Palabras bajo sospecha
Cito hoy una de ellas:
DIOS. El “Segundo encuentro de profesionales e intelectuales católicos” celebrado en Poblet, el pasado Octubre, planteó una reflexión sobre el tema “Creer en Dios en el siglo XXI”. En la primera ponencia el Dr, Pere Lluis Font hizo una magistral exposición sobre las “Imágenes de Dios en la historia”. Muy interesante fue descubrir la variedad de matices referidos a Dios. Una interesante conclusión: la imagen de Dios se va configurando a lo largo de la historia humana. Entonces es normal que en una época medieval, por ejemplo hubiera una imagen de Dios, y hoy tengamos otra diferente. Como hay una imagen de Dios en la mente de una persona rica diferente de la mente de una persona pobre, como hay una imagen de Dios en una religión, y en otra sea una imagen diversa…
Esto en principio es interesante porque viene a poner de relieve el “parentesco” de Dios con el hombre. Un Dios que ha creado al hombre y le manifiesta su amor dándole la capacidad de decir algo de Él, y por supuesto de vivir, a la vez, una relación profunda mutua. Pero esto es insuficiente, ya que nos encontramos con el peligro, muy real, de que el hombre no esté a la altura debida en una relación de vida con su Creador.
Está claro que la resonancia de Dios en la vida del hombre no puede ser igual en todos ellos. Porque cada persona es un vaso diferente, modelado con profundo amor por el Creador. A cada uno nos pone en unas circunstancias personales e históricas distintas. Por esto mismo serán tantas y tan diversas las resonancias de Dios en la historia y en la vida humana.
Esto hace comprensible la existencia de tan diversas opiniones sobre Dios. Opiniones que se apoyan sobre la relación personal que cada uno está llamado a vivir, y vive.
Nos encontramos con el hecho de que no tenemos una “fotografía” de Dios, que nos pueda dar una versión fiable de Él para toda la condición humana. A Dios nadie lo ha visto nunca enseña san Juan. (1Jn 4,12). Dios se sitúa en el ámbito del Misterio. Ahora bien, el hombre está dotado de una inteligencia, una voluntad, una memoria, precisamente para intentar penetrar en ese Misterio que nos sobrepasa. En último término en esa relación con el Misterio, y en el intento válido de penetrar en él y comprenderlo, la actitud humana última, y la más correcta, es el silencio y la adoración. Y por aquí el hombre encuentra una brecha abierta para una relación existencial con Dios que necesariamente tendrá que tener una implicación en la vida humana, si nuestra experiencia de Dios ha de ser verdaderamente creíble.
Si todos tuviéramos conciencia de lo que supone nuestra relación con la divinidad, y de lo que este Dios Creador comporta para la vida de la humanidad, para todo ser humano que lo busca, y que lo desea como sentido último de la existencia, el hombre creyente tendría que tener un talante más desarrollado de diálogo y de tolerancia en su relación social. Dios debería ser un factor fuerte de más humanidad, de más comunión fraterna.
No siempre fue así. Tampoco hoy es así. Por ello la palabra “Dios” viene a ser una “palabra bajo sospecha” es decir que, contemplando la relación de los hombres con quienes dicen que es su Dios, observamos que esta palabra es una de las palabras más sobrecargadas del lenguaje humano. Ninguna palabra tan ensuciada y lacerada. Generaciones de hombres han descargado en ella el peso de su vida angustiada. Han matado o han muerto, o siguen matando por esta idea, y el nombre de Dios está marcado a sangre en nuestra doliente humanidad. ¿Pero, dónde hallar una palabra mejor para indicar al Altísimo, de quien tiene necesidad el hombre? Ciertamente los hombres se asesinan unos a otros “en el nombre de Dios”. Pero cuando desparece toda ilusión y todo engaño, cuando quedan frente a Él en la soledad y no dice ya: Él, Él, sino que imploran a un Tú, se dirigen a ese Ser supremo y Creador. La palabra Dios es la palabra de la invocación. No podemos lavar la palabra Dios de todas sus manchas, ni hacerla inviolable; podemos sin embargo, levantarla de la tierra, y, manchada y herida como está, alzarla en alto en la hora de un gran dolor.
Esta palabra, “Dios” contemplada desde la vertiente humana es una palabra cargada de luz y de sombra. Esto levanta la sospecha de cara a nuestra sociedad. “Dios” por ello, es “el que ha de ser buscado siempre”. El hombre tiene tres caminos que le pueden llevar al encuentro con Dios: búsqueda racional, oración personal, y proyección en una vida moral concreta. Pero también es verdad que este “Dios” solo es cognoscible si él se da a conocer.
Por otro lado, para nosotros, los creyentes este Misterio se hace presencia en Cristo Jesús. Verdaderamente, Él es la “fotografía” de Dios. Él es a quien confesamos “Dios con nosotros”. Él es el mensaje gozoso, el “evangelio”, la “buena noticia” del Dios que obra y salva. Sin Él, el Misterio no nos sería perceptible. Incorporando el Misterio de Cristo a nuestra vida, obrando como Él obró, con nuestra fidelidad, podemos desvanecer esta sospecha y vivir la cercanía de un Dios ardiente, amable, benévolo. Dejar que Dios te sondee el corazón. Dice el salmista: “cuando el hombre llega a la altura de su corazón, es cuando Dios es glorificado”.
Hay más “palabras bajo sospecha”. Las dejo para otro momento.