Pascua en Centroáfrica entre ruidos de balas Misa de Resurrección y diez litros de lejía
"Al recorrer los senderos del barrio donde vuelven los retornados pienso que en las situaciones más desesperadas de la vida siempre se encuentra uno con pequeñas victorias contra el mal donde está presente la acción de Dios"
"El agua sucia causa multitud de enfermedades, sobre todo la fiebre tifoidea, que para una persona débil y con pocas defensas puede significar la muerte"
“Un litro de lejía, 500 gramos de polvo de Atron y un saquito de sal”. Me lo apunto bien para que no se me olvide. Esto es lo que me dicen que hace falta para purificar el agua de uno de los pozos donde bebe la gente del barrio de Bearex. Mis acompañantes me llevan por callejuelas serpenteantes y me ensenan diez de esos pozos. El agua es la vida. Son las nueve de la mañana en Bangui y regreso de la Misa de Pascua en la parroquia de Fátima, que ha empezado antes de las siete, de celebrar la Vida con mayúsculas. Los que hemos llegado después de las seis y media de la mañana nos hemos quedado de pie porque no había ya sitio. Igualito que en España, digo para mis adentros.
Bearex está cerca de la iglesia. Es uno de los barrios de la capital centroafricana que se quedaron prácticamente vacíos cuando, en julio del año pasado, las milicias del Kilometro Cinco en enfrentaron con hombres armados de barrios vecinos. Los disparos, las amenazas y el miedo hicieron que miles de personas huyeran casi con lo puesto. Durante estos meses han sobrevivido como han podido convirtiéndose en huéspedes de sus familiares en otras zonas de la ciudad. Es difícil de imaginar lo que esto significa: yo, que tengo que cuidar de una familia de seis o siete miembros, veo que un día llama a la puerta mi hermano con su mujer y sus tres hijos (o cuatro, o cinco, o los que sean) que llegan con suerte de estar vivos. Les hago sitio para que duerman en el salón y todos los días tendré que pensar en cómo darles de comer. Siempre he pensado que la solidaridad es una de las razones por las que mucha gente en África no progresa económicamente. Como voy a ahorrar si el poco dinero que tengo me lo tengo que gasta en ayudar a mi familia que llega en estas penosas circunstancias. Y, si se ponen enfermos, tendré incluso que endeudarme si no quiero que se mueran.
Desde hace unos pocos meses, en la oficina de la ONU donde trabajo estamos ayudando a crear las condiciones de seguridad mínimas para que los desplazados de Bearex puedan volver a sus casas. En el barrio no hay jefe porque le asesinaron en julio del año pasado, y la gente ha elegido un Comité de Retorno que, entre otras cosas, negocian con los jóvenes que forman parte de la milicia armada para que no pongan trabas a la gente que vuelve a habitar sus casas. En muchos casos las encuentran medio destruidas y, sin ningún otro medio que sus propias manos, los vecinos hacen ladrillos con barro y reconstruyen las habitaciones como pueden. El problema del agua es más serio y, en realidad, afecta a la mayor parte de los habitantes de Bangui. Duele escuchar cuando las mujeres te cuentan como tienen que levantarse a las dos de la madrugada para caminar un buen rato y acudir a una fuente donde tendrán que esperar varias horas para llenar un bidón de veinte litros. Imposible entender como esto puede suceder en una ciudad construida a orillas de rio caudaloso y que no llega al millón de habitantes. El agua sucia causa multitud de enfermedades, sobre todo la fiebre tifoidea, que para una persona débil y con pocas defensas puede significar la muerte.
Hoy he ido a visitar la parte de Bearex más conflictiva, donde mucha gente aún no se fía de regresar, y lo he hecho acompañado del jefe de la milicia local, el cual me ha asegurado que ninguno de sus chicos va a molestar a los retornados. Intentaremos organizar actividades de limpieza comunitaria que, además de luchar contra la insalubridad, reunirá juntos a cristianos y musulmanes en un trabajo común que beneficiará a todos.
Antes, he acudido a la misa de Pascua. Me dice el párroco que ayer empezaron la vigilia pascual a las seis de la tarde y acabaron a las diez, después de bautizar a setenta catecúmenos. A la hora de empezar la eucaristía oyeron disparos procedentes del barrio de al lado. “Ya estamos acostumbrados y continuamos con la oración”, me comento. Afortunadamente, los cascos azules ruandeses patrullan en el exterior y en el interior del recinto de la parroquia, ofreciendo un sentimiento de seguridad. No he podido acabar la misa porque a las nueve tenía la cita para visitar Bearex y en Fátima, después de dos horas de liturgia, aún no había terminado el ofertorio.
Tras celebrar el triunfo de la Vida del Resucitado, al recorrer los senderos del barrio donde vuelven los retornados pienso que en las situaciones más desesperadas de la vida siempre se encuentra uno con pequeñas victorias contra el mal donde está presente la acción de Dios.