Los pobres os enriquecen. Itinerantes y sedentarios según el evangelio
Publiqué anteayer una postal titulada “los pobres nos evangelizan”, afirmando que ellos enriquecen a los ricos. Un lectorha contestado que ese planteamiento es injusto, que los ricos tienen bastante ya, para enriquecerse aún más a costa de los pobres.
El tema es complejo y pueden darse, a favor de pobres y ricos, razones diversas que la mayoría ya conocen. Aquí sólo me fijo en la “itinerancia” y la riqueza según los evangelios, tema que he desarrollado en comentarios a Marcos y Mateo (y en una extensa postal de RD dedicada al tema según el evagelio apócrifo de Tomás).
En esa línea retomo una sección de Historia de Jesús, prescindiendo de las notas eruditas) e insistiendo en estos dos principios : Los sedentarios/propietarios han de ofrecer casa y comida a los itinerantes, pues no son “dueños absolutos”, sino administradores de aquello que tienen al servicio de todos. 2) Los itinerantes-pobres han de aportar salud y esperanza de vida (reino) a los establecidos/ricos. Sin su aportación, el mundo moriría de hartura indigesta.
En esa línea retomo una sección de Historia de Jesús, prescindiendo de las notas eruditas) e insistiendo en estos dos principios : Los sedentarios/propietarios han de ofrecer casa y comida a los itinerantes, pues no son “dueños absolutos”, sino administradores de aquello que tienen al servicio de todos. 2) Los itinerantes-pobres han de aportar salud y esperanza de vida (reino) a los establecidos/ricos. Sin su aportación, el mundo moriría de hartura indigesta.
| X.Pikaza
Introducción bíblica
(1) En sentido antiguo, itinerantes fueron los hebreos que salieron de Egipto (casa de la servidumbre), para entrar en Palestina. Conforme a la visión canónica del Pentateuco, ellos se hicieron pueblo en el camino, tras abandonar las estructuras de opresión de Egipto. En esa línea, se añade que la misma vida del hombre en el mundo es itinerancia, como destaca un dicho popular, asumido por el evangelio: “las zorras tienen cuevas, y las aves del cielo tienen nidos, pero el Hijo del Hombre no tiene dónde reclinar la cabeza” (Mt 8, 20).
(2) En la perspectiva de Jesús, itinerantes eran muchos que habían perdido sus propiedades. Una parte de la Biblia supone que, al entrar en Palestina, los israelitas conquistaron la tierra y se hicieron sedentarios, pensando que habían llegado así al “descanso”. Pero, como dirá en otro contexto Heb 3, Jesús supo que los israelitas no habían entrado en el descanso, sino que seguían siendo itinerantes, porque había muchos oprimidos, errantes, sin familia, sobre el mundo.
Jesús retoma el motivo de la itinerancia universal de la vida humana y lo vincula (al menos simbólicamente) al tema especial de la itinerancia de los hebreos (oprimidos concretos), pero no la entiende como punto de partida de una posible conquista militar (como hicieron los hebreos salidos de Egipto en el libro de Josué), sino como principio de una comunión abierta a todos los hombres y mujeres, empezando por los pobres, en la misma Galilea. En esa línea, superando un descanso fingido y mentiroso (del que sólo pueden gozar los triunfadores), Jesús ha querido destacar la identidad itinerante de la vida humana, vinculada a la pobreza real y a la opción por el reino, a lo largo de un camino donde precisamente los pobres pueden ser mensajeros y portadores de reconciliación, como indicaremos en esta visión de conjunto:
Los primeros itinerantes son los pobres, sin casa y propiedad, los mendigos y artesanos en busca de trabajo, sin “campo propio” ni herencia en la gran ciudad del mundo, aquellos que no tienen lugar fijo en la tierra, sino que vagan de un sitio hacia otro, buscando alimento y descanso, como muchos emigrantes actuales que cruzan fronteras y mares (por desiertos, en pateras), huyendo del hambre. En esa línea, la itinerancia de los compañeros de Jesús es un retorno a la vida in-tranquila de aquellos que no tienen familia, ni medios de vida, de forma que no pueden instalarse en un lugar seguro, para siempre. Ellos, los que vagan como pobres (por necesidad), sobre un mundo que les utiliza y les expulsa, han sido y son los escogidos por Jesús como portadores del Reino.
La itinerancia no es nomadismo, como en los tiempos más antiguos de Israel, cuando los patriarcas (Abrahán, Isaac, Jacob) iban de un lado a otro (aunque puede haber relación entre ambas cosas). El nomadismo de los pastores es una forma de vida vinculada a las características del terreno y a la búsqueda de pastos para los rebaños. Ciertamente, los nómadas tienen una relación distinta con la tierra y la familia, pero pueden ser y son a veces propietarios ricos (de rebaños o de otro tipo de bienes). En contra de eso, los itinerantes de Jesús no tienen bienes, ni pastos propios para sus rebaños (ni tienen rebaños), sino que podemos llamarles caminantes mesiánicos. Más que buscadores de campos y pastos (propiedades comunales), son hombres y mujeres dislocados (a-locados: sin “locus”), porque buscan un tipo distinto de presencia y comunicación sobre la tierra.
Los compañeros itinerantes de Jesús parecen más vinculada a la “suerte” de los artesanos, que han perdido sus tierras y vagan ofreciendo y buscando trabajo (o viviendo de limosna). Son como trabajadores móviles, en la línea de los herreros-chatarreros, buhoneros, quincalleros, temporeros y mendigos…, que han pervivido y perviven, quizá de otra forma, hasta el día de hoy. Pues bien, Jesús ha llamado en especial a algunos de esos itinerantes, haciéndoles “portadores del Reino de Dios” y de esa forma ellos empiezan a caminar, en nombre de Jesús: no piden trabajo, ni buscan un tipo de recompensa material, aunque es posible que realicen algunas tareas laborales, sino que van simplemente como amigos, portadores de Reino… Ciertamente, muchos no han tenido tierra previa y así son itinerantes laborales (artesanos) y evangélicos (predicadores), pudiendo haber sido también mendigos; pero otros han podido hacerse itinerantes por experiencia de Reino (como muchos monjes budistas antiguos o algunos religiosos cristianos de la Edad Media). De esa forma anuncian de manera creíble el Reino de Dios a los sedentarios que les acogen, compartiendo la vida con ellos.
La itinerancia de los compañeros de Jesús no es pura mendicidad, aunque algunos itinerantes de Jesús han podido empezar siendo mendigos “enfermos” como el ciego de Jericó: cf. Mc 10, 46-52), sino que ella implica una simbiosis o comunión de amor con los campesinos de Galilea. En ese sentido, los itinerantes de Jesús (que actúan como portadores del Reino) se vinculan con un tipo de sedentarios que les acogen, de manera que se establece entre ellos una comunicación de vida (de salud, de bienes), no en línea de “patronazgo y clientela” clasista, sino de fraternidad de Reino: los sedentarios ofrecen pan-casa, los itinerantes mensaje-curación de Reino, sin que unos dominen sobre otros. Surge así un tipo de familia compleja, pero sin imposición patronal, ni jerarquía, sin lucha mutua, ni sometimiento, con vinculación e igualdad desde la diferencia.
El esquema de patronazgo-clientela era dominante en las ciudades ricas del entorno de Galilea y se expresaba en una estructura social de tipo clasista: los “buenos” patronos ofrecen ayuda económica a sus clientes; los clientes “fieles” apoyana los patronos y les conceden honor. Entre unos y otros se establecían relaciones de poder, en línea de egoísmo mutuo y no de gratuidad (unos necesitan a los otros). Pues bien, en contra de eso, los itinerantes cristianos no se ponen bajo la protección de unos “patronos ricos”, pues no quieren establecer una nueva sociedad de clases, sino que actúan como portadores de una familia de Reino, donde todos puedan compartir lo que tienen. Ni los sedentarios son patronos, ni los itinerantes son clientes, sino que unos y otros pueden ponerse al servicio del Reino. Los itinerantes ofrecen (regalan) el Reino como fuente de salud; por su parte, los sedentarios ofrecen y comparten sus bienes (tierra, casa, comida…) de manera “no clasista” ni impositiva (cf. Mc 10, 29-30)[1].
Itinerantes, mensajeros del reino (de la nueva humanidad fraterna)
El grupo más significativo y propio de Jesús lo forman los “itinerantes”, varones y mujeres que van y vienen, como portadores de un mensaje abierto, que ellos deben extender, pues “la mies es mucha, los obreros pocos…” (Mt 9, 37-38; Lc 10, 2). Estos obreros-ambulantes son sembradores de Reino: tienen una tarea urgente que cumplir, pues la mies ya próxima del Reino han de sembrarla y cosecharla precisamente aquellos que no tienen campos propios. Lo han “perdido” (o dejado) todo, pero Dios les hace trabajadores de la mies universal, de la gran cosecha del Reino. Juan Bautista anunciaba también una siega o corte final de la historia, pero en forma de juicio, no de “convivencia” entre itinerantes y sedentarios. Jesús, en cambio, piensa que la gran siega vincula a unos con otros, a la vida compartida desde el Reino.
Por eso, en el lugar donde podía esperarse el “gran juicio” (destrucción de todo tipo de familia) puede empezar y empieza la nueva familia de los hijos de Dios: ¡Ha llegado el Reino! (cf. Mc 1, 14-15). Desde aquí debe entenderse la prisa de Jesús: el viejo tiempo acaba, se cierra la historia y estamos ante la última oportunidad de la vida, para formar sobre el mundo la familia de Dios. Esa prisa de la itinerancia conduce a Jesús y a su grupo hacia Jerusalén. En este contexto se entiende la tarea básica de itinerancia de Jesús:
- La itinerancia es una forma de acercamiento. Jesús no espera que los hombres y mujeres vengan (como iban donde Juan Bautista), sino que él mismo va: se pone en marcha, al servicio de la gente. Sale de su posible tranquilidad, de su estabilidad espiritual o familiar, no se encierra en un pequeño grupo, sino que actúa al servicio del Reino, ofreciendo sus signos. No va sólo, sino con otros itinerantes, vinculados con él, desde la libertad del Reino. Van sin nada, es decir, como personas, ofreciendo la salud más alta, que es la dignidad de ser, la vida humana; va para establecer relaciones personales.
- La itinerancia es una forma de comunicación de unos con otros, de manera que nadie se encierre en sí mismo. Hay un tipo de itinerancia por necesidad que ha podido convertirse en principio de lucha (grupos y pueblos “móviles” han invadido las tierras de los “sedentarios”, desde los viejos hebreos hasta los mongoles más modernas o muchos emigrantes actuales). Pero ella puede convertirse también en fuente de solidaridad: en el fondo de su carencia, los pobres poseen una riqueza superior y se la ofrecen a los más ricos (sedentarios), curándoles así de su riqueza pervertida. En esa última línea se entiende la itinerancia voluntaria, propia de aquellos que (por necesidad o sin ella) optan por vivir de un modo desprendido, sin nada para sí, poniéndose en manos de los otros, para enriquecerles desde su pobreza. Ésta es la itinerancia que se vuelve comunicación de Reino: una manera fuerte de agradecer y compartir la vida, regalándola de un modo gratuito. Los itinerantes no tienen nada que “guardar”, nada que defender; por eso pueden dar a los demás lo que tienen y darse ellos mismos.
- Los primeros misioneros de Jesús empiezan siendo itinerantes. En un primer momento, ellos empiezan siendo itinerantes entres las ovejas perdidas de la casa de Israel” (Mt 10, 5-6). La iglesia posterior ha destacado el carácter universal de esa itinerancia, pues, por su lógica interna, ella se abre desde los “perdidos de Israel-Galilea” a todos los necesitados del mundo, superando de esa forma los muros que se habían establecido entre grupos religiosos, nacionales o sociales. Jesús se ha situado de esa forma en el lugar en el que puede establecerse toda relación interhumana, desde los campesinos de Galilea.
Jesús y sus primeros discípulos fueron itinerantes de campo, en Galilea. Muy cerca había dos ciudades israelitas de cierta importancia (Séforis y Tiberíades); no muy lejos había ciudades helenistas aún mayores, donde vivían muchos judíos (Cesárea del mar o Damasco, Tiro o Gadara)… Sin embargo, Jesús no parece haber entrado en ninguna de ellas, sino que quedaba fuera, en el entorno de los campos. ¿Por qué? Posiblemente creía que era imposible empezar instaurando el Reino en ciudades que eran centros de poder (que servían para oprimir a los pobres). Por otra parte, él era un campesino, artesano itinerante, no un hombre de ciudad. Pensaba, sin duda, que, en el aquel contexto, el camino de la trasformación mesiánica empezaba por los campos, donde debían vincularse itinerantes y sedentarios. Así se situaba en la línea de las tradiciones de Israel, que se estructuran y definen desde trasfondo agrícola[2].
- Los itinerantes pobres curan y “enriquecen” (=humanizan) a los ricos
Itinerancia: el poder de los impotentes. Recogiendo lo dicho, podemos afirmar que los itinerantes mesiánicos siguieron el estilo de vida de Jesús, primer itinerante del Reino en Galilea. Viniendo de orígenes diversos (mendigos o enfermos, artesanos sin campo, campesinos sedentarios o pescadores: Mc 1, 16-20), habían recibido una llamada especial de Jesús y realizaban una tarea que les define como mediadores del Reino, ocupando un lugar equivalente al de los soldados de un grupo militar celota. Ellos, que no tenían nada o lo han dejado todo, viven así con Jesús, al servicio del Reino, apareciendo en la raíz del evangelio, como trasmisores de una esperanza mesiánica, amigos especiales de Jesús y portadores de un Reino, que ellos deben anunciar y compartir con los sedentarios, al servicio de todos los hombres. Desde aquí se entiende mejor la intención de Jesús:
- Jesús no ha querido un reino de itinerantes-mendigos luchando contra los ricos. No convoca a itinerantes para que combatan contra ricos-sedentarios, pero les ofrece el poder y autoridad del Reino, que ellos deben anunciar con su vida (es decir, con su persona), poniéndose en manos de quienes quieran recibirles. Jesús no llamó a unos mendigos-soldados-violentos (como los del primer David: cf. 1 Sam 22, 2), para iniciar por ellos una revolución militar de esclavos o campesinos desposeídos, sino a unos mendigos-itinerantes, para que sean portadores de paz, amigos de todos, realizando así la tarea del Reino. Ciertamente, él envió a unos “mendigos” (mendicantes), pero no quiso que fueran simples sometidos (pasivos), sino que les hizo portadores de un Reino, que se expande por medio de curaciones y exorcismos. Esos itinerantes pobres y deben curar a los sedentarios establecidos, a los ricos que enferman de falta de vida en medio de su riqueza. Por eso les concedió una autoridad que no consistía en dominar o imponerse sobre los ricos propietarios, sino en quedar en sus manos y curarles, en compromiso de solidaridad sanadora.
3.Jesús tampoco ha querido un reino de puros propietarios-sedentarios, que actúen como patronos de los pobres, a los que ofrecen una limosna desde arriba…, unos ricos que en su riqueza se vuelven enfermos de falta de vida, egoístas, tacaños…. No busca la generosidad patronal o patriarcal de unos, ni la dependencia material de otros, sino la convivencia de todos. Así aparece como promotor de una comunicación revolucionaria, que se eleva desde los pobres/itinerantes, vinculándoles con los sedentarios/ricos, sin que un grupo tome el poder sobre el otro, pues el Reino es generosidad y comunicación de todos. En esa línea, el texto clave de Mc 10, 29-30 par habla de aquellos que han dejado todo (casa, campos, familia) para recuperarlo multiplicado (ciento por uno), no en un plano de espiritualismo idealista (o elitismo espiritual, como en ciertas formas de vida religiosa), sino de familia y hacienda compartida, en amor concreto y extendido (cien madres y hermanos, cien casas y campos). Tanto los que han “dejado todo” como los que nada tenían (en plano de bienes materiales) pueden compartir y comparten lo que tienen, pues el amor vincula y comunica a los amigos.
Jesús ha iniciado un Reino para todos, partiendo de los pobres y/o de aquellos que han dejado sus bienes por el Reino, reflejando así la lógica de Dios.Precisamente aquellos que no tienen nada se vuelven “portadores de todo” (del Reino de Jesús), mensajeros de salvación, de manera que su carencia se vuelve principio de riqueza compartida y convivencia. La plenitud del Reino (máxima riqueza) se expresa y despliega a través del amor de aquellos que no tienen nada (suma pobreza). Así se invierte la lógica de posesión y poder del sistema: los que nada tienen pueden darlo todo, actuando como sanadores, curando la enfermedad de los ricos, en gesto de comunicación universal. De esa forma, los itinerantes-pobresanuncian el Reino con la misma generosidad de su vida. Esos itinerantes pobres son los primeros amigos de Jesús: son ricos en libertad y salud, según el evangelio. Ellos podrían decir, como Pedro en el atrio del templo: “oro y plata no tengo, pero te doy aquello que tengo: en nombre de Jesús Nazareno…” (Hech 3, 6)[3].
- Sedentarios/propietarios que enferman, e itinerantes/emigrantes que sanan
Según Mc 10, 29-30, aquellos que han dejado “un campo, una casa, una familia” (en clave de posesión), recibirán cien casas, cien campos, cien familias (en clave de comunicación y abundancia compartida). Eso significa que la itinerancia no se cierra en sí misma, sino que está al servicio de la misión, a favor de aquellos que tienen casa-campo-familia, para así ayudarles a vivir (curarles), de tal forma que los mismos curados puedan compartir con los otros lo que tienen. En esa línea, el proyecto de Jesús resulta inseparable de un tipo de trabajo de los “propietarios”, de manera que el campo ha de “labrarse” (trabajarse) y la casa construirse (edificarse), pues los agricultores y/o artesanos siguen realizando una labor esencial, pero no al modo antiguo (de oposición e imposición sobre los demás), sino de un modo nuevo, de colaboración en gratuidad, de manera que no haya más dueños y siervos, sino hermanos.
- Un camino en dos sentidos…
Eso significa que el proyecto de Jesús puede y debe ponerse al servicio del surgimiento de una “economía” familiar extensa (cien madres, hermanos, hermanas…: cf. Mc 3, 31-35), de manera que la vida no sea ya lugar de lucha de unos contra otros, ni de “caridad asistencial”, sino de encuentro y colaboración de todos.
(1) Los sedentarios ofrecen casa y comida a los itinerantes, como supone Jesús cuando Jesús: “cuando entréis en una casa… comed lo que os pongan” (cf. Mt 1, 11-12; Lc 10, 7-8). Se supone así que los sedentarios, con pan, casa y posibilidades económicas han de compartirlas con los pobres/itinerantes. (cf. Mt 25, 31-46).
(2) Los itinerantes-pobres aportan a los sedentarios algo que ellos no tenían: vida en libertad, salud, gratuidad. Ellos han de “darse a sí mismos”: dan lo que son y así se quedan, como signo de vida, en manos de los sedentarios, enseñándoles a compartir y a convertir su casa-dinero en don para los pobres (para todos)[4].
Esta unión de itinerantes y sedentarios, concretada en forma de amor social y comunicación, puede entenderse como cumplimiento del mensaje básico de Jesús También hoy (siglo XXI) vivimos en un mundo dividido entre sedentarios, que serían dueños del poder y economía (especialmente los ricos de los países capitalistas), e itinerantes, voluntarios o forzados, que no tienen lugar (comida, casa, sanidad social o libertad) sobre la tierra. Estos nuevos itinerantes vienen de los mundos de pobreza y se arriesgan a buscar nuevos lugares donde hallar trabajo y comida; ellos pueden ser hoy los nuevos portadores del evangelio, en nuestro mundo rico, que corre el riesgo de “secarse” en su egoísmo, a no ser que establezcamos unas nuevas relaciones que no pueden ser de lucha (batalla por el poder), ni de simple limosna (en línea patronal), sino de convivencia y comunicación (compartir salud y casa, palabra y bienes).
Así lo supone Mt 25, 31-46, texto que ha recogido de forma unitaria el mensaje/camino de Jesús, en un contexto apocalíptico. En sí mismo, ese pasaje no habla sólo de lo que pasará al fin de los tiempos, sino que ilumina lo que pasa (y debe pasar) hoy, en nuestra sociedad. Así presenta a Jesús como rey/juez que se identifica con los hambrientos y expulsados del mundo (que son sus hermanos), representantes de Dios. Al mismo tiempo así pone de relieve el gesto de aquellos que han dado de comer y han acogido a esos hambrientos y expulsados (tuve hambre y me disteis de comer, fui forastero y me acogisteis…). En un plano, ese pasaje parece suponer que sólo los “sedentarios” (es decir, los “más ricos”) pueden ofrecer algo a los pobres, que se limitarían a recibir pasivamente comida-bebida, casa-vestido…Pero, leído desde el conjunto de la vida y mensaje de Jesús, este pasaje supone que tanto itinerantes como sedentarios han de ofrecer y compartir lo que son y lo que tienen, sabiendo, además, que lo más importante es lo aportado por los más pobres, hambrientos, sedientos, extranjeros, desnudos, enfermos, encarcelados, que aparecen, con sorpresa del lector, como representantes de Jesús. Leído así, este pasaje nos sitúa en el centro de lo que venimos diciendo sobre la unión de itinerantes y sedentarios.
Sabemos ya que los pobres y expulsados han sido y son los portadores privilegiados del mensaje y vida de Jesús, que no quiso el dominio de unos, ni la revancha de otros, con toma de poder y trasformación violenta de las cosas, sino de trasformación gratuita de todos, a partir de los más pobres, que aparecen así como portadores de evangelio y salvación, no para el fin de los tiempos, sino “ya”, en este mundo concreto en que vivimos. Evidentemente, esos pobres no pueden obligar a los sedentarios a que les asistan o ayuden, sino que han de empezar ofreciéndoles salud (anuncio de Reino) y poniéndose en sus manos. De esa forma, aquellos parecen puro rostro-sufriente, aportan gracia y curación (salvación) para los ricos. Por eso, cuando Mt 11, 4 (cf. Lc 7, 22) diga que “a los pobres se les anuncia el evangelio” no dice que ellos, los pobres, lo reciben por medio de los ricos, sino que ellos mismos, los pobres, son trasmisores de salud, es decir, de esperanza para todos[5].
[1] Jesús no establece relaciones de dominio, sino de solidaridad, sabiendo que aquellos que menos tienen (itinerantes) son los que más pueden ofrecer (anuncian el Reino, curan). Según eso, en sentido estricto, los sedentarios no pueden “anunciar” el Reino, ni curar o trasformar el orden social, sino que para ello necesitan de los “itinerantes”, que no tienen nada o lo han dejado todo, para anunciar el Reino y curar a los enfermos. El grupo de Jesús no se instituye en claves de dependencia o jerarquía, sino de experiencia compartida y comunicación personal. No hay, según eso, dependencia ni jerarquía. El sedentario acoge y ofrece sus bienes, pero no puede hacerse patrono. Por su parte, el itinerante ayuda al sedentario, pero sin hacerse cliente suyo ni dominarle desde fuera. Estas nuevas relaciones son las que establecen la novedad de la “institución cristiana” y de los ministerios eclesiales, como he puesto de relieve en Sistema, libertad, iglesia. Las instituciones del Nuevo Testamento, Trotta, Madrid 2001.
[2] En un primer momento, Jesús y sus primeros discípulos “itineraban” entre las ovejas perdidas de Israel, en las aldeas y pueblos de Galilea. Su movimiento de Reino fue al principio un tipo de “unión” de campesinos, pero no en línea de poder, como algunos sindicatos del campo (de los siglos XIX y XX), sino de comunicación vital, como han muerto de relieve gran parte de los exegetas citados en bibl 4.1, 4.2 y 6. Este comienzo no fue una decisión caprichosa o excluyente, sino que respondía a la “identidad” de Jesús (¡un galileo!) y a las promesas de la Escritura, que anunciaban la plenitud para Israel (de los gentiles se hablaría en un segundo momento). Jesús no rechazó a los gentiles (pues él mismo decía: ¡vendrán de oriente y occidente!: Mt 8, 11), pero empezó por las aldeas de Israel, en Galilea. El paso cristiano del campo (zona rural) a las ciudades se vio quizá facilitado por el hecho de que los campesinos podían compararse a los habitantes de la periferia urbana.
[3] Jesús no quiere la toma de poder de itinerantes, ni de sedentarios, porque el Reino de Dios no es poder, sino vida y comunicación en gratuidad, sin imposición de nadie, ni siquiera de Dios (que no es imposición, sino amor creador). Cf. A. González, Teología de la praxis evangélica. Ensayo de una teología fundamental, Sal Terrae, Santander 1999; Reinado de Dios e Imperio. Ensayo de Teología social, Panorama 2, Sal Terrae, Santander 2003.
[4] Los propietarios no son “dueños exclusivos”, sino gestores de un don que han recibido. Lógicamente, no acogen a los itinerantes por “caridad” condescendiente (desde arriba), ni por una justicia que se impone (por obligación), sino por comunión gratuita, en intercambio de vida. Así se puede decir que los pobres dan aquello que es más grande (evangelio, salud) y los ricos aquello que parece más urgente (casa y comida).
. En ese contexto se entiende una página significativa de G. Theissen: «Los factores socioeconómicos determinan el fenómeno más marcado del movimiento de Jesús: el desarraigo social de los carismáticos itinerantes. Por desarraigo social se entiende aquí el abandono del lugar de residencia que a uno le correspondía por nacimiento, abandono que equivalía a una ruptura más o menos tajante con normas familiares. Pedro dice en nombre de todos los discípulos: Mira, nosotros lo hemos dejado todo y te hemos seguido (Me 10, 28). No debemos pensar sólo en el círculo de los doce discípulos. Junto a él se hallaba el círculo de los siete en Jerusalén (Hech 6, Ss) y el círculo de los cinco en Antioquía (Hech 13, l s). Lucas refiere, además, el envío de setenta carismáticos itinerantes, que debían regirse por las mismas normas que los doce Apóstoles (Lc 10, 1 ss; 9, 1 ss)… Lo determinando no es aquí el título de apóstol. Los carismáticos itinerantes podían denominarse también “discípulos del Señor”… Los evangelios, en Mt 8, 21 y 10, 42, hacen clara referencia a carismáticos itinerantes. Otras denominaciones son profetas (Mt 5, 12; 10, 41; Did 11, 3s), justos (Mt 10, 41), maestros (Hech 13, 1; Did 13, 2) y evangelistas (Hech 21, 8; cf. Gl 4, 11). Las variaciones de la denominación implican la amplitud del tipo de conducta social que se hallaba detrás. El condicionamiento económico de esta conducta social no se silencia por completo en los textos: la vocación para el seguimiento va dirigida a los fatigados y agobiados (Mt 11, 28), al mendigo Bartimeo (Mc 10, 52), a Pedro que se sintió frustrado en su actividad de pescador (Lc 5, 1 ss), a los hijos del Zebedeo, cuyo padre, según el Evangelio de los nazarenos, era un pobre pescador (frag. 33); en esa línea, más tarde, los pescadores de Tiberíades se contaron entre aquellos “marineros y gente sin recursos”, que al comienzo de la guerra de los judíos organizaron una revuelta (Josefo, Vita 66). Al seguimiento se hallaba también dispuesto el poseso de Gerasa, que había sido curado por Jesús, que se hizo predicador itinerante por el territorio de la Decápolis (Me 5, 18ss). Por el contrario, la gente adinerada, el joven rico y Zaqueo, jefe de recaudadores de impuestos, simpatizaron con Jesús, pero no se atrevieron a seguirle de manera radical (Mc 10, 22; Lc 19, 1 ss)» (cf. G. Theissen, El Movimiento de Jesús, Sígueme, Salamanca 2005,140-141).