¿Felices Pascuas de Navidad?

Es una forma frecuente de felicitarse durante estas fiestas. Lo hace mucha gente. Pero a mí me llama la atención que, para felicitar la Navidad, la expresión se mezcle con una referencia a la Pascua. «¡Pascuas de Navidad!».

Desde un punto de vista teológico cabría una interpretación pascual de la Navidad. Yo mismo he escrito sobre este tema y he apostado por una visión pascual de toda la vida de Cristo, desde su nacimiento hasta su glorificación a la derecha del Padre. Todo es pascual en el misterio de Cristo, desde su abajamiento y humillación que comienza con su encarnación y nacimiento, hasta su ascensión gloriosa («¿Un nuevo ciclo distinto de la pascua?», en Para vivir el año litúrgico, 171-174).

Pero Juan afina su pensamiento cuando nos relata, refiriéndose a Jesús, que «había llegado la hora de pasar de este mundo al Padre» (Jn 13, 1). Es la mejor definición de lo que fue la Pascua de Jesús: el «paso» [diábasis] de este mundo al Padre, el «paso» de la muerte a la vida, de la humillación a la glorificación.

Los judíos, al ser liberados por Dios de la esclavitud en Egipto, también experimentaron el paso del Mar Rojo, y el paso por el desierto camino de la tierra prometida por Yahvé. Celebraron el memorial de esta liberación operada por Dios, primero mediante la pascua del cordero (pascua nómada), en el marco de su peregrinación por el desierto; luego, al asentarse en la tierra prometida por Dios (pascua agraria) y cultivar los campos, mediante la pascua de los ázimos. La pascua del cordero y la pascua de los ázimos quedarán posteriormente unificadas en una sola fiesta.

Nosotros, los cristianos, también celebramos la pascua como memorial de la gran liberación operada por Jesús al entregar su vida en la cruz. En la eucaristía, sobre todo en la eucaristía dominical, celebramos nosotros el memorial de la Pascua nueva.


Concretemos. Además de celebrar la Pascua cada domingo en la eucaristía, los cristianos la celebramos de modo especial una vez al año. Después de una larga preparación de cuarenta días (la cuaresma), celebramos con júbilo el triunfo de Cristo, por la luna llena de primavera, en la noche de Pascua. Celebramos su victoria sobre la muerte, su paso de la muerte a la vida. Esa es la Pascua. La Pascua del paso. La Pascua del triunfo, de la victoria. La Pascua de la vida. La Pascua definitiva y total.

Ese es el sentido que respira este texto de la Homilía pascual de Melitón de Sardes, en el siglo II: «Yo soy la pascua de la salvación, /Yo el cordero inmolado por vosotros, / Yo vuestro rescate, / Yo vuestra vida, / Yo vuestra resurrección, / Yo vuestra luz, / Yo vuestra salvación, / Yo vuestro rey, / Yo os conduzco hasta las cumbres de los cielos,/ Yo os mostraré al Padre, / Yo os resucitaré por mi poder» [Peri pascha, 103, 790-800]. Y este otro fragmento, aún más vibrante: «Él es el que nos ha hecho pasar /De la esclavitud a la libertad, / De las tinieblas a la luz, / De la muerte a la vida, / De la tiranía al reino eterno» [Peri pascha, 68, 489-494].

Todo lo que podamos decir sobre el colorido pascual de la Navidad será por referencia a la Pascua del Paso. Ese es el sentido que encontramos en los más antiguos escritos de los Padre de la Iglesia. La Navidad, momento en que la luz comienza a alargarse y los días comienzan a ser más largos que la noche, ofrece apuntes cósmicos que relacionan a la Navidad con la Pascua. En ese sentido podemos hablar de las «Pascuas de Navidad»; siempre en un sentido analógico y referencial, por considerarse la fiesta de la luz.

Voy a traer un escrito antiguo que corresponde seguramente a un fragmento de homilía navideña, de origen griego, perteneciente a un autor desconocido: «Cuando después de la fría estación invernal aparece fulgurante la luz de la apacible primavera, la tierra germina y se cubre de hierba verde, las ramas de los árboles se cubren con nuevos retoños y el aire comienza a esclarecerse con el resplandor de Helios. Las bandadas de pajarillos se dispersan por el espacio, rebosante de alegría por sus trinos. Pero estad atentos, porque para nosotros hay una primavera celeste, que es Cristo, que se alza como un sol desde el seno de la Virgen. Él ha disipado las frías nubes borrascosas del diablo y ha devuelto a la vida los corazones soñolientos de los hombres disolviendo con sus rayos solares la niebla de la ignorancia. Elevemos, pues, el espíritu a la luminosa y bienaventurada magnificencia de este resplandor».

Estas palabras, pronunciadas con ocasión de la fiesta de navidad, recogen como trasfondo la simbología pascual de la luz. Las indiscutibles afinidades temáticas con la solemnidad pascual, que hasta llegan a crear una cierta perplejidad en el lector, que no acaba de discernir si se trata de un texto natalicio o pascual, demuestran palpablemente la coincidencia temática y la cercanía de ambas fiestas.

Como dicen los juristas distingue tempora et concordabis iura. Es la clave. El carácter popular de la expresión «felices pascuas de navidad», por muy extendido que esté el uso, no garantiza la justeza de la expresión. Es bueno establecer matices y distinciones para no cometer errores de bulto. La fiesta de pascua tiene, en la estructura del año litúrgico, su tiempo y su contenido específico propios; navidad, por su parte,también tiene el suyo. Como dice el castizo, hay que estar atentos para no confundir churras con merinas.

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