Extraido de "Trazos de evangelio, trozos de Vida" (Edit. PPC) ¿Los magos vienen? Yo ya tengo mi sueño
Vieron al niño y lo adoraron
“Donde está tu tesoro allí está tu corazón” Sentencia de vida divina. Todo se juega en el corazón. Sede frágil de la felicidad que se rompe cuando queda ocupada por el oro, el incienso o la mirra. La polilla y la carcoma los corroen y se destruye el santuario de lo humano que está preparado para la solemnidad pura del amor. Sólo los pobres y sencillos de corazón lo entienden y lo ven, porque están limpios y luminosos. Tenemos el reto de marchar a nuestra tierra, a nuestra raíz más verdadera, por otros caminos marcados por la estrella de la sencillez encarnada del niño Dios.
| Jose Moreno Losada
No me cuentes cuentos
Los magos llegaron a descubrir el amor universal en el silencio de Belén, hemos de recuperar a Cristo en lo oculto y profundo de su desnudez humana. Con cosas sencillas como nos invita el Papa: “Procuremos no mundanizar la Navidad, ni convertirla en una bonita fiesta tradicional pero centrada en nosotros y no en Jesús. Celebraremos la Navidad si sabemos dedicar tiempo al silencio, como hizo José; si le decimos a Dios “aquí estoy”, como María; si salimos de nosotros mismos para ir al encuentro de Jesús, como los pastores; si no nos dejamos cegar por el brillo de luces artificiales, de regalos y comidas, y en cambio ayudamos a alguien que pasa necesidad, porque Dios se hizo pobre en Navidad.”(Francisco)
Epifanía del Señor: Evangelio: Mateo 2, 1-12
Jesús nació en Belén de Judea en tiempos del rey Herodes. Entonces, unos magos de Oriente se presentaron en Jerusalén preguntando: —«¿Dónde está el Rey de los judíos que ha nacido? Porque hemos visto salir su estrella y venimos a adorarlo.» Al enterarse el rey Herodes, se sobresaltó, y todo Jerusalén con él; convocó a los sumos sacerdotes y a los escribas del país, y les preguntó dónde tenía que nacer el Mesías. Ellos le contestaron: —«En Belén de Judea, porque así lo ha escrito el profeta: "Y tú, Belén, tierra de Judea, no eres ni mucho menos la última de las ciudades de Judea, pues de ti saldrá un jefe que será el pastor de mi pueblo Israel."» Entonces Herodes llamó en secreto a los magos para que le precisaran el tiempo en que había aparecido la estrella, y los mandó a Belén, diciéndoles: —«Id y averiguad cuidadosamente qué hay del niño y, cuando lo encontréis, avisadme, para ir yo también a adorarlo.» Ellos, después de oír al rey, se pusieron en camino, y de pronto la estrella que habían visto salir comenzó a guiarlos hasta que vino a pararse encima de donde estaba el niño. Al ver la estrella, se llenaron de inmensa alegría. Entraron en la casa, vieron al niño con María, su madre, y cayendo de rodillas lo adoraron; después, abriendo sus cofres, le ofrecieron regalos: oro, incienso y mirra. Y habiendo recibido en sueños un oráculo, para que no volvieran a Herodes, se marcharon a su tierra por otro camino.
Mi carta atrevida a los magos
A ver cómo me explico porque ni yo mismo me entiendo bien, y me cuesta aclararme, aunque la verdad que estoy bastante convencido. Se trata de un pensamiento sencillo y natural, que por lo mismo se convierte en muy complejo en esta sociedad y cultura en la que vivimos: la felicidad está en la casa de la sobriedad y no en la de la sobreabundancia, mal que nos pese.
Cuando yo era niño, parafraseando a san Pablo el apóstol, pensaba como niño, soñaba como niño… me tocó vivir en cierta sobriedad, cercano a la pobreza, aunque nunca en la necesidad no cubierta. Y soñaba con salir de la sobriedad, como camino a la felicidad, a la tranquilidad y despreocupación. Me animaban a formarme para por no tener que penar, en cierta medida para estar por encima de la sobriedad. De este modo se me presentaba el camino a la felicidad.
Ahora medio siglo después, aquí me tenéis escribiendo una carta, en la que confieso desde la vida y la contemplación de la realidad, que comulgo cien por cien con este papa tan cercano y humano. En la última encíclica aclara que el camino de la felicidad y del cuidado de la humanidad y la creación pasa por la construcción y atención a la casa común en la que todo está interconectado. Nos invita a un modo de vida felicitante que pasa por la sobriedad, pero no una sobriedad cualquiera sino la que libera y abre caminos de realización fraterna, de dignidad e igualdad, de comunión y de paz. Por eso ahora que ya he entrado en el último tercio de mi vida y que tengo que pensar en qué quiero gastar el último cuarto de mi existencia, apuesto por una vida en verdadera sobriedad, y pongo en mi carta a los reyes magos para este año el número de la Laudato si que me parece espectacular, y me recuerda mucho a la vida y el corazón de mis padres:
“La sobriedad que se vive con libertad y conciencia es liberadora. No es menos vida, no es una baja intensidad sino todo lo contrario. En realidad, quienes disfrutan más y viven mejor cada momento son los que dejan de picotear aquí y allá, buscando siempre lo que no tienen, y experimentan lo que es valorar cada persona y cada cosa, aprenden a tomar contacto y saben gozar con lo más simple. Así son capaces de disminuir las necesidades insatisfechas y reducen el cansancio y la obsesión. Se puede necesitar poco y vivir mucho, sobre todo cuando se es capaz de desarrollar otros placeres y se encuentra satisfacción en los encuentros fraternos, en el servicio, en el despliegue de los carismas, en la música y el arte, en el contacto con la naturaleza, en la oración. La felicidad requiere saber limitar algunas necesidades que nos atontan, quedando así disponibles para las múltiples posibilidades que ofrece la vida.”
Navidad, el Dios oculto y olvidado
No es fácil imaginar qué se celebra en la Navidad, hay un modo pagano de celebrarlo que nos ha ganado el terreno y ha usurpado de un modo eficiente la verdad profunda del sentido cristiano de la Navidad. Hoy el reto para los creyentes y seguidores de Jesús de Nazaret – y también para los hombres de buena voluntad- no puede ser otro que recuperar ese sentir propio de Dios que es el que corresponde con las celebraciones del tiempo de navidad en la liturgia cristiana y que nos muestra la verdadera epifanía del Señor. ¿Buscamos la Vida? Para eso hemos de andar el camino de aquellos que inquietos buscaban por todo el mundo, desde lejos, la fuente de la luz que podía alumbrar a toda la humanidad.
La historia...
La gran aportación judeocristiana a la humanidad fue su sentido del tiempo como historia. Para ellos el tiempo se abre en proceso no puramente cíclico, sin con apertura lineal, en el que aparece un punto de origen, alfa, y otro de destino y dirección, omega. Entre ellos hay un proceso llamado historia, abierto porque está marcado por dos libertades genuinas y propias, la de Dios y la de su imagen en el mundo, el hombre. Dos seres libres que están llamados a vivir, crear, a esperar amando. Así la realidad se abre a la salvación, encuentra un fundamento de origen y destino que es el amor absoluto y generoso de un Dios que no se busca, sino que se entrega. Al que se puede encontrar.
El Dios regalado
Por parte de Dios todo es don y entrega. Viene a su pueblo trayendo la salvación al hombre herido y caído, este salvador es el que ha creado por puro amor y generosidad extrema, su palabra se ha hecho fecunda: “vosotros seréis mi pueblo y yo seré vuestro Dios, seréis para mí como un hijo y yo seré un padre para vosotros”. Ahí está la estrella que orienta, no hay otra, el amor y la generosidad de lo divino que fundamenta lo más humano, lo más encarnado.
En la luz del Belén, en el niño Dios, oculto y débil, en ese proceso de amor y generosidad, se abre el mundo de las creaturas y queda fecundado por la donación del absoluto sin límites, el creador se hace criatura, el poderoso se hace débil, el señor se hace siervo y viene a darse. Los inquietos que buscaban la verdad de la vida al encontrarlo: “lo adoraron”. Se percataron que el primero ahora es el último, pero en su pequeñez sigue siendo el fundamento de todo lo creado, el poder de la vida, el señor de la historia. Ahí está la universalidad de la salvación., el núcleo de lo que celebramos, se manifiesta la gloriosa desnudez del absoluto en la nada del mundo y de la historia. No pude haber mayor amor y poder en mayor pobreza. Nuestro Dios se hace divino en la pobreza y así se universaliza, amando a todas las criaturas con las se religa eternamente, afectándose en todo lo creado, e identificándose para siempre con los más pobres y desheredados de la historia. Nada le podrá separar ya a Dios de los pobres, nada ni nadie podrá separar a los pobres del amor de Dios que se ha manifestado en el niño de María en Belén, Jesús de Nazaret.