Hace unos días tuve un encuentro por videoconferencia con una representación de los jóvenes de Madrid, organizado por la Delegación de Jóvenes de la archidiócesis. Pude conocer las acciones que estaban llevando a cabo algunos de ellos en este tiempo de pandemia, personalmente y en sus propios grupos con más intensidad, y ver que quieren seguir alimentando la llama del amor fraterno entre todos los hombres. Pude experimentar y oír en sus palabras cómo ardía en su corazón el deseo de ser portadores de esperanza. Intuí que la paz del Señor estaba en su corazón y no podían guardarla para sí mismos: sentían la urgencia de entregarla a todos los que habitamos en Madrid. Esto fue lo que me animó a decirles en aquel momento que eran «jóvenes portadores de esperanza».
Hoy quiero alentaros a todos los jóvenes a abriros con confianza a ese campo de trabajo inmenso de la Iglesia, a que deis testimonio de la esperanza que brota de Jesucristo con obras y palabras. Gracias por vuestras palabras y por vuestras obras. En todo lo que escuché se manifestaba que Jesucristo está en vuestro corazón y que os impulsa y compromete a dar respuestas altas, grandes, abiertas a todos los hombres y muy especialmente a quienes más necesitan.
En palabras del Papa Francisco en la JMJ Brasil, «quiero lío en las diócesis, quiero que se salga afuera, [...] las parroquias, los colegios, las instituciones son para salir; si no salen se convierten en una ONG y la Iglesia no puede ser una ONG». Como sostiene el Sucesor de Pedro, «la juventud es el ventanal por el que entra el futuro del mundo». Siempre lo he pensado y por ello, como sacerdote y después como obispo, siempre he trabajado con intensidad con los jóvenes. Hemos de daros espacio y mostraros un horizonte en el que descubráis que merece la pena ser discípulo de Cristo y miembro vivo de la Iglesia. En este sentido, me atrevo en esta carta a tener una conversación personal con cada uno de vosotros, siguiendo aquel encuentro que el Señor tuvo con un joven y que tan bellamente nos narra el Evangelio de San Mateo (Mt 19, 16-22).
Mi conversación con vosotros hoy nace del encuentro que un joven tiene cuando se acerca a Jesús y le dice: «Maestro, ¿qué tengo que hacer de bueno para obtener la vida eterna?». Quizá aquel joven vio en Jesús algo muy especial o había oído hablar de Él y por eso se acercó; lo que sí es cierto es que tenía una atracción por el Señor y veía en Él a alguien de confianza y de consejo. Sea lo que fuere, en aquel joven, como en todos los jóvenes, había una inquietud. Sin inquietud no hay jóvenes. La misma que vosotros los jóvenes me manifestabais el otro día en la conversación que tuve con vosotros: inquietud por salir de vosotros mismos, de felicidad y de hacer felices a los demás, de hacer un mundo diferente; inquietud por tener respuestas a preguntas fundamentales que, en este tiempo de pandemia, han surgido en vuestra vida. ¡Cuántas llamadas he recibido en este tiempo de muchos de vosotros! Y lo mismo que el joven del Evangelio preguntáis al Señor: «Maestro, ¿qué tengo que hacer de bueno para alcanzar la vida eterna?», ¿qué tengo que hacer en estos momentos para dar tu esperanza en el lugar donde vivo?
Me atrevo a daros la misma respuesta que Jesús en dos partes:
1. «¿Por qué me preguntas qué es bueno? Uno solo es Bueno». No se trata de respuestas éticas que están bien y son buenas, ni de hacer obras, se trata de ver si te has encontrado con quien tiene toda bondad y deseas vivir la comunión con Él, que te hará hacer obras mayores. No se trata de tener teorías, que pueden existir muchas. Él te invita a un encuentro con la Bondad y la Vida misma que es Él. Por eso el Señor insiste y quiere que hagas con Él un discernimiento. Va enumerando los mandamientos y el joven responde con rapidez que esos los cumple. Piensa que a ti te dice lo mismo.
2. «¿Qué me falta?». «Si quieres ser perfecto, anda, vende tus bienes, da el dinero a los pobres –así tendrás un tesoro en el cielo– y luego ven y sígueme». En la segunda parte, cambia el clima del encuentro: «Al oír esto, el joven se fue triste, porque era muy rico».
Quisiera que de esta manera conversaseis con Jesús todos los jóvenes. Os invito a un encuentro radical con Él, de comunión verdadera. Según el Evangelio, el joven «se fue triste, porque era muy rico». No es normal que los jóvenes poseáis riquezas de dinero, vivís de lo que tienen y pueden daros vuestros padres, sea más o menos. Pero la juventud en sí misma es una riqueza. Sois muy ricos. Y afrontáis decisiones importantes. ¿Hay que dejar de lado a Jesucristo o tenemos que dejarnos alcanzar por su amor y su vida para hacer un proyecto de vida en comunión con Él? Os aliento a que lo hagáis con Él. Aun en los sufrimientos, las carencias, las limitaciones, las situaciones familiares difíciles... tened a Cristo como el gran interlocutor que ofrece caminos, vida y verdad.
Sed canales de esperanza en estos momentos de la humanidad, de la pandemia y de una nueva época en la que estamos inmersos. Tened pasión por la verdad, abríos al amor que os entrega Jesús. Sin Dios uno no puede comprenderse a sí mismo, está perdido, la oscuridad llega a la existencia. Hoy hemos visto cómo un virus pone en cuestión y en crisis la vida de la humanidad. Vosotros los jóvenes sois diferentes, barruntáis algo nuevo; entre otras cosas, que no solamente lo mundano y el progreso temporal bastan, que las ideologías no dan respuestas a las necesidades más hondas del ser humano... Tenéis el atrevimiento del joven del Evangelio: «Maestro, ¿qué tengo que hacer de bueno para obtener la vida eterna?». Nuestro Señor os interpela sobre el estado de vuestra conciencia, os interpela sobre vuestro proyecto de vida.
Quiere que seáis hombres y mujeres de conciencia, de principios, que inspiréis confianza, que seáis creíbles, que estéis dispuestos a dar lo mejor de vosotros mismos. Que escuchéis su «Sígueme» y seáis dadores de esperanza. No dejéis de preguntar al Señor: «¿Qué me falta?».
Con todo afecto, os bendice,
+Carlos, Cardenal Osoro
Arzobispo de Madrid