Los pueblos saben hacer fiesta
Las fiestas populares cuentan con otras formas de expresión, menos convencionales quizás, pero sí más espontáneas, más exuberantes, más desinhibidas. Estoy pensando en esos discursos grandilocuentes ante muchedumbres enfervorizadas que, en sintonía con el chupinazo, sirven de pregón a la fiesta. Pienso en las bandas de música, tan abundantes en las Fallas de Valencia, que amenizan el desfile de las comparsas; pienso en las charangas de los pueblos de la Ribera del Ebro, formando comitiva con los gigantes y cabezudos, y en las carrozas; pienso en la gente vestida de forma estrafalaria, en los pasacalles, en las comidas al aire libre, en los pantagruélicos banquetes, en los concursos de jotas y de bailes, en las verbenas, en los cohetes, en las tracas y en los fuegos artificiales. Todo es exuberante en estas fiestas y extraordinario, hasta rayar en el exceso y el desenfreno, en lo estrafalario y en lo grotesco. Se come más, se bebe más, se canta más, se baila y se danza más, y se duerme menos. Todo es distinto del acontecer de cada día. Las casas y las calles, engalanadas con luces, guirnaldas y banderas, son distintas; las comidas, más selectas y copiosas, son distintas; las personas, vestidas de fiesta, aparecen de forma distinta; el transcurrir de las horas y de los días, sin obligaciones y sin trabajo, también es distinto. La celebración, como meollo de la fiesta, nos sitúa en un espacio aparte, separado, distinto del rodar monótono de lo habitual y de lo cotidiano.
Estas celebraciones, integradas por discursos, por gestos simbólicos, por aclamaciones y cantos, enriquecidas por expresiones simbólicas y festivas, cargadas de imaginación y sentimiento, o bien intentan evocar y rememorar importantes acontecimientos del pasado presentes en la memoria colectiva del pueblo, o bien, a través de la exuberancia y el desenfreno, intentan reproducir, aunque solo sea esporádicamente, nuevos modos de existencia, soñada pero nunca conseguida, en los que dominen la libertad sin trabas, y la felicidad sentida, y la abundancia, y la alegría desbordante. Es el gran sueño de la utopía que sólo la imaginación del pueblo y su capacidad celebrativa pueden hacer realidad.