El obispo de Mondoñedo-Ferrol lamenta las "miradas ideológicas" contra los migrantes Cadiñanos, el obispo de los migrantes: "Los pobres nos estorban"
"A las personas migrantes se las ve como indocumentados, ilegales, invasores, okupas. Son miradas a la realidad marcadas por la ideología y por el sentimiento y la emoción que nos opaca la razón. La mirada tiene que ser más amplia"
"Es un hecho que la presencia de personas migrantes ha enriquecido y rejuvenecido el rostro de nuestras comunidades. Muchos cristianos que han llegado a nuestro país han encontrado en la Iglesia una segunda familia donde integrarse"
"Cierto que nos cuesta abrirnos y la acogida cálida no brilla especialmente en las comunidades católicas, más marcadas por lo racional y alejadas de los sentimientos. Eso ha hecho un caldo de cultivo para otras Iglesias cristianas que han sabido integrar más lo comunitario. Tendremos que avanzar decididamente en esta línea"
"En Canarias se aplica la política europea de contención de migrantes en territorios de frontera y esto está generando mucha presión en algunas islas y en los centros disponibles de acogida. La sociedad y la Iglesia en Canarias esperan mayor solidaridad"
"Cierto que nos cuesta abrirnos y la acogida cálida no brilla especialmente en las comunidades católicas, más marcadas por lo racional y alejadas de los sentimientos. Eso ha hecho un caldo de cultivo para otras Iglesias cristianas que han sabido integrar más lo comunitario. Tendremos que avanzar decididamente en esta línea"
"En Canarias se aplica la política europea de contención de migrantes en territorios de frontera y esto está generando mucha presión en algunas islas y en los centros disponibles de acogida. La sociedad y la Iglesia en Canarias esperan mayor solidaridad"
Apenas tres años después de ser ordenado obispo de Mondoñedo-Ferrol, Fernando García Cadiñanos no sólo se atreve con el gallego, sino que tampoco teme poner el dedo en la llaga de los problemas a los que otros prefieren poner paños calientes. En este caso, la acogida a los que llegan de fuera en busca de un futuro y una integración, tanto en el país como en el seno de las comunidades cristianas, algo que "ha hecho un caldo de cultivo para otras Iglesias cristianas que han sabido integrar máslo comunitario".
Presidente de la Subcomisión episcopal para las Migraciones y la Movilidad Humana desde la renovación de cargos en la pasada Asamblea Plenaria de marzo, Cadiñanos afirma, en entrevista con Religión Digital, que, detrás de estos recelos a la acogida a los migrantes, "lo que hay es un miedo a la pérdida del bienestar, lo que deriva en una aporofobia: lo que no queremos son, en definitiva, los pobres. Esos son los que nos estorban".
Es usted el nuevo presidente de la Subcomisión para las Migraciones y la Movilidad Humana. ¿Por qué se han fijado sus hermanos obispos en usted para este encargo?
Imagino que porque ya estaba en la Comisión de Pastoral Social y Promoción Humana. En la anterior etapa me encargué del Departamento de Pastoral Penitenciaria. Mi trayectoria vital siempre ha estado muy vinculada a lo social, especialmente cercana a Cáritas y la relación con las migraciones.
Pastorear una diócesis gallega que ha visto marcharse a muchos de sus miembros a América o a Centro Europa, ¿cree que le puede ayudar en su nueva responsabilidad?
Sin duda. Galicia es una tierra de emigración. Mucha gente está fuera. Eso nos hace conectar mejor con las causas y las consecuencias que tienen los procesos migratorios y comprenderlos mejor. La periferia y la situación de aislamiento que ha vivido Galicia durante muchos siglos han provocado desajustes económicos y de desarrollo que están muchas veces en la raíz de las migraciones. Las comunidades se empobrecen, porque pierden el capital más sagrado de una tierra: sus gentes. Y se establece un ambiente que marca la cultura.
Decía usted recientemente que, a algunos efectos, es mejor ser un burro que una persona. Creo que se refería a que lo apadrinen a uno. ¿Podría explicarlo?
Hace unas semanas aparecía en el periódico La Voz una página entera dedicada a una docena de burros que habían sido apadrinados en Italia por gente pudiente para evitar que fueran a un matadero. Monseñor Agrelo, en una conferencia en la que participaba precisamente ese día en Mondoñedo, comentó la noticia indicando que nuestra sociedad tiene una enfermedad cuando unos burros acaparan la atención de una página del periódico y concitan la sensibilidad de mucha gente y los migrantes y su situación pasa desapercibida y sufren el rechazo. Su exposición concluía dando a entender que hoy vale más la pena ser burro o ser perro que inmigrante. Quizás es una fotografía que nos interpela y nos puede despertar del letargo, de la indiferencia o de la ideología que nos impide ver la realidad.
La Iglesia apoya la Iniciativa Legislativa Popular que aboga por la regulación extraordinaria de personas que están en situación irregular en España. ¿Tiene la CEE prevista en este sentido alguna medida para explicar a los partidos políticos que se oponen (entre los principales del Congresos de los Diputados, PSOE, PP y Vox) las bondades de esa medida? ¿Qué les diría si pudiesen sentarse con ellos para razonar su voto positivo a esa regularización?
Es un hecho el limbo jurídico que se vive en la actualidad: hay personas que no pueden trabajar por su situación jurídica irregular teniendo demandas efectivas de trabajo. Hay trabajos que no se ocupan hoy (pienso en la economía doméstica o en el mundo rural) habiendo personas migrantes aquí que los podrían realizar. Hay mucho trabajo en la economía sumergida que no hace bien ni a los trabajadores migrantes que la llevan a cabo ni a la propia sociedad. Es una situación real que hoy se vive y que hay que afrontar con valentía. No es cierto que se produzca un efecto llamada por las regulaciones extraordinarias. El efecto llamada depende de otras circunstancias más de fondo que las regulaciones puntuales que se ejecutan. Es importante conocer la realidad de las personas concretas que ya están aquí y que no pueden desenvolver una vida normal, dependiendo de las organizaciones sociales, por su situación jurídica. No hace bien ni a ellos ni a nosotros como sociedad.
"No podemos cerrar los ojos en nuestro propio bienestar fundado en muchas ocasiones en las espaldas de los empobrecidos. El mundo rico no puede salvarse al margen del resto"
Entre esos partidos políticos contrarios los hay que abrazan, aparentemente, el humanismo cristiano. ¿Los volvería a mandar a catequesis?
El poder político tiene también la capacidad de regular los flujos migratorios en aras del bien común. Un bien común que hoy tiene una dimensión mundial y que no se circunscribe a particularidades. Es urgente afrontar la situación de inequidad que se vive a nivel mundial. No podemos cerrar los ojos en nuestro propio bienestar fundado en muchas ocasiones en las espaldas de los empobrecidos. El mundo rico no puede salvarse al margen del resto.
He recurrido a la catequesis porque para algunos, el magisterio del papa Francisco -que en este sentido de las migraciones es muy abundante- no les vale y lo tildan de opiniones de un “ciudadano” cualquiera… ¿Corremos el peligro en España de acabar criminalizando a los migrantes que ya están con nosotros, entre otros, a ese medio millón de ‘sin papeles’ que tiene contabilizados Cáritas gracias a sus programas de ayuda?
La migración se vive mucho como problema. A las personas migrantes se las ve como indocumentados, ilegales, invasores, okupas. Son miradas a la realidad marcadas por la ideología y por el sentimiento y la emoción que nos opaca la razón. La mirada tiene que ser más amplia, una mirada a la realidad concreta y verdadera. La mirada a la persona, a cada persona. La mirada a la historia, a nuestra propia historia de migración. La mirada a las oportunidades y posibilidades que conlleva el proceso migratorio como enriquecimiento y aporte social, cultural, de desarrollo. Detrás de esos sentimientos lo que hay en la base es un miedo a la pérdida del bienestar, lo que deriva en una aporofobia: lo que no queremos son, en definitiva, los pobres. Esos son los que nos estorban.
¿Qué razones les daría usted a quienes hoy ven con desconfianza a los migrantes, sobre todos los llegados de África y que practican otra religión distinta al cristianismo, para tratar de hacerles cambiar de opinión?
Que hay que cambiar la mirada: descubrirnos fruto de una cultura acrisolada por otras culturas; descubrir nuestra propia historia de migración y los efectos positivos de las migraciones a lo largo de la historia; descubrir la realidad concreta y la historia concreta de cada persona; descubrir a qué tengo miedo y qué es lo que está en juego realmente detrás de esa desconfianza.
No obstante, soy consciente de que las diferencias culturales determinan los procesos de integración en la sociedad de acogida. Cuanto más grande es la diferencia, el proceso a realizar por ambas partes es más costoso. Se trata de un gran esfuerzo que hay que realizar para conseguir la interculturalidad que es la que marca las sociedades del siglo XXI. Eso conlleva esfuerzos económicos, educativos, sociales, personales… que es importante implementar. Pero la homogeneidad es imposible, de hecho no existe en ninguna sociedad actual.
La Iglesia ha brindado su colaboración a las administraciones públicas para ayudar en la acogida de inmigrantes a través de los llamados Corredores de Hospitalidad. Sin embargo, da la sensación de que los poderes públicos no han recogido ese guante. ¿Se les está haciendo también ‘bola’ a ellos la gestión de este reto?
La realidad de Canarias es una situación preocupante, como han indicado los propios obispos en alguna de sus declaraciones. Los obispos de la Subcomisión lo único que hemos pedido es que haya más coordinación entre administraciones para hacer frente a los desafíos del reto migratorio. La experiencia también nos hace ver que muchos de los jóvenes que llegan a Canarias después de un tiempo deciden quedarse allí. Otros prefieren seguir a la Península y muchos a Europa. No obstante, parece que en Canarias se aplica la política europea de contención de migrantes en territorios de frontera y esto está generando mucha presión en algunas islas y en los centros disponibles de acogida. La sociedad y la Iglesia en Canarias esperan mayor solidaridad.
¿Y cómo acoge la Iglesia? ¿Cómo han respondido las diócesis a la llamada de las diócesis de Canarias para crear esos Corredores de Hospitalidad que sirvan para traer a la península a migrantes que se han quedado varados en las islas, sobre todos a los menores no acompañados que de un día para otro se han quedado en situación de calle?
Nosotros nos hacemos eco del llamamiento de los obispos canarios, que coincide con el del Gobierno de Canarias. Estos apelaban a la solidaridad interterritorial para trasladar a migrantes y menores no acompañados a la Península. La Iglesia responde a la llamada de los obispos canarios con los Corredores de Hospitalidad, que es un modo de ejercer una solidaridad entre diócesis. Hasta ahora, unas once diócesis están participando de un modo u otro en ese proyecto, bien recibiendo jóvenes o bien preparándose para ello. Lo importante es el signo, el proceso que se inicia promoviendo la cultura de la solidaridad y la hospitalidad. En todo caso, la responsabilidad ante ese reto es de las administraciones públicas. Nosotros ejercemos un principio de subsidiariedad y de generación de cultura distinta.
¿Cómo integran las comunidades cristianas a los que llegan de fuera? ¿Se les trata en igualdad de condiciones, se les integra en los órganos pastorales?
En el documento que acabamos de publicar los obispos españoles “Comunidades acogedoras y misioneras” se indica precisamente esta línea de actuación. Es un hecho que la presencia de personas migrantes ha enriquecido y rejuvenecido el rostro de nuestras comunidades. Muchos cristianos que han llegado a nuestro país han encontrado en la Iglesia una segunda familia donde integrarse. Y no solo por la ayuda social de Cáritas, sino por todo lo que supone la celebración de la fe y la integración en la vida de los barrios y pueblos. No obstante, es un gran reto. Es cierto que nos cuesta abrirnos y la acogida cálida no brilla especialmente en las comunidades católicas, más marcadas por lo racional y alejadas de los sentimientos. Eso ha hecho un caldo de cultivo para otras Iglesias cristianas que han sabido integrar más lo comunitario. Tendremos que avanzar decididamente en esta línea.
¿Cree que, finalmente, el papa Francisco vendrá a Canarias en este año 2024? En un reciente encuentro con Religión Digital dijo: “Yo quiero ir”.
No es una decisión que dependa de mí. Ciertamente, su viaje visibilizaría mucho la situación que se está viviendo y ayudaría a afrontar líneas de colaboración a favor de las personas que están sufriendo.