Dom 7.3.21. El Templo, Cueva de ladrones o Casa de negocios
Tras haber entrado en Jerusalén, para iniciar el reinado de Dios, Jesús quiso limpiar la religión, esto es, el Templo, expulsando a los ladrones o negociantes que allí se habían establecido. No lo digo yo, no me hubiera atrevido, lo dice el evangelio de este domingo del 7.3.2021.
La primera comparación (cueva de ladrones) viene de Mc 15, 17, que la toma de Jer 7, 11. Según ella, el templo/religión es una “cueva o guarida” de políticos y sacerdotes “bandidos” (lêstôn), que emplean su poder y religión para robar con violencia y guardar (justificar) así lo robado.
Jeremías utilizó esas palabras en torno al 600 a.C., cuando Nabucodonosor rey de Babel (actual Irak) se creía justificado por Dios para conquistar/robar medio mundo, haciéndose llamar “civilizador”, enviado del Dios Marduk. Pues bien, a juicio de Jeremías, los sacerdotes/ricos de Jerusalén seguían en el fondo la misma política/religión de Nabucodonosor, justificando sus robos con el templo. Según el evangelio de Marcos, Jesús sigue pensando en su tiempo lo mismo.
La segunda comparación (casa de negocios) la introduce el evangelio de Juan 2, 16 “no convirtáis la casa de mi Padre en un emporio, es decir, en un centro comercial o de negocios”. Evidentemente, Juan ha pasado del lenguaje de reyes/bandidos militares y los templos ligados a esos reyes al lenguaje “comercial” de fenicios y griegos que, en vez de robar haciendo guerras de conquista con soldados, crearon “emporios” o colonias comerciales, a lo largo y a lo ancho del Mediterráneo y del mundo occidental, enriqueciéndose a costa de los pobres.
Pues bien, conforme a la visión de Jesús, según el evangelio de Juan, el templo de Jerusalén se había convertido en un emporio, centro o casa comercial al servicio de los ricos (conforme a la nueva economía de mercado de fenicios y griegos.
Este es el tema de fondo del evangelio de este domingo 7.3.21 (3º de Cuaresma) que comentaré en lo que sigue, comparando la visión de Marcos y la de Juan, teniendo a fondo las dos expresiones: Cueva de ladrones, casa de negocios.
Jeremías utilizó esas palabras en torno al 600 a.C., cuando Nabucodonosor rey de Babel (actual Irak) se creía justificado por Dios para conquistar/robar medio mundo, haciéndose llamar “civilizador”, enviado del Dios Marduk. Pues bien, a juicio de Jeremías, los sacerdotes/ricos de Jerusalén seguían en el fondo la misma política/religión de Nabucodonosor, justificando sus robos con el templo. Según el evangelio de Marcos, Jesús sigue pensando en su tiempo lo mismo.
La segunda comparación (casa de negocios) la introduce el evangelio de Juan 2, 16 “no convirtáis la casa de mi Padre en un emporio, es decir, en un centro comercial o de negocios”. Evidentemente, Juan ha pasado del lenguaje de reyes/bandidos militares y los templos ligados a esos reyes al lenguaje “comercial” de fenicios y griegos que, en vez de robar haciendo guerras de conquista con soldados, crearon “emporios” o colonias comerciales, a lo largo y a lo ancho del Mediterráneo y del mundo occidental, enriqueciéndose a costa de los pobres.
Pues bien, conforme a la visión de Jesús, según el evangelio de Juan, el templo de Jerusalén se había convertido en un emporio, centro o casa comercial al servicio de los ricos (conforme a la nueva economía de mercado de fenicios y griegos.
Este es el tema de fondo del evangelio de este domingo 7.3.21 (3º de Cuaresma) que comentaré en lo que sigue, comparando la visión de Marcos y la de Juan, teniendo a fondo las dos expresiones: Cueva de ladrones, casa de negocios.
Pues bien, conforme a la visión de Jesús, según el evangelio de Juan, el templo de Jerusalén se había convertido en un emporio, centro o casa comercial al servicio de los ricos (conforme a la nueva economía de mercado de fenicios y griegos.
Este es el tema de fondo del evangelio de este domingo 7.3.21 (3º de Cuaresma) que comentaré en lo que sigue, comparando la visión de Marcos y la de Juan, teniendo a fondo las dos expresiones: Cueva de ladrones, casa de negocios.
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Dos evangelios, una misma experiencia de fondo
Marcos: “Llegaron a Jerusalén y entrando en el templo comenzó a expulsar a los que vendían y compraban en el templo. Volcó las mesas de los cambistas y los puestos de los que vendían las palomas, y no consentía que nadie pasase por el templo llevando cosas. Luego se puso a enseñar diciéndoles: ¿No está escrito: Mi casa será casa de oración para todos los pueblos? Vosotros, sin embargo, la habéis convertido en cueva de bandidos/ladrones” (Mc 11, 15-18).
Juan: “Jesús subió a Jerusalén. Y encontró en el templo a los vendedores de bueyes, ovejas y palomas, y a los cambistas sentados; y, haciendo un azote de cordeles, los echó a todos del templo, ovejas y bueyes; y a los cambistas les esparció las monedas y les volcó las mesas; y a los que vendían palomas les dijo: "Quitad esto de aquí; no convirtáis la casa de mi Padre en un Oikos emporiou (esto es, en emporio o Centro de negocios)” (Jn 2, 14-17).
Marcos pone su pasaje hacia el final del evangelio, como culminación del mensaje y camino de Jesús, que será condenado a muerte por decir y hacer precisamente eso. Juan en cambio pone este evangelio al principio de su texto, como punto de partida de su visión del cristianismo.
Marcos. El modelo de la Cueva de Bandidos. Según Marcos los responsables del templo lo han convertido en “cueva de ladrones” (spelaion lêstôn: cf. Jer 7, 11), un lugar para robar al pueblo fiel, en nombre de Dios. Ese es el modelo más oriental de los imperios ladrones, que estaban conquistando y robando a lo bruto, es decir, en aquel tiempo (en torno al 600 a.C. los babilonios).
Pues bien, Jeremías dice a los sacerdotes de Jerusalén y “nobles” de Jerusalén que están haciendo lo mismo que los babilonios, están convirtiendo el templo en una sucursal de los bandidos político/militares, con la diferencia de que lo hacen en nombre del Dios de Israel.
Juan. El modelo de la Casa de Comercio. Según Juan, los sacerdotes han convertido la Casa de su Padre en centro de negocios (oikos emporiou, casa de comerciantes). De esa forma pasa de la terminología del imperio-ladrón (Babilonia) a la de un comercio colonial, conforme al esquema de los fenicios y griegos que habían creado “colonias” a lo ancho del Mar Mediterráneo para “cambiar mercancías con ventaja” y así enriquecerse, sin necesidad de mantener grandes tropas imperiales caras.
El evangelio de Juan utiliza esta nueva terminología, empleada también por el Evangelio de Tomás 64); según ella, el soldado-ladrón puro de Mc 11 (que roba pero no sabe negociar con lo robado) se convierte en director comercial de un emporio (es decir, de un imperio comercial, que no roba a mano armada, pero negocia enriqueciéndose a costa de los más pobres.
(Anotación para “hispanos”: Los fenicios crearon “emporios” comerciales en la zona del estrecho de Gibraltar,, en especial en Tarsis-Cádiz… Los griegos lo hicieron más al norte, y así crearon un emporio en la zona actual de Gerona, una ciudad que aún lleva el hombre de Emporio-Ampurias).
Tema de fondo, derribar el templo, destruir el negocio de la religión
La lógica del reino ha llevado a Jesús al templo, para culminar su obra, que en este contexto tiene sentido destructor. No se limita a purificarlo, condenando sus excesos, para que vuelva a estar limpio, como siempre debió hallarse, sino que anuncia y expresa simbólicamente su ruina (en el signo de la higuera): ¡Qué nadie coma nunca más de sus frutos! (cf. Mc 11, 14).
‒Expulsa a vendedores y compradores (Mc 11,15b). De esa forma hace imposible todo el ejercicio de los sacrificios de violencia, fundados en la compra de animales puros. En un sólo gesto ha «expulsado» del templo (es decir, de lo sagrado) a los poderes económicos que lo controlan
‒ Derriba las mesas de cambistas de dinero y de los vendedores de palomas (Mc 11,15c). No se limita a expulsar a los vendedores, sino que derriba ese centro material del templo que es la mesa de los cambios, el banco de la economía y de la venta de palomas. Ése es un gesto simbólico: Como derriba Jesús estas mesas, vendrá a derrumbarse en el suelo el edificio «sagrado» del templo.
Jesús indica de esa forma el fin de este templo, con sus tres funciones (económica, política y religiosa) Otros (muchos judíos helenizados) querían destacar al interior del culto una especie de verdad espiritual. Pues bien, según Jesús, esa verdad profunda del templo implica su destrucción externa, en los tres niveles indicados[1]:
Función económica. El templo de Jerusalén constituía el centro mercantil del pueblo israelita, que se había comprometido a mantener sus instituciones y su culto, al menos tras la “restauración” del exilio (año 525 a. C.) y las reformas de Esdras y Nehemías (cf. Neh 10, 2-39). En principio, había sido un “santuario real”, de manera que los reyes debían financiar su culto. Pero tras el exilio vino a convertirse en “santuario de la nación”, de manera que, aunque los reyes como Herodes (e incluso los romanos) contribuyeran a sostenerlo y/o reconstruirlo, su mantenimiento fundamental se hallaba en manos del conjunto del pueblo judío.
Por otro lado, como indican bien las controversias y guerras del tiempo de los macabeos, el templo funcionaba como “banco” donde los fieles depositaban (y los sacerdotes administraban) grandes sumas de dinero. El mismo Nuevo Testamento evoca en términos “irónicos” el dinero del templo (cf. Mt 17, 24-27). Por otra parte, la mayoría de los habitantes de Jerusalén vivían, de una manera o de otra, de las construcciones y trabajos del templo, de manera que el judaísmo de Judea y Jerusalén funcionaba como una “economía de templo”, como supone, de un modo crítico, el mismo Marcos (Mc 14, 10 par), cuando señala que los sacerdotes emplearon su dinero para “sobornar” (o pagar) a Judas. De un modo consecuente, Mc 11, 17 dice que el templo es una “guarida de ladrones”, y que su religión es un latrocinio. En la misma línea, pero todavía con más fuerza, Jn 2, 16 afirma que el templo se ha convertido en una “casa de negocios” (emporion).
Función política. En un plano, los judíos habían separado religión y vida social, de tal forma que podían conservar su propia identidad religiosa y su culto mientras que el orden político quedaba bajo el Imperio. En esa línea, aunque estuvieran sometidos a Roma, los sacerdotes poseían gran autonomía y poder:
Nuestro legislador no atendió a ninguna de estas formas de gobierno, sino que dio a luz el Estado teocrático, como se le podría llamar..., que consiste en atribuir a Dios la autoridad y el poder... ¿Qué ley podría ser más hermosa y más justa que la que atribuye a Dios el gobierno de todo, la que encomienda a los sacerdotes administrar los asuntos más importantes en interés público y que confía al Sumo Sacerdote, a su vez, la dirección de los demás sacerdotes... Los sacerdotes quedaron encargados de vigilar a todos, de dirimir las controversias y de castigar a los condenados... La legislación de Moisés prescribe un único templo para un único Dios... Los sacerdotes han de servirle continuamente (a Dios). A estos los ha de presidir siempre quien les precede por su linaje (F. Josefo. Autobiografía (Contra Apión), XVI, 165; XXI, 185-187; XXIII, 192-194[2].
Función religiosa. El templo simbolizaba y expresaba la presencia de Dios, que habitaba en medio del pueblo. En ese sentido aparecía como lugar privilegiado de oración y purificación, especialmente de perdón de los pecados. Ese templo había sido devaluado o declarado ya inútil por Juan Bautista, cuando afirmaba que Dios ofrecía su perdón a través su bautismo y no por un ritual sagrado. También Jesús lo “desacralizó”, declarando que su función religiosa (¡de purificación y de perdón!) había terminado, como indica bien su gesto, diciendo que ese templo debía ser sustituido por otro “no hecho por manos humanas” (cf. Mc 14,2 8).
Las cosas que el hombre “fabrica” (entre ellas el templo) son “ídolos”, algo que puede ponerse y se pone al servicio del poder y del dominio de unos sobre otros. En contra de eso, el verdadero templo debe identificase con el cuerpo mesiánico (cf. Jn 2, 21; 1 Cor 3, 16), es decir, con la humanidad reconciliada, que es el Reino de Dios. Jesús no ha necesitado ni necesita el templo exterior para preparar y proclamar la llegada del Reino de Dios y así sube a Jerusalén para indicar, de manera pública y abierta, que la función de ese templo ha terminado.
En este fondo se entiende el gesto de Jesús (cf. Mc 11, 15 par), que condensa, según el evangelio, todo su mensaje de Reino. No fue algo marginal, hecho de paso, en un momento menos importante de su misión, sino un gesto en el que se condensa y culmina su misión de Reino, un gesto simbólico de condena y destrucción, centrado especialmente en las mesas de los cambistas. Derribar esas mesas significa rechazar el comercio del templo, lo que implica derribar el mismo templo[3].
Este gesto histórico forma parte de la subida “mesiánica” de Jesús a Jerusalén y resulta esencial para entender su trayectoria. Si este templo siguiera siendo el lugar esencial del “encuentro” de los hombres con Dios, el evangelio de Jesús habría sido falso. La palabra central, «yo derribaré este templo, hecho con manos humanas, y en tres días edificaré otro, no hecho con manos humanas»(Mc 14, 58; cf. Mc 15, 29; Hech 6, 14; Jn 2, 19), ha sido recreada por la tradición, pero recoge básicamente el mensaje y profecía de Jesús, pues en sentido externo ella no se ha cumplido al pie de la letra (el templo ha seguido existiendo durante cuarenta años, hasta la guerra del 67-70 d. C.).
‒ Yo destruiré este templo, hecho con manos humanas… (cf. Mc 14, 58). El gesto de Jesús (volcar las mesas…) está anticipando y promoviendo algo, que él mismo promete y promueve: La destrucción del templo. Éste es un templo construido por manos humanas, lo mismo que la torre de Babel (cf. Gen 10), y así aparece como capital externo, signo de pecado. Quizá pudiéramos decir con Esteban (cf. Hech 7, 47-53), que este templo, cerrado en sí mismo, ha sido el “pecado originario” de Israel, pues ha servido para negar la profecía universal y liberadora del mensaje original de Dios.
‒ Y en tres días edificaré otro, no hecho por manos humanas (Mc 14, 58).El templo antiguo era un edificio hecho por manos humanas(kheiropiêton, cf. Hech 7, 41.48), de forma que es un ídolo, algo que se interpone entre el hombre y Dios (en línea de Mammón , como veremos en Mt 6, 24). Frente al “ídolo” de aquellos que quieren encerrar a Dios en sus propias construcciones, al servicio de su seguridad y su poder (en ese sentido son ídolo el templo y el mismo Estado romano) se eleva Dios que creará precisamente “humanidad”, a los “tres días”, es decir, en el tiempo de plenitud escatológica del Reino[4].
Jesús proclama y anticipa (pone en marcha) un proceso destructor (quiere derribar la economía del templo) y lo hace con una palabra que ha resultado hiriente para muchos judeo-cristianos posteriores, que han seguido acudiendo al templo al principio de la Iglesia (cf. Hech 2, 46; 3, ss). Es muy posible que hayan entendido la palabra de Jesús como “promesa de futuro”, para el fin de los tiempos. Así podrán decir que ese templo, finalmente, caerá, pero, mientras tanto, ellos pueden seguir acudiendo a sus atrios para orar, anticipando lo que será ese santuario cuando se convierte en “casa de oración, no de sacrificios, para todas las naciones” (cf. Mc 11, 17)[5].
El signo y palabra de Jesús sobre el templo ha sido duro, aunque sin violencia externa armada. Él no ha tomado el templo por las armas, ni ha criticado sus sacrificios por inmorales o carentes de legitimidad oficial (como han hecho quizá los de Qumrán), sino que ha dicho y realizado algo que es mucho más fuerte, mostrando que el templo ha perdido su función, pues ha llegado el Reino y no hacen falta sacrificios. Más aún, él ha dicho que el templo es un lugar de máxima corrupción económica, pues se utiliza para robar y para hacer negocios en nombre de Dios.
Ciertamente, unos decenios más tarde, tras la destrucción externa (del 70 d. C.), los judíos rabínicos reconstruirán la tradición israelita (el Israel eterno) desde una perspectiva de Ley nacional y familiar, sin necesidad de templo, acercándose así a lo que Jesús había pretendido. Pero la palabra y acción de Jesús han sido mucho más incisivas, de manera que la iglesia posterior ha tenido dificultad en aceptarlas, hasta el día de hoy (año 2018). Por decir lo que ha dicho y buscar lo que ha buscado, Jesús ha tenido que “destruir”, al menos simbólicamente, el templo externo, buscando y promoviendo la caída de un orden religioso, social y económico que políticos y sacerdotes habían construido cuidadosamente[6].
‒ Jesús vio el templo como patología económico-religiosa, centrada no sólo en el poder de los sacerdotes, no en el dinero del tributo y en los animales que se compran y venden. Poemas y cantos, sacrificios animales y contratos de dinero se elevaban allí, al servicio del orden sagrado y sus poderes opresores, de manera que el mismo templo aparecía como “cueva de bandidos' (Mc 11, 27), es decir, de ladrones organizados de un modo religioso, creando de esa forma un emporio (un gran centro comercial: Jn 2, 16).
‒ Jesús condenó el culto del templo porque lo entendió como religión de bandidos-sacerdotes, que se valen de Dios y de su culto para oprimir a los pobres, no para amarlos. No lo condenó en nombre de un tipo de barbarie regresiva o de resentimiento contra la autoridad oficial, sino todo lo contrario: desde la belleza más alta del amor del Reino, y sobre todo desde el amor y servicio a los pobres. Lógicamente, por mantener su poder sacral y su economía fundada en el templo, los sacerdotes condenaron a Jesús a muerta
Las palabras de Jesús sobre la destrucción del templo aparecen como culmen de todo su mensaje. Para que se cumpla su promesa y llegue el Reino debe acabar este tipo de templo, para que viniera a convertirse en lugar de encuentro orante para todos los pueblos, empezando por los pobres, en la línea de Ez 40-48, pero sin restauración sacerdotal (sin un príncipe encargado de mantener el orden sagrado). El templo sería lugar “de los pobres”, como quisieron quizá tras la pascua algunos cristianos del grupo de Santiago, hermano de Jesús, que fueron pobres y mantuvieron un tipo sacralidad israelita, vinculada al mismo santuario[7].
Si el templo hubiera seguido siendo el lugar esencial del “encuentro” de los hombres con Dios, el evangelio de Jesús habría sido falso. Así lo han entendido los sacerdotes y por eso han condenado a Jesús por aquello que ha dicho y ha hecho en el templo, en la línea de todo su mensaje. La palabra que dice «yo derribaré este templo, hecho con manos humanas, y en tres días edificaré otro, no hecho con manos humanas»(Mc 14, 58; cf. Mc 15, 29; Hech 6, 14; Jn 2, 19), recoge básicamente el mensaje y profecía de Jesús.
Notas
[1] Sobre el sentido y funciones del templo, cf. R. Albertz, Historia de la religión de Israel en tiempos del Antiguo Testamento I-II, Trotta, Madrid 1999; J. Jeremias, Jerusalén en tiempos de Jesús, Cristiandad, Madrid, 1985; S. Goldhill, The Temple of Jerusalem, Harvard Univ. P. 2005.
[2] Esa teocracia de Jerusalén se hallaba inserta de de hecho en la ley del Imperio romano. Por eso, “no ofrecer sacrificios a favor de Roma… o no recibir dinero de Roma para los sacrificios» equivalía a una declaración de guerra (Josefo, Bell II, 409 s). Lógicamente, el gesto especial de Jesús, vinculado a la economía del templo (Jesús derriba las meses de los cambistas de dinero para el impuesto: Mc 11, 15), no era un asunto privado, sino que repercutía en la relación de los judíos con Roma. Cualquier alteración del orden del templo era un atentado contra el Imperio.
[3] “La importancia social del templo, que era el mayor empleador de Jerusalén, se debe a los periodos de su construcción, que duró desde los años 20-19 a.C. hasta los años 62-64 d.C. Herodes, al comienzo, había dado empleo a 11.000 trabajadores (Flavio Josefo Ant 15, 390). Cuando finalizaron las obras, el número de trabajadores, según Josefo, era de 18.000, para quienes había que buscar nuevas posibilidades de empleo (Ant 20, 219s). …Queda claro, por tanto, que la actitud moderada de los jerosolimitanos se basaba en los intereses comunes que tanto el pueblo como la aristocracia tenían en qué se conservara el status quo de la ciudad y del templo Por el contrario, todos los movimientos de renovación radicados en las zonas rurales se hallaban necesariamente en oposición al templo, que representaba el sistema social y religioso existente. Jesús profetizó la pronta destrucción y reedificación del templo. Los esenios reprobaban el culto divino celebrado en él. El movimiento de la resistencia – y, dentro de él, especialmente los zelotas – dieron muerte a gran parte de la aristocracia del templo y llevaron a cabo una reforma decisiva del mismo…» (cf. G. Theissen, El Movimiento de Jesús, Sígueme, Salamanca 2005, 186-188).
[4] Es muy posible que Jesús se haya planteado la posibilidad de que en “tres días” cambiará la realidad externa del templo, con su funcionamiento, poniéndose al servicio del Reino, pero es difícil precisarlo. Todo parece indicar que esa palabra sobre el templo pueda y deba vincularse con el logion central de la cena: “ya no beberé más de este vino…” (cf. Mc 14, 25 par). En ambos casos tenemos la misma conciencia escatológica, con la certeza de la venida de Dios: Jesús ha subido a Jerusalén para situarse ante el fin de los tiempos, para anunciar y promover ese fin con su propia vida, con su propio gesto. He estudiado el tema en Antropología Bíblica, Sígueme, Salamanca 2005. Cf. E. P. Sanders, Jesus and Judaism, SCM, London 1985, 73-75; D. Juel, Messiah and Temple: The Trial of Jesus in the Gospel of Mark, Scholars P., Missoula MO 1977; W. R. Telford, The Barren Temple and the Withered Tree, JSNT SupSer 11, Sheffield 1980.
[5] Podemos suponer que esos cristianos que seguían acudiendo al templo lo entenderían de un modo abierto, no como algo exclusivo de Israel, lugar de dinero y sacrificios, sino como espacio y tiempo de oración universal. Más que la destrucción del templo, ellos habrían destacado su “transformación” mesiánica.
[6] Desde su misma opción a favor de los expulsados de la sociedad, Jesús ha descubierto el carácter opresor del templo, con su economía de opresión, que se expresa en una mole imponente, una gran maravilla (como las ciudades que se estaban construyendo en Galilea). Pero en esa mole se esconde el sacrificio y muerte de los pobres. En esa línea se sitúa la reflexión de un discípulo de Jesús: «Maestro, mira qué piedras y qué construcciones». Pero Jesús no era piadoso al estilo del templo, ni un esteta que se admira por el lujo externo de los sacrificios, sino un profeta de los pobres. .Por eso responde: «¿Ves estas grandiosas construcciones? No quedará piedra sobre piedra que no sea derruida» (Mc 13, 1-2). A los ojos de Jesús, el templo no era un verdadero signo religioso, sino expresión del corazón endurecido de los hombres. Sobre el sentido del templo cf. C. A. Evans (eds.), Jesus in Context. Temple, Purity and Restoration, Brill, Leiden 1997; B. Chilton, The Temple of Jesus: His Sacrificial Program within a Cultural History of Sacrifice, Penn. State Press, University Park 1992; C. A. Evans, Jesus and the ‘Cave of Robbers’. Towards a Jewish Context for the Temple Action, en C. A. Evans, Jesus and his Contemporaries. Comparative Studies, AGJU 25, Leiden 1995, 345-365; Action in the Temple: Cleansing or Portent of Destruction, en B. Chilton y C. A. Evans (eds.), Jesus in Context. Temple, Purity and Restoration, Brill, Leiden 1997, 395-441.
[7] En esa línea, el templo no tendría ya funciones sacrificiales, sino sociales, de oración universal y de “reparto y comunicación de bienes”, desde los más pobres. Ese templo no tendría sacerdotes como los que existían entonces (de la familia de Boeto), ni para otros semejantes (como querían los de Qumrán), pues Jerusalén no debía ser para Jesús ciudad de sacerdotes, sino punto de encuentro de las doce tribus,representadas por sus doce discípulos, ciudad para el conjunto de Israel y para todos los pueblos. No buscó una nueva “ciudad mística”, una Jerusalén renovada, como la que puede hallarse al fondo de Gal 4, 26 o Heb 12, 22, sino una ciudad concreta de encuentro humano, dentro de un mundo real, desde los más pobres, para todos los pueblos.