Tú ponte de parte de Jesús
Porque de eso se trataba en esta historia que revivimos, en estos pasos cuyo rastro seguimos, en esta peregrinación a los Orígenes de la Fe: de encontrar la razón última que llevó a Jesús a darse por los hombres y mujeres, de su tiempo y de todos los tiempos. El Amor, que ayer convertía el agua en vino, que hoy multiplica los panes y los peces (o que consigue, como sostiene en una original y malévola cabriola teológica, uno de los muchos amigos reencontrados durante el viaje, que los judíos del tiempo del Nazareno hicieran suyo el ejemplo del Mesías y pusieran en la misma mesa todas sus provisiones para alimentar a la muchedumbre hambrienta de alimento y saciada con la Palabra de Vida), que mañana nos llevará al lugar donde nació el Salvador, y donde veinte siglos después penan y sufren miles de palestinos, miles de israelíes, enfrentados en una guerra en la que únicamente hay vencidos. ¿De parte de quién estás? "Tú ponte de parte de Jesús".
De ese Jesús que escuchó el "Ruaj", el silencio en mitad de la tormenta, de las olas del lago, del mismo lago situado a 209 metros bajo el nivel del mar. Las mismas aguas nos contemplan: poco más se mantiene idéntico en esta tierra que a veces más parece un gigantesco parque de atracciones de las religiones. Y sin embargo, la Fe es más fuerte que el espectáculo, pues por mucho que éste esté presente, todos los que acuden a las fuentes lo hacen movidos por el hombre que hacía milagros. El mayor, tal vez el más grande, el de proponer un lenguaje nuevo, un mensaje nuevo. Felices seréis, bienaventurados.
Hoy celebramos la misa en el monte desde el que, según la tradición, Jesús pronunció sus famosos discursos sobre las bienaventuranzas. Y uno no se resiste a retomar la anterior pregunta (¿De parte de quién estás?) y te encantaría no ser el joven rico y poder responder, de nuevo. "Yo, de parte de Jesús". Y es que este Jesús que sacia la sed de los invitados a la boda, y el hambre con los panes y los peces, es también el que clama, en mitad del desierto de Galilea, o junto al lago, o al lado del corazón de quien quiera escucharle, por una sociedad de hambrientos y sedientos de justicia; de pacíficos y pacificadores; de perseguidos por perseguir un mundo nuevo. Y es que este Jesús, el Jesús del Evangelio, era un soñador. Benditos sueños. Bienaventurados.
Recorriendo el lago llegamos al Jordán, renovamos el Bautismo, recordamos aquel gesto que hicieron por nosotros nuestros padres. Algunos, sumergiéndose en las aguas, esperando que el Espíritu vuelva a abrir sus brazos y nos reconozca como hijos, pletóricos como estamos de defectos, debilidades, pecados y talentos. Diciendo de forma torpe a Jesús que queremos ponernos de su parte.
Por la noche, de vuelta al lago, en mitad de aguas procelosas, el silencio de las olas, de nuevo el "Ruaj", el Dios que salva en mitad de la tribulación, el que jamás te deja a la deriva. Porque, aunque tú no sepas si ponerte de parte de Jesús, Él tiene bien claro que está de parte tuya. Sin aditivos ni componendas. Bienaventuradamente multiplicado, partido, repartido y compartido. Ofrecido y desterrado. Camino de Belén, vísperas de Jerusalén.