Lourdes, un acercamiento sincero a los milagros y la fe desde el agnosticismo




La directora austriaca Jessica Hausner realiza este acercamiento a algunos aspectos de la experiencia creyente desde la perspectiva provocadora de los milagros. La sinceridad del planteamiento y la honradez de la búsqueda merecen el reconocimiento que esta película tuvo con los premios SIGNIS y el FIPRESCI del Festival de Venecia así como el Giraldillo de Oro a la Mejor Película del Festival de Sevilla.

Lourdes narra la peregrinación de un grupos de enfermos y acompañantes organizada por la Orden de Malta. Tendrá especial relevancia el proceso de Christine, una joven aquejada por una esclerosis múltiple, que tetrapléjica va en una silla de ruedas. Entre el grupo de enfermos destaca una joven también postrada acompañada por su madre y un anciano solitario. Entre los acompañantes figura el padre Nigl y Cecile, la rígida y ordenada responsable de la expedición. Además se suma una anciana peregrina, la señora Halt, que será la que verdaderamente acompañe a la joven protagonista en este camino hacia la esperanza.

Está filmada con un tratamiento frío y distante de los personajes al estilo de los modelos de Bresson o los personajes hieráticos de Kaurismäki. Esta opción tiende a beneficiar la presentación del misterio pero quita naturalidad a lo extraordinario, tema por otra parte central. Así mismo el guión, de la propia directora, se presenta como una indagación sobre las preguntas que suscita el hecho del milagro: ¿Qué hay que hacer para obtener un milagro? ¿Por qué la enfermedad elige a unos y a otros no? Ante el dolor y mal, ¿puede ser Dios bueno y omnipotente? ¿Cuándo hay una verdadera curación? ¿Por qué sólo se cura alguno? ¿Es que no merecen todos ser curados? Las preguntas son contestadas normalmente por el padre Nigl desde la perspectiva católica, aunque las cuestiones siguen abiertas. Esta dinámica impone un cierto didactismo, que confía más en las palabras que en las imágenes que cuenta la historia. La ventaja es que permite afrontar con profundidad los temas, pero el inconveniente es que se establecen dos planos dramáticamente mal comunicados: lo que se cuenta y lo que los creyentes confiesan.

Sin embargo, la propuesta de Lourdes es especialmente interesante porque sin vanalizar la posibilidad de la sanación, entra en el tema del sufrimiento y sitúa tanto el dolor como la curación ante la opción del sentido y la confianza de la fe. Así la película respira autenticidad de fondo y se convierte en emocionante sin caer en lo espectacular. En ella la fe aparece como plausible a pesar de una cierta rigidez de las formulaciones. El sufrimiento del alma está ligado al cuerpo pero se concreta en la infelicidad marcada por la soledad y la ausencia de futuro. La única pregunta definitiva sería de qué necesitamos ser curados y quién nos puede curar.

En este desvalimiento los peregrinos buscarán a Dios en los gestos de la oración arrodillada, de la procesión de las antorchas, cuando tocan la roca en la gruta, cuando se bañan con el agua o pasa ante ellos el Santísimo. Esta búsqueda se concreta en el Via Crucis donde aparecen las referencias más directas a la cruz, la filmación se concentra en la sepultura donde se deposita el cuerpo muerto de Cristo, pero el grupo de peregrinos sigue adelante, cantando el aleluya, hacia la estación dedicada a la resurrección que no se muestra. La fe es posible para los que siguen caminando.

Los personajes centrales resultan trastocados. La curación de Christine queda abierta pero hay una transformación interior, la fe de la callada señor Halt se ha visto confirmada en su joven hija-amiga, incluso la rigidez de Cecile es comprendida a la luz de su proximidad a la muerte. Otros siguen su camino aunque el paso por Lourdes ha supuesto un cuestionamiento.

Lo asombroso de esta película, desde la perspectiva de nuestro país, reside en comprobar como la búsqueda espiritual realizada desde el agnosticismo está cargada de sinceridad también crítica, marcada por el deseo de sentido y de confianza ante el sufrimiento. Donde el acercamiento a la fe atiende a las razones y escudriña los signos, tanto a los símbolos y como a los itinerarios interiores. Aquí la diferencia entre creyentes y no creyentes se convierte en una bendición que nos interroga y nos cambia, que nos invita conjuntamente a la felicidad compartida. Esta lección nos viene de la Europa laica que no renuncia a lo profundo, a lo esencial y a lo último. Mientras, por aquí, seguiremos esperando el milagro.
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