Isabel de Trinidad (1880-1906), Mabel de la Trinidad (8-11-22). Trinidad que yo adoro.
La iglesia celebra hoy la fiesta de Isabel Catez (=de la Trinidad), religiosa del Carmelo, canonizada por el Papa Francisco el año 2016. Yo celebro hoy la fiesta de Mabel Pérez (=de la Trinidad), que presenta sus promesas definitivas en el Carmelo de la Calle Zamora de Salamanca, a las ocho de la tarde, consagrándose en su (con su) comunidad seglar al Dios Trinidad.
Estas son las palabras de su consagración: "Nunca estoy sola, Cristo está aquí, siempre orando en mí y yo orando en él". En la tarjeta de recuerdo de sus promesas ha escrito: "El alma necesita silencio para adorar".
En esa tarjeta de invitacion para los que seremos testigos de su promesa ha puesto las palabras finales de la consagración trinitaria de sor Isabel: ¡Oh mis Tres, mi Todo, mi Bienaventuranza,Soledad infinita, Inmensidad en que me pierdo!Me entrego a ti como víctima: sumérgete en mípara que yo me pueda sumergir en tihasta que vaya a contemplar en tu luzel abismo de tus grandezas. Con esta ocasión, y en este día, quiero dedicarle a Mabel de la Trinidad, que es mi mujer, una reflexión sobre el pensamiento y experiencia trinitaria de Sor Isabel de la Trinidad, a quien ella ha tomado como modelo y guía de su oración y vida trinitaria.
Tú dices a Dios: "tu eres mi Trinidad, a tí te adoro" porque Dios te ha dicho "Tú eres mi humanidad complementaria" y yo te adoro, es decir,yo vivo en tí en tí me gozo. Felicidades Mabel, este día y siempre, que juntos adoremos al Dios Trinidad en quien vivimos, nos movemos y somos.Tú eres presencia y gozo de ese Dios, como son Isabel, tu patrona. Yo soy simplemente un profesor de estudios trinitarios.... y sólo puedo ofrecerte un estudio de la Trinidad en la vida y obra de sor Isabel, pero lo hago con todo mi amor. Acéptalo en este día.
Seguirás avanzando a mi lado, seguiremos juntos en este itinerario y encuentro con Dios en tu vida. Tu promesa es hoy la Trinidad, la mía es estar a tu lado. Xabier.
En esa tarjeta de invitacion para los que seremos testigos de su promesa ha puesto las palabras finales de la consagración trinitaria de sor Isabel: ¡Oh mis Tres, mi Todo, mi Bienaventuranza,Soledad infinita, Inmensidad en que me pierdo!Me entrego a ti como víctima: sumérgete en mípara que yo me pueda sumergir en tihasta que vaya a contemplar en tu luzel abismo de tus grandezas. Con esta ocasión, y en este día, quiero dedicarle a Mabel de la Trinidad, que es mi mujer, una reflexión sobre el pensamiento y experiencia trinitaria de Sor Isabel de la Trinidad, a quien ella ha tomado como modelo y guía de su oración y vida trinitaria.
Tú dices a Dios: "tu eres mi Trinidad, a tí te adoro" porque Dios te ha dicho "Tú eres mi humanidad complementaria" y yo te adoro, es decir,yo vivo en tí en tí me gozo. Felicidades Mabel, este día y siempre, que juntos adoremos al Dios Trinidad en quien vivimos, nos movemos y somos.Tú eres presencia y gozo de ese Dios, como son Isabel, tu patrona. Yo soy simplemente un profesor de estudios trinitarios.... y sólo puedo ofrecerte un estudio de la Trinidad en la vida y obra de sor Isabel, pero lo hago con todo mi amor. Acéptalo en este día.
Seguirás avanzando a mi lado, seguiremos juntos en este itinerario y encuentro con Dios en tu vida. Tu promesa es hoy la Trinidad, la mía es estar a tu lado. Xabier.
Seguirás avanzando a mi lado, seguiremos juntos en este itinerario y encuentro con Dios en tu vida. Tu promesa es hoy la Trinidad, la mía es estar a tu lado. Xabier.
| X.Pikaza
ISABEL DE LA TRINIDAD:
La iglesia celebra hoy la fiesta de Isabel Catez (=de la Trinidad), religiosa del Carmelo, canonizada por el Papa Francisco el año 2016. Con ella (y con Teresa de Lisieux, 1873-1897, también carmelita y francesa), culminó el giro cristiano de la encarnación, pasando del Dios que ha creado a los hombres para que le sirvamos y adoremos, al Dios que nos ha engendrado en su amor, para adorarnos y servirnos a nosotros, a través del Cristo, su Hijo-palabra hecha carne, en el Espíritu.
Dios nos ha creado para que le obedezcamos y cumplamos sus mandamientos, en sumisión y sacrificio, sino para regalarnos su vida y adorarnos. No somos nosotros los que tenemos que “adorarle”, sino que es Él quien nos ama y nos adora, “enamorado” de nosotros.
Dios no nos impone ninguna obligación ni sacrificio, sino que nos ofrece libre y amorosamente la vida, para que así podamos ser en él y él en nosotros. Este descubrimiento de Teresa e Isabel marca la mayor revolución de la iglesia moderna, aunque muchos (incluso de la jerarquìa) no se hayan enterado todavía. Así lo quiero recordar, este día en que Mabel de la Trinidad, mi mujer va a celebrar sus promesas como Carmelita Seglar, en la comunidad de Salamanca.
Todo lo que hoy digo lo puedo decir por ella, pues me está enseñando a vivir en el misterio de la Trinidad. Yo era profesor de estudios, ella es mi maestra de vida. Gracias, Mabel; gracias Trinidad.
Isabel de la Trinidad
Es quizá la más significativa de las últimas “doctoras” de la Iglesia (pronto será declarada doctora). Ella ha desarrollado la más honda espiritualidad y teología trinitaria en los últimos siglos, insistiendo en el misterio de la inmersión vital de los creyentes en el Dios en que vivimos, nos movemos y somos (Hch 17, 28).
Ella ha puesto de relieve el sentido y consecuencias de la proclamación “religiosa” de Jesús, cuando dice, en contra de los doctores antiguos de Israel y de gran parte de la Iglesia cristiana posterior que no es el hombre para el sábado (es decir, para Dios), sino que el sábado/Dios es para el hombre: Mc 2, 23-28.
De un modo habitual, la iglesia jerárquica cristiana, especialmente desde la reforma gregoriana (siglo XI) y tridentina (siglo XVI) se ha empeñado en decir lo contrario, afirmando que Dios ha hecho al hombre para que le sirva. De eso se ha aprovechado cierta jerarquía, que no ha sabido (o querido) aceptar la encarnación de Dios en Cristo, concibiendo a los a los hombres como siervos/criados de Dios, y en consecuencia como subordinados a un tipo de jerarquía dominadora (con potestad sagrada y a veces social) sobre los restantes cristianos.
En contra de eso, sor Isabel ha recuperado a la raíz del evangelio, interpretado por la teología fundamental de Pablo, recogida en Col 1, 24) donde él afirma que comparte y completa en su carne la tarea redentora de Cristo, y la experiencia abismal de Jn 1, 14 (el Verbo se hizo carne y habitó en nosotros: Jn 1, 14). De esa forma, en contra de la teología oficial de gran parte de la iglesia católica, dominada por un tipo de jansenismo pesimista y de un jerarquismo pelagiano, Sor Isabel ha tenido que recorrer, básicamente a solas, un camino sorprendente de recuperación teológica y eclesial, en la línea de pensadores y testigos como Francisco de Asís y el Maestro Eckhart
De una forma consecuente, Isabel de la Trinidad será con Juan de la Cruz la doctora más influyente de de los próximos decenios, completando y ratificando el giro antropológico, personal y comunitario, que la Iglesia Católica está empezando a realizar con el Papa Francisco, superando así la visión de un hombre entendido (creado) como servidor de Dios. Dios no ha creado a los hombres como “criados” para que le sirvan, sino como hijos/amigos para expresar en ellos su amor y servirles.
Eso es lo que yo quería enseñar siendo catedrático “de Trinitate” en los 1973-1984), en la U. Pontificia de Salamanca, apoyándome “sor Isabel de la Trinidad” (le llamábamos así, no Santa Isabel, pues aún canonizada por la iglesia), y con ese nombre quiero recordarla, como “hermana” retomando mis apuntes de clase y el resumen que ofrezco en el Enquiridion de la Trinidaddel año 2005 (págs. 449-456 y 483-486).
Así enseñaba en mis clases de Trinidad . Así lo quiero recordar hoy con a Mabel de la Trinidad, en el día de su promesa/consagración trinitaria en el Carmelo Seglar de Salamanca, pues todo lo que hoy digo, año 2022, puedo decirlo debido a ella, lectora y seguidora apasionada de Isabel de la Trinidad.
Mi reflexión consta de dos partea. (1) Introducción a la mística trinitaria. (2) Presentación y comentario de la fórmula de Consagración de Sor Isabel. Para una introducción general a la vida y teología de Isabel de la Trinidad, cf. E. Castellanos, Diccionario de pensadores Cristianos(págs. 458-4619
1. CONTEMPLACIÒN TRINITARIA
(1) La espiritualidad cristiana no es una mística de reparación (negación) entendida en sentido general, tal como ese término suele emplearse en psicología y ciencia de las religiones. La mística puede tomarse como un fenómeno psíquico de concentración y superación (transformación) del proceso normal de la sensibilidad y entendimiento que manifiesta en algunas personas especialmente dotadas o preparadas para ello, de manerase vacían de sí mismas, para que se exprese en ellas el poder supra-racional de lo divino.
La espiritualidad cristiana es, por el contrario, una experiencia de in-habitación del hombre en el espíritu de Dios (del Dios de Jesús en quien vive, se despliega y existe plenamente, pudiendo así decir, con el Dios de Ex 3, 14: Yo soy el que Soy, siendo en Dios que es mi fuego de amor, el amor de mi vida)[1].
Entendida así, la espiritualidad cristiana no es fenómeno extraordinario, de tipo casi “anormal” (donde a veces resulta difícil separar lo divino y lo demoníaco), sino lo más ordinario, el mismo respirar de nuestra vida, en Dios y con Dios, inmersos en el abismo luminoso de su comunicación, entendida como “perijóresis”, “danza” de amor, propia del Dios que es en nosotros, para así servirnos (es decir amarnos), de tal forma que nosotros podamos ser y amar en él.
En sentido extenso, contemplar es mirar con admiración, descubriendo que somos mirados (conoceremos como somos conocidos, miraremos como somos mirados: 1 Co 13) en gesto gozoso de comunicación, de diálogo, sabiendo que toda contemplación verdadera es mirada de persona a persona. Según eso, la contemplación constituye un fenómeno de tipo hondamente humano y por tanto religioso y está vinculado al "ver y escuchar" en profundidad, en la línea de los videntes y profetas, de los poetas y amantes, que han dialogado y dialogan en Dios, con Dios..
La contemplación no pretende explorar de un modo teórico la hondura de la mente en cuanto tal, sino sólo abrir los oídos y los ojos (toda la sensibilidad interior) en la hondura del Dios que, según los cristianos, se ha revelado en Cristo por el Espíritu divino, para hacernos transparentes y dejar que la realidad divina nos alumbre y transforme, dejándonos transformar por ella, en palabra, en mirada, en emoción y comunión de vida.
Según eso, el contemplativo no desarrolla (=no tiene por qué desarrollar) un tipo de los fenómenos psíquicos o mentales de tipo extrasensorial, más vinculados al misticismo, sino que quiere dejarse transformar por el poder y belleza de la realidad divina, simbolizada especialmente en la hondura del amor inter humano.
El contemplativo no sale del mundo para encerrarse en el vacío de su mente, sino que se introduce de forma sorprendida, admirada, en la comunión de amor de Dios, encarnado en nuestra vida. No se impone sobre las cosas, sino que deja que ellas (especialmente las personas) le sorprendan, le interroguen, le transformen como señal y presencia de Dios. El contemplativo es un hombre/mujer que sabe mirar y admirar, dejando que le miren y admiren; un hombre/mujer que sabe dejarse amar y que responde amando, desarrollando la propia vida en contacto con la realidad entera de la comunión entera del Dios que es Trinidad (comunión de amor) en Cristo, por el Espíritu.
(2) Un tipo demístico tiende a ser un solitario, hombre o mujer con poderes especiales que explora en el vacío de su propia mente, pretendidamente “superior” para así habitar en una verdad que desborda el plano de los sentimientos y deseos normales de la “pobre gente” que ignora y que no sabe. Por el contrario, el contemplativo es un hombre o mujer de comunión, inmerso, como dice Isabel, en la comunión del amor trinitario.
El contemplativo no un “héroe” del pensamiento más alto, bien entrenado en ascensos divino, sino alguien que se deja mirar, y que de esa forma admira y puede responder con amor; alguien que sabe ver, que se deja mirar por los demás y que les mira, pudiendo avanzar así en la línea del diálogo personal, del amor mutuo, en el Dios de la humanidad de Jesús expresada en el encuentro de amor con otros seres humanos. En esa línea, el contemplativo es un hombre o mujer que se descubre llamado para el amar, pues goza siendo amado y respondiendo en amor a la palabra y mirada del Dios que le ama.
En ese sentido, para que culmine y llegue a su plenitud, lo mismo que la amistad y/o el amor, la contemplación tiene que recíproca: mirar y ser mirado, amar y ser amado. Por eso, en perspectiva cristiana, identificamos la contemplación con la presencia del Espíritu, definido precisamente como amor mutuo, inhabitación personal.
Conforme al evangelio, la buena nueva de Jesús, ha sido y sigue siendo una experiencia contemplativa, una experiencia de mirada y comunión con los demás, en Cristo y por Cristo, en medio del mundo, en el corazón de la Trinidad, que es mirada y comunión creadora de amor. Jesús ha sido un contemplativo en el mundo. Así ha vivido el amor como mirada directa, diálogo de amistad fundada en Dios, en transparencia plena, dirigida a cada hombre y mujer de su entorno, en verdad, sin dejarse prender por presupuestos que impiden el encuentro directo con los otros, en el centro de una sociedad convulsionada por grandes imposiciones y leyes de tipo social, religioso y político. Por eso, la herencia de su reino (su Espíritu) debe expresarse en formas de comunicación contemplativa: de diálogo de amor inmediato, de mirada a mirada, de corazón a corazón.
Un tipo de cristianismo ha sufrido a veces un corrimiento hacia formas de mística menos cristiana, confundiendo de algún modo el Espíritu de Jesús con un tipo de espíritu de profundización suprracional. En contra de eso, la verdadera contemplación cristiana sólo puede entenderse y desarrollarse en forma de transparencia personal y universal, como presencia trinitaria, con sus tres elementos: apertura al Padre, encuentro con Jesús y despliegue universal de amor en el Espíritu Santo. El cristiano no tiene por qué ser un místico, experto en vacío interior o superación de los planos más normales de la sensación y entendimiento; pero ha de ser, necesariamente, un contemplativo, alguien que sabe mirar a Jesús y descubrir en su persona el camino de Dios, mirando a los demás humanos en amor gozoso.
Por eso, contemplando a Dios Padre en Jesús, en clave de amor, el cristiano será un hombre/mujer que vive en dimensión de contemplación interhumana, de amor mutuo en línea de enriquecimiento personal. Eso es contemplar: mirar amando, admirar gozando, descubrir al otro participando de su vida. Jesús es para los contemplativos cristianos el centro y sentido de toda contemplación humana.
(3) Más allá de una gnosis del puro silencio (de ensimismamiento) está la palabra y la mirada de Dios en los hombres, la comunión de Dios, en el amor de Jesús, conforme a su espíritu.. Las religiones orientales, y especialmente el budismo, han buscado la dimensión espiritual de la vida a través de un camino de concentración supra-racional, que suele llamaremos "gnóstica", de un modo muchas veces admirable, que tiene mucho que enseñarnos también a los cristianos.
Como saben bien muchos budista, hindúes y taoístas, hay unconocimiento interior de tipo supra-racional, que se despliega a través de un ejercicio de control respiratorio y de vacío mental. Frente al conocer de cosas, que deja al hombre en la lucha del mundo, está el conocimiento de lo que no es cosa, de la realidad distinta, vinculada a lo divino (Brahman) o a lo nirvana (lo totalmente distinto, lo no sido, del budismo).
En esta perspectiva, el verdadero espíritu nos hacer superar el plano de este mundo (envuelto en un ritmo de eterno retorno y de muerte) para situarnos ante la realidad siempre distinta, trascendente, abarcadora, de lo sagrado, entendido básicamente como gran vacío lleno de presencia y vida. Sin negar en modo alguno esa experiencia, que Isabel ha expresado e integrado de forma abismas en su contemplación, ella ha puesto de relieve el carácter de mirada y palabra compartida de la contemplación cristiana, en forma trinitaria.
No se trata de oponer los dos caminos (el de tipo más místico de oriente, y el de tipo más trinitario y de encarnación [E1] del cristianismo), sino de integrarlos en un tipo de experiencia y tarea vital que, para nosotros los cristianos, se ha expresado y culminado en Jesucristo, conforme al modelo de contemplación de Isabel de la Trinidad.
La experiencia insondable del Dios-Trinidad (comunicación y comunión de vida) se ha expresado de forma sublime en la contemplación personal de Jesús, que siendo “dios” (soy el que soy) se hace el tú (amante, amigo) de nuestro propio, yo, haciéndose y siendo nosotros en el Espíritu Santo. A diferencia (por encima) de la divinidad del vacío, los grandes testigos cristianos, desde Magdalena y Pablo, hasta Ignacio de Loyola, Teresa de Jesús y Juan de la Cruz han sabido que la contemplación se expresa en forma de comunión personal, como ha puesto de relieve, de un modo definitivo, Sor Isabel de la Trinidad.
En ese sentido, la contemplación de Jesús (que es mirada y palabra de amor) está internamente vinculada con la mirada y amor al prójimo) que nos abre en libertad gozosa y entrega de vida a los hermanos. De esa forma, el Espíritu pascual del encuentro divino (mirada y palabra de amor trinitario) viene a expresarse en el encuentro, mirada y palabra de amor interhumano).
Las relaciones humanas suelen estar regidas por principio de violencia o ley, de deseo posesivo o utilización mutua... Pues bien, el encuentro con Jesús y la experiencia de su Espíritu (en su raíz trinitaria) nos capacitan para descubrir la gracia de su vida en el encuentro con los demás seres humanos. Saber relacionarse en verdad y transparencia con los hermanos, descubrir y cultivar en ellos y con ellos el amor de Dios , en entrega hasta la muerte y en esperanza de resurrección: esa es para los cristianos la experiencia del Espíritu Santo.
Esta experiencia de contemplación dialogal constituye el gozo supremo del cristiano, la expresión más honda de su identidad, la verdadera contemplación, tal como se expresa en la narración y mensaje de los evangelios (encuentro con Jesús) y se expande en la Iglesia (en la comunicación interhumana, en amor, como Espíritu santo). Sólo será cristiano de verdad quien se deje impresionar y transformar por ella, tal como se expresa en la liturgia comunitaria (liturgia de comunión con Jesús y de comunión entre los miembros de la iglesia) y se expande en la vida personal de cada uno de los creyentes.
Contemplar no es simplemente buscar dentro, descubriendo allí la hondura del espíritu eterno, no es proyectar y crear el vacío, en esfuerzo de interiorización... sino dejar que el rostro y vida de Jesús nos transforme, ampliando y concretando esta experiencia en el encuentro con los hombres y mujeres del entorno. Hallarse abierto al don del otro, en gesto de receptividad personal, eso es contemplar, actualizando así la vida de Jesús en forme de experiencia dialogal de amor con los hermanos. Entendida y vivida así, la contemplación cristiana está en la línea del enamoramiento o y la amistad más honda: es mirar al otro y dejar que me mire, es mirarnos uno al otro, descubriéndonos personas en el diálogo de los ojos y la vida. Es aquí donde la experiencia de Jesús quiere situarnos, en el camino de la contemplación interpersonal, abierta por Jesús hacia los demás humanos.
En ese sentido, estrictamente hablando, desde la experiencia trinitaria, contemplar es dialogar. El cristiano es, ante todo, un experto en la contemplación: hombre o mujer que sabe amar dejándose amar, compartiendo la vida con aquellos que se encuentran a su lado, superando de esa formas las barreras que establece la ley y ofreciendo experiencia de vida (fe en la vida, libertad) a los que se encuentran más necesitados en su entorno. Desde ese fondo, culminando una línea grandes testigos y maestros de contemplación podemos exponer la oración trinitaria de sor Isabel de la Trinidad
2. SOR ISABEL DE LA TRINIDAD. CONSAGRACIÓN TRINITARIA
Como he dicho, Isabel de la Trinidades quizá la más significativa de las maestras de la contemplación cristiana (trinitaria) de los últimos siglos. Ella vincula la experiencia trinitaria del NT y las de los grandes contemplativos (Gregorio de Nisa y Agustín, Ricardo de San Víctor, Eckhart), especialmente de los carmelitas (Teresa de Jesús y Juan de la Cruz). Así lo muestra su fórmula de “consagración trinitario” que presentaré y comentaré a continuación. Ésta es es quizá la más conocida de las oraciones trinitarias de los últimos tiempos, asumida en textos litúrgicos (cf. Himno de la fiesta de la Trinidad) e incluso en documentos del magisterio (Catecismo de la Iglesia católica, 260)[2]:
1) empieza con el Dios-Trinidad, a quien se mira de un modo unitario, independiente de la historia de la salvación;
(2) esta oración pasa a Cristo, a quien se descubre y venera como amor crucificado;
(3) viene después el Espíritu, entendido básicamente como fuego de amor, fuerza de encarnación;
(4) de esa forma vuelve a la Trinidad, expresada como " Oh mis Tres, mi Todo, mi Bienaventuranza".
(1)
- Oh Dios mío, Trinidad a quien adoro,
- ayúdame a olvidarme totalmente de mí
- para instalarme en Ti, inmóvil y tranquila,
- como si ya mi alma estuviera en la eternidad.
- Que nada pueda turbar mi paz,
- ni hacerme salir de ti, oh mi Inmutable,
- sino que cada minuto me sumerja más
- en la hondura de tu Misterio.
- Pacifica mi alma, haz de ella tu Cielo,
- tu morada de amor y el lugar de tu descanso.
- Que en ella nunca te deje solo,
- sino que esté ahí, con todo mi ser,
- toda despierta en fe, toda adorante,
- totalmente entregada a tu acción creadora.
(2)
- ¡Oh Cristo amado mío, crucificado por amor!
- Quisiera ser una esposa para tu corazón;
- te quisiera cubrir de gloria; te quisiera amar…
- hasta morir de amor. Pero siento mi impotencia
- y te pido ser revestida de ti mismo,
- identificar mi alma con cada movimiento de la tuya,
- sumergirme en ti, ser invadida por ti, sustituida por ti
- para que mi vida no sea sino una irradiación de tu Vida.
- Ven a mí como Adorador, como Reparador, como Salvador.
- ¡Oh Verbo eterno, Palabra de mi Dios!
- Quiero pasar mi vida escuchándote; quiero que me enseñes
- para poderlo aprender todo de ti.
- Y luego, a través de todas las noches, de todos mis vacíos
- y mis impotencias, quiero fijar siempre la mirada en ti
- y morar en tu inmensa luz.
- ¡Oh Astro querido mío! Fascíname
- para que yo ya no pueda salir de tu esplendor.
- (3)
- ¡Oh Fuego abrasador, Espíritu de amor! Desciende sobre mí
- para que en mi alma sea como una encarnación del Verbo.
- Que yo sea para Él una humanidad suplementaria
- en la que renueve todo su misterio.
- Y tú, oh Padre, inclínate sobre esta pobre creatura tuya,
- cúbrela con tu sombra, ve sólo en ella a tu Hijo predilecto
- en quien tienes tus complacencias.
- (4)
- ¡Oh mis Tres, mi Todo, mi Bienaventuranza,
- Soledad infinita, Inmensidad en que me pierdo!
- Me entrego a ti como víctima: sumérgete en mí
- para que yo me pueda sumergir en ti
- hasta que vaya a contemplar en tu luz
- el abismo de tus grandezas.
(«Elevaciones a la Santísima Trinidad»: 21, XI, 1904).
ANOTACIONES
1) Oh Dios mío, Trinidad a quien adoro:
Dios se revela así desde el principio como “trinidad”, comunión de amor, en la mirada mutua, en la palabra. Éste es el Dios de la períjóresis o comunión o comunión de amor de la iglesia de oriente, tal como ha sido formulada por San Juan Damasceno y expresada en forma de icono por la trinidad angélica de Rublev: Tres persona que se miran y dialogan, en torno al pan compartido del Cristo eucaristía (esto es, de la humanidad, de nuestra propia vida).
Trinidad que yo adoro, trinidad que me adora: Lo hombres podemos y debemos “adorar” (besar y amar a Dios) porque él primero nos adora. Ellos, los tres del icono de Rublev y de la teología del damasceno, se miran entre sí y nos miran: Nos adoran, nos ofrecen su vida. Sólo podemos adorar a Dios porque él nos adora y ama primera. Podemos llamarnos “siervos” de Dios sólo porque primero él se ha hecho nuestro siervo.
2. Que nada pueda turbar mi paz, ni hacerme salir de ti, oh mi Inmutable, sino que cada minuto me sumerja más en la hondura de tu Misterio.
Éste es el misterio inmutable de Dios… siendo pleno movimiento de comunicación de amor. Ésta es la “inmersión” del creyente en lo divino. Contemplando al Dios trinidad (mirada y diálogo de amor), yo mismo vengo a conocerme como pura plena comunión, en los tres que me miran y mirándome habitan en mí… Yo puedo responderles y servirles porque ellos me miran y me sirven… Soy el centro de su “mesa”, soy el foco de su amor. Siendo en sí mismos mirada y palabra de amor, los tres (Padre, Hijo y Espíritu Santo) son palabra y morada de amor para mí. En ello vivo, me muevo y existo. No tengo que darles nada, son ellos los que me dan todo a mí, esto es, me adoran. Yo (todos nosotros los humanos) somos el objeto y gozo del amor de Dios.
2b ¡Oh Cristo amado mío, crucificado por amor! Quisiera ser una esposa para tu corazón, sumergirme en ti, ser invadida por ti, sustituida por ti… Ven a mí como Adorador, como Reparador, como Salvador. ¡Oh Verbo eterno, Palabra de mi Dios!
La Trinidad entera, la mirada y la palabra de Dios es Cristo… Cristo que me mira, que me habla, que me ama… Que muere por mí para introducirme en la comunión de vida de Dios. Él es en mí, yo soy en él, de manera que él es mi adorador, mi reparador, mi salvación…Yo no tengo que reparar a Dios, es Dios quien me repara, quien muere por mí, quien me salva… No tengo que dar nada a Dios, porque él el quien todo me lo ha dado en Cristo, rogándome sólo que acepte su amor.
3. ¡Oh Fuego abrasador, Espíritu de amor! Desciende sobre mí para que en mi alma sea como una encarnación del Verbo. Que yo sea para Él una humanidad suplementaria. Y tú, oh Padre, inclínate sobre esta pobre creatura tuya, cúbrela con tu sombra, ve sólo en ella a tu Hijo predilecto.
Sor Isabel aparece así identificada con Cristo… Encarnación del Verbo, palabra y mirada de Dios…Ella viene a presentarse así como el Cristo plena, la encarnación completa. Por una parte, Cristo es todo, Dios completo en vida humana. Pero, al mismo tiempo, nosotros somos complemente y plenitud de Cristo en forma humana. En cada uno de nosotros se produce el misterio de la encarnación: Dios nos cubre con su sombra (espíritu) para que nazca en nosotros su Cristo, como decía Echhart, como ha formulado de forma insuperable Juan de la Cruz.
4. ¡Oh mis Tres, mi Todo, mi Bienaventuranza, Soledad infinita, Inmensidad en que me pierdo! Me entrego a ti como víctima: sumérgete en mí para que yo me pueda sumergir en ti
Aquí se completa y retorna el lenguaje de los tres: Dios es mirada y palabra de amor. Tres que se miran (nos miramos) mutuamente; tres que se hablan (nos hablamos y vivimos de esa forma unos en otros). Sólo en este sentido se puede utilizar el lenguaje de la víctima.
(a) La víctima es Cristo, Dios encarnado, tal como aparece sobre la “mesa” eucarística del pan y de la vida compartida. No es que nosotros tengamos que ser víctima inmolada para Dios, en sacrificio de sometimiento y muerte. Es al contrario. Dios mismo se hace víctima de amor para nosotros, en la línea del primer verso de esta declaración que decía: Dios a quien adoro, Dios que me/nos adora.
(b) Solo porque Dios me adora yo puedo adorarle… respondiendo en palabra y mira de amor, en entrega de la vida. Puedo vivir en Dios porque él vive en mí, el Dios que es trinidad, comunicación y mirada compartida de amor. Yo le miro, él me mira, nosotros nos miramos, de forma que podemos decir con las últimas palabras del canto de amor de 1 Cor: De manera que podemos conocerle como él nos conoce, que podemos mirarle (contemplarle) como él nos contempla.
Esta es la contemplación cristiana a la que me he referido en la primera parte de esta reflexión: sólo porque Dios nos mira (nos contempla) podemos contemplarle y contemplarnos (mirarnos en amor) unos a otros.
Esto es lo que sabe y me ha enseñado Mabel de la Trinidad, mi mujer. Yo he sido profesor “de Trinitate”, de la Trinidad, hace muchos años, cuando aún no la conocía, explicando en mis cursos (en los años 70 y 80 del siglo pasado) esta declaración trinitaria de Isabel de la Trinidad. Pero sólo Mabel me está enseñando a vivir esta vocación trinitaria, que ella ratifica hoy, 8.11.22, como carmelita contemplativa seglar, en la iglesia de Santa Magdalena, del Carmelo de Salamanca, a las ocho de la tarde, en celebración compartida por los hermanos y hermanas “regulares” (de claustro) y seglares del siglo.
Por todos ellos, y en especial por Mabel, mi mujer, quiero hoy dar gracias a Dios, retomando el carisma contemplativo, carmelitano y Trinitario de Santa Isabel de la Trinidad, canonizada por la iglesia el 16 del 10 de 2016.
Notas
[1] Estrictamente hablando, los fenómenos místicos pueden ser inducidos por un tipo de búsqueda mental: pertenecen a la experiencia profunda del humano que es capaz de superar el nivel de lo objetivo para descubrir unos niveles distintos de su vida, en el plano de la realidad fundante, no sensible, no racional. Ese tipo de mística no busca el despliegue del amor entre los humanos, ni pretende escuchar a Dios en cuanto persona, sino que explora una posible dimensión de profundidad suprarracional de la misma vida humana. Ciertamente, la mística puede vincularse con un tipo de actitud religiosa. Es más, algunas religiones destacan y cultivan, de un modo programado, el aspecto religioso de la mística, viéndola como expresión de presencia sagrada. Pero, en sí misma, la mística no es religiosa en el sentido radical de la palabra (experiencia de pura gratuidad, diálogo con Dios). Con más razón aún decimos que ella no es cristiana: no se vincula sin más al proyecto de reino de Jesús, a su experiencia del Espíritu Santo.
[2] Cf. Elisabeth de la Trinité, Ouvres complètes, edición de C. de Meester, Carmel, Paris 1996 (edición española: Isabel de la Trinidad, Obras completas, en Monte Carmelo, Burgos 1985 y en Ed de Espiritualidad, Madrid 1986). También: Obras selectas, BAC, Madrid 2000; Cf. C. de Meester, Pensamiento y mensaje de Isabel de la Trinidad, Monte Carmelo, Burgos 1984. M. PHILIPON, La doctrina espiritual de sor Isabel de la Trinidad,Gómez L, Pamplona, 1957.