No respetan el Evangelio quienes no admiten el celibato opcional “El celibato es más fuente de problemas que de riqueza”

El celibato no “caracteriza ni singulariza” el sacerdocio católico (III)

Patrik Royannais pregunta:“¿Los sacerdotes casados o concubinos, en pareja con una mujer o un hombre (¡con tal que no se sepa!) no ejercen un buen y fructuoso ministerio? De uno de ellos se descubrió la paternidad en su funeral: hasta entonces era un sacerdote estimado en su ministerio. ¡La palabra de su hijo lo hace pasar por el olvido diocesano, así como un criminal!” (RD 10.02.2024).

Miremos la realidad, los hechos de vida:

- “El 50% de los sacerdotes practica relaciones sexuales adultas, tanto hetero como homosexuales” (Richard Sipe).

- “Hay, a nivel mundial, bastante más de cuatro mil niños hijos de clérigos” (Vincent Doyle, psicoterapeuta irlandés, hijo de sacerdote).

- El buen obispo de San Sebastián, J. M.ª Uriarte (fallecido, ejemplar también al elegir ser enterrado en su pueblo, “como uno de tantos”), siendo presidente de la Comisión Episcopal del Clero (1993-1999), confirmó: “hay un porcentaje considerable de curas, para quienes el celibato hoy es una palestra de duro combate, en el que son frecuentes la debilidad, el sufrimiento, la regresión a comportamientos arcaicos, e incluso la tristeza. Esto no se puede negar. Para esta gente, el celibato, es fuente de alguna riqueza, pero muchas veces es fuente de problemas y, a lo mejor, es más fuente de problemas que de riqueza. Tampoco debemos olvidar que hay un cuarto grupo, en porcentajes menores, que vive una doble vida más o menos encubierta. Es preciso decirlo y afirmarlo con honestidad” (Ministerio presbiteral y espiritualidad. 2ª ed. San Sebastián 1999, p. 31). 

Sí, “los sacerdotes casados o concubinos, en pareja con una mujer o un hombre (¡con tal que no se sepa!) pueden ejercen un buen y fructuoso ministerio”. El ministerio sirve a la misión de Jesús: cuida el anuncio del evangelio, hace presente los sacramentos y fomenta el amor comunitario, procurando que todos ejerzan sus carismas. Cierto que “la santidad de los presbíteros contribuye poderosamente al cumplimiento fructuoso del propio ministerio, porque aunque la gracia de Dios puede realizar la salvación por medio de ministros indignos, sin embargo, Dios prefiere, por ley ordinaria, manifestar sus maravillas por medio de quienes, hechos más dóciles al impulso y guía del Espíritu Santo, por su íntima unión con Cristo y su santidad de vida, pueden decir con el apóstol: `Ya no vivo yo, es Cristo quien vive en mí´ (Gal., 2,20)” (PO 12).

No tienen la misma calificación moral los casados que los concubinos. San Juan de Ávila, en el II Memorial (1561), enviado al Concilio de Trento, por medio del arzobispo de Granada, D. Pedro Guerrero, para la tercera sesión conciliar, reconocía que “mayor mal es ser concubinarios que casados”. Habría que advertir que “ser casado” no es en absoluto “un mal”; “ser concubino” sí es en absoluto “un mal moral”. Él cree que “se puede remediar lo uno y lo otro con tomar a pecho el cuidado de tomar y criar ministros buenos y castos. No hay para qué aceptar el casamiento por huir del concubinato; porque, aunque el matrimonio en sí es bueno, mas para los ministros de Dios está lleno de inconvenientes muy perjudiciales”. Esta idea le lleva a sugerir a los padres de Trento: “hay que tomar y criar ministros buenos y castos”. Confunde “castidad” con “celibato”. Solteros y casados deben ser “buenos y castos”. La castidad, como virtud, es control y buen uso del sexo. La castidad no se identifica con la continencia. Un matrimonio es casto utilizando el sexo responsablemente, de acuerdo con la ética racional y evangélica.

Santidad, castidad y continencia, no son términos equivalentes. La castidad no es la continencia total. Creer que sólo son castos los célibes es aberrante. Por anteponer la continencia sexual a la castidad matrimonial se ha llegado a decir que “el matrimonio es para la clase de tropa y no para el estado mayor de Cristo” (Camino 28). Como si el matrimonio no fuera tan santo como el celibato (uno es sacramento, el otro no). El casado también puede formar parte del “estado mayor de Cristo”. Tras el Vaticano II, San J. M.ª Escrivá modeló en parte su ideología: “En un ejército, -sólo eso quería expresar la comparación- la tropa es tan necesaria como el estado mayor, y puede ser más heroica y merecer más gloria… En definitiva: que hay diversas tareas, y todas son importantes y dignas. Lo que interesa, sobre todo, es la correspondencia de cada uno a su propia vocación: para cada uno, lo más perfecto es -siempre y sólo- hacer la voluntad de Dios” (Entrevista en Telva. Madrid. 01.02.1968).

San Juan de Ávila pensaba que “no hay para qué aceptar el casamiento por huir del concubinato; porque, aunque el matrimonio en sí es bueno, mas para los ministros de Dios está lleno de inconvenientes muy perjudiciales”. Sobrevalora los inconvenientes del matrimonio. Minusvalora los inconvenientes del celibato legal que “constriñe a los hombres de manera violenta a vivir como ángeles, negando el camino habitual de la naturaleza; dejando libre salida para la fornicación y para la inmundicia” (“Annales” de Lamberto de Hersfeld. s. XI). La Iglesia Oriental, siglos antes, optó por la libertad de Jesús: “el que pueda entender, entienda” (Mt 19,12) y del Apóstol: “cada cual tiene su propio don de Dios, unos de un modo y otros de otro… Si no se contienen, cásense; es mejor casarse que abrasarse” (1Cor 7,7-9). La Iglesia oriental persa, en el concilio de Beth Edraï (486), juzgó la “ley de continencia” como una de “esas tradiciones nocivas y gastadas a las que debían poner fin los pastores”. Acarrea “fornicaciones, adulterios y graves desórdenes” ... En su demarcación, anularon la ley de continencia, ordenada por el papa Siricio (384-399). Adujeron textos bíblicos, y demostraron que no era “tradición apostólica”. Afirman: “el matrimonio legítimo y la procreación de los hijos, ya sea antes o después del sacerdocio, son buenos y aceptables a los ojos de Dios” (H. Crouzel: “Sacerdocio y Celibato”; AA. VV., Dir. J. Coppens, BAC 1971, p. 292-293).

No respetan el evangelio quienes no admiten el celibato opcional. ¿Hasta qué punto los ha envenenado “la Ley” para negar el ministerio a sacerdotes como Vicente Ferrer (referente mundial del Amor cristiano), a Francisco Mantecón (“rezaba el oficio divino, celebraba en ocasiones la Eucaristía de forma privada, practicaba a diario la lectura espiritual y la oración mental, era hospitalario, amable con todos, deseaba siempre hacer un favor; fue cofundador en 1977 y, desde 1982, secretario de ASCE), a J. M.ª Lorenzo Amelibia (“a mis 89 años sigo sintiéndome sacerdote, padre y abuelo”; “la Providencia me ha proporcionado una parroquia virtual (virtual, pero real)... A través de internet me relaciono con cientos de personas a quienes acompaño en su peregrinar hacia el Señor”; cofunda y preside la Asociación de Sacerdotes Secularizados Católicos de España -ASCE-), a Julio Pinillo (fundador en 1977 de MOCEOP, donde muchísimos sacerdotes casados hallaron aliento para seguir su vocación sacerdotal), etc. etc.

Desdice que la Iglesia sólo celebre bodas de oro sacerdotales de los célibes. “Eterno”, “divino” e “indisoluble” es el sacerdocio, tanto el bautismal como el ministerial. La ley celibataria es transitoria, humana y disoluble. La pueden “disolver” quienes suceden hoy a quienes lo impusieron. Habría que recordarles: “¡ay de vosotros, fariseos, que pagáis el diezmo de la hierbabuena, de la ruda y de toda clase de hortalizas, mientras pasáis por alto el derecho y el amor de Dios!” (Lc 11,42).

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