Antiguas y nuevas formas de clericalismo presbiteral "Para la elección de los párrocos, se podría imaginar alguna alternativa... ¿más sinodal?"

Antiguas y nuevas formas de clericalismo presbiteral
Antiguas y nuevas formas de clericalismo presbiteral

"Quisiera reflexionar en voz alta sobre los presbíteros y la forma de ser presbítero … La sensación es que el sistema tal como está chirría. En teoría, los presbíteros deben 'estar disponibles'"

"Pero este no es siempre el caso. A veces sucede que un presbítero en particular es enviado a una parroquia en particular después de un agotador intercambio con la curia episcopal/diocesana"

"Al final, una parroquia así debe recibir a un presbítero no como el mejor bien para ella, sino como el menor mal. Querida parroquia, a falta de algo mejor, tome esto. Estimado reverendo, después de todos los problemas que nos ha causado, tome esto… ¿Felices para siempre?"

"Ya no es posible que una comunidad entera esté a merced de la personalidad y las habilidades del presbítero de turno"

Soy misionero claretiano. También presbítero desde el 3 de mayo de 1992 -nada más que hace algo más de unos 30 años-. He sido persona de gobierno -local, provincial y general- en mi Congregación. Por si acaso, y sin entrar en más detalles que no vienen al caso, lo digo. A estas alturas de la vida, a uno se le permite pensar y hablar también sin nostalgias ni resquemores. Dios quiera que también, en primer lugar y sobre todo, con sabiduría y libertad evangélicas. Así las cosas, quisiera reflexionar en voz alta sobre los presbíteros y la forma de ser presbítero.

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Se sabe que no pocos presbíteros se gastan, en silencio y con generosidad. Esto no es noticia. Mi vocación presbiteral ‘se debe’ a dos presbíteros seculares que fueron testimonio cualificado para mí. A ellos mi reconocimiento y agradecimiento ahora que están, así lo creo y espero, en la casa del Padre y en el banquete del Reino. En cambio, sí son noticia los presbíteros que algunos indicadores dicen que parece que no están en el lugar correcto. Como no se deben mencionar nombres, se cree que no hay nombres. Sin embargo, los nombres están ahí. Sólo que no deben decirse. Y varias comunidades están sufriendo

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Claramente, los responsables eclesiales se debaten por encontrar a las personas adecuadas para los puestos adecuados. Se sabe que algunos presbíteros se hacen peticiones para sí mismos y no tienen en cuenta las peticiones que vienen de sus superiores.

Dicho todo esto, la sensación es que el sistema tal como está chirría. En teoría, los presbíteros deben "estar disponibles". Y, precisamente por estar disponible, el movimiento de un presbítero, por ejemplo, de una parroquia a otra se produce no tanto para responder a las necesidades del presbítero, sino a las de las parroquias, la de salida y la de llegada. Así suele. ¿Así debe ser? Este suele ser el caso. Y los interesados aceptan, la mayoría de las veces, con ejemplar espíritu de servicio el esfuerzo de moverse, de adaptarse, de empezar de nuevo.

Pero este no es siempre el caso. A veces sucede que un presbítero en particular es enviado a una parroquia en particular después de un agotador intercambio con la curia episcopal/diocesana. Al final, una parroquia así debe recibir a un presbítero no como el mejor bien para ella, sino como el menor mal. Querida parroquia, a falta de algo mejor, tome esto. Estimado reverendo, después de todos los problemas que nos ha causado, tome esto. Y quedan satisfechos. Y vivieron felices para siempre, la parroquia y el párroco. ¿Felices para siempre? No siempre y no precisamente.

El sistema de designación de presbíteros no concierne sólo a los presbíteros. Detrás de esta metodología existe una idea de Iglesia que resiste tenazmente. En el centro de esta idea de Iglesia hay otra idea, precisa y cierta. Esta: la parroquia depende decisivamente del presbítero. El presbítero lo es todo. No hay comunidad sin presbítero. Y están a la mano muchas consideraciones eruditas sobre la teología que surge de la consagración presbiteral del presbítero, sobre la Iglesia "asamblea" reunida, sobre los conceptos exigentes del servicio, y luego sobre las imágenes bíblicas del Pueblo de Dios, del redil, del pastor (con “p” minúscula). Sin embargo, no siempre reflexionamos sobre la relación entre el pastor (con “p” minúscula) y el Pastor con “P” mayúscula. Pero parece que no importa. No, al menos, demasiado.

Todas cosas hermosas y, en definitiva, cosas verdaderas. Pero, tan bien combinadas, dan lugar a la sospecha de que son demasiado funcionales para esa idea específica de la Iglesia. No sé si la manera de "destinar" a los presbíteros es conciliar (del Vaticano II) con una determinada idea, conciliar (siempre del Vaticano II) por supuesto, de Iglesia. Pero, me sospecho, no adolece precisamente de la mejor sinodalidad.

Esta idea de la Iglesia, que la metodología de nombramiento de los presbíteros pone de manifiesto claramente, se ve confirmada por la forma de hacer que algunos de esos presbíteros ponen en práctica, una vez que llegan a la parroquia "confiada a su cuidado", como dicen. (Digo “algunos presbíteros” y repito. No todos, sólo algunos, pero algunos ciertamente sí). 

Llega el nuevo párroco y se refunda la parroquia. Hay más de un caso de parroquias donde la llegada del nuevo párroco significa revolución: todo lo que había se ha ido y todo lo que hay es -debe ser- nuevo. “Yo hago nuevas todas las cosas”, esta frase del Apocalipsis parece ser el lema que dicta la ley en situaciones de este tipo (hablando del Apocalipsis, esa frase, en el libro sagrado, es pronunciada por Dios y por eso surge la sospecha que los mencionados presbíteros, actuando como el Dios del Apocalipsis, también se parecen un poco a él o al menos así lo creen). 

Párrocos
Párrocos

Estas situaciones, muy someramente descritas, plantean al menos dos conjuntos de problemas.

1.- El primero se refiere a ellos, los párrocos. De hecho, no siempre está claro por qué es necesario cambiar todo. También porque la teología que establece la misión del párroco dice que el párroco está al servicio de la comunidad, no la comunidad al servicio del párroco. Es el párroco quien debe adaptarse a la comunidad, no al revés. Por tanto, me parece, precisamente porque el párroco debe servir a la parroquia debe partir del respeto a la parroquia, a lo que la parroquia ya es. No es muy evangélico, ni tampoco muy razonable, obligar a la parroquia a una ducha de agua fría para cambiar de un estilo a otro de la noche a la mañana. Y esto no se debe a que haya cambiado la parroquia, sino simplemente a que ha cambiado el párroco.

Es obvio que un hecho similar plantea, una y otra vez, el viejo, muy viejo problema del clericalismo. El presbítero –ese tipo de presbítero, repito– lo hace todo, lo decide todo: ver arriba. “Soy el párroco”, escuchamos a menudo. Una frase tan perentoria y tan apodíctica que no sería excesivo traducirla así: “Yo soy la parroquia”. Con muchos saludos a la comunidad eclesial, al pueblo eclesial de Dios, a la igual dignidad de todos los bautizados. Todos los bautizados son iguales pero, parafraseando a Orwell, hay que decir que hay algunos bautizados que son más iguales que otros.

2.- El segundo problema se refiere a los superiores. Estoy seguro de que si tuviera que señalar al vicario general o al obispo las objeciones anteriores, la respuesta sería: "Intentad encontrar el párroco adecuado para todas las parroquias". O, una versión más brillante: “Haces la guerra con los soldados que tienes”, “aras con los bueyes que tienes”. Ya. La dificultad para encontrar las soluciones adecuadas justifica todas las opciones, incluso las cuestionables. Y sobre todo justifica el método. Las parroquias ven a sus párrocos lloviendo sobre ellos y no pueden decir nada. En otras palabras: los métodos de nombramiento de los párrocos siguen siendo extraordinariamente "de arriba hacia abajo". Todo se decide en unos pocos. De hecho: en última instancia (a veces, incluso, en primera y única instancia) vicario general y obispo.

Está el "consejo episcopal", el pequeño grupo de colaboradores inmediatos del obispo: un grupo de personas que se reúne frecuentemente y con periodicidad establecida y sistemática. Pero ni siquiera el consejo episcopal participa en las elecciones de los párrocos. Porque es difícil discutir sobre todo. Porque es imposible. Son muy pocas las personas que deciden. Muy pocas personas no pueden escuchar a todos. Entonces nadie escucha. El clericalismo de alto nivel se justifica.

Pero tal vez me equivoque. Espero y deseo, incluso, equivocarme. Porque si ese fuera el caso sería inquietante. En la Iglesia, cuanto más alto llegas en la jerarquía, menos comunidad eres. Mi amigo espabilado dice que la mitra episcopal suele apagar las muchas o pocas luces del obispo. Pero existe, podría existir, o al menos se podría imaginar, un método diferente, alguna alternativa... ¿más sinodal?

Clericalismo presbiteral
Clericalismo presbiteral

El clericalismo tiene que ver, especialmente y sobre todo, con quienes ejercen el “poder” en la comunidad cristiana, por ejemplo, la parroquia. En la organización actual de la Iglesia, y de hecho, la última palabra en todos los asuntos pertenece al párroco.

Esta clericalización genera una serie de problemas. Uno, muy común, está vinculado a la misma disminución de presbíteros. Muy a menudo un párroco es responsable de varias parroquias. A menudo, en el territorio de una parroquia existen organismos eclesiásticos, como instituciones educativas, residencias de ancianos, etc.

De ello se deduce que el párroco está cada vez más agobiado por cuestiones burocrático-administrativas, con el corolario inevitable de reuniones, encuentros, prácticas... El tiempo para dedicar al cuidado espiritual de las personas, a su propia formación y a las diferentes categorías de personas que están encomendados al párroco. Esto ya genera un "empobrecimiento" de la comunidad.

Pero esta concentración de poder en la persona del párroco (y de las diversas categorías de eclesiásticos en los diferentes ámbitos de la organización de la Iglesia) crea un mayor empobrecimiento. De hecho, al párroco (y al vicepárroco) se le atribuyen muchas responsabilidades en la toma de decisiones.

Pero ningún párroco posee todas las cualidades, sensibilidad y habilidades para las diferentes actividades y servicios que la comunidad necesita. Esto empobrece aún más a la comunidad porque no se valorizan los diversos carismas, cualidades, habilidades y sensibilidades que existen entre los diferentes miembros de la comunidad.

Así sucede a menudo que las parroquias están a merced del carácter, la sensibilidad, las capacidades y las competencias de sus presbíteros, para bien o para mal. Pero se deja sentir la necesidad de pensar que ya no es posible que una comunidad entera esté a merced de la personalidad y las habilidades del presbítero de turno.

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Otro aspecto problemático de este enfoque clerical es que puede generar en el presbítero no sólo el sentimiento de ser guía de las conciencias, sino también de "maestro". En lugar de hacer crecer y madurar las conciencias, se crea una actitud en la que el presbítero decide qué deben hacer las personas, cómo deben comportarse. Es una actitud que, en una de las diócesis en las que viví, escuché resumida así: "La gente está confundida, desorientada, hay que decirles qué hacer". 

Una actitud decididamente perversa que no ayuda a la maduración de las conciencias sino que establece una dependencia del presbítero. Termina siendo el líder rodeado de devotos obedientes que abdican de su propia inteligencia, libertad, responsabilidad, reflexión, conciencia.

El Papa Francisco dice que para bailar la danza del clericalismo hacen falta dos. Por supuesto que es más fácil para un presbítero decidir y rodearse de personas que sean ejecutores, y para cualquier persona tener alguien en quien pueda delegar lo que está bien o mal o lo que debe hacer o no hacer sin hacerse demasiadas preguntas.

La comunidad es, en última instancia, más pobre. De aquí surgen más problemas para el presbítero y para la comunidad. La autorreferencialidad del presbítero y el ejercicio del poder por parte de una persona que a veces no tiene la madurez humana y la capacidad para ejercerlo al máximo puede afectar la personalidad del presbítero, volviéndola más problemática con las implicaciones relacionadas en las relaciones. Y para la comunidad genera un empobrecimiento de vitalidad, creatividad,…, limitando el papel y las responsabilidades de los laicos.

Quizá esté por llegar, o tal vez haya llegado ya, la hora de decirlo claramente y en voz alta para repensar finalmente y concretamente un modelo de Iglesia más sinodal, basado en una formación seria de los laicos, en la valorización y el compartir de los diversos carismas distribuidos entre los miembros de la comunidad -que a los presbíteros a menudo les falta-, y verdaderamente dinamizada pastoralmente de manera sinodal-comunitaria.

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