Intendencia y poder en el Vaticano
La "Intendencia" es imprescindible. El papa, "obispo de Roma", se refería a la Curia romana. Cree ver en ella algunos "cortesanos". Han de ser expulsados. En un ejército, por ejemplo, la Intendencia proporciona y organiza todo lo necesario para su funcionamiento. Alojamiento, comida, ropas, equipos, armas.
Sin la Intendencia, el ejército nada valdría. Practicamente, no existiría. Ni siquiera se llegaría a la batalla. Mucho menos a la victoria. Con una Intendencia corrupta o ineficaz, sería muy difícil ganar batallas. Lo más probable, la derrota.
La Iglesia institución, a través de los siglos, fue configurándose como un organismo de poder. A imitación de los Estados soberanos se constituyó en Estado soberano. Lo fue desde el siglo XI. Gregorio VII, además de proclamar su "Dictatus Papae", creó la "militiaSancti Petri" o ejército pontificio. Pero la institución se perfeccionó en el siglo XVI.
Habría que remontarse a los emperadores Constantino y Teodosio, siglo IV. Es entonces cuando surge el Primado. Su evolución va paralela con la Intendencia. Primero fue el Secretario privado que devino en cardenal "nipote" (sobrino o hijo del papa). Éste se rodeaba de funcionarios y escritores, siempre más numerosos. Hasta que Sixto V (a. 1588) estructuró la Curia copiando de los gobiernos europeos. Creó 15 Congregaciones o Ministerios. Sustancialmente permanecen, si bien con las posteriores reformas de Pio X , Pablo VI y Juan Pablo II. Se suprimieron algunos dicasterios y se añadieron otros. La Curia está integrada también por Tribunales, Secretariados, Uffici. Y, a partir de Pablo VI, a la cabeza, la Secretaría de Estado. Francisco está empeñado en reformar la Curia. Para ello ha designado como colaboradores a ocho cardenales.
La ostentosa exhibición de ayer en Tarragona me ofrece la ocasión para reflexionar sobre la Curia y su poder. En el caso de esta masiva beatificación, la Curia romana atendió el requerimiento de la Jerarquía española. La causa de beatificación venía fraguándose desde los años 80, pontificado de Juan Pablo II. Francisco ha tenido muy poco protagonismo en ella. Todo estaba cocinado. Me atrevo a conjeturar que Francisco no habría impulsado esta causa o la habría rechazado en origen.. Pero no podía pararla sin desautorizar radicalmente a su imprescindible Intendencia.
La exaltación exclusiva de españoles fusilados por el bando republicano en nuestra guerra civil no ha dejado de sorprender. Es más, ha causado escándalo y estupor en una buena parte de la población. Teólogos críticos y cristianos de base hicieron llegar una carta a Francisco con el ruego de cancelar la ceremonia. Según ellos, aunque al morir hayan gritado "viva Cristo Rey", su ejecución tuvo un claro componente político, más que religioso. Por lo demás, afirman, también hubo muchos "mártires" ejecutados por el otro bando, algunos tan cristianos y ejemplares como los ahora beatificados. Murieron defendiendo valores democráticos y evangélicos que alcanzaban al bienestar de los más necesitados. Ayer fueron 522, pero los "mártires del siglo XX", ligados a nuestra guerra civil, ya son 1.522. Una exageración si se piensa que, como escribe San Pablo, todos los seguidores de Cristo somos santos. Parece que la elevación a los altares debería estar restringida a especiales modelos de conducta. Y, por supuesto, evitando escándalos, heridas, rencores y divisiones. A Juan Pablo II se le acusa de abuso al haber proclamado 1.338 beatos y 482 santos. En total, 1.820, cifra superior al conjunto de las beatificaciones y canonizaciones canónicas anteriores.
La ceremonia de Tarragona ha venido a recordarnos la tragedia bélica y la dictadura franquista. Es comprensible la asistencia de obispos y cardenales. Es su deber de sumisión a Roma y puede que sea su convicción. Son sucesores de quienes aprobaron y santificaron el golpe de Estado y la subsiguiente Dictadura. Asistió una representación de fuerzas políticas de la derecha. Reducida, ciertamente. Con sus declaracioners avalaron el evento como si de los suyos se tratara. Ningún representante de partidos o fuerzas políticas de izquierda. Muy probablemente, entre los beatificados hay familiares, vecinos o amigos de dirigentes, militantes y votantes de esa otra media España. De nuevo, las dos Españas. Nuestro gobierno – también los anteriores – está todavía lejos de la deseada aconfesionalidad constitucional y de la reconciliación nacional.
Volviendo al papel de la Intendencia, me temo que el "buenismo" del actual papa se estrellará con su Intendencia. Me lo dice la experiencia. También yo fui llamado a la Curia por Pablo VI para dar curso a la "revolución" conciliar. Eso me dijo el cardenal Ottaviani al darme la bienvenida. Voy a referirme exclusivamente a la faceta doctrinal, esencial para un "aggiornamento" eclesial.
Fue entonces cuando se suprimió la Congregación del "Índice" (de libros prohibidos), se simuló trascender el Santo Oficio reconvirténdolo en "Sagrada Congregación para la Doctrina de la Fe", conmigo entraron en el Palazzo ocho jóvenes oficiales doctores en Teología procedentes de varios continentes, el prefecto del ex-Santo Oficio dejó de ser italiano, los documentos curiales ya no eran exclusivamente en latín, etc.... Ocho años después, me convencí de que el ex-Santo Oficio seguía siendo Santo Oficio. Que los teólogos críticos eran silenciados, castigados y sus libros censurados en base a procesos típicamente inquisitoriales. Que los consultores y miembros cardenales del dicasterio eran de corte preconciliar y apenas versados en la materia a juzgar. Que las propuestas del Vaticano II eran desoídas o interpretadas en la línea tradicional. Que el prestigio, el poder, la autoridad , el dinero, la diplomacia, la popularidad prevalecían sobre otros valores humanos y, por tanto, evangélicos. Que Pablo VI había tirado la toalla. En la década de los 70, de la docena de oficiales que formábamos la Sección Doctrinal, sólo tres resistieron. Fueron recompensados. Uno es cardenal y los otros son obispos.
¡Qué más quisiera yo que dentro de una o dos décadas mis previsiones hayan resultado fallidas! Ojalá Francisco tenga el éxito que sus gestos sencillos y ejemplares preconizan. Ojalá logre lo que Juan XXIII y el Vaticano II no consiguieron. Estoy convencido de que, si no lo logra, no será por él. La Intendencia es muy poderosa, enraizada en un Papado milenario, en los Estdos Pontificios, en los dogmas del Tridentino, en la centralización del Vaticano I. La Intendencia es capaz de desautorizar al advenedizo Jefe. El cardenal Ottaviani, entonces prefecto del Santo Oficio, llegó a sopesar la deposición de Juan XXIII por herejía. Su aventurada tentación traía fundamento de especulaciones teológicas de nuestra edad dorada. Como en tantos otros procedimientos, la muerte hizo archivar el caso. Es la confiada esperanza de la Intendencia. Pasan los papas. Sigue la Curia.
Sin la Intendencia, el ejército nada valdría. Practicamente, no existiría. Ni siquiera se llegaría a la batalla. Mucho menos a la victoria. Con una Intendencia corrupta o ineficaz, sería muy difícil ganar batallas. Lo más probable, la derrota.
La Iglesia institución, a través de los siglos, fue configurándose como un organismo de poder. A imitación de los Estados soberanos se constituyó en Estado soberano. Lo fue desde el siglo XI. Gregorio VII, además de proclamar su "Dictatus Papae", creó la "militiaSancti Petri" o ejército pontificio. Pero la institución se perfeccionó en el siglo XVI.
Habría que remontarse a los emperadores Constantino y Teodosio, siglo IV. Es entonces cuando surge el Primado. Su evolución va paralela con la Intendencia. Primero fue el Secretario privado que devino en cardenal "nipote" (sobrino o hijo del papa). Éste se rodeaba de funcionarios y escritores, siempre más numerosos. Hasta que Sixto V (a. 1588) estructuró la Curia copiando de los gobiernos europeos. Creó 15 Congregaciones o Ministerios. Sustancialmente permanecen, si bien con las posteriores reformas de Pio X , Pablo VI y Juan Pablo II. Se suprimieron algunos dicasterios y se añadieron otros. La Curia está integrada también por Tribunales, Secretariados, Uffici. Y, a partir de Pablo VI, a la cabeza, la Secretaría de Estado. Francisco está empeñado en reformar la Curia. Para ello ha designado como colaboradores a ocho cardenales.
La ostentosa exhibición de ayer en Tarragona me ofrece la ocasión para reflexionar sobre la Curia y su poder. En el caso de esta masiva beatificación, la Curia romana atendió el requerimiento de la Jerarquía española. La causa de beatificación venía fraguándose desde los años 80, pontificado de Juan Pablo II. Francisco ha tenido muy poco protagonismo en ella. Todo estaba cocinado. Me atrevo a conjeturar que Francisco no habría impulsado esta causa o la habría rechazado en origen.. Pero no podía pararla sin desautorizar radicalmente a su imprescindible Intendencia.
La exaltación exclusiva de españoles fusilados por el bando republicano en nuestra guerra civil no ha dejado de sorprender. Es más, ha causado escándalo y estupor en una buena parte de la población. Teólogos críticos y cristianos de base hicieron llegar una carta a Francisco con el ruego de cancelar la ceremonia. Según ellos, aunque al morir hayan gritado "viva Cristo Rey", su ejecución tuvo un claro componente político, más que religioso. Por lo demás, afirman, también hubo muchos "mártires" ejecutados por el otro bando, algunos tan cristianos y ejemplares como los ahora beatificados. Murieron defendiendo valores democráticos y evangélicos que alcanzaban al bienestar de los más necesitados. Ayer fueron 522, pero los "mártires del siglo XX", ligados a nuestra guerra civil, ya son 1.522. Una exageración si se piensa que, como escribe San Pablo, todos los seguidores de Cristo somos santos. Parece que la elevación a los altares debería estar restringida a especiales modelos de conducta. Y, por supuesto, evitando escándalos, heridas, rencores y divisiones. A Juan Pablo II se le acusa de abuso al haber proclamado 1.338 beatos y 482 santos. En total, 1.820, cifra superior al conjunto de las beatificaciones y canonizaciones canónicas anteriores.
La ceremonia de Tarragona ha venido a recordarnos la tragedia bélica y la dictadura franquista. Es comprensible la asistencia de obispos y cardenales. Es su deber de sumisión a Roma y puede que sea su convicción. Son sucesores de quienes aprobaron y santificaron el golpe de Estado y la subsiguiente Dictadura. Asistió una representación de fuerzas políticas de la derecha. Reducida, ciertamente. Con sus declaracioners avalaron el evento como si de los suyos se tratara. Ningún representante de partidos o fuerzas políticas de izquierda. Muy probablemente, entre los beatificados hay familiares, vecinos o amigos de dirigentes, militantes y votantes de esa otra media España. De nuevo, las dos Españas. Nuestro gobierno – también los anteriores – está todavía lejos de la deseada aconfesionalidad constitucional y de la reconciliación nacional.
Volviendo al papel de la Intendencia, me temo que el "buenismo" del actual papa se estrellará con su Intendencia. Me lo dice la experiencia. También yo fui llamado a la Curia por Pablo VI para dar curso a la "revolución" conciliar. Eso me dijo el cardenal Ottaviani al darme la bienvenida. Voy a referirme exclusivamente a la faceta doctrinal, esencial para un "aggiornamento" eclesial.
Fue entonces cuando se suprimió la Congregación del "Índice" (de libros prohibidos), se simuló trascender el Santo Oficio reconvirténdolo en "Sagrada Congregación para la Doctrina de la Fe", conmigo entraron en el Palazzo ocho jóvenes oficiales doctores en Teología procedentes de varios continentes, el prefecto del ex-Santo Oficio dejó de ser italiano, los documentos curiales ya no eran exclusivamente en latín, etc.... Ocho años después, me convencí de que el ex-Santo Oficio seguía siendo Santo Oficio. Que los teólogos críticos eran silenciados, castigados y sus libros censurados en base a procesos típicamente inquisitoriales. Que los consultores y miembros cardenales del dicasterio eran de corte preconciliar y apenas versados en la materia a juzgar. Que las propuestas del Vaticano II eran desoídas o interpretadas en la línea tradicional. Que el prestigio, el poder, la autoridad , el dinero, la diplomacia, la popularidad prevalecían sobre otros valores humanos y, por tanto, evangélicos. Que Pablo VI había tirado la toalla. En la década de los 70, de la docena de oficiales que formábamos la Sección Doctrinal, sólo tres resistieron. Fueron recompensados. Uno es cardenal y los otros son obispos.
¡Qué más quisiera yo que dentro de una o dos décadas mis previsiones hayan resultado fallidas! Ojalá Francisco tenga el éxito que sus gestos sencillos y ejemplares preconizan. Ojalá logre lo que Juan XXIII y el Vaticano II no consiguieron. Estoy convencido de que, si no lo logra, no será por él. La Intendencia es muy poderosa, enraizada en un Papado milenario, en los Estdos Pontificios, en los dogmas del Tridentino, en la centralización del Vaticano I. La Intendencia es capaz de desautorizar al advenedizo Jefe. El cardenal Ottaviani, entonces prefecto del Santo Oficio, llegó a sopesar la deposición de Juan XXIII por herejía. Su aventurada tentación traía fundamento de especulaciones teológicas de nuestra edad dorada. Como en tantos otros procedimientos, la muerte hizo archivar el caso. Es la confiada esperanza de la Intendencia. Pasan los papas. Sigue la Curia.