El Jefe siempre tiene razón I - (¿Magisterio absoluto?)

- "Les gusta ocupar los primeros puestos en los banquetes y en las sinagogas, ser saludados en las plazas y que los llamen ¡maestros!" (Mt 23,6).

- "¡Ay de vosotros, maestros de la ley y fariseos hipócritas, que cerráis el reino de Dios a los hombres! ¡No entráis vosotros ni dejáis entrar a los que quieren!" (Mt 23,13).

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Poder religioso 3




Hace un tiempito, como respuesta a alguien que absolutizaba el Magisterio, apareció un escueto comentario en mi Blog: "El Jefe siempre tiene razón" (Firmado: El Jefe).

El comentario era de un teólogo que no se dio a conocer públicamente. Me resultó muy clarificador, por eso lo recojo y lo comento. Efectivamente, el Magisterio "absoluto y obligatorio" se basa en ese principio.

Uno, que vive en este mundo, se da perfecta cuenta de que ese argumento ya no cuela. Hoy la gente piensa, tiene cultura y, sobre todo, profundiza en las cuestiones religiosas cuando tiene verdadero hambre de Dios.

Que unos hermanos, por muy doctos y excelsos que sean, pretendan limitar la búsqueda de Dios con sus muros de hormigón sagrado, suena a abuso medieval. Que pretendan imponer una losa pétrea sobre el libre albedrío (1) de los católicos transgrede los derechos humanos.

Que pretendan reducir la autonomía y libertad de personas adultas y llevarnos "obligatoriamente" cogidos de la mano -aún con la mejor intención- me parece un error paternalista y dictatorial. Un experto dominador ya llegó a la conclusión de que "la ambición de dominar los entendimientos es la peor de las ambiciones" (Napoleón).
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La Jerarquía eclesiástica (el Jefe) fundamenta ese "poder de imponer" el pensamiento único en la "autoridad" conferida con estas archirrepetidas palabras: "Te daré las llaves del reino de Dios; y lo que ates en la tierra quedará atado en el cielo, y lo que desates en la tierra quedará desatado en el cielo" (Mt 16,19).

Sin embargo esa frase no encierra ninguna concesión de poder sino la descripción de una misión: "atar" (construir, reunir, aunar) y "desatar" (liberar, limpiar, rescatar) para "abrir" el Reino a toda criatura. Lo acaba de decir nuestro Benedicto XVI: "La tarea esencial de la Iglesia es curar corazones desgarrados" (2).
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Llaves



De ninguna manera las llaves de Pedro son para imponer, cerrar, condenar, excluir e incluso matar, como ha ocurrido en el pasado. Las llaves son para "abrir, abrir, abrir" y "liberar, liberar, liberar", para que la Buena Noticia esté abierta a todo viviente:"Id por todo el mundo y predicad el evangelio a toda criatura" (Mc 16,15).

La humana y abusiva interpretación de las llaves como "poder de cerrar" ha sido la causa -entre otras- del escándalo de la actual desunión de los cristianos.

Debemos entonar un humilde y compungido "confiteor" no solo a nivel individual sino a nivel institucional. Nuestra historia eclesial no ha sido siempre ejemplar. Y -ya se sabe- el que no reconoce sus yerros está condenado a repetirlos.

Hemos de convenir, si somos sinceros, que nuestros niveles de autocrítica y rectificación son más bien escasos. La crítica está considerada oficialmente una rebelión en vez de un deber de fidelidad.

Por eso no hay medios institucionales para ejercerla. Algo que ya tenemos en el mundo moderno hasta para quejarnos del tendero de la esquina. Y ese rechazo a toda crítica es una pena porque empujaría la conversión, la transformación y la andadura del Camino.
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Insisto: No puede interpretarse -la repetidísima cita- como "concesión de poder" sino como "envío a una misión". Y menos aún de un "poder absoluto", como se ha interpretado durante siglos por la influencia de los absolutismos reinantes. Todo ello bien abrochado por una sobrevalorada e indiscriminada "tradición".

Es como si nos dijeran: "un error mantenido durante siglos se convierte en verdad". Lo que es una barbaridad. (Recordemos, por ejemplo, las graves consecuencias de la "teoría de la redención" como precio de sangre por nuestros pecados, que todavía hoy impregna textos y liturgia. O, en el campo simbólico, la antievangélica "tiara de las tres coronas" -desusada pero no abolida- que persiste en la heráldica papal como testimonio visible de la ausencia de conversión).

No podemos, pues, dejar de distinguir entre "tradición auténtica" (la que ilumina, fundamenta y siempre brilla) y "tradición de barro" (las desviaciones, errores y rutinas que se nos han ido pegando a los pies por un embarrado camino).

Ni podemos olvidar que nosotros hoy también somos "constructores de tradición"en un camino de permanente conversión. Una tradición (por muy antigua que sea) que destruye el Evangelio no puede considerarse fundamento de nuestra fe sino un gravísimo pecado. Por desgracia de ésas conservamos muchas, tanto en teorías como en símbolos. Pero volvamos a la frase evangélica que "delega" el poder divino.

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¿Por qué no puede interpretarse como "concesión de poder" sino como "envío a una misión"? Me relucen tres respuestas:



1ª) Es imposible que la Suma Inteligencia hipoteque su poder cediéndoselo a unos hombres limitados y falibles. Eso sería reconocer que Dios decide equivocarse dando a determinados hombres su poder supremo. Sería algo así como el padre de familia que le deja el volante de su coche al hijo de 6 años porque es el heredero.

2ª)La historia de la Iglesia confirma ese argumento porque está plagada de errores y perversiones. Los jerarcas erráticos, a medida que vayan llegando a juicio, podrían excusarse diciendo: "¡Oye, fuiste Tú quien nos dio el poder de atar y desatar. Nosotros solo lo hemos ejercido como hemos podido!".

3ª)Si estamos convencidos de que el Evangelio es "revelación", no pueden existir en él contradicciones. Serán las letras o las interpretaciones las que se contradicen, no la revelación divina.

Así que habrá que leer despacio: "Sabéis que los jefes de las naciones las tiranizan y que los grandes las oprimen con su poderío. Entre vosotros no debe ser así, sino que si alguno de vosotros quiere ser grande, que sea vuestro servidor; y el que de vosotros quiera ser el primero, que sea el servidor de todos; de la misma manera que el hijo del hombre no ha venido a ser servido, sino a servir y dar su vida por la liberación de todos" (Mt 20,25).



Y seguir meditando: "Pero vosotros no os dejéis llamar maestro, porque uno es vuestro maestro y todos vosotros sois hermanos. A nadie en la tierra llaméis padre, porque uno solo es vuestro Padre, el celestial. Ni os dejéis llamar preceptores, porque uno solo es vuestro preceptor: el Mesías. El más grande de vosotros que sea vuestro servidor" (Mt 23,8).

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En contraposición a esos textos sagrados no sólo se nos ha exigido llamar "maestros" a determinados humanos, honrarlos y venerarlos cuasi a divinidades, sino que se ha construido un "magisterio absoluto" con el poder de "condenar" a los divergentes o adelantados con el antievangélico "anathema sit".

Creerse únicos poseedores de la "verdad completa" y "usufructuarios del honor y el poder divinos", me parece tan infantil que sería risible si no conllevase la tragedia de ser contrario al propio Evangelio. El Maestro -lo estoy viendo- sigue arrodillado lavando pies e insistiendo: "Yo os he dado ejemplo para que hagáis vosotros lo mismo" (Jn 13,15).



Esa escena, cuya pantomima reproducimos hipócritamente una vez al año (porque no pasa a la vida real), nos debería hacer llorar. Llorar amargamente por nuestras incoherencias, por nuestras infidelidades y por nuestra ausencia de cambio (conversión). Claro que, como estamos en "posesión de toda la verdad", como "ya hemos llegado", no necesitamos cambiar nada...
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No nos entra en la cabeza que la verdadera dirección y perdurabilidad de la Iglesia está garantizada por el Espíritu Santo, NO por la sabiduría y poder humanos. Nos hemos distanciado -reconozcámoslo humildemente- del corazón propio, del Mensaje y del Mensajero.
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(1) Libre albedrío: Potestad de obrar por reflexión y elección.
(2) Del mensaje con ocasión de la XX Jornada Mundial del Enfermo, 11-02-2012.
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(En la próxima parte terminaré de meditar sobre esta cuestión tan de actualidad y, tal vez, tan oscurecida por miedos, intereses y rutinas humanas).

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¿En qué Dios crees?
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¿A quién oras?
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¿Por qué crees?

¿Porque te lo han dicho o porque has identificado el lenguaje de tu corazón?

Precisamente ahí nacen las certezas y las evidencias.

¿Tu fe es de papel o de sólida roca?

Las meditaciones de este libro te ayudarán a analizarte y a construir sólido cimiento a lo que crees, a lo que oras y a lo que obras.

Lo escribí para ti, después de larga búsqueda, para que evites mis dolores y mis errores.



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