Fuera de sitio

Son muchos los que me han pedido una lista de lo mejor que he visto, leído y escuchado. Siempre digo lo mismo: la verdad es que no tengo ni idea. Me cuesta elegir cualquier cosa en la vida, ¡como para tener que contestar semejante pregunta!

Este año no dejo de ver listas por todas partes. Todo el mundo quiere hacer la suya. Muchos las extienden a toda su vida, aunque hablen de cosas que acaban de salir hace unos meses y no conozcan apenas nada. La memoria es hoy en día tan corta, que uno ya no se acuerda de lo que apareció a principios de año. Lo que pasa es que las listas también son útiles. Uno descubre nuevas cosas. Y cuando el que las hace conoce bastante, suelen ser interesantes. Despiertan por lo menos curiosidad…

Total, que este año me han convencido, no a hacer una lista para elegir lo mejor del año –que para mí es imposible–, sino a escribir sobre algunas de las películas que he visto –demasiadas, siempre–, y me han emocionado especialmente. Sorprendentemente, he encontrado un tema común en muchas de ellas. Es esa sensación de desorientación que uno tiene a menudo, cuando se encuentra fuera de sitio…

FUERA DE LUGAR

Fuera de Lugar Algunos quieren salir de su país, como “Bárbara” en la sorprendente película de Christian Petzold. “Hay que estar loco para ser feliz en este país”, dice esta joven médico de la Alemania del Este en los años 80. La RDA olía a naftalina y a rancio, recuerda este director nacido en el Oeste, pero de padres escapados del Este. Cuando la doctora solicita un traslado, para escapar con su marido a Dinamarca, le dan un destino de castigo en una clínica rural. Sometida a un continuo control, no se pueda fiar de nadie, pero en este hospital, tanto víctimas como verdugos están enfermos. El relato de su huída se convierte así en una historia de amor. Y éste viene por el sacrificio.

La Buena Noticia del Evangelio es que la liberación viene por un acto de amor redentor. Y esa entrega está en el centro de las mejores historias. “El capitán Phillips”, que interpreta Tom Hanks en la película de Paul Greengrass, es por eso algo más que un héroe americano. Su aparente calma esconde la ansiedad por reunirse con su familia, pero está dispuesto a dar la vida por sus hombres. El último cuarto de hora del secuestro real de este barco, por piratas somalíes, es uno de los momentos más intensos que he visto en el cine este año.

Aunque me mareo en los barcos, las historias de mar siempre me han fascinado. La verdad es que no sé nadar, pero tampoco Thor Heyerdahl y recorrió el océano Pacífico en una balsa. La obsesión del aventurero noruego por demostrar que los pueblos precolombinos fueron los primeros en habitar la Polinesia, le llevó a dejar su familia en 1947 y emprender la travesía con la “Kon-Tiki”, de nueve troncos de madera, atados con cuerda de cáñamo. Su viaje rompió su matrimonio. Se casó cuatro veces, pero no podía dejar de emprender una expedición tras otra.

La aventura humana nos ha llevado finalmente al espacio, pero allí tampoco parece que hemos encontrado nuestro medio. Como Sandra Bullock en “Gravity”, queremos regresar a nuestro planeta, para sentirnos de nuevo seguros. El film del mexicano Alfonso Cuarón nos habla de la capacidad humana para evitar la extinción, pero también de nuestras limitaciones. A pesar de nuestra tecnología, somos seres vulnerables. No podemos determinar nuestro destino y asegurar nuestra vida.

En cualquier momento un accidente puede acabar con nosotros –como ocurre con la hija del personaje de Bullock, o sus compañeros de equipo–. Ella dice que nunca la enseñaron orar, pero ¿hay Alguien que escuche su plegaria?, ¿o es por suerte, que sobrevive? Según creamos que la gracia, o el azar, gobiernan el universo, así entenderemos la expresión final de “gracias” al final de esta película…

LEJOS DE CASA

Lejos de casa Somos criaturas dominadas por el miedo. Cuando descubrimos lo vulnerables que somos, nos sentimos indefensos. Dice Gracia Querejeta que un día vio en los ojos de su hijo adolescente “algo extraño, ajeno, un brillo de incertidumbre entre la certeza de un universo que se desmorona”. Así nace “15 años y un día”, una historia sobre el adolescente que muchos todavía somos, “el terror de la responsabilidad, el pavor a ser abandonado, el pánico a no llegar a lo que los demás esperan” –como observa Luis Martínez–. Es una película de miradas, palabras de dolor, pero principalmente de “todo aquello que nos delata como los seres asustados que somos”.

No todas las historias de adolescentes son de jóvenes descerebrados, obsesionados por el sexo, que hacen bromas estúpidas. Hay también un tipo de relato inteligente y sensible, que refleja la angustia y la soledad, cuando uno se da cuenta de que nadie le entiende. Charlie, el sensible adolescente de finales de los ochenta en “Las ventajas de ser un marginado” (“invisible” en Latinoamérica)” –el emocionante libro que hizo su director, Stephen Chbosky en forma de cartas–, vive una sexualidad confusa, pero está hambriento de amor y cariño. Es un film conmovedor, que te retrae a una época que algunos conocimos bien, que refleja la canción de los Smiths, “Asleep”.

Vivir es fácil con los ojos cerrados” es también el comienzo de una canción, el inolvidable “Help” de los Beatles, que da título a una bonita película de David Trueba. En ella seguimos el viaje de un profesor de inglés –un irreconocible Javier Cámara–, para conocer a Lennon en Almeria –donde está rodando con Richard Lester en 1966 y compone “Strawberry Fields” –, pero sobre todo la historia de una chica embarazada y de un chaval que se ha largado de casa por enfrentamientos con su padre. Todo está contado con una delicadeza y una ternura nada habitual en el cine español.

Esa sensación de orfandad llena también las películas del japonés Kore-Eda. “De tal padre, tal hijo” nos presenta esta vez el enigma de la paternidad. Descubrir que tus hijos no son los que creías es una situación desconcertante. ¿Hay que buscar reflejos, huellas o gestos de reconocimiento en tus hijos?, ¿o más bien, celebrar la diferencia? A los padres de este hermoso film, les comunican que sus hijos de seis años fueron intercambiados por error en el hospital, al nacer. Uno es criado por un arquitecto de éxito que vive en una casa estupenda con una bella mujer, mientras que el otro es un humilde dueño de una tienda de complementos eléctricos.

¿Es tu hijo el que vive contigo?, ¿o el que comparte tu sangre? El sensible director de “Nadie sabe”, “Still Walking” o “Kiseki”, sigue indagando en el universo de la familia, mostrando el drama de unos niños desconcertados, pero también la eterna búsqueda del Padre que nos da nuestra identidad.

Si nuestras vidas son los ríos que van a dar a la mar –como dice Manrique en sus “Coplas a la muerte de su padre”–, pasan por el barro del que habla “Mud”. Esta emocionante historia se sitúa en el frágil espacio que hay entre los sueños de nuestra infancia y la aceptación de esa realidad oscura que nos hace ser adultos. Jeff Nichols nos presenta a dos críos, uno huérfano y otro con padres a punto de divorciarse, que viven al borde del río. En su confusión, los chavales se refugian en una isla donde encuentran a un Robinson misterioso que intenta sobrevivir, herido de amor.

El pasado es a la vez determinante y borroso. Nos enfrenta a la herencia de los pecados de nuestros padres, pero desde las esperanzas de los hijos. Sentimos los lastres del pasado, frente a un intangible futuro. ¿Es el río de la vida un continuo fluir, o un eterno retorno? Para el adolescente, es una aventura, la promesa de un viaje a un lugar desconocido, donde se ansía hallar el amor, la amistad, la seguridad. ¿Nos atascaremos en el barro y nos morderá una serpiente? Como en otras películas de Nichols, hay un simbolismo bíblico sin el cual no se puede entender “el río de la vida”.

LAS HUELLAS DEL TIEMPO

Las huellas del tiempo La vejez es un tabú. Algo de lo que nadie habla y a todos nos molesta. Es como si los ancianos estuvieran mejor escondidos, donde nadie los vea, porque rodeados de imágenes de cuerpos jóvenes parece que el tiempo no pasa. En la devastadora “Amor”, el director austriaco Haneke nos presenta el físico octogenario de Trintignant y Riva, para mostrarnos la realidad de la que todos queremos huir: nos hacemos viejos.

Este drama incomparable nos lleva a pensar sobre la muerte y cómo nos enfrentamos a ella. ¿Es un paso a otro mundo?, ¿o un oscuro descenso a la nada? ¿La abrazamos como una amiga?, ¿o luchamos valientemente con ella? El valor, ¿es rendirse?, ¿o resistirla? El tiempo pasa, pero como dice Simone de Beauvoir, “cuando miramos la imagen de nuestro futuro, que nos da el anciano, no nos lo creemos: una absurda voz interior nos susurra que eso no nos pasará nunca”.

En “Un amigo para Frank” un viejo y solitario cascarrabias mantiene su pasión por los libros en un mundo que le resulta cada vez más ajeno. Su única amistad es con una bibliotecaria, que intenta adaptarse a los nuevos tiempos tecnológicos. Al empezar a perder la memoria, sus hijos deciden regalarle un robot, ya que no tienen tiempo para cuidarle. Tras el rechazo inicial, se establece una extraña relación entre el hombre y la máquina. Esta curiosa película nos habla de la vejez, la soledad y el olvido.

El veterano realizador japonés Yôji Yamada hace en “Una familia de Tokio” una nueva versión del clásico de Ozu en los años 50. Actualiza la historia de esta pareja de ancianos que se desplaza a la capital para ver a sus hijos. Su visita resulta ser tal incomodidad para ellos, que los acaban llevando a un hotel, pero allí no aguantan más de un día, pensando que es demasiado caro. Esta sociedad acomodada nos muestra unos hijos de un egoísmo recalcitrante con nietos aún más desganados. Sólo la muerte dará un giro trascendental a estos seres, inmersos en el vacío de la vida cotidiana.

La trilogía de Linklater captura la belleza y el dolor del tiempo que pasa, la realidad de nuestra presencia temporal en el mundo. Nos lleva desde “antes del amanecer” hasta “el atardecer” de una pareja, “Antes del anochecer”. Dice el actor Ethan Hawke que “la primera película era sobre lo que podrían haber sido las cosas, la segunda sobre lo que deberían haber sido y la tercera sobre lo que son”. Una nos habla de nuestros sueños, otra de la nostalgia, pero esta de la frustración. Son las huellas del tiempo que “lo borra todo, sin borrarlo del todo”, como dice Sergi Sánchez.

Las grietas desvelan nuestras inseguridades. Nos gustaría, con Auden, “conquistar el tiempo”, pero sólo hay un amor eterno, que supera sus estragos. Es el que comienza en el Edén y acaba en una fiesta de bodas. Tras cada pareja que se funde en un beso de un final feliz, está el anhelo humano de que nuestros deseos de intimidad encuentren algún día su final realización. Como dice C. S. Lewis, si esto no ocurre todavía, es porque será en esa realidad eterna que Dios hace posible por Cristo Jesús.

“El corazón tiene razones que la razón no entiende”, dice Pascal. Las películas de Malick no son un espectáculo de entretenimiento para el espectador casual. Hay que dejarse conmover por ellas, hasta el punto de ser transportado como en un trance por su estilo impresionista y arrebatadora fuerza visual. No es casualidad que sus temas sean los más trascendentales que nos muestra el cine actual. Es imposible entender “To the Wonder” sin conocer el sentido cristiano del amor, pero todavía resulta más difícil apreciarla si uno no ha experimentado el amor en todas sus dimensiones.

Dice Ángel Quintana que Malick “habla de tres formas de amor: en primer lugar, confronta las relaciones inciertas del amor entre una pareja con el amor de Dios; en segundo lugar, confronta el amor de Dios hacia el mundo con el amor que estas criaturas sienten por su creador; y finalmente, nos habla del amor cristiano entendido como amor al prójimo, es decir, como acto de sacrificio y caridad”. El personaje del sacerdote, que interpreta Bardem, nos habla de la ausencia y el silencio de Dios, pero desde “la necesidad de encontrar a Dios para poder tener un guía frente a las debilidades y contradicciones que supone la elección humana” –dice Quintana–.

PERDIDOS EN LA VIDA

Perdidos en la vida “Si se te ocurre una forma de vivir sin un maestro, sin cualquier maestro, haznos el favor de decírnoslo, porque serás la primera persona que lo haga en la historia del mundo”. Con esta frase de la película “The Master”, se le dice al personaje de Joaquin Phoenix –Freddie, un veterano de la guerra en el Pacífico, a la deriva–, que no tiene mejor opción que seguir al señor Dodd –un claro trasunto de Hubbard, el fundador de cienciología, interpretado por Philip Seymour Hoffman–, a pesar de todos sus defectos y errores. La dura historia de Paul Thomas Anderson nos muestra que cuando Freddie no es esclavo de la tiranía de Dodd, lo es de sus propios instintos.

Son criaturas sin rumbo, que sueñan con tener control sobre sus vidas rotas, para tener éxito y alcanzar la felicidad. Como en la canción de Dylan –que anuncia su conversión en 1979–, esta película nos recuerda que todos servimos a alguien. Puede que no seamos adictos al sexo o al alcohol, como Freddie, pero somos esclavos de nuestras ambiciones, como Dodd. Sea por nuestro propio interés egoísta, moralidad o religión, todos servimos a algo o a alguien, en vez de a Dios.

La última película de Tornatore te atrapa de forma inesperada, sin saber a dónde te va a llevar. “La mejor oferta” tiene un efecto hipnótico que te emociona y se agranda en la memoria. Es “un universo desdoblado, de reflejos engañosos”, como dice Losilla. Ya que “la dualidad es el centro de la película”. Su protagonista es un hombre fascinado por el arte, pero que en su soledad y amargura vive aislado del mundo. Admira la belleza de las mujeres, pero sólo se relaciona con ellas a través de la pintura.

Obsesionado por alguien a quien no ha visto nunca, el personaje de Geoffrey Rush desmonta unas “muñecas rusas” tras las que se esconden múltiples sorpresas. A medida que los enigmas se van revelando, aumenta el desconcierto del espectador, para asistir a un “baile de carnaval” donde todos se quitan la máscara, descubriendo su verdadera personalidad, intenciones y deseos. Nada es, por supuesto, lo que parecía ser.

Efectos secundarios” inspecciona las fisuras entre la verdad y la mentira. En la primera parte, Soderbergh nos muestra a una mujer que comienza a tener problemas mentales cuando su marido acaba de salir de la cárcel. La segunda se centra en su psiquiatra y los medicamentos que utiliza. El drama legal farmacéutico se convierte en un film de suspense, hasta llevarnos al instante de la duda. Este relato “hitchcockiano” nos habla de la distorsión subjetiva del individuo en momentos de caos.

El cuarteto que nos presenta Zilberman en “El último concierto” es una familia en la que se establecen lazos muy particulares, debido al tiempo que pasan juntos y la intensidad de los momentos que comparten. Cuando uno de los músicos sufre los primeros síntomas de Parkinson –Christopher Walken en el papel de su vida– la formación se disuelve en un invernal Nueva York, como una metáfora de la vida misma y las relaciones personales.

Con “Blue Jasmine”, Woody Allen regresa a Estados Unidos para contar la tragedia de una mujer entre Nueva York y San Francisco. Cate Blanchett encarna a esta mujer nerviosa y asustada, que busca refugio en el ambiente marginal de su hermana. Ha sido una señora rica, pero ha visto cómo su mundo se desmorona cuando su marido es acusado de fraude y acaba en la cárcel. Perdida en su propia burbuja, cerraba los ojos a las infidelidades de su esposo e ignoraba sus negocios sucios. No quiso mirar la realidad con los ojos abiertos, pero ahora se ve obligada a hacerlo. Lo ha perdido todo, pero se niega a admitirlo. Son los perdedores de la actual crisis económica.

Si el rostro es el espejo del alma, basta ver la cara de Juliette Binoche en “Camille Claudel 1915”, para comprender lo limitadas que son las palabras. Nos presenta el desamparo de la enfermedad y la fragilidad de la vida. En la desoladora escena que cierra la película, vemos a su hermano Paul con el fervor del converso, que va a visitarla en el sanatorio donde la han ingresado, tras la locura que le sobreviene al romper con Rodin. Su lenguaje espiritual –extraído literalmente de los diarios del poeta, en el film de Bruno Dumont–, no sólo resulta frío, sino tremendamente inhumano.

Un cristianismo desencarnado no puede responder a un mundo que sufre. Si Dios se ha hecho hombre, nada humano le es ajeno. En el asombro de la Encarnación encontramos a un Dios que nos comprende. No debemos, como Claudel, espiritualizar tanto su mensaje que se vuelva extraño a las contradicciones de la vida misma.

PROFUNDA ALIENACIÓN

Profunda alienación ¿De dónde viene el mal? ¿Por qué somos capaces de hacer cosas terribles? Cuando “Hannah Arendt” se fue de Alemania, los nazis no habían puesto todavía en marcha “la solución final”, para exterminar a los judíos. Al ser capturado en Argentina el responsable del transporte a los campos, Eichmann, la pensadora judía quiso ver a aquel criminal cara a cara en Israel. En él encuentra “la banalidad del mal”.

Hannah se queda atónita al descubrir que uno de los responsables del mayor crimen de la humanidad “no era un monstruo”, sino alguien gris y mediocre. Es cierto que las heridas estaban muy recientes, pero la incomprensión que Arendt sufre, viene no sólo por la sensibilidad judía ante el Holocausto, sino porque toca uno de los dogmas intocables de la Ilustración: la bondad innata del hombre. Arendt descubre en Jerusalén que los nazis “no son perversos, ni sádicos, sino terrible y aterrorizadamente humanos”.

Salomón Northrup era un hombre de raza negra que fue secuestrado en Washington en 1841, para ser vendido como esclavo. Los “Doce años de esclavitud” de los que habla Steve McQueen son un paréntesis tan inexplicable como la barbarie humana. Sin un minuto de música, el director de color no nos ahorra ni un momento de sufrimiento en este durísimo retrato de la esclavitud de un hombre libre.

Aunque nos gusta pensar que somos libres, la realidad es que somos prisioneros de muchas cosas. Estamos cautivos de nuestra idea de felicidad, un trabajo, o una causa. La película “Prisioneros” muestra nuestro deseo de venganza, cuando nos vemos atrapados por el peso del pasado y nos sentimos dominados por la vergüenza o la culpa. Intentamos protegernos de nosotros mismos, pero estamos cautivos del mal.

Este apasionante thriller parte del misterioso secuestro de dos hijas de dos familias amigas. Hugh Jackman es un atormentado padre de fuertes convicciones religiosas y Jake Gyllenhaal un frustrado policía en un caso lleno de falsos culpables y giros inesperados, que nos lleva a la estremecedora conclusión de que somos capaces de hacer cualquier cosa. El ciudadano de apariencia decente esconde una serpiente en su interior. La película está llena de imágenes bíblicas, que nos hablan del poder de la tentación y el peligro de seguir nuestro sentido de justicia.

¿Por qué la gente hace lo que hace? La película turca “Érase una vez en Anatolia” nos propone un viaje al final de la noche, que nos enfrenta al lado oscuro de la naturaleza humana. La historia de un crimen y un cuerpo enterrado en medio de la estepa, nos lleva a preguntarnos cuál es la condición del alma humana.

La vida, como la serpenteante carretera que recorre esta desértica estepa, está llena de secretos. A cada vuelta del camino, da la impresión de que algo va a ocurrir en cualquier momento, detrás de una pequeña colina. En esta vida –dice el director–: “No sólo nos protegemos, sino que nos engañamos. Quizá eso es lo más difícil de entender para nosotros… ¡que ni siquiera conocemos la realidad sobre nosotros mismos!”.

“Todo el mundo tiene un precio”, dice la publicidad de “Tierra prometida”. La mirada bucólica y serena de Gus Van Sant a un campo en crisis, nos presenta a un Matt Damon atrapado en un paraíso desolado. Carreteras solitarias, casas desvencijadas y rótulos de neón, son los signos recurrentes de un itinerario fantasmal, en busca de la Tierra Prometida. Su personaje representa la cara amable del capitalismo, alguien que realmente cree que la industria es la salvación del campo. Ha venido a este pueblo con Frances McDormand, para conseguir que su compañía pueda perforar el suelo de estas granjas, por la técnica conocida como “fracking”.

El problema ecológico que esto produce, no es más que el trasfondo del dilema de un protagonista desgarrado por contradictorios sentimientos de amor y odio hacia sus orígenes. El centro neurálgico de la trama está en la conciencia del protagonista, que empieza a cuestionar sus métodos e identificarse con las personas. Su astuto e inesperado golpe de efecto de guión no te evita la tarea de escudriñar en el fondo, navegar en sus sutilezas y dejarse iluminar por los gestos de sus personajes. Como una buena pintura, necesita un ejercicio de introspección.

Cuando ocurre una tragedia, necesitamos respuestas. No basta saber que ha habido un accidente, queremos saber quién es el responsable. Denzel Washington es el comandante de “El vuelo”, cuyo desastre supone pérdidas humanas. Es un hombre reconocido y apreciado, que cuesta ver como culpable de semejante catástrofe. Cuando vemos al protagonista del film de Zemeckis en el hospital, dándose cuenta de que ha cometido un error que nunca podrá perdonarse, nos preguntamos: ¿quién puede vivir con ese peso sobre sus espaldas?

El viaje de esta película no es saber lo que realmente ocurrió –lo vemos desde la primera escena–, sino cómo se enfrenta una persona a la realidad de su vida. Este vuelo no es sólo el de un avión, sino el de alguien que está a punto de estrellarse en la vida. Ante tal tragedia, siempre hay dos puntos de vista: los que piensan que Dios no tiene nada que ver con esto y los que le reconocen, incluso en medio de la tragedia.



Lo curioso es que hasta los que no creen en Él, hablan de si podría haber hecho algo para evitarlo. ¿Tiene Él la culpa?, ¿dónde está Dios en medio de todo ello? Esa pregunta no la puede responder el cine del 2013. Para ella hacen faltan otros ojos que con los que vemos la pantalla: la mirada de fe. Y esa viene por el oír, y el oír por la Palabra de Dios ( Romanos 10:17).

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