Cómo conseguir milagros I - (Las teorías)
Los milagros, más grandes o más pequeños, existen. Hay innumerables evidencias. El problema está en cómo explicarlos, a quién atribuírselos y cómo conseguirlos.
Hay dos corrientes enfrentadas a la hora de interpretar los milagros. Por un lado están los "intervencionistas" y por el otro los "no intervencionistas". Quizás con una imagen entendamos mejor las dos posturas. Pongamos que la creación es una gran olla con muchos y variados manjares a disposición de la humanidad.
1.- Los "intervencionistas" piensan que el Creador va echando en esa olla aquellos elementos que los hombres le reclamamos. Así los que encuentran el guiso insípido solicitan más sal o más enjundia. Los que lo encuentran escaso piden más agua, más garbanzos, más chorizo, más de todo. Si el guiso quema o causa mala digestión, los intervencionistas solicitan al Cocinero divino una pronta solución, tanto para los inconvenientes del guiso como para las dolencias causadas a los comensales.
Esta teoría es la preferida por nuestros dirigentes, a juzgar por la cantidad de peticiones que contienen las oraciones oficiales. Nos dirigimos constantemente tanto al mismísimo Chef como a los diversos pinches (los "intermediarios") para que metan la mano en nuestra cocina y quiten o pongan lo que necesitamos en cada momento.
Pero hay un argumento muy coherente en contra de este planteamiento que lo invalida. ¿Si Dios es infinitamente bueno y poderoso, cómo es tan parco y selectivo a la hora de atender nuestras solicitudes? ¿Si puede curar a un niño enfermo, por qué dejó de curar a los demás? Cualquiera de nosotros -egoístas y pecadores- si tuviéramos el "poder de curar", no dejaríamos a nadie hundido en su enfermedad, menos, a un niño inocente.
Entonces resulta que si Dios puede y no ayuda, entonces no es infinitamente misericordioso. Cualquier humano tendría más compasión que él. Luego ese "dios tacañón" no es realmente Dios. La razón humana no puede concebirlo sin infinita bondad.
Pero si lo que ocurre es que quiere ayudar pero no puede, entonces no es todopoderoso y, por tanto, es un falso "dios". No podemos concebirlo sin infinito poder: "infinitamente bueno, sabio y poderoso", decía nuestro catecismo infantil.
La explicación piadosa para salvar estas contradicciones suele ser: "Dios es todopoderoso y misericordioso pero, si no hace lo que pedimos, es porque no nos conviene". ¡Jolín! Pues debemos ser muy tontitos al pedir porque casi nunca "nos conviene" lo que pedimos. Sin embargo, mi razón me dice que es evidente que "conviene" (la eliminación del hambre, por ejemplo). Y las contradicciones no son propias de un Ser infinitamente sabio.
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2.- Los "no intervencionistas" piensan que Dios ya ha echado en la olla de la Creación todos los elementos necesarios para la vida del hombre, ya no queda nada por hacer: "Dios dio por terminada su obra el séptimo día y en este día descansó de toda su obra" (Gn 2,2). Además "todo lo hizo bien" (Gn 1,31) y nos lo ha entregado a los hombres para que lo administremos: "Sed fecundos y multiplicaos, poblad la tierra y sometedla; dominad sobre..." (Gn 1,28).
Somos los humanos, por tanto, los que debemos cocinar la olla del mundo con total autonomía y libertad, utilizando nuestros exclusivos dones. Si el condumio nos sale insípido, quemado o insuficiente es porque nosotros lo hemos cocinado mal.
En consecuencia, los milagros no existen. Dios no mete mano en el guiso para favorecer a ningún comensal. Ya nos ha dado todo a manos llenas y nos ha delegado la gestión del mundo. La "parábola de los talentos" y la de "los viñadores homicidas" confirman esta postura.
La entrega inicial de unos dones divinos a "su imagen y semejanza" (Gn 1,26) y de un mundo bien hecho para que lo administremos, supone que Dios ya ha completado su obra y no interviene. No porque no sea Todopoderoso, sino porque ha delegado en un administrador inteligente, libre y autónomo: el ser humano, su creación estrella. Su "intervención" supondría contrariar la libertad y limitar la delegación otorgada. Pero la Inteligencia Suprema ni se desdice ni se corrige, puesto que no puede ser incoherente ni cometer errores.
Es decir, intervención y autonomía libre son conceptos contrarios, no pueden darse simultáneamente. Sería tan absurdo como afirmar que un círculo puede ser al mismo tiempo un triangulo. Y los absurdos no existen, son solo quimeras de nuestra loca imaginación.
En consecuencia Dios respeta su obra, nos deja hacer y no interviene. Sería demencial, por ejemplo, que un padre humano regalase un coche al hijo, para después sentarse encima de sus rodillas y conducir él mismo. Todos estos razonamientos son lógicos. Estoy de acuerdo con ellos.
Pero surge un escollo importante. ¿Cómo explicamos entonces las curaciones instantáneas, los fenómenos extraordinarios, los hechos sin explicación racional, que parecen saltarse las leyes de la naturaleza?
Si razonamos con humildad y objetividad llegaremos a la certeza de que somos limitados y evolutivos, "lo que sabemos es una gota del océano que ignoramos", como afirmaba Newton. A la luz de esa certeza surge una tercera vía de interpretación de los llamados milagros, el pasico que les falta a los "no intervencionistas".
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3.- La tercera vía descarta "el intervencionismo" por injusto, arbitrario y contrario a la libertad otorgada. Dios todo lo hace bien, lo hace para todos y no hace acepción de personas porque se derrama continuamente sobre todos sus hijos. No pueden existir milagros para unos sí y para otros no.
Lo mismo hay que afirmar de los mal llamados "intercesores". En el Cielo no existen amiguismos, recomendaciones, tráfico de influencias, ni chantajes. Todos saben que el Dios verdadero "hace salir el sol sobre buenos y malos, y hace llover sobre justos e injustos" (Mt 5,45).
Pero la tercera vía añade algo importante al "no intervencionismo" puesto que Dios no es mero espectador de su creación y siempre actúa: "Mi Padre trabaja siempre" (Jn 5,15). Y nos acompaña permanentemente desde dentro de nosotros mismos: "El reino de Dios está dentro de vosotros" (Lc 17,21).
Por tanto, somos nosotros los que tenemos la capacidad de hacer milagros si optamos por encontrar, desarrollar y utilizar "el tesoro" (Mt 13,44 y más) que llevamos dentro. Además, lo que llamamos milagros hoy, los hechos excepcionales, puede que algún día nos parezcan normales y descubramos su explicación. ¡Cuántos "milagros" sorprenderían a nuestros bisabuelos si levantaran la cabeza!
Los milagros, pues, están ya metidos en la olla de la creación, forman parte del mundo que se nos ha dado. Dios actúa desde dentro del orden creado y a través de sus hijos, no desde fuera.
Lo que ocurre es que hay que ser "humanos" para hacer milagros. Ese poder, esa delegación, no se les ha dado a los animales. Y la mayoría de nosotros, por desgracia, estamos instalados en nuestra animalidad más que en nuestra humanidad.
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Es imprescindible el desarrollo humano para manejar los dones recibidos. Un recién nacido, por ejemplo, es todo necesidad y pasividad, pero llegará a andar, a hablar, a entender y a conseguir metas inimaginables.
Demasiados adultos, sin embargo, cumplimos años pero no caminamos por los años. En el plano religioso muchísimas personas siguen con los zapatitos de la primera Comunión o los tiran porque les mancan. Pero en este mundo no podemos caminar descalzos. Somos muy frágiles y el suelo muy escabroso.
Pudiera parecer que este tema de los milagros no tiene importancia, si no fuera porque detrás está el "rostro del Dios" que nos habita. Los "intervencionistas" -sin ser conscientes de ello seguramente- creen en el "dios perchero" del que cuelgan todas sus necesidades y especialmente las de los otros (yo ya se lo he dicho, ya he cumplido, ahora que actúe Él). Y, queriendo o sin querer, caen en la pasividad.
Los "no intervencionistas" se imaginan un "dios dormido" que sigue descansando desde el séptimo día (ya puso el mundo a rodar, ahora nos toca a nosotros conducirlo o... destruirlo). Son pura actividad y se agotan bajo el peso de la responsabilidad y el control.
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Finalmente los que nos adherimos a "la tercera vía" pensamos que somos responsables del mundo ciertamente, pero creemos en el Dios Padre y Madre que actúa desde dentro de nosotros y a través de nosotros.
Es su ADN el que nos hace ser conscientes, discernir y conducir la libertad con responsabilidad, sabiendo que tenemos en herencia "el tesoro" inagotable del que siempre sacaremos los recursos necesarios e incluso los milagros.
No existe un "dios sentado en su trono" observando nuestros movimientos y anotando nuestros fallos. Existe un Dios Amor -encarnado para enseñarnos y conducirnos- que actúa desde dentro de nosotros y desde dentro del mundo que creó y pisó.
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(En la próxima reflexión aportaré algunas observaciones y experiencias, que corroboran la tercera vía).
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