La cigüeña sobre el campanario
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La blanca cigüeña,
como un garabato,
tranquila y deforme, ¡tan disparatada!
sobre el campanario.
Antonio Machado
¡Yo creo en la esperanza...!
El credo que ha dado sentido a mi vida
8. Desmitologización y recuperación de la esperanza
IV.- Celibato Por el Reino de Dios y Sexo
(Cont....
Quiero añadir algunas cosas sobre los principios de moral sexual.
Primera: el principio de integración de la actividad sexual plena en una comunión de amor interpersonal y de vida de los compartícipes, lleva imbricado un principio de fecundidad genética.
La plenitud de un mutuo amor personal-erótico-sexual tiende a expresarse en el fruto de ese amor, en el hijo de los dos. El hijo es como una integración de ser "dos en una carne" los padres. Pero esta fecundidad, por ser humana, tiene que ser responsable y, por tanto, limitada. Su perfección se mide más cualitativa que cuantívamente. No necesariamente muchos hijos,
sino verdaderos frutos y signos del amor.
Segunda: El autocontrol sexual a nivel intraindividual (control del erotismo imaginativo o de las posibilidades de orgasmo sexual, por ejemplo), debe orientarse no según proposiciones rígidas de una concepción "fisiologista", sino según un principio que mira más que a lo puramente material, a lo propiamente humano, es decir, al principio básico del amor.
No se trata de proscribir absolutamente, como infernal.
cualquier sensación de placer sexual o cualquier eyaculación que no sean involuntarias, sino de mantener firme esta orientación: en el plano intraindividual de la sexualidad se debe evitar aquello que dañe a la disponibilidad del hombre para el amor al prójimo o que destruya el equilibrio de la personalidad, que es también un modo de dañar a aquella.
Pienso sinceramente, y lo digo con toda tranquilidad de conciencia, que basta con ser fiel a este principio. Con esta fidelidad, si es sincera, se tiene la seguridad de evitar el libertinaje solipsista, sin el peligro de caer en tensiones insoportables, que serían esclavizantes y no liberadoras, y que no creo que respondan a la voluntad de Dios.
Antes de teminar este capítulo, quero volver un momento a reflexionar sobre el "carisma" del celibato por el Reino de Dios. ¿Cuál es el "sentido" de este carisma?
Se dice con frecuencia que hacer al hombre más disponible para el sevicio del prójimo. Esta razón no convence. Comparando, por ejemplo, médicos con sacerdotes, no encuentro
mayor disponibilidad en los sacerdotes cébiles para su servicio, que en los médicos casados para el suyo.
Profundizando en la doctrina de San Pablo en la primera carta a los Corintios sobre el matrimonio y virginidad, encuentro, no obstante las limitaciones que parecen afectar al texto paulino, elementos de orientación.
San Pablo dice: "El no casado se preocupa de las cosas del Señor, de cómo agradar al Señor. El casado se ocupa de las cosas del mundo, de cómo agradar a su mujer; está por tanto dividido" (I Corintios 7, 3-34).
El punto de vista de San Pablo es unilateral y no resulta demasiado convicente para muchos de nosotros. Preocupándose de agradar a su mujer, a un nivel de amor verdaderamente cristiano, el casado puede agradar a Dios tanto como el célibe.
Y si el célibe se despreocupa demasiado de las cosas del mundo, es dedcir, de un amor realista y encarnado, puede que su preocupación por agradar a Dios sea una ilusión. Algo indica en ese sentido la parábola del buen samaritano: Lucas 10, 25-38. Y la primera carta de San Juan afirma sin ambages: "El que no ama a su hermano a quien ve, no puede amar a Dios a quien no ve" (I Juan 40, 20)).
Pero esto no quiere decir que en el dicho de San Pablo, tratando de ir al sentido más profundo, no podamos encontrar una orientación. Lo que queda en pie de la afirmación de San Pablo es que el célibe por el reino de Dios se relaciona con Dios de una manera distinta a como se relacionan los casados.
Ver José Mª Díez-Alegría, ¡Yo Creo en la Esperanza!
Desclée de Brouwer 1972
La blanca cigüeña,
como un garabato,
tranquila y deforme, ¡tan disparatada!
sobre el campanario.
Antonio Machado
¡Yo creo en la esperanza...!
El credo que ha dado sentido a mi vida
8. Desmitologización y recuperación de la esperanza
IV.- Celibato Por el Reino de Dios y Sexo
(Cont....
Quiero añadir algunas cosas sobre los principios de moral sexual.
Primera: el principio de integración de la actividad sexual plena en una comunión de amor interpersonal y de vida de los compartícipes, lleva imbricado un principio de fecundidad genética.
La plenitud de un mutuo amor personal-erótico-sexual tiende a expresarse en el fruto de ese amor, en el hijo de los dos. El hijo es como una integración de ser "dos en una carne" los padres. Pero esta fecundidad, por ser humana, tiene que ser responsable y, por tanto, limitada. Su perfección se mide más cualitativa que cuantívamente. No necesariamente muchos hijos,
sino verdaderos frutos y signos del amor.
Segunda: El autocontrol sexual a nivel intraindividual (control del erotismo imaginativo o de las posibilidades de orgasmo sexual, por ejemplo), debe orientarse no según proposiciones rígidas de una concepción "fisiologista", sino según un principio que mira más que a lo puramente material, a lo propiamente humano, es decir, al principio básico del amor.
No se trata de proscribir absolutamente, como infernal.
cualquier sensación de placer sexual o cualquier eyaculación que no sean involuntarias, sino de mantener firme esta orientación: en el plano intraindividual de la sexualidad se debe evitar aquello que dañe a la disponibilidad del hombre para el amor al prójimo o que destruya el equilibrio de la personalidad, que es también un modo de dañar a aquella.
Pienso sinceramente, y lo digo con toda tranquilidad de conciencia, que basta con ser fiel a este principio. Con esta fidelidad, si es sincera, se tiene la seguridad de evitar el libertinaje solipsista, sin el peligro de caer en tensiones insoportables, que serían esclavizantes y no liberadoras, y que no creo que respondan a la voluntad de Dios.
Antes de teminar este capítulo, quero volver un momento a reflexionar sobre el "carisma" del celibato por el Reino de Dios. ¿Cuál es el "sentido" de este carisma?
Se dice con frecuencia que hacer al hombre más disponible para el sevicio del prójimo. Esta razón no convence. Comparando, por ejemplo, médicos con sacerdotes, no encuentro
mayor disponibilidad en los sacerdotes cébiles para su servicio, que en los médicos casados para el suyo.
Profundizando en la doctrina de San Pablo en la primera carta a los Corintios sobre el matrimonio y virginidad, encuentro, no obstante las limitaciones que parecen afectar al texto paulino, elementos de orientación.
San Pablo dice: "El no casado se preocupa de las cosas del Señor, de cómo agradar al Señor. El casado se ocupa de las cosas del mundo, de cómo agradar a su mujer; está por tanto dividido" (I Corintios 7, 3-34).
El punto de vista de San Pablo es unilateral y no resulta demasiado convicente para muchos de nosotros. Preocupándose de agradar a su mujer, a un nivel de amor verdaderamente cristiano, el casado puede agradar a Dios tanto como el célibe.
Y si el célibe se despreocupa demasiado de las cosas del mundo, es dedcir, de un amor realista y encarnado, puede que su preocupación por agradar a Dios sea una ilusión. Algo indica en ese sentido la parábola del buen samaritano: Lucas 10, 25-38. Y la primera carta de San Juan afirma sin ambages: "El que no ama a su hermano a quien ve, no puede amar a Dios a quien no ve" (I Juan 40, 20)).
Pero esto no quiere decir que en el dicho de San Pablo, tratando de ir al sentido más profundo, no podamos encontrar una orientación. Lo que queda en pie de la afirmación de San Pablo es que el célibe por el reino de Dios se relaciona con Dios de una manera distinta a como se relacionan los casados.
Ver José Mª Díez-Alegría, ¡Yo Creo en la Esperanza!
Desclée de Brouwer 1972