"Denunciado por compañeros de sotana" Luis Francisco Marco Benlloch: El infierno de un cura al que la Iglesia del franquismo echó "por rojo"
"En su primer destino conoció a gentes sin nada y con mucha hambre que vivían apiñadas penosamente y abandonadas en cuevas junto a las tapias de un convento de frailes"
"Las cartillas de racionamiento, la comida, las escuelas... Impulsó con brío lo más elemental"
"A la hora de formalizar la salida, el Obispo quiso que firmara un papel –ha sido siempre la táctica de la jerarquía- en el que 'yo reconocía que era un vicioso pecador contra el sexto y noveno mandamientos y pedía a mi madre la Santa Iglesia de Roma, que me perdonara'"
"A la hora de formalizar la salida, el Obispo quiso que firmara un papel –ha sido siempre la táctica de la jerarquía- en el que 'yo reconocía que era un vicioso pecador contra el sexto y noveno mandamientos y pedía a mi madre la Santa Iglesia de Roma, que me perdonara'"
| Baltasar Bueno
A Luis Francisco Marco Benlloch le mandaron con 24 años a Museros, su primer destino, a reemplazar provisionalmente al cura que se había muerto. El franquismo navegaba a toda máquina y lo controlaba todo, no daba puntada sin hilo. Allí conoció les Coves de Massamagrell, gentes sin nada y con mucha hambre que vivían apiñadas penosamente y abandonadas en cuevas junto a las tapias de un convento de frailes, principalmente gitanos. Aquella realidad le congeló el corazón y también el alma.
Escribió al arzobispo Olaechea dándole cuenta de lo que había visto y pidiendo cura de almas para aquella gente, el prelado, navarro de origen, erigió una parroquia, Nuestra Señora del Rosario, y le nombró párroco fundador a pelo, sin casa abadía ni nada, una simple y ruinosa ermita le serviría de templo parroquial. Se llevó su tienda de campaña de boy scout y durmió la primera noche en la puerta del ermitorio. De madrugada un gitanillo le despertó para que acudiera a atender a unos heridos resultantes de una pelea entre calós a navaja limpia. Poco pudo hacer, estaban en situación irreversible y uno a uno les dio la absolución “en peligro de muerte”.
No había nada en aquel núcleo poblacional y comenzó por lo más básico, lo existencial. Las cartillas de racionamiento, la comida, las escuelas, impulsó con brío lo más elemental para la dignidad humana. Al tiempo, comenzó a formar una comunidad cristiana que fue una iglesia vida, de los pobres, pero viva. Sus prédicas no eran las tópicas de común uso en las iglesias de su tiempo, que suelen seguir siendo las mismas de ahora en muchos lugares.
"Luis Marco se negó a firmar aquella mentira, tomó el papel y lo hizo trizas"
Pronto fue acusado de rojo, de comunista, denunciado por compañeros de sotana y por autoridades. A Olaechea le llegaban las quejas, pero le entendía. El arzobispo solía ir a Jefatura de Policía a sacar detenidos de la brigada política-social y solía enfrentarse a Franco, que le respetaba, incluso quiso congraciarse con él nombrándole Consejero del Reino.
Por el contrario, el obispo auxiliar, González Moralejo, lo atosigaba, perseguía, abroncaba, le hacía la vida imposible, le llamaba a cada queja, y al final logró expulsarle del clero y de la Diócesis. Fue un golpe duro para él. Terminaba con esa acción un periplo por diferentes pueblos en los que cuando llegaba era llamado al cuartelillo de la Guardia Civil donde ya había llegado su ficha policial urgida por su superior y advertido de lo que debía y no hacer entre sus parroquianos.
El obispo auxiliar al final consiguió lo que quería: “Vete a tu casa. No te quiero de cura en esta Diócesis, y no consentiré que vayas a ninguna otra, por bien de la Iglesia”. Fue muy duro aquel momento para él y su familia. El Concilio Vaticano II había concluido. “Espero que al espíritu del Concilio no le pase como a mí y lo tiren de su casa”, pensó. A la hora de formalizar la salida, el Obispo quiso que firmara un papel –ha sido siempre la táctica de la jerarquía- en el que “yo reconocía que era un vicioso pecador contra el sexto y noveno mandamientos y pedía a mi madre la Santa Iglesia de Roma, que me perdonara y fuera comprensiva conmigo y, en consecuencia, me liberara de la obligación del celibato y de la carga del sacerdocio, por bien de mi alma y de la Santa Madre Iglesia”.
Luis Marco se negó a firmar aquella mentira, tomó el papel y lo hizo trizas. Fue desterrado del territorio eclesiástico valenciano. Comenzó a rehacer su vida por lo civil, siempre perseguido por la sombra de Moralejo. Trabajo que encontraba, informe negativo contra él que llegaba y era despedido. Estudios que intentaba hacer, comenzados se le hacía desistir por presiones del Obispo. Se encontró, eso sí, con gente maravillosa que le apoyó, el profesor y sacerdote Agustín Andreu, le pasó trabajos de traducción en los que se necesitaba saber griego, hebrero, francés, inglés, alemán y latín, lenguas que dominaba desde su época de estudiante. Sigue siendo un gran latinista.
Quiso hacer Magisterio y opositar, y de nuevo la garra de Moralejo cayó sobre él, sólo que le salió una mujer valiente y respondona, republicana y de izquierda, de gran fama internacional como pedagoga, que le plantó cara al Obispo y le dijo que no iba a consentir interfiriera en sus obligaciones y responsabilidades. Así Marco pudo ser Maestro Nacional y ganarse el pan dignamente como un civil, con el suplemento molestoso de que pueblo al que era mandado siempre le tocaba acudir a dar explicaciones al comandante de puesto de la Guardia Civil, que ya había sido alertada.
Casó con María Dulce, enfermera, que fue y es su bálsamo y ángel de la guardia, tuvo cuatro hijos y al final su fe y constancia –nunca ha abandonado la Iglesia- le llevó a un precioso paraíso aquí en la tierra, Marines Nuevo, donde ejerció el magisterio con sus grandes cualidades humanas e intelectuales.
“Nunca he abandonado la Iglesia, la Iglesia ha sido uno de mis grandes amores de toda la vida. Hoy me considero miembro de la Iglesia del silencio. La Iglesia, desgraciadamente instalada en el mundo de los privilegios y el poder no se adapta a ser la Iglesia libre y pobre, cuya única fuerza sea el Espíritu Santo. Necesita el poder económico y social y declara enemigo a quien no piensa así. Para mí, miembro vivo de la Iglesia del silencio todo esto son signos positivos, porque anuncian que todos los poderes de la Iglesia se vienen abajo. Así quedará la Iglesia de los pobres creyentes, que será solidaria con los más débiles del mundo, la que buscará servir a la humanidad y no servirse de ella para dominarla”, escribe en un libro titulado “Don Dico, cura de barrio: La Iglesia de los pobres”, en el que detalla lo más fuerte de lo que le ha ocurrido en su vida a causa del Evangelio, un libro digno de una película, de una obra de teatro o de un novelón. Aparte ha escrito otros cinco libros, variaciones sobre el mismo tema. Igual que su esposa, una delicadísima y brillante poetisa.
Dice Marco que la Iglesia "necesita el poder económico y social y declara enemigo a quien no piensa así"
Le conocí en su época de profesor de latín, vigoroso, vitalista, hombre de profunda fe en Dios. Le he visto estos días en su casa de Marines, a la que he llegado sin avisar. Sigue igual, con su mismo nivel intensísimo de fe en Dios, y también en los hombres, y en la radicalidad del Evangelio. Con su gran sentido del humor, signo de su enorme inteligencia, todo ello a pesar de lo que ha sufrido, del infierno que su propia Iglesia le ha montado. Con sus 83 años y los tres ictus que también ha superado. De verdad, una vida digna de ser llevada al cine, que nunca podría reflejar la dureza de su sufridísima experiencia humana, de su amor por la gente pobre y necesitada, desnutrida y sin los mínimos vitales de subsistencia. Un hombre de Dios machacado como lo fueron todos los grandes profetas de la Biblia.
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