Masacre en Pauoa, dos días después del asesinato de la misionera española Centroáfrica vuelve a teñirse de sangre
La matanza de mas de 50 civiles en pueblos del noroeste del pais a manos de una milicia armada y el asesinato de una misionera española vuelven a proyectar una sombra de pesimismo a pesar del reciente acuerdo de paz
"Estoy seguro de que a ella, que amaba a los centroafricanos, no le habrá gustado que en la prensa española se hayan dedicado multitud de titulares a su muerte y casi ninguno a la muerte de más de cincuenta personas del país por el que entrego su vida"
Una vez más, la República Centroafricana vuelve a sumirse en un baño de sangre y desesperación. Durante los últimos días han ocurrido dos hechos trágicos: una serie de masacres cometidas en pueblos cercanos a la localidad de Paoua, en el noroeste del país, que se han cobrado al menos 54 muertos, y el asesinato de una religiosa española que llevaba allí 23 años.
Ambos hechos han ocurrido en dos lugares muy distantes y no guardan relación entre si. El cuerpo sin vida de la hermana burgalesa -de doble nacionalidad, española y francesa- Inés Nieves Sancho fue encontrado medio decapitado a poca distancia de su comunidad en el pueblo de Nola al final de la tarde del domingo 19 de mayo. Nola, situada en el suroeste de Centroáfrica en la diócesis de Berberati, ha sido siempre una zona bastante tranquila que apenas ha sido afectado por la violencia de los grupos armados, y por el momento los indicios parecen apuntar a un acto criminal, tal vez para fines rituales de brujería. Sin embargo, no hay que olvidar que el año pasado cinco sacerdotes católicos murieron de forma violenta y que muchos líderes y fieles de la Iglesia centroafricana tienen la sensación de que se han convertido en un objetivo para algunos grupos armados.
Ataques contra civiles
Ese mismo día, varios cientos de kilómetros al norte de allí, comenzaron una serie de ataques contra civiles en varios poblados alrededor de Paoua que duraron al menos tres días. Los autores fueron miembros del grupo rebelde conocido como “3R” (Regreso, Reclamación y Restitución), compuesto por elementos de etnia peul (también llamados fulanis), en su mayoría pastores nómadas de religión musulmana. Dijeron actuar en venganza por el asesinato de un peul unos días antes en la zona. Su líder, Abass Sidiki, dice actuar para proteger a la minoría peul y fue uno de los 14 representantes de grupos armados que el pasado 6 de febrero firmaron un acuerdo de paz con el gobierno centroafricano, mediado por la Unión Africana, para poner fin a la guerra que sufre este país desde 2013.
El acuerdo, que prevé una integración de los grupos rebeldes en el gobierno, la creación de patrullas mixtas de seguridad integradas por rebeldes, soldados gubernamentales y cascos azules, ha levantado algunas esperanzas de que podría ser una salida a la crisis, aunque no han faltado los escépticos. Muchos han difundido, sobre todo en las redes sociales, criticas al acuerdo diciendo que el gobierno se ha comprometido a renunciar a acciones judiciales contra presuntos autores de crímenes de guerra. Sin embargo, lo cierto es que no hay nada en el acuerdo que hable de una amnistía. Por el contrario, se prevé la creación de una comisión Verdad Justica y Reconciliación que debería examinar los abusos más serios cometidos durante los últimos anos.
Los acuerdos de paz, en riesgo
A pesar de que las partes prometieron respetar la paz, los ataques y muertes han seguido produciéndose en el país, aunque no con la intensidad del año pasado. Esta masacre en la que han sido asesinadas al menos 54 personas es el incidente más grave ocurrido desde el 6 de febrero. El gobierno ha dado tres días al “general” Sidiki para que entregue a la justicia a los autores de este crimen odioso y esta por ver si lo hara. No es de extrañar que, ante la frustración de ver como muchos civiles inocentes siguen siendo asesinados, muchas voces se hayan alzado contra el acuerdo de paz.
El problema es que cuando ocurren crímenes de esta magnitud en un país en conflicto, muchas personas acusan directamente a los que han promovido el acuerdo de paz, como si el haber firmado el documento fuera la causa inmediata de los ataques contra la población civil. Recuerdo muy bien, cuando yo mismo -hace ya una década y media- participe en un equipo de mediadores formado por líderes religiosos del norte de Uganda en conversaciones de paz entre el gobierno y los rebeldes del LRA, que cada vez que estos mataban a civiles o incendiaban poblados a los que promovíamos una solución negociada mucha gente nos insultaba, amenazaba o incluso nos acusaban directamente de traidores cuando no de ser los causantes de estas barbaridades.
Cuando un país vive un proceso de paz, es normal que la gente que sufre en sus propias carnes el sufrimiento causado por la violencia espere ver resultados inmediatos, pero estos suelen tardar mucho en verse, y lo más normal es que periodos de calma se alternen con periodos de ataques y muertes, hasta el punto de que muchas veces uno tenga la sensación de que todo se derrumba o incluso de que los esfuerzos por la paz han sido inútiles.
Mantener la calma
Es muy difícil, en estas circunstancias, mantener la calma y la mente clara. Una negociación de paz en un escenario de conflicto raramente se da por la buena voluntad de las partes enfrentadas. Lo más normal es que estas acepten sentarse a negociar porque han llegado a una situación de cansancio: los unos y los otros se dan cuenta -aunque no se atrevan a decirlo en público- de que nunca van a alcanzar sus objetivos a base de imponerse al contrario por la fuerza militar. Cuando el acuerdo peligra y muchos llegan a decir que no sirve para nada, hay que preguntarse: ¿cuál es la alternativa? ¿Volver a la guerra? Estoy convencido de que sería irresponsable llegar tan lejos.
Lo malo es que una vez firmado el pacto, la situación sigue siendo frágil y la violencia no se termina de golpe. Esto es así, bien porque algunos de los que han firmado no tienen una voluntad real de trabajar por la paz, o no raramente porque en el fondo no controlan a sus elementos, y basta un pequeño grupo de fanáticos armados para causar estragos. Por su parte, es muy comprensible que las victimas quieran ver a los responsables de los crímenes de guerra detenidos y juzgados, pero esto suele llevar tiempo sobre todo porque quien tiene que detenerlos no cuenta con los medios de hacerlo sin riesgos y con garantías de éxito. Y cuando se prepara un acuerdo de paz no hay más remedio que ofrecer algún cargo a los líderes rebeldes, los cuales no van a firmar a cambio de nada. No es de extrañar que quien ha visto a su familia masacrada o su pueblo incendiado por una milicia sienta que se le hierve la sangre cuando ver al jefe de los autores de estos crímenes pasearse con libertad e incluso ocupar algún puesto de responsabilidad.
Abría yo esta reflexión aludiendo al asesinato de sor Inés, acaecido al mismo tiempo que la masacre de la zona de Paoua. Estoy seguro de que a ella, que amaba a los centroafricanos, no le habrá gustado que en la prensa española se hayan dedicado multitud de titulares a su muerte y casi ninguno a la muerte de más de cincuenta personas del país por el que entrego su vida.