Eloy Bueno de la Fuente: "Ahora, queda el trabajo de que el Sínodo se haga cultura, se haga carne"
"La sensación, estando allí, es que algo nuevo está surgiendo. Este sínodo representa algo nuevo, incluso en el formato"
"Lo peculiar de este sínodo es que pretende conjugar colegialidad y sinodalidad. La sinodalidad es de todo el pueblo de Dios. Entonces, claro, la colegialidad episcopal no puede existir al margen de, o por encima de la sinodalidad del pueblo de Dios"
"En la Iglesia hay un exceso de decisiones que se toman de modo unipersonal"
"El clericalismo todavía sigue muy acentuado. Incluso a lo mejor podríamos decir que hay más clericalismo. Tanto a nivel de base eclesial como en el mismo sínodo"
"Las conferencias episcopales han bloqueado la posibilidad de concilios provinciales, regionales o nacionales"
Estuvo en las dos sesiones del Sínodo, las vivió desde dentro y las disfrutó a tope. El prestigioso teólogo burgalés, Eloy Bueno de la Fuente (Casaseca de Campeán, Zamora, 1953), hace un repaso a sus vivencias sinodales, con más luces que sombras. Aunque echa de menos un mayor aporte de la teología, subraya el carácter histórico y novedoso el proceso sinodal, que "pretende conjugar colegialidad y sinodalidad". Considera que "el clericalismo todavía sigue muy acentuado" y que las decisiones en la Iglesia se siguen tomando "de modo unipersonal", pero está convencido de que el proceso sinodal "va a cambiar la cultura eclesial".
Como capellán de contemplativas en Burgos, le duele el caso Belorado, constata el hartazgo de la gente ante el tema y "esperaba que se deshiciera por dentro, porque es un ridículo que nos afecta a todos". Y extrae una lección de él: "Habría que ver si los monasterios de clausura no están demasiado cerrados".
¿Te sorprendió que te llamasen al sínodo?
Vamos a ver, sí y no, porque, claro, entre tanta gente pudo haber ido cualquier teólogo. Lo que pasa es que yo había escrito algunas cosas sobre el tema sinodal. Concretamente el año 2000, por ejemplo, con otro profesor de aquí, que ahora es el decano, Roberto Calvo, habíamos escrito ‘Una iglesia sinodal’. Y Luis Marín, el secretario de la Secretaría del Sínodo, solía venir aquí a dar un curso de licenciatura.
O sea, que te conocía bien
Conocía lo que yo había escrito. Y luego, como de temas de eclesiología también había escrito bastante, pues bueno. Pero la llamada siempre te sorprende.
¿Hubo en esa llamada un reconocimiento también a tu trayectoria?
La verdad es que todos los miembros de la Comisión Teológica del Sínodo habían escrito de temas relacionados con esto, claro.
¿Fuiste de perito?
Sí, de lo que podemos llamar experto. Experto de la Comisión Teológica del Sínodo. Porque, este sínodo tenía de peculiar que, además de los padres y madres sinodales, había un amplio sector de lo que llamaban facilitadores. Entre los cuales estaban también, por ejemplo, los que moderaban las mesas redondas y los círculos menores. Los teólogos y canonistas formábamos parte de ese amplio sector de expertos o de facilitadores.
¿Teníais, tuvisteis muchas llamadas, muchas peticiones?
Ha sido una cosa curiosa, porque, a mi modo de ver, la teología no ha ocupado el papel que tenía que haber ocupado en el proceso sinodal. Y en eso yo creo que había una sensación general, tanto en el grupo de los expertos como incluso por parte de la Asamblea.
¿Pero ese era un sentir de un teólogo o era más amplio?
De varios teólogos, pero incluso de miembros de la Asamblea. Porque varias veces se habló de que hubiera una mayor presencia de la teología, algún mayor debate. Porque, claro, todo el mundo tenía un poco la referencia de lo que fue el Vaticano II. Que el Vaticano II no se entendía sin el diálogo permanente entre obispos y teólogos. Y esto aquí se ha producido, digamos, de un modo yo creo que poco organizado.
¿Y por qué?
No lo sé, la verdad, sea dicha. Creo que hay como dos almas o dos tendencias. Una, digámoslo así, más práctica, de la sociología, psicología, etc. Y otra, más teológica. Creo que estaban un poquitín buscando el equilibrio entre las dos. Y tal vez hubiera hecho falta un mayor debate teológico.
¿Qué sentiste en esta sesión del Sínodo, porque tú ya habías estado en la anterior?
Ten en cuenta que nosotros no teníamos derecho ni de voz ni de voto. O sea, nuestra tarea era fundamentalmente, escuchar. Escuchar y hacer fichas o esquemas de cara a quienes iban a hacer la redacción.
¿Pero, dónde estabais colocados? ¿En las mesas redondas?
No, había dos mesas para nosotros. Una, para los teólogos de lengua italiana, portuguesa y española. Y otra para los de lengua francesa e inglesa.
¿La gente se acercaba, entonces, a esas dos mesas donde estaban los teólogos, si tenía alguna duda?
Eso apenas se dio. En cualquier caso, la sensación, estando allí, es que algo nuevo está surgiendo. Este sínodo representa algo nuevo, incluso en el formato. Creo que la foto de las mesas redondas es el símbolo de algo distinto. Mesas redondas, todos al mismo nivel, porque incluso la mesa del Papa era redonda, aunque estaba ligeramente más alzada. Y es curioso que el Papa estuvo muchas horas, ¿eh? Y hablando muy poco. Igual es un cálculo estúpido, pero hubo días que se pegó 6 o 7 horas de escuchar. Y cuando interviene, interviene como todos los demás. Bueno, claro, él pide la palabra y se le da. Mesas redondas, pues, al mismo nivel y luego, con participación también de laicos y de religiosos, incluso con moderadores que también son laicos. Y claro, que a un cardenal se le diga: no, no, usted tiene que hablar tres minutos como todos. Eso, a algunos, les cuesta asumirlo.
Y con votaciones en las que participaron también los laicos
También, claro. Quizás por eso, por parte de muchos obispos sí que se percibía cierto grado de incomodidad, en cuanto que podían pensar, esto está muy bien, pero esto no es un sínodo de obispos. Aunque se tenga esto, habría que seguir teniendo sínodos de obispos.
¿Esa idea sigue latente en el episcopado?
Sí, sí, aunque creo que esta vez menos. En el sentido de que hay un proceso de acostumbramiento. Entonces, claro, uno se pregunta: ¿este tipo de cosas no irán creando, digamos, soluciones irreversibles? Es decir, ¿se puede volver atrás? ¿Se puede hacer otro sínodo en el que no haya representación del pueblo de Dios?
¿Qué respondes a eso tú mismo?
Yo creo que no va a tener vuelta de hoja. Porque, además, la justificación que se daba es de mucha hondura: los laicos y religiosos que estaban ahí no estaban por ser fulanito. Estaban como testigos de la memoria del proceso. Lo peculiar de este sínodo es que pretende conjugar, digámoslo así, colegialidad y sinodalidad. La sinodalidad es de todo el pueblo de Dios. Entonces, claro, la colegialidad episcopal no puede existir al margen de, o por encima de la sinodalidad del pueblo de Dios. Si esto es un proceso, todo el proceso forma parte del sínodo. Entonces, que en la Asamblea Final haya laicos y laicas que mantienen el testimonio y la memoria de lo que ha sucedido, es, por así decir, el modo de enganchar a los obispos en el conjunto del pueblo de Dios.
¿Se puede decir que eso es un rejón al clericalismo?
Yo creo que es evidente. Porque, además, hay otro factor interesante: que ha sido una convocatoria en sínodo de todo el pueblo de Dios. Y eso no es moco de pavo. No es llamar a los obispos para que vayan a Roma a aconsejar al Papa. Recuerdo al poco de empezar, a la semana siguiente de tener lugar en Roma la sesión de inauguración, me invitaron a Tortosa, porque empezaban el plan pastoral y después de la pandemia querían retomarlo todo. Y lo plantearon desde esta clave. Y a mí me gustó, porque los dos moderadores, los jóvenes que moderaban la sesión, al empezar dijeron: hoy nuestra diócesis está de fiesta porque el Papa nos ha convocado a sínodo. El Papa convoca a toda la Iglesia a sínodo. Entonces, ¿se puede pretender ahora cualquier sínodo sin que arranque de ahí?
Y, además, el Papa Francisco firmó el documento final como suyo propio
Efectivamente, porque una de las cosas de las que adolecía el sínodo de los obispos era la costumbre esta, que empezó en el de 1974, que era sobre la evangelización del mundo. En ese sínodo, hubo muchos debates entre dos líneas. El objetivo era que el sínodo hiciera un documento. Pero claro, fueron incapaces, por el tiempo, por la polémica, etc. Entonces, fue cuando empezó la costumbre de elevar al Papa sugerencias o propuestas y que él hiciera la exhortación final. En aquel caso salió algo tan bonito como Evangelii Nuntiandi, ¿verdad? Pero en el fondo no deja de ser un fracaso del sínodo. Porque claro, el concilio acaba con un documento. ¿El sínodo de los obispos no puede acabar con un documento? Y ha seguido esa tradición, ¿no? Y yo creo que esta vez se ha roto. Porque la constitución apostólica, que reforma, digamos, la normativa del sínodo, la Episcopalis Communio, contempla la posibilidad, pero no dice que tiene que ser así. Entonces, en este caso, la verdad es que lo estaba entre esperando y deseando. Porque ese tipo de cosas, a mi modo de ver, pueden tener más alcance que una decisión concreta.
¿Había miedo a que todo se quedase en nada?
Había voces y gente que pensaba: ¿qué va a salir de aquí? Es decir, ¿el monte va a parir un vulgar ratón? Yo pensaba que siempre cabía esa posibilidad. Y deseaba que saliese y que el Papa aprobase el documento final, sin apostar por ella. Luego, cuando al final el Papa lo dijo, me sentí muy contento y pregunté a quién podía saberlo: ¿cuándo se tomó la decisión de que el Papa hiciera eso? Y me dieron una respuesta lógica. O sea, la decisión en principio estaba tomada. Pero claro, no se podía decir, porque podía surgir cualquier imprevisto. Entonces, al no haber problemas mayores, el Papa firmó el documento final, que hace las veces de exhortación postapostólica y, por consiguiente, goza del nivel de magisterio ordinario del Papa.
Y es un ejemplo práctico y elocuente de sinodalidad
Sí que es un gesto de que el Papa se orienta, se inserta en un proceso sinodal. Porque, en la apertura oficial del Sínodo, el Cardenal Grech ya dijo que, frente a lo que había sucedido en los sínodos anteriores, no se iba a pasar directamente a la exhortación postsinodal, sino que lo lógico sería que ese documento fuera devuelto a las iglesias locales. De este modo, el Papa dice: yo esto lo hago mío. Por tanto, digamos, lo papal se hace más sinodal. ¿Podrá haber otro sínodo que no funcione así? Porque, si otro sínodo después funciona de otro modo, siempre va a quedar el interrogante de que algo se ha perdido
¿Cómo reaccionaron los más conservadores?
Hay gente que pensaba que el hecho de que el Papa no haga una exhortación postsinodal, digamos, como que sería decir: eso que ha salido es una bobada y no merece la pena que yo me moleste en hacer... ¿Entiendes? Porque no tendría valor magisterial. Es un modo, digamos, de desacreditar todo lo que se había hecho. Pero vamos, yo allí en conjunto creo que sentó bien. Porque a mí me parece que es un modo de dignificar el sínodo. De algún modo, yo creo que por ese lado es como va cambiando lo que me parece a mí que es lo fundamental de este sínodo: que vaya cambiando la cultura eclesial. Y claro, este tipo de elementos, una vez que se meten en el lenguaje y en el imaginario colectivo, es muy difícil volver atrás.
O sea que el amplísimo consenso que hubo en torno al documento, ¿es un milagro o no es un milagro?
Es de esas decisiones ambiguas, ¿no? Porque, por un lado, a mí no me pareció suficientemente adecuado, cuando el Papa, entre las dos sesiones, tomó determinadas decisiones. Por ejemplo, cuando la fiducia suplicans. Por ejemplo, cuando dijo en una entrevista que de la ordenación de mujeres, nada de nada. O luego, el sacar determinados temas fuera del proceso sinodal. A mí, eso me pareció una interferencia que alteraba un poco el ritmo sinodal. Pero claro, como todo en este mundo es ambiguo, tuvo el efecto benefactor de que, al no estar las patatas calientes o más mediáticas en el aula sinodal, quedó más espacio de cara a esta otra cuestión que, a mi modo de ver, es lo menos importante. Porque yo creo que, al menos tal y como yo lo veo, lo que hace falta es que este sínodo sirva para purificar y dar solidez al sujeto eclesial.
O sea, que el Papa sigue pensando que el tiempo es superior al espacio
Y que hay que ir caminando, poco a poco, para conseguir metas. Y claro, el poco a poco yo creo que son signos de estos que se meten ahí y a ver quién da marcha atrás. Porque creo que el verdadero problema es el sujeto eclesial. Es decir, configurar adecuadamente el sujeto eclesial, que yo lo resumo, de un modo muy simple, pero que se puede entender, así: En la Iglesia hay un exceso de decisiones que se toman de modo unipersonal. Unipersonal y un poquitín fuera del espacio público. Pero este tipo de lógicas van introduciendo una sensibilidad y unas reivindicaciones que apuntan a lo contrario.
Pero ¿eso es posible? ¿Es posible bajar el Sínodo a las diócesis, bajarlo a las curias, bajarlo a las parroquias?
La gran tarea pendiente de todo este proceso sinodal, lo que yo más echo en falta, o lo que me parece a mí que no se hizo como se podía haber hecho, es que, así como arrancó de las Iglesias locales, de la Iglesia en lo concreto, llegó un momento en que se produjo un desenganche. Es decir, como que el proceso sinodal tenía su propio ritmo, a nivel nacional, intercontinental, etcétera, etcétera. Pero se perdió la vinculación inicial con las Iglesias locales. Entonces, claro, a las pobres Iglesias locales, salidas de una pandemia, con todo lo que lleva consigo la vida concreta, con los problemas de cada diócesis, le metes otro asunto más. Y entonces, entre las resistencias por parte de unos y el cansancio por parte de otros, lo que me hubiera gustado es que, en el momento en que acabó la fase diocesana, se hubieran mantenido los vínculos de contacto con el proceso sinodal.
¿Esos vínculos no se pueden retomar ahora?
Lo que pasa es que ahora, a la hora de volver, ¿a quién vuelve? In genere, a las Iglesias locales. Pero si se hubieran mantenido de modo vivo los grupos que más o menos llevaron la cosa esta del proceso sinodal adelante, ahora podría aterrizar. En cualquier caso, el Sínodo, evidentemente, empieza ahora. Es el momento de la recepción de los documentos. Pero creo que se ha perdido el contacto. Y claro, como a las diócesis se le vienen encima tantas cosas, como hay diócesis cansadas, despistadas, etcétera, que si ahora el jubileo, que si luego lo otro. Entonces, tal vez el exceso de eventos impide que sepamos discernir lo auténticamente importante.
¿Qué va a pasar con esos diez temas que el Papa saca de la discusión sinodal?
En principio se dice que van a seguir dialogando sobre ellos. Pero yo creo que el tiempo se les echa encima. Porque claro, teóricamente, tenían que entregar su informe en junio del próximo año, pero junio ya está casi encima. Llega la Navidad, luego la Cuaresma, luego Semana Santa y las vacaciones. ¿Van a tener tiempo para elaborar realmente? Fíjate, por ejemplo, en los temas que afectan a cuestiones de moral o cuestiones ministeriales.
¿Qué fue lo más bonito para ti en la experiencia sinodal?
Lo más bonito es que ves una Iglesia auténticamente católica. Y claro, cuando dice uno una Iglesia católica, ves la variedad y la riqueza y al mismo tiempo también ves los prejuicios impensados. Por ejemplo, en la sesión anterior, con el tema de la poligamia que plantearon los africanos. En la primera redacción del documento, eso no aparecía y aparecía la referencia al tema LGTBI. Si hubiera quedado así, los africanos se hubieran enfadado y hubieran votado en contra. Porque, más allá del tema en cuanto tal, es obvio que los africanos iban a pensar: otro intento de colonización ideológica. O por ejemplo, otro tema, que aquí se valora poco, pero que yo creo que esencialmente es muy importante y también tiene implicaciones pastorales y dogmáticas.
¿Cuál es ese tema?
Es la diáspora y la inmigración de los orientales católicos. Claro, son Iglesias que se diluyen y llegan aquí. ¿Cómo se organizan pastoralmente? ¿Puede haber otro obispo para ellos? ¿Eso no choca con las convicciones teológicas de la misma teología ortodoxa? Por ejemplo, cuando ellos dicen: un solo obispo por ciudad. ¿Qué hacemos con ellos? Es un tema humano y pastoral. Porque, cuando en los concilios antiguos, por ejemplo el mismo de Nicea insistía en que un solo obispo por ciudad era para decir: la Iglesia está por encima de las divisiones de este mundo. Y tiene su sentido.
Tiene sentido, sí. Entonces, ¿qué hacemos ante un caso como éste?
Se junta lo humano, lo eclesial-pastoral, con este tipo de elementos dogmáticos. Por ejemplo, se habló del sentido de los obispos auxiliares. O, de si los que trabajan en la curia pueden ser obispos. Este tipo de temas, hace 20 años, ni se planteaban.
¿Y sobre los auxiliares qué concluisteis?
La sensibilidad era que el tema de los auxiliares no debe estar como está. Igual que los nuncios. ¿Los obispos auxiliares tienen que ser, como ahora, titulares de una diócesis o se podría pensar en un episcopado colegial? Y lo mismo valdría para los ortodoxos. Quiero decir que la realidad va planteando interrogantes, pero yo creo que este tipo de cuestiones a algunos les molestan, claro. A los obispos de curia esto no les va a gustar. Pero a la inmensa mayoría de la gente, quizás sí. Pero a lo que voy es que son temas que hace una serie de años, si los planteabas, parecía que ponías en crisis la estructura de la Iglesia, y hoy pues ves que son temas que se plantean con naturalidad. Que luego habrá unos que sí, otros que no, pero el hecho de que vayan calando, que ya se puedan plantear abiertamente es bueno.
¿Y el tema ecuménico?
Desde fuera se le da poca importancia, pero, para mí, fue realmente histórica la ceremonia ecuménica, que hubo la víspera de la apertura del sínodo. En ella, había representantes de todas las confesiones cristianas (no faltaba ninguna significativa) en Roma, en torno al Papa, y el Papa, digámoslo así, presidiendo. Eso no había pasado nunca. Todos alrededor del Papa, y el Papa en el centro. Eso es un modo de ejercer el primado, que también puede ser, que también puede ir quedando a varios niveles. Y esa foto, yo creo que tiene clase también histórica. Y, además de eso, la presencia normal de los delegados fraternos que llamaban, pero sobre todo aquel acto inicial, como diciendo: lo que pasa en la Iglesia Católica, de algún modo, es también cosa nuestra.
¿El tema de la mujer sigue pendiente?
Vamos a ver, sigue pendiente... Lo que pasa es que yo también creo que había ahí como dos almas, ¿no? Y cuento una anécdota, que revela una cuestión de mayor calidad. Es que el sábado, antes de la Mesa Final, el Papa recibió por la mañana a los que no habían sido ordenados: primero a los laicos y luego a las mujeres. Y claro, también hubo mujeres que protestaban diciendo: yo quiero que me reconozcan como laica, no como mujer. O sea, que el hablar de las mujeres tiene el efecto contraproducente de que, a lo mejor, se desvía la atención de lo que tiene que ser el sujeto eclesial: El sujeto eclesial de los bautizados.
¿Y ese paradigma de los bautizados se ha hecho carne, se ha hecho realidad?
Hombre, yo creo que el clericalismo todavía sigue muy acentuado. Incluso a lo mejor podríamos decir que hay más clericalismo. Tanto a nivel de base eclesial como en el mismo sínodo. Es que eso es una cosa que está tan metida... Yo suelo utilizar la fórmula más o menos tomada del padre Legrain, que dice: Lo que realmente necesitamos no es ni potenciar al laicado ni reivindicar a la mujer. Lo que necesitamos es que haya comunidad de sujetos en comunidades sujeto. Y que las comunidades sean sujeto y tengan un nosotros activo. Y en cada una de ellas, que cada bautizado sea sujeto.
Y ese sujeto pueda elegir y ser elegido para ciertas funciones o servicios
Claro, claro. Porque por ejemplo, el tema este del diaconado femenino. Es curioso que en el documento final se menciona. A última hora, pero aparece. A mi juicio, el problema no es el del diaconado femenino, sino lo que luego puede afectar al sacramento del orden como tal. Porque la articulación de los tres grados tiene su sentido, pero también tiene sus lagunas, ¿no? La decisión que tomó el Vaticano II, cuando implantó el diaconado permanente, instauró algo nuevo, recuperó algo pasado. O sea, yo, por ejemplo, soy de los que piensan que el diaconado únicamente podrá adquirir identidad ministerial, cuando no sea necesario para el presbiterado. Es decir, que uno pueda ser presbítero sin necesidad de ser diácono. Eso ha sido siglos atrás. Y, desde ese punto de vista, se abrirían muchas puertas. Pero, al mismo tiempo, se corre el riesgo de que las mujeres queden confinadas al escalón del diaconado, ¿o no? Es que la verdadera cuestión no es, a mi modo de ver, el diaconado de la mujer, sino el asunto del sacramento del orden. Entonces, el tema del diaconado es una cuestión abierta, como dice el documento final, pero claro, el verdadero problema se podría plantear de cara al presbiterado y al episcopado.
Otro problema, visto desde los medios, es cómo explicar al mundo de hoy el desfase en la incorporación de la mujer con plenos derechos a la estructura jerárquica
A mi modo de ver, eso se puede decir igual del tema de los laicos, en general. Porque, si uno de los problemas es el exceso de decisiones unipersonales que se toman en la Iglesia a todos los niveles, eso afecta también a los laicos varones. Entonces, la cuestión es ver el ejercicio del poder, y sobre todo la toma de decisiones.
¿Y las conferencias episcopales?
Las conferencias episcopales han hecho un gran servicio. Pero, a mi modo de ver, las conferencias episcopales también han bloqueado la posibilidad de concilios provinciales y regionales. Y estos tienen un carácter eclesiológico más amplio y más profundo que las conferencias episcopales. O sea, no quiero criticar la existencia de las conferencias episcopales, pero me gustaría que hubiera un concilio, por ejemplo, de Castilla y León o de España, ¿no?
¿Y un Concilio Vaticano III?
En el concilio Vaticano II debió haber 60 personas que no eran obispos, que eran superiores de congregaciones religiosas masculinas. ¿En un concilio Vaticano III podrían estar sólo los superiores de congregaciones religiosas masculinas? Eso no entra... A veces la reflexión comunitaria impone que las cosas no puedan volver atrás. Me gustaría que hubiera un concilio Vaticano III.
¿Crees que estamos preparados para eso?
Hombre, yo creo que...la no preparación es el montaje. Hablando de modo muy vulgar y muy craso, es que tú fíjate qué infraestructura logística y económica habría que montar. ¿Quién aguanta eso? ¿Dónde metes 5.000 personas? Y luego asesores y todo el montaje que lleva. Al margen de si estamos preparados o no, digamos que la cuestión es si hace falta o no. Yo creo que en una Iglesia mundial, haría falta un Vaticano III. Pero, como tampoco podemos vivir del aire, ¿quién organiza eso? Si uno ve lo que significa un Sínodo de 400 personas, tú piensa en 7.000 u 8.000. ¿Económicamente la Iglesia podría aguantar ese peso?. Sería complicado.
¿Algo que te haya llamado la atención, alguna persona, algún momento que hayas dicho, oye, esto me queda?
Personalmente, lo que más me impresionó fue la vigilia ecuménica, Y luego, el momento final, en el cual el Papa dice: yo esto lo firmo y lo hago mío.
¿En ese momento, se notó algo especial en el aula sinodal?
Sí. Es de esas cosas que no se dicen, pero se palpan en el ambiente. Hubo aplausos y emoción ante el hecho de que, al final, el documento fuese votado por una amplísima mayoría. Un aplauso también de respiro, de alivio, que valora mucho la tarea de los redactores, tanto del año pasado como de éste. Como decía en plan de broma: no me atrevo a criticar el documento final, porque seguro que yo lo hubiera hecho muchísimo peor. Un documento hecho a prisa y que luego la Asamblea se vea reconocida en él, no es nada fácil hacerlo. Porque, quitando un par de números, todo el documento tuvo un 90% de aceptación.
Incluso en temas que podían suscitar más reticencia, ¿verdad?
Como este de los obispos auxiliares o qué sé yo, ¿no? Y claro, un reconocimiento tan alto de que la Asamblea se vea reconocida en el documento creo que es un gesto de satisfacción indudable. Ahora, queda el trabajo de que el Sínodo se haga cultura, se haga carne.
¿Te duele Belorado? ¿Se hubiera podido solucionar el conflicto de otra forma? Estoy pensando en la parábola del hijo pródigo
Tal vez habría que ver si los monasterios de clausura no están demasiado cerrados. Porque claro, yo soy capellán de monasterios de clarisas. Y dicen que el capellán que iba a decirles misa no se enteraba de nada. Es que el capellán es uno que va allí a decir misa. Sin mayor contacto. Como yo aquí, por ejemplo. Digo misa y se acabó. Lo de Belorado no sé si se podría haber solucionado de otro modo. Pero lo que sí sé es que tendrían que pensar en eliminar las condiciones de posibilidad para que se vuelva a repetir.
¿No tendríamos que dar ejemplo de que, en la Iglesia, los conflictos se resuelven de otra manera, con un diálogo fraterno?
Yo tampoco tengo todos los datos, pero parece ser que son las monjas las que más se han negado a hablar. Por otro lado, afrontar este conflicto también es duro para una diócesis. La diócesis de Burgos todavía tiene la solidez para aguantar un asunto así, porque todavía tiene tres o cuatro personas más o menos preparadas que te dan al punto de vista jurídico, económico... ¿Cuántas diócesis pueden hacerlo? Quiero decir que la pobreza de tantos lugares eclesiales es muy notable. Y en un monasterio de clausura me imagino que más.
¿Esperas que se solucione pronto el caso?
Yo esperaba que el caso Belorado se deshiciera por dentro. Pero, una vez que entra en los ámbitos civiles, eso ya lleva su curso, claro. Y luego llega un momento también en que los del pueblo o los de la diócesis acabemos hartos del tema. Y eso tampoco es bueno.
Por lo que pude palpar en el pueblo de Belorado, así está siendo allí
Y es una pena, sí. Y después el descrédito de la institución. Porque esto es una chufla nacional, televisiva, mundial... Es que ves a las monjas y el tipo de obispos que aparecen y se desacreditan ellas solas. Es que es un ridículo que nos afecta a todos.
¿Te preocupa la polarización eclesial?
Mira, entiendo que para afrontar las polarizaciones la única vía es la sinodalidad. Es decir, el poder hablar y escucharse. Porque es que si no, esto se va a convertir en dos búnkeres que coexisten. Y, además, creo que todos tenemos la impresión de que la polarización no disminuye. Y luego, claro, también hay que reconocer que estamos de un modo u otro en el final de pontificado. Eso también influye. Este Papa harto ha hecho. Yo comparo mucho la situación actual con la del Vaticano II, Juan XXIII y Pablo VI. Ahora, hace falta también un Pablo VI. Después del Concilio, este Sínodo es el evento eclesial más importante y, más allá del grado de recepción, la cuestión es la inflexión que introduce. Ya hay un criterio para juzgar actuaciones posteriores. Además, la Iglesia tiene memoria y acumula. Por eso, hay que saber mantener el equilibrio. Suelo decirles en clase a mis alumnos que equilibrados equilibrados quedamos muy pocos. Y que nos estamos casando ya. Pero lo cierto es que, si la comunión se ejerce en lo concreto, o adoptamos la vía de la sinodalidad o caemos en una monarquía o una dictadura.