El caso Jon Sobrino visto desde África

En los 19 años que llevo por Uganda me he dado cuenta de que la reflexión teológica necesita un hueco en nuestras actividades. Entre celebrar la Eucaristía, dar cursillos a catequistas, construir dispensarios, realizar actividades de justicia y paz, plantar árboles o realizar otras obras sociales uno tiene el peligro de anquilosarse en el activismo y desligarse del campo intelectual.
Por eso siempre me he propuesto estar lo más posible al día en Teología, y cada vez que voy a España me doy más de una vuelta por librerías religiosas para ponerme al día y comprar más libros, para desesperación de mi madre que ya no sabe dónde ponerlos en casa. De Jon Sobrino me he leído unos cuantos, así como una buena cantidad de artículos, y también le he escuchado en algunas conferencias (cosa que dudo que hagan hecho algunos de los que aparecen por este ciberespacio condenando a Sobrino, pero ya se sabe que la ignorancia es muy atrevida).
Tengo una gran simpatía por Jon Sobrino, como por todos los teólogos que escriben desde la perspectiva de los lugares del mundo donde los pobres viven crucificados y condenados a la miseria. De él, como de muchos otros, he aprendido a identificar -con la compasión de la que él tanto escribe- a Jesús de Nazaret con estos nuevos condenados que durante tantos años han sido mis feligreses. Sobrino es un teólogo serio y profundo, que investiga con seriedad. No creo que nada de lo que él haya dicho o escrito esté en contra de la doctrina de la Iglesia. Nunca ha puesto en tela de juicio la divinidad de Jesucristo. Si Jesús –verdadero Dios y verdadero hombre- tuvo clara conciencia de su divinidad durante su vida histórica creo que es algo que se puede discutir y matizar mucho y dudo que merezca una condena, aunque doctores tiene la Iglesia...
De todos modos, hoy quería señalar que en Africa un caso como el de Sobrino no es probable que se produzca. ¿A que nunca han oído ustedes ningún caso de conflicto entre ningún teólogo africano y Roma? Yo tampoco, que yo recuerde. Y la razón me parece sencilla: porque aquí en Africa apenas hay teólogos, y eso me parece preocupante.
Tuve la fortuna o el infortunio de terminar mis estudios teológicos en el seminario nacional de Ggaba en Kampala (Uganda) en los años 84 y 85, y algo que me impresionó fue el bajísimo nivel intelectual de los profesores que nos enseñaban dogma, moral o Biblia. Poco ha cambiado desde entonces. La teología es una disciplina prácticamente exclusiva de los que se preparan al sacerdocio y cerrada a los laicos. Los profesores de teología –formados en facultades de Roma, Alemania, Nairobi o Estados Unidos- casi siempre se limitan a repetir tesis de otros, pero prácticamente nunca a investigar.
A los obispos africanos esta falta de reflexión teológica les viene bien, ya que si no hay problemas con Roma no falta el dinero, y todo va sobre ruedas. La Iglesia africana es totalmente dependiente de los subsidios vaticanos. Esto, unido al carácter africano que generalmente rehúye la polémica y la confrontación, explica las pocas inquietudes intelectuales en círculos eclesiales de este continente.
Hace años había unos pocos teólogos africanos de calidad que se podían contar con los dedos de una mano: Jean-Marc Ela y Engelbert Mveng, ambos cameruneses, a los que tuve la suerte de conocer. Mveng fue asesinado hace pocos años y Ela se exilió en Canada, de lo contrario hubiera corrido la misma suerte. En Sudáfrica, el dominico Albert Nolan es prácticamente el único que ha escrito obras teológicas (de cristología) de convincente calidad (Jesús antes del Cristianismo y Dios en Sudáfrica). Por lo demás, otros como el tanzano Laurenti Magesa, el ugandés John Mary Waliggo (que en los últimos años es dócil funcionario del gobierno, nadie sabe cómo se lo consienten) o el congoleño Benezet Bujo son más autores de artículos que de obras sólidas de teología.
En África faltan teólogos investigadores. Y es una pena. Porque el que no arriesga no pierde, pero nunca hará nada que merezca la pena. Ojalá en Roma castigaran también la pereza intelectual, mucho más nociva que los posibles errores de los que buscan que la teología avance.