El «hoy» de la liturgia navideña
De manera análoga, pero sin tanta insistencia, la liturgia de epifanía incide en la misma convicción: «Hoy la Iglesia se ha unido a su celeste Esposo» (antifona para el Benedictus), y en la antífona para el Magnificat en las segundas vísperas: «Veremos este día santo honrado con tres prodigios: hoy la estrella condujo a los magos al pesebre; hoy el agua se convirtió en vino en las bodas de Caná; hoy Cristo fue bautizado por Juan en el Jordán para salvarnos». Y en la fiesta del bautismo del Señor: «Hoy en el Jordán, bautizado el Señor, se abrió el cielo»; «hoy se han abierto los cielos»; «hoy se nos revela un gran misterio».
La repetición insistente del «hoy» no puede pasar inadvertida para quienes durante estos días celebramos la alabanza divina poniendo estas palabras en nuestros labios. ¿Qué significa este «hoy» reiterado e insistente? Simplificando la respuesta y yendo al grano, hay que responder que, con esa expresión, se intenta afirmar la presencia actualizada del misterio que se celebra. Quiero decir que el misterio del Dios hecho hombre y el de nuestra incorporación a la vida divina no es una realidad lejana, olvidada en el pasado histórico o, a lo sumo, traída a nuestra mente como un puro recuerdo psicológico. El misterio se hace presente y actual cuando la comunidad cristiana celebra la liturgia. Pero ¿cómo? ¿Cómo es posible hacer presente ahora un acontecimiento que se remonta al pasado histórico?
Esta pregunta nos sitúa de lleno en la encrucijada teológica que suscitaron los escritos de Odo Casel con su «Doctrina de los Misterios» (Mysterienlehre). El no llegó a establecer razones convincentes, capaces de responder a las múltiples cuestiones que le fueron formuladas por diversos teólogos y desde distintas instancias. Sin embargo, su intuición fue válida. Así lo confirmó de algún modo el Concilio Vaticano II cuando, tratando del año litúrgico, afirmaba: «Conmemorando así los misterios de la redención, (la Iglesia) abre las riquezas del poder santificador y de los méritos de su Señor, de tal manera que, en cierto modo, se hacen presentes (los misterios) en todo tiempo (adeo ut omni tempore quodammodo praesentia reddantur) para que puedan los fieles ponerse en contacto con ellos y llenarse de la gracia de la salvación" (Sacrosanctum concilium, 102).
Por tanto, los acontecimientos redentores, que son evocados y celebrados a lo largo del año litúrgico, no son puros recuerdos reconstruidos en la imaginación. En cierto sentido se hacen presentes y actúan como acontecimientos de salvación. Esto hay que decirlo también, por supuesto, del misterio que se celebra en navidad.
Este planteamiento teológico hunde sus raíces en la tradición patrística y de manera especial en León Magno, el cual ha inspirado una buena parte de los textos litúrgicos de mayor solera, conservados todavía en la liturgia romana. Aquí bebió Odo Casel y de aquí surgió su convicción más profunda respecto a la presencia viva y actuante del Señor en los misterios del culto y así entendió el célebre liturgista alemán la significación del Hodie, tantas veces repetido en los textos litúrgicos de la solemnidad romana de navidad. Para Dios, que es presencia perenne e incesante, no hay ni pasado ni futuro. Todo se resuelve en un «hoy» divino e inmutable. Para nosotros, que vivimos inmersos en la provisionalidad del tiempo, el instante presente —nuestro «hoy»— es pasajero, fugitivo, inconsistente. El «hoy» de Dios no pasa jamás. Significa una presencia inmutable, para siempre, que no se marchita jamás. Pero Dios, a través de las celebraciones del culto, nos brinda a los cristianos la posibilidad de entrar, desde ahora, en su presente inmutable, en el «hoy» eterno de la divinidad.
En el ahora, en el «hoy» de la celebración cultual, convergen misteriosamente el pasado y el futuro. Todo se hace presente. De ahí la riqueza inextinguible y la fuerza salvadora de los misterios del culto. De ahí también la consideración del culto como memoria del pasado y anticipación escatológica del futuro. A través, pues, de la celebración litúrgica la comunidad cristiana se libera de los estrechos límites de lo temporal y se ve transportada a la órbita de lo divino, inmersa en el eterno presente de Dios, en un «hoy» inmutable y siempre nuevo.
Solamente así es posible dar un sentido de autenticidad y de realismo a la esperanza del adviento. Quiero decir que, de no darse esta presencia viva y actuante del misterio del Dios hecho hombre, de no acontecer realmente en el «hoy» de la fiesta la manifestación salvífica del Hijo de Dios, la espera del adviento sería vana y frustrada, inconsistente y sin sentido. Si la espera vigilante del adviento es una realidad vivida intensamente por la comunidad cristiana, el adventus—la venida salvadora del Señor—debe hacerse presencia y realidad en el «hoy» de la fiesta.