Papa, Obispo, Patriarca

Papa, Obispo, Patriarca
En un anterior escueto post elaborado durante la "sede vacante", hice referencia a los títulos del papa. Me atreví a considerar algunos de ellos abusivos, escandalosos, falsos o hipócritas. Se salvaba uno de esos títulos que, sorprendentemente, no siempre se recogíó en el "Annuario Pontificio". Es el de "obispo de Roma". Podría añadir ahora el de "patriarca de Occidente" que, desde hace pocos años, también fue eliminado del Anuario Pontificio . Con una cierta fruición, constato que el nuevo papa Francisco está en mi línea. En las primeras alocuciones recogidas por los media, se presenta sólamente como "obispo de Roma". Más aún, al referirse a su predecesor Benedicto XVI, lo llama "emérito obispo de Roma".

Ninguna pretensión de novedad. Sólo intento acercar al lector menos versado algunas nociones históricas que la reciente elección papal suscita. Hoy, me limito a los títulos "obispo", "papa" y "patriarca". Son títulos milenarios, pacíficamente aceptados.

La denominación de "obispo" (del griego episkopos, el que mira desde arriba) tiene su origen en la edad apostólica. No eran necesariamente clérigos. Mucho menos, obispos en el sentido actual. Eran los líderes de cada comunidad cristiana, a veces ancianos (presbyteroi) o miembros destacados por su virtud y cualidades. Sólo a partir del Concilio de Éfeso, siglo IV, las comunidades cristianas se organizaron en diócesis con un episkopos al frente.

Al menos desde el siglo IV, hay constancia de un obispo en Roma. Pero al presidente de la comunidad cristiana romana no se le atribuyó en exclusiva el título de "papa" hasta el siglo X.

El apelativo "papa" (del griego pappas, padre) era usado en los primeros siglos del Cristianismo para sacerdotes u obispos. En los siglos IV y V, se encuentran referencias al "papa de la ciudad de Roma" (papa urbis Romae). Otros obispos eran igualmente llamados "papas". En el siglo IX el título de "papa" comenzó a reservarse para el obispo de Roma. Gregorio XI (1073 – 1085) prescribió que esa denominación fuera exclusiva del obispo de Roma.

Otro de los más antiguos títulos del obispo de Roma fue el de "patriarca de Occidente". El significado filológico de "patriarca" (del griego patriarjes, padre principal) es similar al de "papa" y rememora el papel del patriarca bíblico, cabeza de toda una tribu con su territorio y su vida social. Sirvió para identificar y encumbrar a algún "papa" u obispo al que se le atribuyó jurisdicción sobre otros papas y obispos. Ya desde Nicea (a. 325) y, sobre todo, desde el Concilio de Constantinopla (a. 381), ese título fue reservado a cuatro obispos. Eran aquellos que regían comunidades importantes presuntamente de origen apostólico. A saber:
Patriarca de Occidente, obispo de Roma, con origen en Pedro y Pablo;
Patriarca de Alejandría, comunidad fundada por Marcos;
Patriarca de Antioquía, con origen en Pedro y Pablo;
Patriarca de Constantinopla, con origen en Andrés.

El Concilio de Constantinopla establece el rango de los cuatro patriarcados. Roma, capital del Imperio, tendría primacía de honor sobre los otros. Le sucedería el de Constantinopla, la Nueva Roma. Supeditados a Constantinopla quedarían los otros dos.

Años después, el Concilio de Calcedonia (a. 451) crea el Patriarcado de Jerusalén. Esa comunidad había sido fundada por Santiago el Menor.

Los cinco patriarcados enumerados constituyen la llamada "Pentarquía". Son el eje institucional jerárquico y geográfico de la Cristiandad durante el primer milenio. Al Patriarcado de Roma correspondería tan sólo el Occidente europeo, desde el Adriático hasta Finisterre.

Con el paso de los siglos, el Patriarcado de Constantinopla fue acrecentando su influencia. Su titular se denominará "patriarca ecuménico". A causa de la dominación musulmana los otros patriarcados orientales se diluyen. El cisma de Oriente (a. 1054) deja aislado el patriarcado de Roma, pero no fuera de la organización eclesiástica primitiva. Unido al de Constantinopla se creó el Patriarcado de Kiev-Moscú. Se sumaron luego varios patriarcados, los llamados de iglesias autóctonas y otros patriarcados en Oriente.

Por su parte, la Iglesia latina erigió también nuevos patriarcados en Occidente y, lo que es más sorprendente, también en Oriente. Algunos, con especial efectiva jurisdicción, otros son simplemente honoríficos. Los descubrimientos de nuevas tierras allende el Atlántico y la implantación del Cristianismo romano en el Nuevo Mundo han supuesto un descomunal aumento del poder y del ámbito jurisdiccional del patriarca de Occidente. Coincidió, además, con el esplendor político-económico del Estado Pontificio romano.

En 2006, Roma decide prescindir del título de "patriarca de Occidente". Conserva otros títulos con contenido de hegemonía mundial, incluyendo, por tanto, también los países de Oriente. El Anuario Pontificio de 2007 ya no menciona dicho título.

Poco después, en julio de 2007, el Patriarcado de Constantinopla emitió una nota de protesta.

"Se comunica que el Sacrosanto Sínodo del Patriarcado Ecuménico debatió la importancia y las consecuencias para las relaciones de la Iglesia Ortodoxa con la Iglesia Católica Romana, de la reciente decisión de Su Santidad el Papa de Roma Benedicto XVI de eliminar de sus títulos que se mencionan en el Anuario Pontificio del año 2006, de aquel de “Patriarca del Occidente”, y mantener los títulos de “Vicario de Cristo”, “Pontífice Máximo de la Iglesia Mundial” etc"

El comunicado de Constantinopla analiza, en varios apartados, la inoportunidad y las funestas consecuencias del proceder del papa de Roma. Incide, sobre todo, en la previsible incrementada dificultad de un deseado acercamiento de las iglesias cristianas. Le recuerda a Benedicto XVI cuanto, en calidad de profesor Ratzinger, en 1982, escribió:
"Roma no puede exigir al Oriente, en lo concerniente a la primacía, más de lo que fue formulado y aplicado en el transcurso del primer milenio".

La jugada efectuada por el papa Ratzinger en 2006 es un "déjà vu" de su irregular desconcertante trayectoria ideológica. Sigue a otras jugadas involucionistas que tienen el punto de partida en su designación como arzobispo-cardenal de Munich (a. 1977) y más tarde (a. 1981) como cancerbero doctrinal en el ex-Santo Oficio. Dejando de lado sus planteamientos doctrinales conciliares, entonces coincidentes con los de sus colegas y con el mismo Vaticano II, Ratzinger se lanzó a la caza de teólogos progresistas a los que amordazó.

En un arrebato de dogmatismo intransigente, en 2000, elaboró e hizo publicar el desconcertante documento "Dominus Jesus", con expresa aprobación del papa Juan Pablo II. La declaracióin "Dominus Jesus" pretende cerrar caminos a la investigación teológica auspiciada por el último Concilio. Es un profuso alegato contra el pluralismo religioso planteado por muchos teólogos punteros. Una exposición-imposición de una determinada discutible visión sobre las principales facetas teológicas: Revelación, Soteriología, Cristología, Eclesiología, Ecumenismo. Consecuente con su exagerada lucha contra el relativismo teológico, en esa declaración Roma se proclama la única depositaria de la completa verdad y de la salvación: "ésta es la única Iglesia de Cristo". A otras confesiones cristianas y a otras religiones, les concede algunas migajas de verdad y de salvación. La "Dominus Jesus" se posiciona más cerca del Sylabus que del Vaticano II y de los papas Juan XXIII y Pablo VI. Se comprende, pues, la inmediata protesta de numerosos teólogos.

El Concilio Vaticano I (a. 1870), con sus definiciones dogmáticas (primado absoluto e infalibilidad), ya había creado gravísimas dificultades para la unión de las iglesias cristianas. La "Dominus Jesus" vino a interrumpir un moderno proceso de acercamiento escenificado en el abrazo de Pablo VI y el patriarca Atenágoras. Roma se ha engreído con sus más de mil millones de bautizados católicos en su ampliado territorio occidental. Intervienen aquí los poderes diplomático, político, económico y social. Roma no se atiene a la división geográfica establecida en los albores del Cristianismo. Implanta sus reglas y doctrinas sin contar con la tradición patriarcal. Propina la definitiva puntilla a la "Pentarquía". Rompe amarras con los patriarcados orientales y sigue su camino. Constantinopla protesta. Roma hace oídos sordos. Se considera autosuficiente e independiente. El diálogo ecuménico, roto. El papa de Roma ya no tolera ser sólo "patriarca de Occidente". Amplía su área de poder. Se autotitula "Sumo Pontífice de la Iglesia Universal".

A diferencia de Ratzinger, Bergoglio no es un teólogo profesional. No tiene escuela teológica propia. Es de esperar que no pretenderá preservar ni imponer una sesgada visión del Cristianismo y que fomentará el progreso teológico. En sus primeros días en el Vaticano, Francisco ha emitido signos de humildad, también la doctrinal. Ha priorizado la acción sobre la ideología: su elocuente nombre elegido, su respeto a las convicciones de los oyentes, su sencillez con gestos nada teatrales, su manifiesta ilusión por una Iglesia pobre, su confesado amor a los pobres, sus alocuciones nada pontificales, su cuidado en evitar ser llamado con ampulosos títulos diversos a "obispo de Roma", su espontáneo beso a una mujer ante las cámaras, ni zapatos rojos ni sombrero púrpura, sólo chapado en vez de oro en anillo y mitra... Todo hace presagiar una primavera de esperanza. Amen.
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