Ni Lesbos ni Nicosia: la clave está en el 'ágora' de Atenas Cuatro señales para saber si el papa Francisco exagera con su miedo al populismo
En la cuna de la democracia, Bergoglio lanza una grave advertencia sobre los peligros que acechan al sistema y ponen en peligro la paz en el mundo
¿Está la propia Iglesia blanqueando posturas que, como en otras épocas, lleven dentro el gen del autoritarismo?
Ni Lesbos ni Nicosia. Los emotivos encuentros del papa Francisco con los migrantes y refugiados durante su reciente viaje a Chipre y Grecia constituyen los hechos más mediáticamente subrayados estos días, pero ese “naufragio de la civilización” que denunciaba mirando a la cara el sufrimiento del prójimo tenía sus causas en la advertencia que lanzó desde Atenas, el ágora que rechazó a Pablo como charlatán, y que se ha vuelto a abrir para atender, al menos formalmente, a una de las contadas voces de sentido que quedan en este atribulado momento histórico. ¿Le harán caso esta vez?
Fue en la capital griega, la cuna de la democracia, donde Jorge Mario Bergoglio denunció sin ambages el “retroceso de la democracia” que se está produciendo, y no solo en el continente europeo, fruto, según el Pontífice, de un “escepticismo democrático” producido por diversos factores (anestesia consumista, desgaste de las instituciones representativas, fomento del discurso del miedo al otro…), todos, afortunadamente, remediables con sentido común.
Los nuevos charlatanes
Se trata de una muy seria advertencia que, sin embargo, apenas tiene recorrido porque, en el actual ruido ambiental, son los nuevos charlatanes, los que basan su éxito “en la proclamación de promesas imposibles”, los que “cada día difunden miedos, amplificados por la comunicación virtual” y los que “elaboran teorías para oponerse a los demás”, quienes comienzan a seducir, como en la Alemania nazi, a la masa abotargada.
Sí, Bergoglio lleva un tiempo recordando que el período más negro de la historia europea puede volver a repetirse. Lo hizo en enero pasado, cuando al conmemorar el 76º aniversario de la liberación del campo de concentración de Auschwitz-Birkenau, afirmó que el Holocausto ”puede volver a ocurrir”. Y lo repitió en Nicosia, en un encuentro con migrantes en la iglesia de la Santa Cruz, cuando, saltándose el discurso, aseguró que “nos quejamos cuando leemos las historias de los campos de concentración del siglo pasado, de los nazis, de Stalin. Esto está ocurriendo hoy en las costas cercanas”…
Como en aquellos tiempos oscuros, el sufrimiento de los inocentes está causado por ese virus del “escepticismo democrático”, por donde se cuelan los populismos de todo signo, razón por la que Francisco reivindicó “la buena política”, instó a pasar “del partidismo a la participación”, a reverdecer el legado de los padres fundadores de Europa, cuajado de un humanismo que ha ido perdiendo fuelle, acosado por las dentelladas de un fiero individualismo y de “egoísmos nacionalistas”.
Incrédulos, también en la Iglesia
¿Exageraba el Papa argentino en su diagnóstico sobre el espíritu de estos tiempos? ¿Realmente es necesario “un cambio de ritmo” en la gobernanza mundial y “poner las exigencias comunes ante los intereses privados? El escaso eco sobre esta serie advertencia, sobre ese grito a la conciencia global, la casi nula atención de los intelectuales, algunos de los cuales asfaltan insensatamente el camino por donde pide paso el discurso del odio, pareciera que dieran la razón a quienes, incluso dentro de la Iglesia, creen que Francisco exagera.
Sin embargo, aún quedan algunos estudiosos que comparten las señales de alarma del Papa. Por ejemplo, Anne Apelbaum, quien en sus último libro, “El ocaso de la democracia” (Editorial Debate), advierte de “la seducción del autoritarismo” que crece en los últimos tiempos, una atracción fatal basada fundamentalmente en la propagación de teorías conspiranoicas de todo signo; en la deslegitimación del adversario, al que se considera un impostor; en la polarización del discurso político; en la manipulación de las redes sociales; o en el descontento creciente y el sentimiento de nostalgia de tiempos pasados que se consideran mejores.
¿Les recuerda a algo? ¿Puede estar pasando esto hoy en España? En “Cómo mueren las democracias” (Ariel), los profesores de Harvard, Steven Levitsky y Daniel Ziblatt, proponen un sencillo test para identificar a los políticos populistas que medran en sistemas democráticos como el nuestro, pero que carecen en su currículo de un historial antidemocrático.
Cómo detectar a un populista
Prueben a reflexionar sobre las siguientes cuatro señales de alarma desarrolladas en la década de los 70 por Juan José Linz, y que utilizan los citados autores. Ya habría motivos para la preocupación si tan solo se detectase una de estas señales: 1) cuando un político rechaza, ya sea de palabra o mediante acciones, las reglas democráticas del juego; 2) cuando niega la legitimidad de sus oponentes; 3) cuando tolera o alienta la violencia; 4) cuando indica su voluntad de restringir las libertades civiles de sus opositores, incluidos los medios de comunicación.
¿Les suena alguna? ¿Alguna luz roja? ¿Saben quiénes suelen dar positivo en este test detector de autoritarismo? Los populistas, es decir, “figuras que afirman representar la voz del ‘pueblo’ y que libran una guerra contra lo que describen como una élite corrupta y conspiradora”; los que “tienden a negar la legitimidad de los partidos establecidos, a quienes atacan tildando de antidemocráticos o incluso de antipatrióticos. Les dicen a los votantes que el sistema existente en realidad no es una democracia, sino que ésta ha sido secuestrada, está corrupta o manipulada por la élite. Y les prometen enterrar a esa élite y reintegrar el poder ‘al pueblo’. Este discurso debe tomarse en serio”, apuntan Levitsky y Ziblatt.
Los peligros de la nostalgia
Así pues, ¿exagera el papa Francisco su temor al auge de los populismos? Diría que no. Ahora, detectados los síntomas (que se encuentran en las esquinas de la izquierda y la derecha), también a la Iglesia le corresponde proponer remedios, sobre todo a quienes, apoyándose en su cristianismo, están blanqueando posturas políticas autoritarias basándose en un presunto recorte de libertades y pérdida de identidad cultural que, simplemente, destilan una indisimulable nostalgia nacionalcatólica.
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