Tulpan: Allá donde nace la vida
“¿Cómo podríamos cantar una canción al Señor en tierra extranjera?” (Salmo 137, 4). Lo asombroso desde la perspectiva espiritual es que siempre aparecen sorpresas. Lo cierto es que este canto de Israel que añora Jerusalén en los ríos de la cautividad de Babilonia es la música que irrumpe, desde la interpretación del grupo Boney M, cada vez que el protagonista de esta película, el joven aprendiz de pastor Asa, se monta en el tractor de su amigo Boni (otro guiño sugerente).
Que esta melodía nos lo encontremos en una película de un realizador kazajo, Sergei Dvortsevoy que en tono de comedia nos cuenta las peripecias de un joven, que acabada la instrucción militar en la marina, casi termina casándose con una cabra en su deseo de convertirse en pastor; definitivamente parece una broma. Pero no, aunque tendremos que explicarnos.
Este film sencillo y poético es un canto a la resistencia de la vida en las situaciones de gran pobreza y dificultad de la estepa de Kazajstán y que críticamente apunta a que en la distancia entre el mundo urbano y el medio natural, la civilización tecnológica puede convertirse en un destierro que nos lleva a recordar Jesusalén, tan indomable como llena de fuerza y deseo de vivir. Y es quí donde tienen sentido profundo las palabras recogidas del salmo por la canción y que los protagonistas cantan inconscientemente tantas veces “Junto a los ríos de Babilonia... allí nos sentamos. También lloramos al acordarnos de Sión. Porque allí los que nos tenían cautivos nos pidieron las palabras de una canción, ¿Cómo podríamos cantar una canción al Señor en tierra extranjera?”
Aquí el canto es esta película de Dvortsevoy, un realizado especialista en documentales que emprende su primer largometraje de ficción prolongando su experiencia de plasmador de la realidad. Dentro de una enorme simplicidad nos presenta una familia kazaja que son pastores entre el cielo y la estepa, al cuidado de un inmenso rebaño de ovejas pero también de burros, vacas, caballos, perros y hasta una tortuga. Desde dureza de su vida, envuelta de viento y cantos, se nos presenta a Samal hermosa y madre, sensible y trabajadora; a Onda, su marido, que muestra su preocupación por la ovejas que extrañamente paren corderos muertos; al jovencito Beke que se ha convertido en un noticiero radiofónico ambulante, a la pequeña Nuka que siempre canta y al más pequeño Maha que siempre corre. Y a su lado está Asa, hermano menor de la esposa y protagonista, que todavía no encuentra su lugar y sueña con llegar a América-Babilonia.
Filmada con una gran sensibilidad busca la belleza elucuente en la dureza real de unos cielos inmensos en su profundidad pero amenazantes en sus frutos. Con un horizonte omnipresente que abre el alma pero también curte el cuerpo, que necesita recomponerse en la ternura humana. Colocéndonos en la frontera de la vida asistimos, en una escena magistral, al parto de una oveja que nos muestra hasta que punto, ésta puede ser una excelente actor que nos muestra realmente la emoción de la vida que brota terca y definitiva.
Esta contemplación de la belleza natural y el acompañamiento del proceso formativo de Asa, para asumir la dificultad de la vida en tal entorno, se convierte en un canto de protesta ante la necesidad de la inmigración que despoja a los seres humanos de sus tierras pero que también eclipsa tras los monótonos ladrillos de la ciudad la inefable gracia escondida en la Creación. Que ofrece algo que al final no vale el intercambio.
Tras la épica de la dureza de cada día en el pastoreo en medio de la estepa, tras el toque de comedia que resalta las salidas más imprevistas, tras el milagro de la vida en medio de la muerte y tras esta familia primordial que se nos muestra una opción. Tulpan, la muchacha que no existe puede merecer la pena y por ella quizás valga la pena resistir. Así, pues, la opción es la resistencia. Mejor ésto que cantar en Babilonia un canto por lo que perdimos.