“Esta mañana, cuando aún las luces velaban el último sueño de la noche, las callejuelas estaban calladas, los gallos se desperezaban para entonar su canto, los pájaros piando antes de cantar buscaban la mejor rama para bañarse en los primeros rayos de sol, la corriente del río reflejaba los sueños de la noche y la brisa que agitaba las hojas del bosque se reía a carcajadas de todo, salimos a pasear por senderos poco usados al encuentro de la incierta luz del alba. Todo estaba vacío de la obra de las manos y parecía el soplo de Dios sobre el caos original, el alma se percibía a sí misma como el vibrar del ladrido de un perro lejano, como una nota de la melodía divina del mundo”, me dijo tomando café a primera hora. Más tarde: “Hacía tiempo que no venía, llevó aquí dos días y cuando acaricio mi piel me siento otro”