Contraprogramación en Yahuma Callarú
La primera vez que bajamos del bote, el año pasado, vimos una enorme “Iglesia Evangélica Dos de Mayo” y no nos extrañó porque es algo habitual en varias poblaciones ticunas de esta zona. Pablo, el agente municipal, simplemente nos cantó lo de “Acá son todos evangélicos”, música ya conocida de sobra. Nos marchamos prometiendo volver, y lo hicimos; en la segunda ocasión fuimos a la escuela, saludamos a los niños y el profe mandó a llamar al teniente gobernador. Éste nos dijo que en el pueblo sí hay católicos, fue a buscar a alguno pero regresó diciendo que todos estaban en su chacra.
La tercera vuelta fue en mayo pasado. De nuevo dimos con Pablo y le explicamos nuestra intención de hacer una reunión invitando a toda la población. “Hay que consultarlo con el pueblo” – nos dijo. “Muy bien. De aquí a un mes estamos retornando para ver la respuesta” – dije yo. De modo que en el último recorrido por esos andurriales paramos de nuevo del bote y esta vez el apu don Teófilo y Pablo nos dijeron que sí, que nos recibirían para un encuentro con la comunidad. Como siempre, les aclaramos que no pretendemos convencer a nadie para que cambie de religión, sino que deseamos proponer otros temas sociales y culturales. Así que quedamos para un par de días más tarde, cuando estuviéramos bajando de Erené.
De modo que aquel viernes por la mañana, sobre las 9, ya estábamos en Yahuma Callarú. Antes de irse a trabajar, Pablo pidió a la señora Kety que nos acogiera en su casa, y ella, muy amablemente, nos preparó el almuerzo con los víveres que le brindamos, y nos invitó a refresco. El día transcurrió apaciblemente, algo aburrido pero sin novedades. Después de una lluvia torrencial, fuimos a pedir al teniente, por indicación de Pablo, que convocase a la reunión por el parlante: a las 7 de la noche en el local comunal. El teniente, que se llama Pedro (son todos apóstoles, qué paradoja), nos dijo que sin problema y que él quedaba encargado de avisar.
No pasaron ni cinco minutos de la conversación con Pedro cuando escuchamos por la megafonía del pueblo una voz que hablaba en español: el pastor principal evangélico, de nombre Fernando esta vez, que llama a toda la comunidad a una reunión en su iglesia ¡a las 7 de la noche! Se ve que el reverendo ha sabido que estamos ahí (todo el mundo comentaría, “esos gringos católicos en casa de Kety”, etc.), que va a haber un encuentro - con sacerdote incluido -, no le ha gustado, ha temido que vienen a robarle su clientela… y ha contraprogramado poniendo “La voz” a la misma hora que el España-Marruecos, jaja.
Tras semejante convocatoria, nada más se escuchó por los altavoces. Pedro debió sufrir un súbito ataque de afonía. Por supuesto nadie acudió al salón, y solo Pablo apareció por la casa casi a las 7, cuando estábamos armando carpas y colchonetas. Estaba extrañado y avergonzado en similares proporciones. Trató de excusarse: “el teniente es la máxima autoridad, él debería haber hablado con el pastor pero ya sabrá por qué no lo ha hecho ni convocado la reunión de ustedes”. Yo lo sé: por miedo.
Es que la “religión oficial” tiene mucho poderío. Aspira a controlar todos los aspectos de la vida, manejar conciencias e imponer valores y prácticas. Igual que en Erené, no todos fueron a aquella reunión (ni mucho menos), y en ella se pidió colaboración para recibir dentro de tres semanas a unos misioneros, que supongo que serían los mismos. Pero la obligatoriedad quedó patente y el grado de coerción me pareció notable, una lástima. Porque creo que un criterio de autenticidad de un sistema religioso es su capacidad de hacer más libres a los creyentes.
Pablo preguntó si podríamos celebrar la reunión a la mañana siguiente. Le agradecimos sus atenciones y le aseguramos que, si nos invitan, volveremos con gusto en otra fecha. Por ahora toca “sacudirse el polvo de los pies” como sugiere Jesús en Mt 10, 14. Bajando por la quebrada, a pesar de que no iba a lomos de Rocinante sino a bordo del bote, me vino la famosa frase de Don Quijote: “¡Con la Iglesia hemos topado, Sancho!” Qué verdad es.
César L. Caro