La inculturación no puede ser una estrategia, ni la Iglesia una franquicia “Yo he venido a que la Iglesia sea como tiene que ser”
Yo también estoy acá para lo mismo, para que la Iglesia sea como tiene que ser: amazónica. Y concretamente sinodal, misionera, inclusiva, en salida, abierta, laical, samaritana, ministerial, inculturada, intercultural, profética, sencilla…
La inculturación es un camino de no retorno, una quema de las naves. Para que sea auténticamente evangélico ha de recorrerse con todas las consecuencias, rompiendo los puentes a la espalda y aceptando que no se puede controlar el punto de llegada.
Supone amar inmensa y entrañablemente a estas gentes, identificarnos con estas culturas, estos ríos, estas lenguas, estas cosmovisiones, sin otra pretensión que estar juntos, luchar por los derechos, buscar el buen vivir, mirar en la dirección del mismo Dios, lo llamen como lo llamen.
Supone amar inmensa y entrañablemente a estas gentes, identificarnos con estas culturas, estos ríos, estas lenguas, estas cosmovisiones, sin otra pretensión que estar juntos, luchar por los derechos, buscar el buen vivir, mirar en la dirección del mismo Dios, lo llamen como lo llamen.
La gente no viene a misa - Piden el Bautismo y luego no aparecen más - Viven sin casarse - Solo llegan a pedir plata - Nadie se confiesa - Hay un montón de niños sin la primera comunión…
Etc. Ante reclamaciones de este pelaje, de todo punto estupefacientes o extraterrestres en un medio como la selva profunda peruana, territorio de franca primera evangelización, a su autor-a le espetaron una pregunta certera: “¿Entonces, a qué has venido acá?”. La respuesta no defraudó, y desde entonces runrunea en mis meninges: “Yo he venido a que la Iglesia sea como tiene que ser”.
Es un clásico quejarse del pueblo, porque no responde, no “cumple” unas presuntas reglas del juegoobligatorias para el cristianismo. Tú has venido a que la Iglesia sea “como tiene que ser”, es decir, como es en tu país de origen, ya que es la que conoces desde niño; porque acá, en la Amazonía, la Iglesia no es “como Dios manda”, es este sindiós, este desorden. Menos mal que has llegado tú (y otros como tú), qué suerte ha tenido esta gente de dar contigo.
Pero resulta que el Evangelio no dice cómo tienen que ser las ovejas, sino cómo tienen que ser los pastores: siempre acogedores, cuidadosos, humildes y entregados. Primero hay que escuchar, para conocer y amar. Así, poco a poco irás sintiéndote parte del pueblo santo de Dios que navega en esta región del mundo, agradecido por haber dado con tus huesos en esta selva y con la mente y el corazón abiertos a aprender.
El caso es que coincidimos, yo también estoy acá para lo mismo, para que la Iglesia sea como tiene que ser: amazónica. Y concretamente sinodal, misionera, inclusiva, en salida, abierta, laical, samaritana, ministerial, inculturada, intercultural, profética, sencilla… Ahí no tengo dudas, pero si tengo que dar detalles acerca de estructuras, procesos, metodologías… eso sí no lo sé, no me duelen prendas en reconocerlo. Querido: no sé cómo tiene que ser la Iglesia amazónica, pero como es en tu país, no.
La inculturación, este camino de ir plasmando “una iglesia con rostro amazónico y con rostro indígena” (Papa Francisco en Puerto Maldonado el 19 de enero de 2018) es un camino de no retorno, una quema de las naves. Para que sea auténticamente evangélico ha de recorrerse con todas las consecuencias, rompiendo los puentes a la espalda y aceptando que no se puede controlar el punto de llegada, no se pueden dirigir o anticipar los rasgos de esta Iglesia naciente. Porque el discernimiento sincero escucha al Viento, que sopla dónde y cómo quiere, pero no sabes adónde nos va a llevar (Jn 3, 8).
Jamás la inculturación puede ser una estrategia para “lograr fieles”, no cabe una mera traducción metodológica con el fin de engrosar las estadísticas de bautismos. La emergencia de nuevas facetas del rostro de Cristo, ya presentes en las espiritualidades amazónicas, es tarea de los pueblos indígenas y ribereños, la han de fraguar y discernir ellos, desde sus sensibilidades y valores culturales, y por tanto a su manera. No al estilo de un supuesto cristianismo prístino o globalizado (Querida Amazonía 69), una especie de franquicia que sería en todos sitios igual, como el Starbucks, siempre verde, y cuya carta de pedido fuera el derecho canónico.
Los misioneros estamos invitados por el Papa a hacernos uno con los pueblos amazónicos (discurso en Puerto Maldonado), a amar inmensa y entrañablemente a estas gentes, a identificarnos con estas culturas, estos ríos, estas lenguas, estas cosmovisiones, sin otra pretensión que estar juntos, luchar por los derechos, buscar el buen vivir, mirar en la dirección del mismo Dios, lo llamen como lo llamen. Escuchando, aprendiendo, y por supuesto aportando con humildad el anuncio de Jesús si es conveniente, oportuno y constructivo (Querida Amazonía 62-65).
Francamente, no necesitamos agentes de pastoral o misioneros que solo comparan, critican, se lamentan o desprecian. Bienvenidos aquellos que sueñan, que se arriesgan, que ensayan, que aman sin todavía conocer del todo y que se fían del dinamismo del Espíritu, sabio e irresistible en el pueblo menudo y lindo de Dios.