Dom 4 TO, 29.1.23. Que la tierra sea hogar de felicidad. Bienaventurados... (Mt 5, 2-4)
En este momento sólo quiero que la iglesia sea hogar de felicidad… Somos como aquellos de los que hablaba Jesús, midiendo y colando mosquitos, estableciendo diezmos extraños (no evangélicos), de ministerios machos, ordenamientos impuestos, leyes y poderes bien medidos… y olvidamos lo más importante, que es la felicidad (fidelidad, misericordia,la justicia: Mt 23, 23).
En esa línea de felicidad comentaré hoy las tres primeras bienaventuranzas del Evangelio de Mateo, dejando para otro día de esta semana las siguientes. Feliz,y santo, acompañado domingo
1ª: Felices los pobres de Espíritu, porque de ellos es el Reino de los cielos
Estos pobres de la bienaventuranza son en griego los pôkhoi, aquellos que no tienen nada, de manera que sólo pueden subsistir por la ayuda o sostén de los demás, es decir, como mendigos. Lc 6, 20 les llamaba simplemente pobres, prometiéndoles la dicha del Reino. Mateo, en cambio, les presenta como pobres de espíritu (tô pneumati) no para negar su carencia material, sino para matizarla desde una perspectiva cristiana:
‒ Pueden ser pobres por voluntad, es decir, por decisión personal. En esa línea destaca Mt 5, 3 la bienaventuranza de aquellos que, pudiendo hacerse o vivir como ricos, asumen voluntariamente un camino de pobreza, por solidaridad, al servicio de los demás (cf. 2 Cor 8, 9; Flp 2, 6-11), como Jesús que no fue sólo pobre por condición social (artesano, trabajador desposeído), sino por opción personal, esto es, por decisión creyente: no ha querido ayudar a los pobres desde arriba o por milagro externo (como le dice el diablo de la primera tentación: Mt 4, 1-4), ni quiere “salvarles” desde su más alta autoridad externa (como Job, antes de ser derribado de su altura), sino que se ha “encarnado” (=ha vivido) en la vida de los pobres, compartiendo con ellos su historia de carencias, para iniciar una transformación social y personal, desde lo más bajo, abriendo con los carentes, la marcha el Reino de Dios. Pero la inmensa mayoría son pobres por condicion humana, por necesidad o imposición social, por marginación... A favor de ellos, y con ellos ha promovido Jesús ha promovido un movimiento mesiánico de solidaridad y ayuda, con y por los pobres, para expresar y ofrecer la bienaventuranza de Dios a todos, incluso a los ricos.
Ciertamente, Mateo no ha negado la bienaventuranza de los pobres materiales (a quienes el Jesús de 25, 31-46 llama sus “hermanos más pequeños”), pero ha querido destacar la pobreza por opción de los creyentes que renuncian a la riqueza propia (personal o de Iglesia) a favor de los pobres, para abrir así el camino del Reino desde abajo, en comunión de vida con los excluidos personales y sociales, dentro de la Iglesia, pues en ella sólo pueden construir activamente el camino de Dios y ser felices aquellos que se hacen por voluntad pobres y hermanos de los pobres conforme a la justicia del Reino (cf. Mt 5, 20).
Sin duda,, se puede hablar de ricos que tienen espíritu pobre, de manera que, teniendo muchas riquezas, no se elevan sobre lo demás, sino que les ayudan, aunque desde arriba (como Job antes de su prueba). Pero Jesús no quiere ese tipo de ricos en su Iglesia, no quiere que existan en ella patronos ricos que asisten y ayudan a los otros desde arriba, sino que todos compartan en comunión de amor la vida, unos con todos, desde la pobreza de los más pobres.
En otra línea, esta expresión (pobres de Espíritu) podría referirse a personas que son especialmente indigentes en un plano de espíritu, en decir de conocimientos y de entendimiento. Estos serían aquellos que, en un sentido intelectual, no saben, no entienden, no logran penetrar en los “secretos” de la interpretación rabínica de la ley, siendo así como mendigos espirituales. Pero de ordinario, estos pobres de espíritu suelen ser también pobres “materiales” (mendigos, sin posesiones ni trabajo), hombres y mujeres que, en una sociedad competitiva, quedan en un plano inferior, por ser agresivos y capaces de triunfar en un plano cultural, social o psicológico.
Sea como fuere, estos pobres suelen ser también despreciados por falta de cultura, indigentes económicos, personas sin dignidad, los más pequeños, aquellos que no pueden elevarse sobre los demás imponerles su derecho, la masa de marginados, derrotados, expulsados, sin posibilidades de cambiar por fuerza la historia de los hombres, sometidos a un destino de desprecio y muerte.
Pues bien, con ellos ha venido a vincularse Jesús, no para hacerles orgullosos, capaces de triunfar con violencia sobre los demás, sino para crear una humanidad distinta, fundada en la confianza y en la solidaridad. Sólo desde este principio pueden entenderse las bienaventuranzas que siguen: No habrá justicia ni paz si los hombres no asumen un camino voluntario de pobreza, es decir, de desprendimiento actito y comunicación de bienes (Mt 6, 19).
Conforme a este principio, solo se puede hablar de felicidad humana y especialmente de Iglesia allí donde se empieza situando en el centro del cuidado de la vida a los pobres, en línea de bienaventuranza. Como he dicho, al poner pobres de espíritu allí donde Lc 6, 20 decía simplemente pobres, Mateo no ha negado la bienaventuranza de la pobreza material, y así sigue hablando en su evangelio de marginados, excluidos y despreciados (cf. Mt 18, 1-14), pero él no quiere que en la Iglesia siga habiendo pobres materiales si es que hay otros que tienen bienes muy abundantes en ella, pues una iglesia donde algunos mueren de hambre mientras otras derrochan riquezas no es iglesia, ni cristiana.
Jesús habla pues de la felicidad de los pobres de cuerpo y espíritu, de bienes materiales y sociales, de aquellos que son “pobres por voluntad de entrega a los demás” con aquellos que son “pobres de espíritu” (de menos recursos y posibilidades), llamados también a ser felices. Es la felicidad de aquellos que, pudiendo enriquecerse a cosa de otros, asumen voluntariamente un camino de pobreza, por solidaridad, esto es, por servicio a los demás, como Jesús, que, pudiendo haberse puesto al lado de los ricos, se unió a los pobres, iniciando con ellos un camino de felicidad salvadora (cf. 2 Cor 8, 9; Flp 2, 6-11). Quien quiera vivir como rico, y ayudar a los pobres solamente desde fuera (quedando siempre arriba) no será en verdad feliz, ni podrá ser cristiano en la línea de Jesús
2ª: Felices los que sufren, porque serán consolados
Lc 6, 21 decía hoi klaiontes nyn, los que actualmente lloran, destacando quizá más el llanto en sí, por cualquier causa que fuere, el dolor que se expresa en forma de lamentación amarga (cf. Mt 2, 18; 26, 75) o grito fuerte de hambre, enfermedad o abandono. Mateo, en cambio, dice hoi penthountes término que parece referirse más en concreto a los que saben sufrir y aún más a los que aceptan el dolor como una forma de maduración (purificación), en línea de catarsis y de ayuda a los demás, no en gesto penitencial de lamentación, sino por felicidad más honda.
Recordemos que en el principio de la vida está el llanto y que sólo aquellos que lo asumen y que sufren pueden ser felices y constructores de felicidad. Lucas llamaba bienaventurados todos los que lloran, sin precisar la razón o forma de su llanto. Mateo, en cambio, sin negar eso (como sabe y dice Mt 25, 31‒46), parece destacar el valor de maduración e incluso de “revolución” (catarsis) que puede tener el sufrimiento. Sólo aquellos que, quizá con miedo, saben asumir el dolor y lo asumen por dentro, como medio de maduración en felicidad pueden acompañar y ayudar a los demás, abriendo con y para ellos un camino de felicidad compartida.
Quien no sabe sufrir termina siendo un tirano de sí mismo y de los otros. Quien hace sufrir a los demás (por hambre o terror, guerra o dictadura) es un malhechor. Sólo aquellos que son capaces de aceptar un tipo de sufrimiento por acompañar a los demás podrán compartir con ellos la más honda felicidad del amor. Quien no sabe sufrir, quien no quiere perder nunca, quien no es capaz de acompañar en el dolor a los demás para compartir también la felicidad con ellos no será nunca feliz.
En ese fondo se entiende la respuesta en pasivo de esta bienaventuranza: “Felices los que sufren, porque ellos serán consolados”, es decir, paraklêthesontai, un verbo de la misma raíz que Paráclito, el Espíritu Santo “consolador” (cf. Jn 14,16.26; 15,26; 16,7) conforme a un tema que aparece en Mt 10, 19-20 donde se asegura que el Espíritu Santo consolará a los perseguidos. No se trata pues de no sufrir, sino de sufrir en amor, para consolar a los que sufren, compartiendo así el camino de la felicidad. Esta bienaventuranza supone no sólo que Dios consolará a los que lloran, sino los que lloran serán consolados por otros hombres y mujeres, madurando así en felicidad, es decir, en consuelo mutuo.
De la incapacidad de sufrir nace la violencia. Sólo del sufrimiento aceptado en amor y compartido y compartido con otros (consolado a los que sufren) puede nacer la verdadera felicidad. La tradición bíblica recuerda en ese plano el clamor y llanto de los hebreos oprimidos en Egipto, a quienes Dios escuchó y liberó. En esa línea, el evangelio añade que Jesús “tomó sobre sí toda dolencia” de los hombres (Mt 8, 16‒17; cf. Is 53, 4), acompañando y curando a los enfermos. Más aún, la tradición cristiana ha interpretado la resurrección de Jesús como experiencia de felicidad más alta en medio del dolor por su muerte.
Ciertamente, siguen siendo bienaventurados los que lloran, por la razón que fuere, sin distinguir la forma o causa de su sufrimiento. Pero es importante insistir en el carácter de catarsis (purificación, maduración, felicidad) del dolor asumido y compartid en línea de comunión de amor. En esa línea hay que decir que sólo aquellos que saben pueden consolar a los que sufren, abriendo con y para ellos un camino de solidaridad y de consuelo, en una línea que había sido explorada desde diversas perspectivas (pero no desarrollada ni culminada) en el libro de Job.
Sigue siendo esencial la superación de un tipo de dolor físico, como quiere la medicina moderna y como hacía Jesús al curar a los enfermos. Pero una persona o sociedad que no aguanta ningún tipo de padecimiento (que no sabe sufrir ni acompaña a los que sufren, en amor) se acaba destruyendo y se consume a sí misma en línea de infelicidad. En este sentido es importante el mensaje Mt 25, 31‒45 cuando habla de “visitar a los enfermos”, esto es, a los que sufren, en gesto de amor abierto a la felicidad. No dice “estuve enfermo y me curasteis físicamente o me quitasteis el dolor”, sino y vinisteis a mí. La verdadera curación es la visita, entendida en forma de cuidado (esto es, de “episcopado”, en el sentido de cuidarse‒acompañarse unos a otros, como dice el texto griego de 25, 36).
3ª Felices los mansos porque heredarán la tierra
Ésta bienaventuranza es nueva (sin paralelo en Lucas), y ha sido creada por Mateo o por su iglesia, fijándose de un modo especial en Jesús, pobre y manso (sin poder económico o social), que, de esa forma, ha sabido elevar y enriquecer a otros, convirtiendo su pobreza en fuente de gracia y vida para muchos. En esa línea, los mansos como Jesús actúan sin imponerse, y así ayudan a los demás desde su pobreza, como él mismo ha dicho, en palabra personal y social: «Acercaos a mí todos los que estáis rendidos y abrumados, que yo os daré respiro. Cargad con mi yugo y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón…» (Mt 11, 28-29).
En ese sentido, Jesús ha sido pretendiente mesiánico “manso” (praus), como lo muestra su entrada en Jerusalén montado en un asno, de manera no violenta, para enriquecer (curar) a la ciudad “santa” y extender en ella su programa mesiánico. Pues bien, esta bienaventuranza implica una experiencia fuerte, de tipo social y ecológico, pues sigue diciendo que los mansos (anawim) heredarán la tierra (cf. Sal 37, 1) no por violencia, sino al modo de Dios: por herencia de gracia. Esta palabra (los mansos heredarán la tierra) abre una utopía de felicidad, que va en contra de los principios y métodos de guerra utilizados para dominar el mundo.
Esta bienaventuranza ecológica ha sido recogida en el programa espiritual y social del Papa Francisco en Laudato Si, Alabado seas… (2015). El hombre prepotente, conquistador violento, lleva destrucción sobre la tierra. Sólo los mansos, los que renuncian al deseo de tenerlo todo y a la imposición económica, social y/o militar podrán heredar la tierra como regalo de Dios y espacio de felicidad, pues la tierra no se conquista, sino que se recibe de aquellos que nos han precedido, para regalarla y compartirla con los que nos sigan o están a nuestro lado, sin estropearla y a la postre destruirla.
La tierra que se domina y somete por fuerza se vuelve infierno de guerra y destrucción: cuanto más la dominemos más la estropeamos. Sólo los mansos podrán heredar y compartir la tierra viva de la felicidad, hermana y madre de los hombres. Los otros, los violentos, la destruyen y se destruyen a sí mismos.En esta línea se entiende la misión de Jesús, pobre y manso (sin imposición económica ni guerra), a quien la Biblia presenta como heredero de todos los bienes del mundo (cf. Hbr 1, 2), no para sí mismo, sino para todos,desde su pobreza entendida en forma de gracia y comunión con los hambrientos, enfermos y oprimidos, en gesto abierto de felicidad.
Jesús es un pobre manso, acompañando ayudando a los pobres, para así heredar y gozar la tierra, no por superioridad militar, sino por servicio de amor. Esta bienaventuranza social de la mansedumbre retoma y replantea la experiencia radical del Antiguo Testamento, en la línea del llanto de los oprimidos en Egipto, a los que Yahvé respondió sacándoles de la esclavitud. Pues bien, la ha completado diciendo que sólo los mansos (los que renuncian a la imposición y guerra) podrán heredar la tierra, con un gesto social de profunda fidelidad a la vida.
No se trata, pues, de luchar con desprendimiento interno (como hacía Krisna), ni de abandonar toda lucha, viviendo más allá de los deseos (como Buda), sino de vivir y seervir/acompañar, con mansedumbre de amor, sin violencia, sin venganza, sin guerra “para así heredar la tierra”, esto es, para crear la nueva humanidad reconciliada. No se trata de ser mansos para conseguir el cielo, sino para heredar la tierra y compartirla en felicidad.
Esta palabra (los mansos heredarán la tierra) proclama una utopía de pacificación social que invierte los principios y tácticas de la guerra militar o comercial, personal o social, superando así la “ley del talión” y la promesa falsa de los que quieren poseer y dominar el mundo por violencia.
Sólo aquellos que renuncien al talión (ojo por ojo, diente por diente), superando toda forma de imposición violenta y convirtiendo la tierra en regalo de amor, podrán heredarla, esto es, recibirla y compartirla en amor.
En las guerras de Rusia o Ucrania hacen falta cañones para defender/poseer la tierra... Pero a la larga la tierra se destruye con tanques y cañones. Sólo en par y en mansedumbre, en pobreza compartida con amor se puede poseer la tierra.
La tierra sometida y manipulada como objeto de conquista se vuelve un infierne de guerras, que acaban destruyéndola. Cuanto más la dominemos más la aniquilamos. Sólo los mansos podrán heredarla y disfrutar la tierra en felicidad de amor; los otros, los violentos, la destruyen y se destruyen entre sí, haciendo así imposible toda felicidad.
(Texto tomado de Pikaza: Comentario a Mateo)