Aprendiendo a ser minoría
Porque acá, en esta zona de la Amazonía peruana, la Iglesia Católica está en clara minoría. Queda un resto del nacional-catolicismo heredado de la época del virreinato: me llaman para bautizar ceremonias públicas (el día de Fiestas Patrias, el aniversario del distrito, etc.) con la misa Te Deum (nadie sabe qué significa eso, ni yo mismo), o celebrar una paraliturgia en el colegio, cosas de esas que permanecen indelebles en los archivos word de las programaciones año tras año y se repiten “porque siempre se ha hecho así”. Y esto en la ciudad, el distrito. Como si todos los peruanos fuesen católicos, como antaño.
Pero la realidad es bien distinta: una amalgama de religiones, sectas, denominaciones, iglesias de todo pelaje, evangélicos de varias marcas, adventistas, bautistas, Movimiento Misionero Mundial, los israelitas, los crucistas… Y entre todos, nosotros como una propuesta más, expuesta como todos a la indiferencia globalizada y gozando de una posición de “privilegio” meramente puntual y postiza. Presidir la ceremonia de izamiento del pabellón nacional me hace sentirme a menudo como una pieza de museo que sacaran a pasear los domingos.
Confieso que me cuesta. Fui formado para el trabajo pastoral, entre bautizados por tradición; no para desarrollar tareas de primera evangelización ni para convivir con tantísimos grupos del gremio. Es más, hay situaciones donde una secta se impone por mayoritaria o histórica, pueblos en los que existe una “religión oficial” con pretensiones de totalidad y de identificación absoluta con los valores de esa cultura o población, como el catolicismo castizo español. Ahí el asunto se vuelve aún más arduo, y el ánimo pasa de la perplejidad a la torpeza, y de la ignorancia a la incomodidad.
Aquel día llegamos a Erené temprano porque queríamos ver el partido Perú-Francia, que era a las 10. Habíamos coordinado con las autoridades por teléfono, pero no obstante fuimos a buscar y hallamos a todos: el apu, el agente y teniente confirmaron la reunión a las 4 de la tarde, todo en orden. Cuando iba la contienda 0-0 vimos llegar un tremendo yate con 9 gringos, ellos y ellas, norteamericanos, blancos y angloparlantes, jóvenes misioneros que venían a apoyar a la iglesia principal del pueblo. Pertrechados con cocina, enorme nevera, megafonía… y su pastor. A pesar de que avisaron por el parlante, nadie acudió a la convocatoria de los católicos, porque acto seguido se llamó a todos los creyentes de su iglesia a un servicio religioso a las 7 de la noche para recibir a los hermanos visitantes.
Muchas comunidades ticunas del Bajo Amazonas fueron catequizadas desde los años 50 por los evangélicos estadounidenses del Instituto Lingüístico de Verano y otros grupos y sectas afines. Hicieron un buen trabajo: tradujeron la Biblia a las lenguas nativas, enseñaron a niños y mayores, y sobre todo formaron pastores autóctonos que dejaron al cargo de las comunidades para que no dependieran de los extranjeros (justo lo que nosotros intentamos hacer ahora). El resultado es que encontramos pueblos inexpugnables a la penetración de otras propuestas, en los que la “religión oficial” actúa como un rodillo que presiona y uniformiza. No hay quien compita contra eso.
En el Yavarí fueron los crucistas y los israelitas los que entraron en las inmensidades donde nuestra Iglesia estuvo ausente. Los católicos que había o que llegaron tuvieron que adaptarse como pudieron. En Santa Teresa I Zona, don Juan se las apañaba en su casa con el libro de cánticos y oraciones de los Ataucusis, mientras que don Fidel Pezo, maestro católico viejo de Iquitos, se pasó a la Asamblea de Dios; dice que así al menos una vez por semana escucha la Palabra y reza, y eso es mejor que nada. Diferentes maneras de ser minoría; yo busco la mía en estos lugares donde los de la competencia nos llevan sesenta años de ventaja. Aunque a veces se te caen todas las estrategias, como pasó en Yahuma Callarú, pero eso lo cuento en dentro de un par de entradas.
César L. Caro