VC 11. Cristo desnudo, una Iglesia transparente

Décima estación: Despojan a Jesús de sus vestiduras, imagen de. Via-Crucis de P. Esquivel:

Dos soldados le dejan desnudo, le arrancan por la fuerza los vestidos, y da la impresión de que quieren enrollar su cuerpo con unas sábanas de sepultura... La Biblia dice (Mc 15, 24-25 y par) que los verdugos jugaron a suertes sus vestidos, dejándole desnudo ante sí mismo y ante todos.

Dos panzer de guerra económica y anti-ecológica desnudan la selva, como arrancando a la gran tierra de América y del mundo su manto de belleza, de riqueza y de vida, para convertirlo todo en mercancía y jugar en el gran casino del comercio mundial las riquezas de todos, de un modo impúdico, obsceno.

Un indígena desnudo mira admirado y lloroso como destruyen su selva, como matan a su “madre” que es el bosque. Está desnudo de vida, sabiendo que le echan de su casa-selva los que mataron a Jesús, los que ahora destruyen la tierra.

Una mujer (madre, esposa, hija…) llora en el suelo la sangre del hombre al que han matado. El proceso que empieza con la desnudez forzada de Jesús culmina en la muerte y el llanto sin remedio.

Éstos y otros signos de la imagen del Via-Crucis de P. Esquivel nos permiten trazar una breve reflexión sobre la desnudez del Cristo asesinado, desde la perspectiva de la Iglesia.

Desnudez del hombre, desnudez de Cristo, desnudez de la Iglesia.
Reflexiones admiradas, esperanzadas (con Nietzsche al fondo)


‒ Hay una desnudez paradisíaca, hecha de transparencia, de equilibrio con el parque de la vida original: «Y estaban ambos desnudos, Adán y su mujer, y no se avergonzaban» (Gen 2, 25). No se avergonzaban, ni se dominaban uno al otro, sino que se supone que se amaban y atraían, como indican los versos anteriores del Génesis, que hablan del canto Adán a su mujer: ¡Esta es carne y hueso de mi carne y de mis huesos de mis huesos¡ (Gen 1, 23).

En esa línea se sitúa el indígena de la imagen, que no sale del paraíso, sino que le expulsan a la fuerza, matándole la selva. No sale de la selva “virgen” sub-desarrollada para entrar en un mundo mejor de desarrollo y de ternura, de vida compartida y de esperanza, sino que le va a dominar el infierno de los panzer (de las excavadoras que destruyen su casa, en cualquier suburbio del mundo, en Palestina…).


‒ Hay una desnudez vinculada a la serpiente, pues desnudez y serpiente se relacionan en el texto hebreo de la Biblia, donde se dice que la serpiente (nahas) era el más asunto (‘arum, es decir, desnudo) de todos los animales. Por eso, tras haber «comido» del fruto del árbol del conocimiento del bien y del mal, el hombre y la mujer se descubren desnudos como la serpiente y no logran soportarlo y se tapan uno de otro (Gen 3, 7), iniciando una historia de ocultamiento, miedo y mentira.

Así se ocultan de Dios (Gen 3, 8-10), que se había manifestado como transparencia, en el jardín abierto, en una vida echa de palabras de amor… Ahora, el deseo de poseerse y de dominarse unos a otros les ha encerrado su propia fragilidad de manera que tiene miedo y quiere convertir el mundo (el jardín) en lugar de ocultamiento. Esa es la mentira: hacer algo y esconderse: no querer ser lo que somos, diciéndole a Dios tuve miedo (wa´ira´, Gen 3, 10) y pervirtiendo así la relación con él.


‒ Hay una desnudez de desamparo, brutalidad y opresión. El hombre no está desnudo, sino que le desnudan. Más que signo de deseo sexual, la desnudez es para la Biblia expresión de pequeñez, desamparo y falta de honor: varón y mujer se descubren indefensos y perdidos, uno ante el otro. Antes se deseaban en transparencia, ahora se siguen deseando, pero en ocultamiento, debilidad y frustración, de manera que deben taparse uno del otro. Más que falta de vestido, la desnudez es una expresión de deshonor y humillación. Ciertamente, desnudo es el hombre o mujer que no lleva ropa y que sufre las inclemencias del frío y los cambios de los tiempos (cf. 1 Sam 19, 24; Jo 24, 10); pero, de un modo todavía más intenso, desnudo es el hombre o mujer andrajoso, aquel que muestra su falta de honor, dignidad o poder en sus vestidos.

Entendida así, la desnudez es fragilidad: el desnudo es un hombre o mujer que se encuentra a merced de los otros. El hombre oprimido no está denudo, sino que le desnudan: La quitan la ropa de su dignidad, le dejan ante el poder de las manos y los ojos de los otros, como objeto de burla, de desprecio. Así queda Jesús, que anunciaba el reino de Dios: Desnudo ante todos, sin nada.


‒ Hay unas vestiduras hechas de poder, que sirven para dominar a los demás. Es la vestidura de los uniformes de los soldados y verdugos de la imagen, que dominan, manipulan, matan… Una vestidura que puede convertirse en signo de dignidad personal y de demonio sobre los demás, como los ornamentos sagrados de muchos sacerdotes antiguos y modernos que se quieren distinguir de los otros por aquello que se ponen.

Los sacerdotes de la Iglesia católica debían aprender a “desvestirse”, pero no desde fuera, sino por voluntad propia, para compartir la vida con los hombres y mujeres de la calle, en amor, en un mundo vestido de hermosura y de comunión fraterna, donde hombres y mujeres pueden encontrarse y compartir la vida y la palabra en amor trasparente.



‒ Hay una desnudez de transparencia, hecha de comunicación personal. De esa forma se ha desnudado Jesús a lo largo de su vida y así dice que no oculta nada, que todo lo ha dicho, lo ha dado (Jn 15, 15). Ésta es la desnudez del que no guarda secretos tras un velo de templo manejado por unos sacerdotes superiores, por un sumo sacerdote (como en el caso de los judíos).

Por eso dice la Biblia que al morir Jesús, el Cristo desnudo, se desnudó también el templo, se rasgó su velo (Mc 15, 38), de manera que todos pudieron ver la desnudez de Dios, hecha de amor, de palabra compartida. La iglesia actúan sigue poniendo un velo sobre sus “secretos” de poder, como ha sucedido en el último Cónclave, donde se han querido ocultar las tratativas, los votos, tras gestos medievales de folclore pasado (encerramiento, fumatas…). Desde un Cristo desnudo en amor no tiene sentido el secreto de una Iglesia que no se dice a sí misma, no muestra su verdad en amor.


‒ Quisiera verles desnudos… Nietzsche no es el mejor abogado del cristianismo, pero es importante leer sus críticas. Quizá no hay ninguna tan acerada y cortante como la que dedica a los sacerdotes en Así habló Zaratustra 27. Dejo el texto como está, brutalmente despiadado con su gran mentira hecha de odio, pero tambiénn con su gran verdad, no me atrevo a comentarlo:

Como cadáveres pensaron vivir, de negro vistieron su cadáver; también en sus discursos huelo yo todavía el desagradable aroma de cámaras mortuorias.
Y quien vive cerca de ellos, cerca de negros estanques vive, desde los cuales canta el sapo su canción con dulce melancolía.
Mejores canciones tendrían que cantarme para que yo aprendiese a creer en su redentor: ¡más redimidos tendrían que parecerme los discípulos de ese redentor! Desnudos quisiera verlos: pues únicamente la belleza debiera predicar penitencia. ¡Mas a quién persuade esa tribulación embozada!
¡En verdad, sus mismos redentores no vinieron de la libertad y del séptimo cielo de la libertad! ¡En verdad, ellos mismos no caminaron nunca sobre las alfombras del conocimiento!..
Celosamente y a gritos conducían su rebaño por su vereda: ¡como si hacia el futuro no hubiese más que una sola vereda! ¡En verdad, también estos pastores continuaban formando parte de las ovejas!



‒ Contra Nietzsche, por Jesús, el Cristo desnudo y redentor. Es evidente que los hombres hemos matado al Dios de Jesús (hemos querido matarle), clavándole en la cruz. Pero el Cristo desnudo de la Cruz viene a mostrarse para los creyentes como signo de luz, claridad más alta, desnudez de amor transparente…

a. Del Cristo desnudo brotan las palabras más hondas de amor transparente, abierto a todos los hombres. El Cristo desnudo es la claridad del amor ofrecido a todos, cuerpo a cuerpo, vida a vida, en una iglesia que debe desnudarse de todo aquello que huele a secreto de poder, a estanque infecto.

b. Del Cristo desnudo brota la exigencia de vestir a los desnudos. En ese fondo se entiende la exigencia de «vestir al desnudo» que aparece en diversos estratos de la Biblia: el verdadero ayuno consiste en partir el par con el hambriento, acoger en casa a quien carece de hogar y vestir al desnudo (Is 58, 7). Entre las notas que definen la justicia se hallan estas: no robar, partir el pan con el hambriento, vestir al desnudo (Ez 18, 7.16). En este fondo se sitúa la exigencia de Mt 25, 31-46: «estuve desnudo y me vestisteis».
Volver arriba