; a proclamar el año de gracia del Señor” (Lc 4,18s).
El papel importante y decisivo de diáconos presbíteros y obispos en la misión llevó a aceptar el celibato. Como reconoce Patrik Royannais, “el ministerio presbiteral era suficientemente importante para la misión de la Iglesia”. Entusiasmados por la misión y por el amor de Jesús, se asimilaron al profeta Jeremías: “Me sedujiste, Señor, y me dejé seducir; has sido más fuerte que yo y me has podido... La palabra del Señor me ha servido de oprobio y desprecio a diario. Pensé en olvidarme del asunto y dije: «No lo recordaré; no volveré a hablar en su nombre»; pero había en mis entrañas como fuego, algo ardiente encerrado en mis huesos. Yo intentaba sofocarlo, y no podía” (Jr 20,7-9).
Quienes sentían muy fuerte la misión no repararon en la dificultad del celibato. Vieron su carisma de sabiduría para anunciar el evangelio, administrar los sacramentos y aunar, presidiendo en la caridad pastoral, a sus hermanos. El celibato, creían, era carga ligera ante la hermosura de la la misión. No midieron bien sus fuerzas. Sospecho que entonces era humanamente imposible medirlas. Es la trampa de la ley, que impone una obligación vitalicia, respecto de una pulsión natural. “Muchos de ellos, hoy, dicen que el celibato eclesiástico es uno de los mayores dolores de su existencia”. Dolor que la institución remedia hiriendo, humillando, “sofocando” el don divino del ministerio eclesial. “Sin embargo, tratan de no crear resentimiento hacia la Iglesia”. Royannais se pregunta para calificar esta rara situación: “¿Una gran ilusión, una traición al evangelio, un engaño dirigido a los hombres y mujeres de este tiempo?”. La incertidumbre lleva a muchos a buscar una salida humana que equilibre su vida, acorde con su conciencia.
La ley del celibato obligatorio tiene al menos dos presupuestos muy discutibles desde la ciencia psicológica: a) “la abstinencia sexual es clave para la perfección personal y espiritual”, y b) “es posible practicarla de por vida”. La perfección es utopía necesaria que llama a todos, casados y solteros. Sin renunciar a la pulsión sexual, pueden lograrse niveles muy altos de perfección personal y espiritual. La psicología hoy ha descartado la sublimación como regulador de pulsiones, emociones y motivaciones. “Los impulsos motivacionales no son sublimables”, según la psicología empírica. Se sostiene que “la sexualidad no se satisface dedicando la vida a fines espirituales superiores”. Estos fines nacen en el espíritu personal y no necesitan la abstinencia sexual para ejercitarse. Más bien al revés: la satisfacción sexual controlada facilita y promociona los valores. El sentido vital, la entrega a curar, a enseñar, a hermanar, a gobernar, a implantar la paz, a vivir virtudes y emociones…, nacen de la conciencia personal, fruto de la evolución positiva de la especie humana. El creyente lo interpreta como semillas del Creador.
Las teorías actuales de la motivación suponen que la pulsión sexual es una “necesidad fisiológica básica” que responde a la voluntad fontal, creacional, de supervivencia del individuo y de la especie. Oponerse a su satisfacción acrecienta su exigencia vital, logra enardecerla y provoca formas satisfactorias indignas del ser humano (abuso de poder, violencia psíquica o física…). Acompañado todo esto de encubrimiento para proteger al delincuente y a la institución que le impuso la abstinencia.
La Iglesia sigue fiel a la tradición impositiva, surgida en una época oscura, ignorante de la función personal del sexo. Sin estudio empírico, cree que sus “ordenados” son mayoritariamente continentes. Esta creencia no está acreditada por estudios externos e independientes. Más bien al revés. Se conocen los casos de abusos de menores. Pero muchas prácticas sexuales, que no son delito, no han salido a la luz pública.
La Iglesia no quiere estudiar seriamente el problema. No acepta que la abstinencia “sostenida en el tiempo”, daña “el funcionamiento físico y psicológico, aun cuando sea voluntaria y la persona tenga un sentido superior para realizarla”. Deterioro que afirma, como realidad empírica,Juan María Uriarte, obispo de San Sebastián, siendo presidente de la Comisión Episcopal del Clero (1993-1999): “hay un porcentaje considerable de curas, para quienes el celibato hoy es una palestra de duro combate, en el que son frecuentes la debilidad, el sufrimiento, la regresión e incluso la tristeza. Esto no se puede negar. Para esta gente, el celibato, es fuente de alguna riqueza, pero muchas veces es fuente de problemas y, a lo mejor, es más fuente de problemas que de riqueza. Hay quien vive una doble vida más o menos encubierta. Es preciso decirlo y afirmarlo con honestidad” (Ministerio presbiteral y espiritualidad. 2ª ed. San Sebastián 1999, p. 31).
Otra constatación psicológica: la imposición del celibato, acompañada de dependencia económica, logra más fácilmente personas serviles, sumisas, controlables, incapacitadas para decidir y cargar con riesgos, infantiles. El mismo Derecho Canónico lo sugiere: “Los clérigos están obligados a observar una continencia perfecta y perpetua por el Reino de los cielos y, por tanto, quedan sujetos a guardar el celibato, que es un don peculiar de Dios por el cual los ministros sagrados pueden unirse más fácilmente a Cristo con un corazón entero y dedicarse con mayor libertad al servicio de Dios y de los hombres” (c. 277 § 1). “Obligados, sujetos a guardar, corazón entero… al servicio de Dios y de los hombres”. Esta situación existencial lleva psíquica y socialmente ocultar por todos los medios las transgresiones celibatarias.