"Vivimos, aunque no queramos reconocerlo así, tiempos de desesperanza" Cañizares denuncia la difusión de la cultura de la muerte en su carta de este domingo
“Signos de este panorama son: el vacío de un pensamiento nihilista, el relativismo que se ha apoderado de tantos y tantos en nuestra sociedad, una difusa fragmentación de la existencia; al mismo tiempo, una fuerte secularización de la sociedad"
“Es la hora de la esperanza que no defrauda, sin embargo, corren “tiempos recios” para el hombre y para la fe...”
| Baltasar Bueno corresponsal en Valencia
“La difusión de una cultura de la muerte, en la que la vida del hombre, de todo ser humano, sea cual sea su situación o la fase de su desarrollo en que se halle, cuenta muy poco, como demuestra la extensión del aborto provocado –sin duda el acontecimiento más grave y emblemático de la situación difícil y de quiebra de humanidad que atravesamos- que ha adquirido carta de derecho y ciudadanía y le cuesta al mundo millones de seres humanos; también demuestran lo mismo la experimentación con embriones, con células procedentes de abortos provocados, aunque sea para darles la vida a otros; y no podemos olvidar legislaciones existentes o en curso en favor de la eutanasia y del suicidio asistido, como ocurre en estos momentos en España, provocada por un Gobierno y un Parlamento suicidas porque no saben lo que hacen, como denuncié públicamente la semana pasada”, escribe el cardenal arzobispo de Valencia, Antonio Cañizares, en su Carta Semanal de este domingo.
“La violencia con muy diversas formas, por ejemplo, en los hogares, o el terrorismo con tan frecuentes y gravísimas manifestaciones no remiten. Son muchos y grandes los sufrimientos y grandes dolores y heridas que se están padeciendo por todas partes, como un largo “vía crucis” de los tiempos actuales”, añade Cañizares.
“Hoy nos aflige la pandemia universal del Covid-19 y vemos frecuentemente en el rostro de los jóvenes como una extraña amargura, un conformismo bastante lejano del empuje juvenil hacia lo desconocido. La raíz más profunda de esta tristeza es la falta de una gran esperanza y la imposibilidad de alcanzar el gran amor. Todo lo que se puede esperar ya se conoce y todo amor desemboca en la desilusión por la finitud y debilidad de un mundo cuyos enormes sustitutos no son sino una mísera cobertura de una desesperación abismal. Y así, la verdad de que la tristeza del mundo conduce a la muerte es cada vez más real. Ahora solamente el flirteo con la muerte, el juego cruel de la violencia, es suficientemente excitante como para crear una apariencia de satisfacción” , añade.
“Signos de este panorama son: el vacío de un pensamiento nihilista, el relativismo que se ha apoderado de tantos y tantos en nuestra sociedad, una difusa fragmentación de la existencia; al mismo tiempo, una fuerte secularización de la sociedad con, incluso, repercusiones internas en la misma comunidad eclesial, y el avance, propiciado claramente por algunos poderes, de un laicismo cultural y social en el que Dios ni cuenta ni puede contar en la vida social y pública; fenómenos como las ideologías del poshumanismo, de la posverdad, o de género –todas con la misma raíz de suprimir a Dios y al hombre-. Inseparable de esto, una cierta generalización de la cultura de la increencia que aparece con especial fuerza en amplias capas de la población más joven; todo ello va acompañado de una quiebra de humanidad y de un gran desconcierto moral que define el ambiente cultural y social que se respira, con la paganización y modelos de vida en contraste con el Evangelio que se difunden tan extensa como irresponsablemente hoy”, acota.
“Lo que todo esto delata es una sociedad con hombres seguros de su poder, de sus posibilidades y de sí mismos, porque confían únicamente en sí mismos, son incapaces de rezar y no esperan, no esperan en un amor, en una bondad y en un poder que va más allá de las posibilidades de ellos; estamos en “una sociedad que hace de lo auténticamente humano un asunto únicamente privado, y se define a sí misma en una total secularización”, convirtiéndose así en un lugar propicio para la desesperación”, subraya el cardenal.
“Es la hora de la esperanza que no defrauda, sin embargo, corren “tiempos recios” para el hombre y para la fe. Acontecimientos y situaciones, conocidos de todos y en la mente de todos nos ofrecen un panorama oscuro, sombrío que no parece hablarnos precisamente de esperanza. Padecemos a menudo, en efecto, un oscurecimiento de la esperanza, un cierto miedo en afrontar el futuro: vivimos, aunque no queramos reconocerlo así, tiempos de desesperanza”, expresa Cañizares.