"¿Hemos entrado ya en una fase de reflujo sinodal?" El camino sinodal que está por delante…
¿Hemos entrado ya en una fase de reflujo sinodal? ¿Corremos ya el riesgo de dejar de lado el desafío de caminar juntos que se nos ha invitado a experimentar en estos dos últimos años? ¿Se ha acabado ya la luna de miel con un Sínodo que nos instaba a salir de nuestras zonas de confort pastoral, a sustituir los documentos estériles por sueños misioneros y evangelizadores renovados?
Tal vez sea demasiado pronto para decirlo, pero la impresión no es del todo alentadora: el inicio y la experimentación de nuevas prácticas horizontales, circulares y conjuntas de encuentro y escucha, distintas de las habituales conferencias unilaterales, suscita tanto interés como, al mismo tiempo, desconcierto
¿Hemos entrado ya en una fase de reflujo sinodal? ¿Corremos ya el riesgo de dejar de lado el desafío de caminar juntos que se nos ha invitado a experimentar en estos dos últimos años? ¿Se ha acabado ya la luna de miel con un Sínodo que nos instaba a salir de nuestras zonas de confort pastoral, a sustituir los documentos estériles por sueños misioneros y evangelizadores renovados?
Tal vez sea demasiado pronto para decirlo, pero la impresión no es del todo alentadora: el inicio y la experimentación de nuevas prácticas horizontales, circulares y conjuntas de encuentro y escucha, distintas de las habituales conferencias unilaterales, suscita tanto interés como, al mismo tiempo, desconcierto.
La imagen emblemática de las mesas de trabajo sinodales que llenaban el Aula Nervi del Vaticano, en las que se sentaban juntos obispos y laicos, hombres y mujeres, hasta el Papa Francisco, creó entusiasmo en algunos pero, al mismo tiempo, desorientación en otros tantos. Sabemos que muchos se preguntan si la Iglesia está preparada para este paso sinodal o si no es un ejemplo más de pérdida de control sobre la situación eclesial.
Dones jerárquicos y dones carismáticos… En el camino sinodal ¿son superiores unos dones a otros dones? ¿No tendrán que verificarse mutuamente los dones carismáticos y los dones jerárquicos?
Una imagen evangélica
Eran muchos en el Pueblo de Dios los que miraban al Sínodo dedicados a "caminar juntos", un poco como los Magos a la Estrella. Aceptaron romper sus vacilaciones, superar las perplejidades acumuladas y ponerse en camino (precisamente) sin saber lo que les esperaba, pero decididos a descubrirlo.
Como en el pasaje evangélico, sin embargo, el encuentro con la Iglesia y sus dirigentes, como el de los Magos con Herodes y sus sabios, resultó a menudo ambivalente: por un lado, un pasaje precioso, hecho necesario por la necesidad de confirmaciones e indicaciones sin las cuales el viaje se habría interrumpido; por otro, una circunstancia hecha insidiosa por los intereses en mantener el control doctrinal, dogmático, canónico, moral…, y la necesidad de salvaguardar los roles jerárquicos y las prácticas establecidas.
Como sabemos, la historia del Evangelio no tiene un final feliz. No quisiéramos que ocurriera algo semejante: aunque los caminantes sinodales, con el aparente apoyo de la autoridad, lleguen a su destino, existe el riesgo real de que, poco después, los sueños evangelizadores y misioneros generados por la experiencia sinodal acaben sofocados cuando aún están en pañales.
Instruidos por la narrativa evangélica, por tanto, ahora que la primera fase del Sínodo ha llegado a su fin, quizá sea una buena idea "volver por otro camino": no el formal de los actos declarativos y los documentos de trabajo, interesados en normalizar la experiencia sinodal y reconducirla a un lecho pastoral más tranquilizador, sino por una vía alternativa, informal, menos trazada y segura, pero capaz de continuar el camino de discernimiento y cambio iniciado.
¿Es posible aún caminar?
Como advierten los expertos en procesos de cambio, no se puede resolver un problema quedándose dentro del sistema que lo ha generado. Hay que salir, ampliar las referencias, plantearse otras preguntas.
Este criterio también podría ser muy útil hoy para el sistema eclesiástico, superando el reflejo condicionado de creer que las respuestas a los problemas de la Iglesia sólo y únicamente hay que buscarlas dentro de ella.
Tal vez, en cambio, sea posible encontrar intuiciones y conocimientos útiles también en otros ámbitos, puesto que el Espíritu sopla donde quiere. ¿Será posible cambiar el rumbo sin perder el rumbo? ¿Serán posibles otros pasos sin perder el paso?
Ligereza
La ligereza, como sustracción de peso, es un valor y no un defecto. La ligereza está asociada a la precisión y no al azar, es la gravedad sin peso. La ligereza es una cualidad que hace que una forma sea capaz de transformarse continuamente en algo diferente, contra toda fijeza y jerarquía.
El camino sinodal puede continuar si toma la senda de la ligereza, aprendiendo a atravesar las crisis, no resistiéndose a ellas hasta el amargo final: si la crisis te pide que recorras una milla, recorres dos...
La crisis no es el declive. En el declive, la Iglesia sólo trabaja para sobrevivir. El camino, que puede parecer una no solución, es vivir evangélicamente en la crisis. No se trata de ser débiles destellos en el cielo: la ligereza no es debilidad, sino libertad, valor para experimentar en la alegría.
Rapidez
La rapidez no es un valor en sí mismo. El razonamiento rápido no es necesariamente mejor que el razonamiento reflexivo. Más bien comunica algo especial que reside precisamente en su rapidez, en su lógica esencial y, sobre todo, en su eficacia narrativa.
El camino sinodal consiste en prestar atención a los procesos, incluso antes de proponer o transmitir contenidos. El camino sinodal serpentea a través del retejido de relaciones y lazos comunitarios, un camino que se desarrolla a través de la escucha y la narración mutua: dos aspectos indispensables para proceder a la conversación espiritual del posterior discernimiento. Muchas comunidades han quedado muy impresionadas por la oportunidad de contarse mutuamente su historia de fe y recibir una escucha sin prejuicios.
Si es cierto que siempre hay tiempo para cambiar, hay que apresurarse a seguir el camino sinodal, sin demora, captando que es un "tiempo de gracia", es decir, de conversión y purificación.
Exactitud
Exactitud significa sobre todo tres cosas: un diseño de la obra bien definido y calculado; la evocación de imágenes visuales nítidas, incisivas y memorables; un lenguaje lo más preciso posible en cuanto a vocabulario y representación de los matices del pensamiento y la imaginación.
En el camino del Sínodo, la exactitud se refiere al uso de un lenguaje fresco, vital, inmediato, capaz de hablar no sólo de Dios o de la Iglesia, sino sobre todo de la vida de las personas.
Cuando se rompe la conciencia histórica del ser humano, todo el mensaje cristiano aparece como una lección de fútbol a quienes no les interesa el fútbol. El camino sinodal a emprender exige y persigue una calidad comunicativa y un estilo de anuncio y predicación capaces de devolver al lenguaje del cristianismo su fuerza liberadora.
Visibilidad
La visibilidad sería como el proceso de convertir la imaginación en realidad, de lo invisible a lo perceptible, de lo fantástico a lo verosímil. ¿De dónde viene la imaginación? Es a través de la imaginación como podemos mirar el mundo cada día con ojos nuevos, sin perder nunca nuestra capacidad de asombro.
Nuestra Iglesia corre también el peligro de perder una facultad humana y espiritual fundamental: el poder de enfocar las visiones con los ojos cerrados. El camino sinodal también pretende enfocar visiones con los ojos cerrados, es decir, "soñar": pero no para fantasear, sino en el sentido bíblico, como una forma especial de captar proféticamente el plan de Dios para la humanidad.
La vía sinodal persigue la posibilidad de compartir un sueño evangelizador y misionero para las distintas comunidades o ámbitos eclesiales. A diferencia de la tradicional "vía del proyecto", el camino sinodal no comienza haciendo análisis y definiendo objetivos, sino que procede hacia atrás: centrándose en el "sueño evangelizador y misionero", gracias al cual relee el presente e identifica aquellos signos visibles de discontinuidad que cambian concretamente las prácticas pastorales. La imaginación profética se convierte en cambio experimentable.
Multiplicidad
Esta última palabra indica una red de relaciones que los creyentes no podemos abstenernos de seguir, multiplicando los detalles para que nuestras reflexiones se vuelvan infinitamente sublimes que no interesen a nadie.
La multiplicidad, pues, no sería otra cosa que esta aptitud para la pluralidad, lo multiforme y lo poliédrico. Incluso en la Iglesia, urgida por la vía sinodal, urge no temer a la multiplicidad, hacer la transición de una forma esférica, "perfecta" pero cerrada y unívoca, a una forma poliédrica, donde el criterio no es la uniformidad y la inmutabilidad, sino la creatividad espiritual y pastoral.
El camino sinodal abre la posibilidad de experimentar nuevas formas eclesiales como, por ejemplo, pequeñas estructuras, espacios, iniciativas de innovación, dinámicas de intercambio y de fecundación cruzada mucho más flexibles que las estructuras, espacios, iniciativas pastorales articuladas a las que estamos acostumbrados que sitúan a quienes acuden a ellos en un papel activo, creativo, dinámico, imaginativo… de inventiva y de co-creación.
Es posible caminar
Invoco la necesidad de retomar en nuestro imaginario creyente y espiritual ‘la tienda de campaña’. Es en la tienda de campaña donde los nómadas hacen su vida: ligero equipaje que se extienden sobre el suelo desnudo allí donde se detienen a pasar la noche, y que recogen y enrollan por la mañana para llevárselos junto con todas sus posesiones en la joroba de los camellos. Probablemente hasta las utilizaron los Magos de Oriente. ¿Nos ayuda a afrontar el camino sinodal que tenemos por delante de una manera tan ágil como sencilla?
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