San Valentín ¡Viva el amor, vivan los enamorados!

Hace cuarenta años, siendo estudiante en Roma, fui con un amigo, sobre una moto Vespa/Abispa, a Terracina, para ver el mar de Circe la mala enamorada de Ulises (en Circeo) y para pasar luego a Terracina, que está al lado, también sobre el mar, para subir a la roca de la acrópolis, de donde se dice que echaron y mataron al obispo Valentín, que era patrono y protector de los enamorados. Allí estuve con Carlitos Peña, viendo el mar y celebrando la vida.

El obispo Valentín quería que los enamorados se quisieran y casaran y les daba dinero y arreglaba matrimonios y decía que el amor-amor-amor es lo primero. Le mataron aquellos que preferían el orden, que las chicas estuvieran sometidas, que el amor se ajustara a las reglas de siempre, a la autoridad superior, que la ciudad romana se rigera por el orden sagrado, no por el amor… Hoy, pasados muchos años, quiero recordar con San Valentín el poder y bendición del amor enamorado, pidiendo a Dios por los obispos, para que ellos sean como Valentín, patronos y modelos de amor enamorado.

Una evocación

No sé si el origen de esta “fiesta” de los enamorados es cristiano, pero hay en ella algo entrañable: es hermoso celebrar la fuerza y la ternura de la atracción y del encuentro humano, evocando este día la fiesta de un obispo. Sería hermoso que los obispos y demás jerarcas de la iglesia y de la sociedad promovieran y posibilitaran el amor enamorado que se encuentra tan cerca de la Eucaristía, de la que hablé ayer y seguiré hablando.
Al comienzo de la Biblia está la voz del hombre enamorado que mira por primera vez a la mujer desnuda, junto al mar de la vida, y exclama admirado ¡Ésta sí que es carne y sangre de mi sangre!, a lo que añade el comentador bíblico: «Por eso dejará el varón a su padre y a su madre (y a sus hermanos de sangre) y se unirá a su mujer y serán los dos una sola carne. Y estaban ambos desnudos, uno con el otro, y no se avergonzaban» (Gen 2, 23-25).

Un tema poco estudiado. Viva el amor

Así se desea en la primera página de la Biblia (y de un modo especial en el Cantar de loa Cantares), pero el hecho es que el enamoramiento hombre-mujer, como tema de reflexión teórica, resulta relativamente nuevo: las antiguas culturas apenas lo destacaban, los griegos lo ignoraron, y de forma sistemática lo impiden o reducen aquellos modelos de existencia humana que conciben al varón como señor de la mujer o toman el proceso económico-social como origen y meta de la existencia. Por circunstancias culturales, económicas y sociales, el enamoramien¬to resultaba hasta ahora menos frecuente, al menos en un plano social. La familia y sociedad se apoyaban sobre otras bases. Pues bien, los cambios culturales de la actualidad pueden suscitar una eclosión de amor enamorado. Hasta ahora, a la gente se le ha enseñado a obedecer, a insertarse en la naturaleza, a transformar la sociedad, a trabajar la tierra... pero apenas se le ha enseñado a enamorarse. Sólo ahora ha surgido de verdad el ser humano, a través de una especie de salto cualitativo, como viviente especial que puede enamorarse.

La eclosión del amor enamorado me parece uno de los datos más significativos de la modernidad, aunque todavía algunos de los libros más leídos sobre el tema afirmen que estar enamorado es una especie de enfermedad que ha de pasarse. Muchos piensan que la verdadera vida de los hombres se realiza en otro plano (en el plano del deber, en el mundo de las ideas). Enamorarse sería como un juego, un pasatiempo de carácter engañoso y divertido que no puede fundamentar nuestra existencia, como han dicho, de forma clásica Stendhal y Ortega y Gasset. Ambos afirman que, si intenta comportarse de manera auténtica, un hombre debe enamorarse; pero luego, si quiere seguir siendo humano, ha de acabar tomando ese enamoramiento como un gesto pasajero, una aventura que no puede desviarle de la recta de la vida. Deja que lo exponga con más calma.

Enemigos del amor enamorado

1. Stendhal (=J. Beyle: 1783-1842) suponía que estar enamorado implica hallarse sujeto a una especie de proceso de cristalización a través del cual atribuimos a la persona amada toda clase de valores ideales. «En las minas de sal de Salzburgo se arroja a las profundidades abandonadas de la mina una rama de árbol despojada de sus hojas por el invierno; si se la saca al cabo de dos o tres meses está cubierta de cristales brillantes...». Algo semejante sucedería en nuestro caso. El enamorado se sitúa fuera de este mundo, como en un inmenso pozo, y no consigue ver las cosas. Su existencia se desliza en una especie de gran cueva de silencio y sombras. Pues bien, en medio de esa noche, al encontrar o imaginar a su amado/a el amante la transforma: proyecta en su figura nocturna todos los ideales de su vida, la recubre de diamantes y colores, de manera que al final el amado/a aparece como totalmente distinto, un ser de fantasía. Todo ese proceso se concibe como un encantamiento de equívoco y belleza. El enamorado es incapaz de llegar hasta el amado/a, no puede tocarla, porque cuando quiere hacerlo, la reviste de su sueño y de sus ansias. Por eso, todo enamoramiento constituye una equivocación: es una especie de fraude semiincons¬ciente que los hombres cometemos, una y otra vez, para animarnos a seguir en la existencia. En otras palabras, el enamoramiento es una mentira, una proyección idealista y equivocada. La existencia auténtica camina en otro rumbo, en plano de la visión crítica, de trabajo, de negocio. Sólo algunos, los artistas del amor, olvidan por un tiempo la verdad del mundo y edifican un lugar de fantasía, una especie de refugio particular donde vienen a esconderse, encandilados. Son los que se han enamorado.

2. Ortega y Gasset (1883-1955) ha popularizado las ideas de Stendhal, intentando trazar otros caminos, pero situándose al fin en la misma línea, sobre los mismos presupuestos. El varón enamorado no idealiza, no proyecta fantasías y bellezas en la dama (o al contrario), sino que la descubre. Descubre su valor y reconoce su presencia. Hasta aquí todo es perfecto: más que invención engañosa, estar enamo¬rado significa aceptar con sorpresa el valor de otra persona. Pero esto es sólo un primer paso. A juicio de Ortega, el enamoramiento se define como una «anomalía de la atención». El hombre normal va por el mundo, ve las cosas, las observa con su fuerza, en su detalle. Pero en un momento posterior esa mesura y armonía en la atención se quiebra: quien se enamora ya no sabe mirar hacia una realidad, hasta deformarla: su atención está imantada de manera anómala y total en la persona a la que ama. Todos los restantes motivos se reducen o se angostan, pasan a segundo plano, le distraen: el hombre enamorado sólo sabe fijarse en una persona, tiene su atención de tal manera «pre¬ocupada» y llena con su amada que el resto de las cosas no le importan, ni las ve siquiera. Pasan las personas, las mujeres atractivas; no las mira. Discurren los acontecimientos; no los siente. Sólo tiene ojos y oídos para el recuerdo interior o la presencia externa de la amada. El enamoramiento es, por lo tanto, una angostura mental, un frenesí de enfermo grave. «El alma de un enamorado huele a cuarto cerrado de enfermo...». Vive en una especie de obsesión, de encantamiento, de hipnotismo o de embriaguez que le separa de sí mismo y le encandila. En conclusión, el enamoramiento es una especie de droga primordial, un filtro arrebatado que nos saca de nosotros mismos y nos pierde, al menos de una forma pasajera.

Enamoramiento, descubrir y compartir la vida de otro

Estas son dos teorías muy famosas sobre el tema. Según Stendhal, el enamorado se pierde, saliendo de sí mismo y entregándose en los brazos de una amada que es objeto de sus propias proyecciones engañosas; en el fondo, todo enamoramiento acaba siendo una equivocación, es un engaño. Ortega interpreta el enamoramiento desde la misma perspectiva: lo que cambia es que ahora el enamorado no se pierde en un objeto de su invención sino en una realidad externa que le hace perder su identidad y le subyuga. Según eso, el enamoramiento es como una enfermedad que hay que pasar, para que después el hombre o la mujer puedan hacia sí mismos y amar de un modo verdadero. Pues bien, tanto en un caso como en otro, falta un dato que es radical. ¡Falta el descubrimiento de la dualidad!, el reconocimiento gozoso del valor de otra persona, el placer de vivir en compañía.
Más allá de las proyecciones idealistas de Stendhal y de las anomalías de la atención de Ortega está la gran riqueza de la unión entre sujetos reales, un hombre, una mujer, dos seres humanos que se encuentran y al hacerlo descubren el valor de la existencia, hecha de carne y hueso, hecha de vida y alma compartida, como sabía Gen 2, 23-25. Cuando el encuentro se realiza, cuando un hombre ha descubierto a una mujer (un ser humano a otro humano) y se descubren los dos juntos en la compañía, el mundo cambia: emerge entonces una forma de existencia diferente, más perfecta y más gozosa, la existencia enamorada.
Cuando Stendhal y Ortega definieron el enamoramiento como enfermedad proyectiva o estre¬chamiento de la atención, cuando ambos entendían al hombre a partir de otros factores, iban en contra del sentido del amor y destruían la verdad del ser humano. Pensaban que la vida ha de seguir expresándose en otros cauces, racionales, sensitivos o vitales. El amor enamorado era a sus ojos un engaño placentero. Pues bien, en contra de eso, hay que afirmar que enamoramiento constituye un espléndido proceso de encuentro interhumano: es un camino en el que un hombre, que antes se hallaba quizá como perdido quizá en inquietudes y sombras interiores, se despega de sí mismo y se abre en comunión a otra persona, descubriendo de esa forma que la vida es creadora, honda la tierra, valiosos los caminos que conducen al futuro.
Ciertamente, en el enamoramiento influyen otros factores: deseo sexual, apertura pasional, elementos proyectivos, fijaciones de atención y tensiones personales que se deberían describir con más cuidado. Pero en su fondo emerge un valor más alto: hay enamoramiento allí donde un ser humano se descubre atraído y potenciado por otro ser humano, de manera que ambos se sienten llamados a descubrir y recorrer unidos todo el camino de la vida. El sexo en cuanto tal queda en un segundo plano (a pesar de la intensidad de los encuentros sexuales), de tal forma que lo que importe es la presencia y poder de otra persona, un tú distinto. Ciertamente puede y debe seguir existiendo una pasión, pero en el fondo de ella emerge el descubrimiento y despliegue de la vida de dos seres humanos.

Enamoramiento, revelación del Amor, eclosión de Dios

En su sentido más profundo, el enamoramiento se identifica con la revelación del otro en cuanto persona. El enamorado descubre que hay otro, un tú real, al que ama y de quien desea ser amado. Por vez primera, el enamorado sabe con toda su vida que es «alguien» para alguien, que son en compañía, deseando iniciar un camino compartido que le lleve hacia honduras mayores, estupor tras estupor, hasta un misterio que se expresa en forma de comunicación total. De esa forma aprende a vivir en compañía: ante los ojos y deseos, en las manos y en la entraña de otro ser humano, hombre o mujer, que ha entrado en su existencia.
El enamoramiento consiste, según esto, en el encuentro de dos seres humanos, que son al conocerse, uno en el otro y desde el otro, de tal forma que así viven juntos (en-amorados: en el amor) o no quieren vivir. De esa forma se establece un diálogo fuerte de vida, que conmociona las entrañas de los enamorados; es un diálogo en el que desembocan y se desarrollan las instancias naturales, los impulsos personales, los deseos y pasiones. Es como si toda la existencia se pusiera en movimiento, concentrándose y surgiendo allí donde se siente –se descubre y actualiza – el ser del hombre, el ser humano, como encuentro entre personas.
De ese modo, la existencia cambia de registro y se convierte en vida compartida. En un sentido, surge una quietud más alta: el tiempo se detiene en su tensión más alta y el amante tiene la impresión de que en el mismo despliegue de los días enamorados viene a realizarse el orden de lo eterno. Pero, en otra dimensión, sucede lo contrario: el pasado se diluye como espacio perdido de la vida y se ilumina un gran futuro de proyectos, creaciones, gracia.
Todos los registros de la vida empiezan a sonar en otra clave. Al fondo del encuentro apasionado de esos hombres ha saltado un haz de vida; se ha sentido una erupción de todo el cosmos y el futuro se desvela de manera inesperadamente nueva. Es evidente que eso implica un cierto angostamiento: algunos detalles antiguos se olvidan o pasan a un segundo plano. Ciertamente, hay proyección: partiendo del amor se va tejiendo un nuevo espacio de armonía, de lucha y de belleza. Pero, superando el nivel en que se situaban Stendhal y Ortega, al fondo del amor está emergiendo una verdad inconcebible, ilimitada: hay Otro, otro a mi lado, que me importa, me enriquece, me acompaña. Hay otro que es símbolo y presencia del Otro.

Posdata ¿Es un rollo enamorarse? ¡Vivan los novios enamorados!

Me han dicho que en las sociedades más “avanzadas” la gente está dejando de enamorarse, porque es un “rollo” que pide demasiado. Sí, sí, relaciones rápidas, pero sin arriesgar, sin implicarse… Relaciones rápidas, según conveniencia… o duraderas (según otra conveniencia…), pero enamorarse ¿qué va? Eso trae muchos líos: hay que dejar muchas cosas, preocuparse de la otra persona… Me dicen que está pasando en Japón y en otros lugares… Que hay mucho tomate de corazón, pero muy poco Corazón enamorado. Si es así ¡qué pena! Yo quiero recordar mi excusión en moto a Terracina, para decir desde la roca de San Valentín, como dijimos el años 1968, un día como hoy, con la iglesia del obispo abajo y todo el mar delante: ¡Vida San Valentín, Vivan los enamorados!


Libroes. He tomado este tema de mi libro Palabras de Amor, Desdée de Brouwer, Bilbao 2006, Cf. También F. ALBERONI, Enamoramiento y amor, Gedisa, Barcelona 1998; El misterio del enamoramiento, Gedisa, Barcelona 2004; J. M. BENAVENTE, Hombre.-mujer. Sexo, enamoramiento y amor, Laberinto, Madrid 2002; P. LAÍN ENTRALGO, Teoria y realidad del otro I-II, Madrid 1961; H. DE LUBAC. El eterno femenino, Barcelona 1969; J. ORTEGA Y GASSET, Estudios sobre el amor, Alianza, Madrid 2004; M. ONFRAY, Teoría del cuerpo enamorado. Por una erótica solar, Pre-textos, Valencia 2002; J. PIEPER, Amor, en Las virtudes fundamentales, Madrid 1976, 435-¬459, 489-502; X. PIKAZA, Amor de Hombre, Dios enamorado. San Juan de la Cruz, Desclée de Brouwer, Bilbao 2004; STENDHAL (H. Beyle), Del amor, Alianza, Madrid 1998; E. WALTER, Esencia y poder del amor, FAX, Madrid 1960, 7-28.
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