La ecología debe preocupar y ocupar a todas las religiones
Son muchos los informes que pronostican un cambio climático importante e impactante. Un cambio que incidirá negativamente en la disponibilidad de agua, las cosechas y la desnutrición. Que aumentará el nivel del mar y el riesgo de fenómenos meteorológicos extremos; que afectará a muchos ecosistemas y a los patrones de determinadas enfermedades, con el consiguiente impacto negativo en la salud humana.
Afrontar esos problemas requiere una legislación de ámbito mundial que sea de obligado cumplimiento y que sancione a los infractores.
Hasta ahora ha habido muchas conferencias y declaraciones al respecto pero el impacto ha sido limitado.
Los acuerdos mundiales son necesarios pero no suficientes, porque se necesita, sobre todo, voluntad política para plasmarlos en leyes, para hacer cumplir dichas leyes y para sancionar a quien las incumpla. Se requieren estructuras democráticas mundiales, con autoridad sobre los estados y los entes locales.
Sin menospreciar las soluciones técnicas y políticas, que son necesarias, muchos insisten en la necesidad de un cambio cultural y de mentalidad; un cambio de valores que vaya a la raíz del problema ecológico; que cuestione el consumismo y fomente otros valores; que nos saque del egocentrismo y nos haga tomar conciencia de la realidad de interdependencia derivada de las interrelaciones y de que nuestra vida depende, en gran medida, de la de los demás; comprender que el bien individual y el bien colectivo son inseparables.
Entender, en definitiva, que el problema ecológico es un problema de justicia interplanetaria.
Las diferentes religiones pueden actuar como agentes de cambio y movilizar a las personas hacia valores ligados a la justicia intergeneracional, la corresponsabilidad en torno al medioambiente o la solidaridad con los más desfavorecidos. Porque son valores que están en el ADN de casi todas las religiones.