Profesionales cristianos por la cultura del cuidado Cuidados para cuidar: la esencia de la "Cuidadanía"

Cuidados para  cuidar: la esencia de la "Cuidadanía"
Cuidados para cuidar: la esencia de la "Cuidadanía" Jose Moreno Losada

En este fin de semana nos hemos vuelto a encontrar los militantes del movimiento de profesionales cristianos de Mérida-Badajoz, es la antesala de un tiempo de cuaresma y de pascua que nos invita a la conversión desde la acción. Nos mueve la clave del evangelio de este domingo "puestos a la obra" y el mandato de compasion, "anda haz tu lo mismo".

Nos han acompañado en esta reflexión personas nuevas y entre ellas estaban dos inmigrantes que luchan por su regularización. Os comparto la reflexión que me hace llegar uno de ellos, Erasmo de Nicaragua que viene desde el miedo y deseando la paz y la dignidad suya y la de su familia sin dejar atrás la coherencia de su fe. 

Cuidarnos para cuidar: La esencia de la Cuidadanía.

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mesas Jose Moreno Losada

En un mundo donde el hacer constante parece medir nuestro valor, donde el tiempo se consume como arena entre los dedos, detenernos a reflexionar sobre el cuidado—de nosotros mismos y de quienes nos rodean—es un acto revolucionario.

Este fin de semana, del 7 al 9 de febrero, en la casa de Betania de Badajoz, tuve la oportunidad de compartir un espacio con la Comunidad de Profesionales Cristianos de la Diócesis de Mérida y Badajoz, un encuentro marcado por la calidez de los testimonios y la hondura de las reflexiones. Allí, bajo la luz de nuestras experiencias y vocaciones, escuche por primera vez un concepto poderoso: la “Cuidadanía”. No solo como un juego de palabras, sino como una invitación a pensar en la profesionalidad no desde la exigencia descarnada, sino desde el arte de cuidar. Cuidar la profesión, la entrega y, sobre todo, la humanidad en cada gesto.

En este encuentro, nos guiamos por seis claves que iluminan el camino del profesional que no quiere perderse en la inercia del mundo, sino anclarse en lo esencial: el amor desde el sosiego, la bondad, la fraternidad, la ternura, la comunidad y la libertad sobria.

El amor desde el sosiego nos recordó que la prisa no es sinónimo de entrega, que el amor auténtico se gesta en la pausa, en la mirada profunda, en el hacer con sentido. En un tiempo donde el ruido impera, reaprender el silencio como acto de amor nos devuelve a la esencia de nuestra vocación.

La bondad, lejos de ser una simple inclinación a lo bueno, se mostró como un ejercicio consciente de decidir en favor del otro. En lo pequeño, en lo cotidiano, en lo invisible, la bondad construye puentes donde antes había muros.

La fraternidad nos unió en la certeza de que nadie avanza solo, que la profesión no es una competencia, sino una red tejida de manos que se sostienen mutuamente. En cada historia compartida, en cada testimonio de lucha y esperanza, la fraternidad nos recordó que pertenecemos los unos a los otros.

La ternura nos desarmó. Porque ser profesional no significa endurecerse, sino encontrar en la vulnerabilidad un lugar de encuentro. En el gesto sencillo de un cuidado amoroso reside la mayor fortaleza.

La comunidad se hizo tangible en cada palabra, en cada escucha atenta. En un mundo que aísla, encontrarnos fue un acto de resistencia. Porque solo en comunidad es posible sostener el fuego de nuestra vocación sin que se apague en la soledad del desgaste.

La libertad sobria nos recordó que la verdadera libertad no es hacer lo que queremos sin medida, sino elegir con responsabilidad, con conciencia y con amor. Una libertad que no se desboca, sino que se entrega.

Descubrimiento de la vocación al cuidado

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grpo Jose Moreno Losada

En este espacio, comprendí que ser profesional no es solo ejercer una función, sino habitar un llamado. Que el cuidado no es solo un acto hacia los demás, sino una postura interior, una manera de ser en el mundo. Y que la “Cuidadanía” es, en definitiva, una forma de vida: una elección cotidiana de cuidar y dejarnos cuidar, de sembrar ternura en el ejercicio de nuestras profesiones y de sostenernos mutuamente en el amor y la esperanza.

Quizás, en este tiempo acelerado y exigente, la verdadera revolución sea recordar que, antes de todo, somos humanos llamados a cuidar y ser cuidados.

Conectar con la esencia es un acto de valentía, un retorno a lo más profundo de nuestro ser. Es detenerse, mirarse con ternura y recordar que no solo estamos llamados a ser buenos con los demás, sino también misericordiosos con nosotros mismos. Porque el amor verdadero empieza por dentro, por la compasión hacia nuestra propia fragilidad.

Y así, al regresar de este encuentro, me acompaña una certeza que resuena en mi interior como un eco suave y persistente: el cuidado es la esencia de nuestra humanidad. Nos sostenemos en la delicadeza de un gesto, en la palabra que alienta, en la presencia que no juzga.

Somos peregrinos en este camino de la vida, y aunque a veces la prisa nos empuje a olvidar lo esencial, es en la ternura compartida donde hallamos la brújula que nos devuelve al sentido más profundo de nuestra existencia. Porque cuidar es un acto de fe, de esperanza, de amor. Es reconocernos en el otro, y en ese reconocimiento, descubrir que el verdadero éxito no está en la acumulación de logros, sino en la siembra de humanidad en cada paso que damos.

"Ser bueno no es para mí, es para mi hermano" consciente de que debo de ser misericordioso conmigo mismo, esto nos invita a soltar las cargas innecesarias, a abrazarnos con la misma ternura con la que Dios nos abraza. Como dice el Salmo 103:13: "Como el padre se compadece de los hijos, se compadece YAHVÉ de los que le temen".

La sangre de la alianza y de la vida: Orando lo vivido

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¿Me hace semejante lo singular? “Nos corre sangre en las venas”, cada latido, cada gesto, cada decisión única nos construye. Y en nuestra singularidad, hallamos la semejanza con el Creador, quien nos ha formado con un amor inigualable: "Antes que te formara en el vientre te conocí, y antes que nacieras te santifiqué" (Jeremías 1:5).

Desde la ternura, migramos a las entrañas donde se forma el corazón en el calor de mamá. Allí, en la profundidad de ese amor primero, comprendemos que no somos huérfanos, que la raíz de nuestra existencia está en el Amor del Padre. "Aunque mi padre y mi madre me dejaran, con todo, YAHVÉ me recogerá" (Salmo 27:10).

Volver al Amor del Padre es volver a casa, es encontrar descanso en los brazos que nunca abandonan. Desde el vientre de mamá, desde el origen mismo de la vida, Dios nos ha tejido con ternura infinita. "Me tejiste en el vientre de mi madre. Te alabo porque soy una creación admirable" (Salmo 139:13-14).

Así, en este caminar, recordamos que cuidar también es permitirnos ser cuidados. Es dejarnos amar, abrazar por la gracia divina y sostenernos en la certeza de que, más allá de nuestras fuerzas, hay un amor eterno que nos cuida y nos llama por nuestro nombre.

Pero ¿cómo encarnar este cuidado en nuestra vida diaria? ¿Cómo transformar la teoría en un susurro tangible en nuestras acciones? La respuesta es sencilla y, a la vez, profundamente desafiante: el amor en lo pequeño. En la palabra de aliento, en la mano que no suelta, en la escucha sin prisas. En cada uno de estos actos, Dios se hace presente. "En verdad les digo que, en cuanto lo hicieron a uno de estos hermanos míos, aun a los más pequeños, a mí me lo hicieron" (Mateo 25:40).

Migrar al corazón del otro, con la misma ternura con la que un niño busca refugio en los brazos de su madre, es también un camino de regreso a nosotros mismos. Nos encontramos en el otro, nos descubrimos en su vulnerabilidad y aprendemos que el amor no es una idea abstracta, sino una siembra diaria. "Ama a tu prójimo como a ti mismo" (Marcos 12:31).

Así, en este peregrinaje de amor y cuidado, seguimos caminando, aprendiendo a recibir y a dar, recordando que la esencia de nuestra existencia se halla en el abrazo que ofrecemos y en la ternura con la que nos permitimos ser sostenidos. Y en ese intercambio sagrado, la vida misma se llena de sentido.

Paz y Bien

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