"Escuchar su latido" A la medida del corazón de Jesús
"La devoción al Sagrado Corazón es diferente a las demás. No destaca uno de los muchos aspectos del mensaje evangélico sino que recoge el centro de la revelación cristiana: 'el corazón de Dios, su pasión de amor por el hombre hecha visible en Cristo'"
"Se considera ante todo la sede de la inteligencia. Puede parecernos extraño, pero los semitas piensan y deciden con el corazón: "Dios ha dado a los hombres un corazón para pensar" (Eclesiástico 17,6)"
"Cuando hablamos del corazón de Jesús, nos referimos a toda su persona, pero también a sus emociones más íntimas y el evangelio muchas veces se refiere a lo que siente ante las necesidades del hombre"
"Por tanto, contemplando su corazón podemos llegar a conocer el corazón del Padre"
"Cuando hablamos del corazón de Jesús, nos referimos a toda su persona, pero también a sus emociones más íntimas y el evangelio muchas veces se refiere a lo que siente ante las necesidades del hombre"
"Por tanto, contemplando su corazón podemos llegar a conocer el corazón del Padre"
La devoción al Sagrado Corazón es diferente a las demás. No destaca uno de los muchos aspectos del mensaje evangélico sino que recoge el centro de la revelación cristiana: el corazón de Dios, su pasión de amor por el hombre hecha visible en Cristo.
Boletín gratuito de Religión Digital
QUIERO SUSCRIBIRME
En la Biblia el corazón no sólo se entiende como el asiento de la vida física y de los sentimientos, sino que designa al hombre en su totalidad.
Se considera ante todo la sede de la inteligencia. Puede parecernos extraño, pero los semitas piensan y deciden con el corazón: "Dios ha dado a los hombres un corazón para pensar" - dice el Eclesiástico (Eclesiástico 17,6). El israelita incluso refiere algunas percepciones sensoriales al corazón. El Eclesiástico, al final de una larga vida durante la cual acumuló las más dispares experiencias y adquirió mucha sabiduría, afirma: Mi corazón ha visto mucho (Eclesiástico 1,16).
En este contexto cultural, la imagen del corazón también se ha aplicado a Dios. La Biblia, de hecho, dice que Dios tiene un corazón que piensa, decide, ama y también puede llenarse de amargura.
Este es precisamente el sentimiento que se recuerda cuando, al comienzo del libro del Génesis, aparece por primera vez la palabra corazón: "Era grande la maldad de los hombres en la tierra y todo plan concebido en sus corazones no era más que maldad". ¿Cómo se siente Dios ante tal depravación moral? "El Señor se arrepintió de haber hecho al hombre en la tierra y le dolió el corazón" (Gén 6,5-6).
No es impasible -como pensaban los filósofos de la antigüedad-, no es indiferente a lo que les sucede a sus hijos. Se alegra cuando los ve felices y sufre cuando se alejan de él, porque los ama con locura. Incluso si lo provocan sus infidelidades, nunca reacciona con agresión y violencia.
Los planes del Señor, los pensamientos de su corazón, son siempre y sólo planes de salvación, por eso - comenta el salmista - "bendita la nación cuyo Dios es el Señor" (Sal 33,11-12).
Hasta la venida de Cristo conocíamos el corazón de Dios "sólo de oídas" (Job 42,5). En Jesús, nuestros ojos lo han contemplado.
"Quien me ve, ve al que me ha enviado" (Jn 12,45), aseguró Jesús quien, durante la última cena, en su discurso de despedida, recordó a los discípulos la misma verdad: "Si me conocéis, también conoceréis al Padre... Quien me ha visto a mí, ha visto al Padre" (Jn 14,7-9).
Por tanto, contemplando su corazón podemos llegar a conocer el corazón del Padre.
Cuando hablamos del corazón de Jesús, nos referimos a toda su persona, pero también a sus emociones más íntimas y el evangelio muchas veces se refiere a lo que siente ante las necesidades del hombre.
Su corazón es sensible al grito de los marginados, oye el grito del leproso que, contraviniendo las disposiciones de la ley, se acerca a él y, de rodillas, le suplica: "¡Si quieres, puedes purificarme!". Jesús – observa el evangelista – se conmueve hasta lo más profundo de sus entrañas. Su corazón escucha, no así las disposiciones de los rabinos que prescriben la marginación. Él extiende su mano, lo toca y lo cura (Mc 1,40-42).
El corazón de Jesús se conmueve cuando encuentra dolor. Comparte la perturbación que todo hombre siente ante la muerte, siente compasión por la viuda que perdió a su único hijo y quedó sola. En Naín, cuando ve avanzar el cortejo fúnebre, da un paso adelante, se acerca a su madre y le dice: "¡Deja de llorar!" y le devuelve a su hijo.
Nadie le pidió que interviniera, nadie le rogó que realizara el milagro. Fue su corazón el que lo empujó a acercarse a quienes sufrían.
El Evangelio también nos dice una oración al corazón de Jesús.
Un padre tiene un hijo con graves problemas físicos y mentales: se pone rígido, echa espuma, se arroja al fuego y al agua. Con el último rayo de esperanza que le queda se dirige a Jesús y, apelando a los sentimientos de su corazón, le dirige una oración sencilla pero maravillosa: "Si puedes hacer algo, conmuévete y ayúdanos" (Mc 9, 22).
"¡Déjate conmover!". No es la expresión de una duda sobre sus sentimientos, sino el recordatorio de una verdad reconfortante: siempre está escuchando a quienes sufren.
En Jesús hemos visto a Dios llorar por la muerte de su amigo y por las personas que no pueden reconocer a quien les ofrecía la salvación, hemos contemplado a Dios conmovido por las lágrimas de una madre, conmovido por los enfermos, los marginados, los que tienen hambre.
El Dios que nos pide confianza no es lejano e insensible, es aquel a quien todos pueden gritar: "¡Déjate conmover!". El Dios que se reveló en Jesús no es aquel impasible del que hablaban los filósofos, es un Dios que tiene un corazón que se conmueve, que se alegra y se entristece, que llora con los que lloran y sonríe con los que son felices.
Un poeta egipcio anónimo escribió, hacia el año 2.000 a.C.: "Estoy buscando un corazón sobre el que apoyar la cabeza y no lo encuentro, ¡ya no hay amigos!".
Nosotros tenemos más suerte: tenemos un corazón -el de Jesús- sobre el que apoyar la cabeza para escuchar de él, en cada momento, palabras de consuelo, de esperanza y de perdón.
Tened los mismos sentimientos que Cristo Jesús (Flp 2,3), dirá el Apóstol de los Gentiles. Entremos, pues, en la intimidad del corazón de Jesús, para que aprendamos a amar como Él amó. El discípulo que ama reclina su cabeza en el pecho del Maestro (Jn 13,23) para escuchar el latido de su corazón. Solamente esa escucha permite reconocerle como el Señor (Jn 21,7).
Etiquetas