Las comunidades arcaicas también celebran
Ahora bien: mientras el hombre de las civilizaciones modernas se siente creador y protagonista de la historia, el hombre de las sociedades arcaicas se reconoce como la terminación de una historia mítica. Su cometido como hombre, a lo largo del tiempo, no consiste en crear la historia, sino en repetir los gestos y comportamientos primordiales, realizados de una vez para siempre en el tiempo mítico. Solamente en este caso, es decir, en la medida en que sus acciones reproducen e imitan las acciones ejemplares de los héroes míticos, aquéllas tienen sentido y realidad.
Ahora bien, los rituales sagrados se consideran como una forma privilegiada de imitar y repetir las acciones primordiales, realizadas por los dioses y los héroes, narrados en los mitos. La repetición ritual de las acciones míticas regenera el tiempo, establece un espacio sagrado y mantiene permanentemente la conexión del hombre con los antepasados míticos. La ejecución periódica del ritual provoca la regeneración espiritual y garantiza el mantenimiento del orden original.
En relación con los «arquetipos míticos» y la imitación ritual de los mismos es importante considerar el indudable interés que reviste la narración del mito. Estos refieren acontecimientos que han tenido lugar in principio, en el instante primordial, y sirven de modelo a las ceremonias rituales. Al narrar un mito se reactualiza el tiempo sagrado en que tuvieron lugar esos acontecimientos primordiales. Para el hombre arcaico los mitos no son creaciones fantásticas e irreales. Al contrario. Por pertenecer a la esfera de lo sagrado y estar en relación con seres sobrehumanos, el mito es considerado por el hombre arcaico como algo verdadero y real.
Como acabo de indicar, por tanto, en las sociedades arcaicas los rituales sagrados imitan las acciones primordiales, y las reproducen. Por eso, cada vez que se repite el rito se imita el gesto primordial del dios o del antepasado, el gesto que tuvo lugar en el origen del tiempo, en el tiempo mítico. Entra aquí, por tanto, una connotación especial, una idea nueva: la idea de periodicidad y la de repetición. Los rituales no se ejecutan de una vez para siempre. Hay que repetirlos una y otra vez, de forma periódica e insistente, penetrando e impregnando progresivamente la duración temporal en la que aparece inserta nuestra existencia cotidiana y desacralizada. Al ejecutar reiterada y periódicamente el ritual, el acontecimiento primordial, imitado y reproducido en el rito, se hace presente aquí y ahora, en este instante. No sólo el acontecimiento. También el tiempo mítico se reproduce y representa, por muy remoto que podamos imaginarlo.
Estos rituales, a los que vengo haciendo referencia en este apartado, revisten formas variadas y constituyen una importante constelación de gestos, actitudes, comportamientos, usos de carácter simbólico, acciones rituales, etc. Por otra parte se da también un recurso constante a elementos u objetos de carácter mágico o religioso cargados de significado y que remiten a espacios y fuerzas sobrenaturales. Estos elementos, que pueden ser un árbol, una roca, una piedra, un lago, una fuente, un río, un bosque, o cualquier otro elemento con carga simbólica, son llamados hierofanías y constituyen elementos de mediación que permiten a los miembros de la tribu o del clan conectar con fuerzas sobrenaturales y tomar contacto con lo sagrado. Este carácter hierofánico afecta también a personas, como los sacerdotes, brujos o chamanes, considerados personas sagradas; y a determinados comportamientos corporales como la danza, el canto, los gritos acompasados, los gestos colectivos, los baños lustrales, las unciones, etc. Todos ellos son componentes utilizados con frecuencia en los rituales.
Está claro que la regeneración del tiempo se lleva a cabo mediante la repetición cíclica de los rituales. El ritual transforma la duración profana en tiempo sagrado, en tiempo de salvación. Por eso, regenerar el tiempo es remitir al hombre a sus propios orígenes, recuperar el tiempo puro, el tiempo de la creación. En ese sentido toda repetición ritual, toda celebración, toda fiesta, no es sino la reactualización del acto creador. Los calendarios religiosos, de hecho, conmemoran a lo largo del año todas las fases cosmogónicas que han existido desde el principio. Cada año sagrado es un retorno incesante, periódico, al momento de la creación.
A la luz de estas reflexiones queda claro que la regeneración del tiempo hay que entenderla como una nueva creación, como una repetición del acto cosmogónico. Es una vuelta a los orígenes para empezar de nuevo. Es el triunfo del cosmos sobre el caos. Queda abolida y aniquilada una etapa para dar paso a una nueva era. El viejo mundo, sumido en el caos, queda disuelto para que surja una humanidad nueva y regenerada.
Todo esto se refleja de manera clara y sorprendente en las celebraciones tradicionales del año nuevo. Se trata de una reactualización de la cosmogonía, de la reanudación del tiempo en su comienzo, es decir, de la restauración del tiempo primordial. Con motivo de esta fiesta se procede a la realización de una serie de rituales de purificación por los que los pecados son eliminados y se expulsa a los demonios. Estos ritos de purificación representan el fin del mundo y la victoria sobre el caos. En la tradición iraniana durante las ceremonias del año nuevo se leía el poema de la creación. Esta lectura coincide con la narración del mito cosmogónico, por lo que no solamente se conmemora, sino que se reactualiza el gesto creador.
Dado que la cosmogonía es la suprema manifestación divina, la celebración cíclica del año nuevo permite al hombre la incorporación al gesto creador para recomenzar su existencia ab origine con nuevas fuerzas vitales y con nuevos estímulos. Regenerar el tiempo es, en definitiva, ofrecer al hombre y a la historia una nueva posibilidad de existencia.