Ejercicios espirituales con Santiago Agrelo Por un movimiento generalizado de amor a la Iglesia

Por un movimiento generalizado de amor a la Iglesia
Por un movimiento generalizado de amor a la Iglesia

En la tarde nos toca adentranos en un misterio tan singular como propio de cristianos bautizados en la iglesia y como sacerdotes servidores en medio de ella, nos habla Fray Santiago Agrelo del amor a Cristo en la iglesia. Una reflexión de una profundidad radical, que toma arranque en la cuestión presentada por un compañero de la relación entre la iglesia y el mundo, en aquello que parece ser el obstáculo que impide a la Iglesia volver a su autenticidad. Transmito mis apuntes para orar y asumir su propuesta hoy.

Amar a Cristo en la Iglesia

agrelo

Iglesia en el mundo, pero no del mundo

El mundo actual y su cultura viene como resultado de muchos factores que no tienen que ver en principio con el abandono de la iglesia, aun cuando hayan provocado una ruptura con la trascendencia.

¿Cómo nos relacionamos y qué pretendemos con este mundo desde la iglesia? Si tememos la pretensión de recuperarlo como poder estamos perdidos; la Iglesia en ese sentido está llamada a desaparecer. No tenemos otro reto eclesialmente que mirar el mundo con la mirada misericordiosa de Jesús sobre las heridas del mundo, que plaga con dolor a los hombres y a los débiles. El poder y el placer como horizonte marca vencedores y vencidos, de víctimas y verdugos. La iglesia ha de tener ojos de misericordia. No tiene sentido una iglesia que toma partido, nosotros tenemos que ser de todos, nos preocupan los pobres que sufren, pero también por los ricos que no son conscientes de la salvación que necesitan y que no van a encontrar, dada su actitud. Es un escándalo que los medios de la Iglesia se sitúen tomando partido de unos contra otros. 

Nuestra misión eclesial no está con respecto a las ideas, sino con las personas y sus situaciones personales.  Hemos de estar siempre al lado de las víctimas, Dios ha estado siempre del lado de los perdedores, él mismo es un perdedor, no viene a ser el primero, sino a darlo todo, a perderlo. En esta tarea la Iglesia no está sola, puede estar con todos, y encontraremos al final que todos hemos servido al mismo Señor. Cuidar de Cristo, el Señor, en la humanidad es nuestro horizonte, al servicio de este cuidado está la eucaristía, la comunión con El, que nos da fuerzas. Lo fundamental es ocuparnos de los pobres, ahí está el espíritu de Jesús y su salvación para todos. Para nosotros esta fidelidad pasa por el amor a Cristo en la Iglesia.

AMAR A CRISTO EN LA IGLESIA

La Iglesia es de Cristo, de su amor y su gracia, busquemos irradiarle a él. Se trata de ser sus discípulos para ser como él, eso es la Iglesia. Seguirle, con nuestra cruz y nuestra negación por aquel que nos amó, nos llamó, se entregó por nosotros, del que nos espera y tiene para cada uno una propuesta de amor: recibir su amor y darlo. En ese amor está toda la belleza y todo el bien.

El misterio del amor de Jesús, hemos de sondearlo día a día en el contacto con él. El silencio que es capaz de escuchar al otro, poner en él la atención. La escucha como estructura es fundante para el creyente. Día a día necesitamos el silencio, prestar atención, para buscar a Cristo donde él está y nos alertará para que le amemos allí donde nos sale al encuentro: en la Iglesia, en la Palabra de Dios que escuchamos -necesidad de proclamarla como merece-, en la eucaristía que celebramos y recibimos, en los sacramentos, en los pobres, en cada ser humano.  Amar a Cristo en su Iglesia, es amarlo en su cuerpo. (Mt 25, 31ss).

Se trata de la Iglesia que forma con él un solo cuerpo. Nosotros queremos ser iglesia, cómo vamos a hablar de ella mal o decir que está fuera de nosotros. Ella ha nacido del corazón abierto de Cristo. Hemos nacido en la sangre y el agua del crucificado, del esposo que ama hasta el extremo. Esposa bendecida, bella, atraída, seducida y amada por Cristo. Amarla y servirla como Cristo, que la consagra y la purifica con su sangre y su agua, santa e inmaculada, la amó y se entregó por ella (Cf., Efesios).

Cuidar de la iglesia es cuidar de nosotros mismos.  Por ella (pro ecclesia): se entregó Cristo y nos entregamos nosotros, en comunión.  No debemos manchar el rostro de la Iglesia de Cristo. No podemos seguir a Cristo, sin la Iglesia. No existe Dios sin la iglesia, para toda la eternidad, una vez que Jesús se ha desposado con ella, ha querido ser con ella una sola carne, uno solo.

Icono real de la Iglesia, es la Iglesia que recorre su camino en el mundo, frágil, pecadora, débil… esta Iglesia es la imagen de ella. Esta es fuerza en sus mártires, admirable en sus santos, verdad en su entrega. A la vez es manchada por nuestros pecados, enfangada por nuestra soberbia, nuestro egoísmo, frivolidad…ese cuerpo al que se une Jesús, y que quiso unida, se divide, se hiere, se maltrata… a veces por una palabra (Filioque).

La iglesia que Cristo quiso pobre se dejó seducir por el dinero, la riqueza, el placer. Aun siendo pecadora es amada, y santa por la santidad que el Padre pone en sus hijos. Está fundamentada en un amor divino siempre fiel, eterno, en el cielo y en nosotros. Necesitamos un movimiento de amor a la Iglesia, un amor generalizado y vivo, no para que sea grande y poderosa, sino presentarla humilde, pequeña, al servicio de todos, santa. Hacer real un mundo de amor de samaritanos y cireneos, obedientes que se hacen cargo del mal y del sufrimiento para liberar y curar, salvar. Un mundo de enamorados de Jesús que muestran la comunión con él en la comunidad, en la eucaristía, en los pobres. Llamados a ser piedras vivas en el templo del espíritu, como sacerdocio sagrado y ofrecer los sacrificios espirituales para agradar y alabar a nuestro Dios (1 Pe). Como hizo Jesús con su vida: “Aquí estoy para hacer tu voluntad” (Hb).  

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